lunes, 6 de marzo de 2017

El corazón del hombre necesita creer algo, y cree mentiras cuando no encuentra verdades que creer


“Así como se suele hablar del rostro de una época o país, la expresión de una época se define también por su lenguaje”.
Viktor Klempeler – La lengua del Tercer Reich

Las circunstancias en las que hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública que lo que lo hacen los llamamientos a emociones o creencias personales, es lo que el diccionario Oxford English (OED) define como posverdad, nueva incorporación enciclopédica, y además palabra del año que pasó, ya que su uso se incrementa a tenor de su incontrolable avance o vigencia, y más allá de los nombres o sinónimos que utilizamos desde el momento que el manipulador se dedicó a manipular, y el mentiroso a mentir, esta vez comprendemos cuando la verdad está tan devaluada que se asemeja a una moneda sin ningún valor.


“La palabra clave de todo esto es negroblanco. Como tantas palabras de la nuevalengua, tiene dos significados contradictorios. Aplicada a un contrario, significa la costumbre de asegurar descaradamente que lo negro es blanco en contradicción con la realidad de los hechos. Aplicada a un miembro del Partido significa la buena y leal voluntad de afirmar que lo negro es blanco cuando la disciplina del Partido lo exija. Pero también se designa con esa palabra la facultad de creer que lo negro es blanco, más aún, de saber que lo negro es blanco y olvidar que alguna vez se creyó lo contrario. Esto exige una continua alteración del pasado, posible gracias al sistema de pensamiento que abarca todo lo demás y que se conoce con el nombre de doblepensar”, como se ve George Orwell ya en 1949 avisaba sobre el permanente uso de las noticias falsas. Su novela 1984 advertía sobre la relevancia de las cuestiones emocionales por sobre la lógica o el razonamiento.

Asociamos el uso de la posverdad al poder autoritario, pero el mundo de la información en estos tiempos también es horizontal -entre miembros de un mismo nivel jerárquico-, y cualquier usuario de móvil o internet puede tratar de influenciar a su entorno, con la simple y humilde apreciación de que todos están siendo manipulado menos él, ya que la información que recaba es legítima, razonada y elaborada con toda lógica, mientras al resto lo asemeja a corderos que balan distraídos mientras se alinean con el rebaño. Todos buscan la viralidad que justifique la trascendencia, pero pocos reparan en que una opinión no es un dictamen, es apenas un parecer. Y en el manejo de la posverdad, la mayoría se escuda en el remanido “en mi modesta opinión” o “les dejo esto para que piensen” para mostrarse conciliador y no un tirano más de la información mancillada.

Una mentira contada muchas veces se convierte en realidad. Y la posverdad nos permite comprobar con tristeza qué en vez de reflexionar sobre el contenido de esta frase, se discute si su autoría fue responsabilidad de dos manipuladores, es decir Joseph Goebbels o de Vladimir Llich Uliánov, más conocido como Lenin. En todo caso, lo único que importa es el uso que ambos dieron a la mentira como recurso para sostener una idea, o un “relato” como se denomina hoy con vulgaridad, quizás por el necesario reconocimiento que hoy no hay ideas, tan solo virulencia vulgar. “Miente, miente, miente que algo quedará, cuanto más grande sea una mentira más gente la creerá”, es una de las tantas variaciones que podemos transitar para referirnos a lo mismo. Quizás no podemos discernir que la posverdad o la mentira no necesariamente se deba a un engaño de un gobernante, funcionario influyente o medio monopólico empresarial, tantas veces la ceguera de considerar que lo que nosotros pensamos o decimos no está influenciado por nuestras emociones nos lleva a pensar que no mentimos como hacen esos poderosos, cuando en realidad somos iguales, la diferencia es la escala.

La calidad de la información se muestra deteriorada. Ya sea por el uso de la mentira descarada o por ocultar y exagerar continuamente los hechos. Estamos en presencia constante de una verdad sentida más que de una verdad revelada. Donald Trump ha sabido canalizar ese fenómeno, pero no fue el primero, no es el único. En estos días, el polémico mandatario aseguró que sin Twetter, él no estaría sentado en la casa blanca. Tal afirmación no la hizo para reconocer el uso de la red social para instalar un monocorde y tal vez manipulado mensaje populista; no, su mención a Twitter se refiere a que fue un recurso para su honesta defensa ante los medios hegemónicos que le prodigaron un ataque brutal, que lo quiso apartar de su carrera presidencial. Él cree que es verdad, o aspira a que los demás lo crean. Mientras, para muchos su campaña se basó en situaciones o conjeturas que él quiso que se sintieran como si fueran verdad, pero no se apoyaban en la realidad. “Hablo en nombre de todos los ciudadanos”, “La calle me pide que los represente”, “Los extranjeros vienen a quitarnos nuestro trabajo” o tantas otras que cualquiera de nosotros podemos escuchar a diario en nuestro contexto, y si las razonáramos -o nos tocara vivirlas- comprobaríamos que no son obligatoriamente ciertas. La pos verdad se incorporó totalmente en las sociedades, antes como un arma a disposición de las clases dominantes y en estos momentos, como un arrojadizo y descontrolado recurso de los millones de subordinados.

