sábado, 25 de noviembre de 2017

Sin querer te abandoné

“Los hombres no están contentos con su suerte y casi todos -ricos o pobres, geniales o mediocres, célebres u oscuros- quisieran una vida distinta de la que viven. Para aplacar -tramposamente- ese apetito nacieron las ficciones”.
Mario Vargas Llosa

Escribir es como desnudarse, dice algún escritor liberado. Pero no es una definición baladí, al paso. Uno se despoja de muchas cosas, y la literatura permite que el desvestido sea el propio subconsciente. Te pueden preguntar más de una vez si eso que has escrito ha sucedido, y a veces así ha sido, otras no, y tantas no puedes contestar. Estaba dentro mío, aguardando. Tenía una base sólida, un relato de mucha convicción, un desarrollo coherente del entramado, pero no podemos confesar con sinceridad si se trata de una experiencia verídica de nuestra existencia. De ahí que muchos consideren enigmáticos a los escritores, o perversos.


Nos desnudamos al tiempo que nos tapamos las partes. Queremos escribir sobre algo personal, pero debemos preservar al individuo que portamos. Por eso triunfa la ficción, supongo. Porque genera una profunda liberación considerar que el drama existencial de nuestro personaje central no se trata de tu alter ego, sino de una creación literaria. Pero los lectores tienen también sus traumas, no se crean. A ellos le gusta más saber que lo que les están contando, pueda tener un contenido elevado de historia personal. Atrapa más una entrada de este solitario blog, cuando la crónica tiene parte de mi historia personal. Las escasas o numerosas anécdotas que forman parte de mi genoma pueden ser contadas. No me molesta desnudar mi alma, quizás porque a lo sumo setenta u ochenta personajes harán click en la entrada, generando el momento de mayor erotismo en el proceso. Este escritor ya no está desnudo, pero no logra discernir quien es el desabrigado y perverso lector, portador de una única gabardina como indumentaria, que hace click en la entrada en rigor, para escaparse con un bostezo terrible de aburrimiento, sin llegar a leer ni el primer párrafo, o leerme al completo sin desabrochar ningún botón de la gabardina, para hacerme sentir vejado.

Escribimos para un lector, es triste reconocerlo, sobre todo cuando no conoces a tu lector. Mensajeas en botellas que divagan por la ría virtual de este 2.0, esperando con el ego de la boca para dentro de saber que alguien te quiere leer, pero contradices con el ego que te acompaña de la boca para afuera, de que uno escribe para uno, para reconocer un talento, para cuestionar un mérito, para molestar, para aportar, para sufrir. Estamos desnudos, porque lo bueno o malo que logremos crear, ya no tendrá siquiera nuestra piel. Si llega a algún destino, la interpretación ya no será nuestra. Él que se atreva a leer, tendrá hasta la oportunidad de juzgarnos con naturalidad, como parte del oficio. Se supone que, si eres un récord de ventas, el riesgo no solo vale la pena, sino que se debe convertir en un juego de marketing. Pero cuando los que te leen se agrupan en los dedos de tus manos, el riesgo es demasiado riesgo. Imagínate que escribes algo transgresor, algo que rompe, algo que hace ruido. Lo haces, sudas de la emoción, lo publicas en tu blog y al poco rato, le tienes que dar explicaciones a tu -por ejemplo- tía de que lo que has escrito no te representa a ti, que es ficción, que solo estoy chalado o como dicen del que lee o escribe, que soy extravagante.

Y luego de posar desnudo durante a lo sumo, unas horas, nos encontramos a la semana, con que esa página desnuda refleja tus miserias eternamente. Nuestro atrevimiento luce descarnado, más cuando quizás, por ese contrasentido que nos compone, podamos sentir que aquello que escribimos mientras aireábamos las pelotas, hoy no nos representa o a ha cambiado nuestro punto de vista. Memorias, recuerdos, sentencias ya no están amparados en el refugio cerebral. Ahora está expuesto a amigos y enemigos, a terapeutas y manipuladores, a románticos o irascibles. Y no puedes presumir de ser el rey desnudo, solo eres una ignota pluma que suele estar en bolas, y ahora gracias a un eventual escrito, estás desnudo y expuesto al análisis de los que te rodean.

Si no me asusta el tener que dar explicaciones de porque escribí lo que escribí, puedo sentir la profunda tranquilidad de ser un pensador libre, que no escribo a cuenta de nadie, en mi teclado liberador no cuenta un editor, un gurú, un mecenas, un protector, un padrino, un decano o siquiera un compañero de la infancia. Te enfrentas a la soledad de tu pensamiento, a lo obtuso de continuar, a la perversión de generar tráfico en una abarrotada red virtual de nuestro internet hoy esencial, y quizás en ese momento no estemos en volandas, ya que por haber leído o por hablar un idioma con algo de delicadeza, hemos decorado las palabras con finas telas o velos, lo que motive que el escaso lector no pueda rasgarse las vestiduras al no poder confirmar si somos o no un portento.

Se afirma que los sueños no son más que representaciones simbólicas del paisaje emocional de nuestra psique, que todo el mundo se desvive por encontrarle significado. Hay profesionales como el psicólogo que recibe dinero a cambio por descifrarlos y dejarnos en bolas y encima, tratando de defendernos. Piensen, eso es peor, estamos pagando para que nos suelten con el típico gesto de suficiencia que no hemos resuelto para nada los traumas de la infancia. En la literatura, tenemos la posibilidad de elaborar con una relativa dosis de creatividad alguna temática que circule alrededor de nuestras inquietudes o curiosidades. Y se dará el caso que esa pregunta odiosa, esa frase que gestamos con o sin sacrificio, le llegue al lector y lo deje en bolas, es decir le abra una herida tal vez olvidada.


No tengo miedo de lo que escribo. Aprendí en el tiempo que lo que interprete el otro, es solo su interpretación. Profundice en que lo que está escrito, puede movilizar de la manera más insólita, la menos buscada. Es que las letras logran que hablen los sentimientos que se suelen callar. Y la manera que tengo de mostrar mi interior me permite en este momento, escribir sin sentir que haya algo en mi de perverso, ni de aberrado. Solo me dediqué a perder unas desnudas carillas de Word para ocultar, a través de un desnudo seductor, que no he querido escribir sobre una crisis existencial tal vez de media vida, que me está desvirtuando mis días. Es una pena que no me lean, podrían valorar el talento de mantenerlos expectantes en la erótica negando una retórica existencial que no sé cuánto tiempo más podrá estar bajo mi piel. Una crisis existencial es difícil de enfrentar, lleva su tiempo. De ahí que eligiera la metáfora del escritor que se desnuda, a la del cadáver que nos acompaña al superar otra crisis de nuestra débil existencia…

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