Pero no me aventuro a analizar solamente las mentiras de los políticos, me preocupa la mentira que ostentan los antes llamados subordinados, o súbditos. Porque más allá de atravesar lo que llamamos modernidad, continuamos siendo súbditos como si estuviéramos en la Edad Media, en este caso eligiendo “tribu”, luego adoptando y adaptando discursos de esa tribu para finalmente recolectar solamente los datos que favorezcan el mensaje que pregona los líderes de esa tribu. El último paso, será enrostrarle a los que no adhirieron a la tribu, que están manipulados o viven engañados como idiotas. El súbdito, a diferencia del de la Edad Media, está todo el día conectado al mensaje que adhiere, y puede, con total tranquilidad, ofertar una total lealtad -hoy denominada militancia- a un supuesto rasgo nacional.

El problema es grave para todo aquel que sigue recorriendo en puntas de pie el camino en busca de información para razonar o comprender. Hemos perdido la certeza de lo que es verdadero o lo que es falso. Casi todo lo verificable puede ser fantasioso. Un artículo extenso pude esconder su importante contenido de pos verdad. Ya no podemos acusar a nadie de mentiroso o difamador, ahora lo podemos señalar como un habitante más de la pos verdad. Hemos perdido la capacidad de descubrir la farsa, porque ya no sabemos en que basarnos: en el estado de ánimo, en nuestro poder de intuición, en un supuesto instinto. Y luego de hurgar en las noticias, en los comentarios o afirmaciones de conocidos, y ante tamaño desconcierto, la pregunta que hoy brota es: ¿Sigue importando el acceso a la verdad o apenas se puede convivir con un sinfín de ellas? La verdad apenas importa, lo que necesitamos más que nunca es sentirnos vivos o nos acostumbramos a sentirnos cómodos avanzando entre la mentira. El largo plazo que todos mencionan parece estar basado en la mentira, no en estudios o estadísticas de alcance. Como todo es aquí y ahora, a nadie le importa el largo plazo. Las generaciones futuras que se caguen, como en definitiva han hecho todas las anteriores. “Dejaremos un legado distinto a nuestros hijos” parece ser la pos verdad del “que se jodan”.

Existió una época donde lo publicado podría ser cierto o falso, pero si se comprobaba que no era cierto, se desmentía, se retractaba. Parecía existir una frontera moral entre el rumor infundado o la noticia. Las redes sociales y el feroz avance tecnológico ni contemplan la posibilidad de contrastar algo, es más fácil decirlo, ya que más tarde una nueva pos verdad tapará el fallido anterior. Somos rehenes entre lo que antes era verdad o mentira, y ahora es solo duda confusa. Una minoría supuestamente informada sucumbe ante la rapidez inmediata de la desorientada muchedumbre.


La viralidad hoy es sinónimo de credibilidad, si lo ha visto tanta gente por algo será. Convertir una información o situación en viral, es motivo de valor supremo. Retuiteamos, compartimos, hashteamos o guaseapemos, permitiendo a la mentira circular sin filtros ni interpretaciones. Hoy en día no es importante si la noticia es o no verdad, lo único que importa es que la gente haga clic en ella. La objetivad ha sucumbido ante la subjetividad, porque sentir hoy es sincero, mientras que la objetividad se relaciona con una herramienta de control, y el control es hipócrita. Hoy no queremos ni deseamos que nadie nos controle. No tenemos tiempo para pensar, el supuesto poco tiempo que disponemos solo queremos distracción o afición. A nadie le importa un comino la mentira, algunos extrañamos las infantiles épocas que exigíamos que nos juraran que no nos mentían, al tiempo que ante la duda de faltar a la verdad sin decoro, nos obligábamos a poner una mano detrás y cruzar los dedos para justificar una nueva de nuestras mentiras….

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