viernes, 31 de marzo de 2017

Porque no es lo mismo que vivir honrar la vida


“Mientras el círculo de su compasión no abarque a todos los seres vivos, el hombre no hallará la paz por sí mismo”.
Albert Schweitzer

René Descartes aseguraba, entre tantas cosas que aseveró, que las pasiones tienen por efecto disponer el alma a hacer cosas por medio del cuerpo. Amar debería ser la versión más práctica de expresar a través el cuerpo los designios del alma enamorada. Pero la agresión física también se encuadra en la definición de Descartes. La pasión tiene sus polos, positivos y negativos. Y se puede dar en distintos momentos y en la misma persona. Pero no terminan allí los ejemplos: La pasión puede activar al miedo incitándonos físicamente a huir, y a otros les otorga el temple necesario para quedarse y hacer frente al dolor o necesidad ajena. En todas estas acciones está presta la pasión, pero los seres humanos últimamente la utilizan en su vocabulario -escaso por demás- para referirse a justificaciones del tipo: “Es que le pongo demasiada pasión a las cosas”, como si el error o exceso cometido estuviera así justificado.

Es que Descartes continuó con su análisis de la pasión, y para exposición de más de uno, las diferenció entre “almas fuertes” y “almas débiles”. Y el problema sobreviene con el ego o la autoestima de quién interprete si pertenece a los débiles o los fuertes. Es llamativa la interpretación que solemos dar a esa persona sensible que intentando ayudar, manifiesta al mismo tiempo, una congoja o sensibilidad extrema. Seguramente, más de uno lo definirá como débil. Y la interpretación se me antoja errónea. Pongo mi propio ejemplo: creo ser un tipo sensible, y en el proceso de ayudar ó observar a alguien verdaderamente necesitado, sufro. Y sufro bastante. Pero tengo un gen terco que me permite quedarme en el lugar e intentar dar una mano, y en esa acción entrego una pasmosa tranquilidad. El observador indiferente, dirá de mí que soy débil porque al finalizar mi accionar me siento como vacío o errático. Y yo al observar al observador indiferente, llego a la conclusión de que su alma es débil, porque sintiéndose tan fuerte y suficiente, no es capaz de dar esa misma mano y valorar tu supuesta templanza en el proceso de asistir a un necesitado, aun cuando mis mecanismos sean errados.

Para René Descartes son seis las pasiones simples y primitivas: amor, admiración, odio, deseo, alegría y tristeza. Las demás se originan con la combinación de estas. La compasión es, para nuestro filósofo, una “especie de tristeza, mezclada con amor y buena voluntad hacia aquellos a quienes vemos sufrir algún mal de que no los creemos dignos”. Nos podemos sentir incomodos ante el dolor ajeno, pero la existencia de aquella “alma fuerte” o “alma débil” es lo que nos permitirá intentar querer el bien o que mejore en parte su mal, en el padecimiento del otro. El “alma fuerte” aspira a un ideal de justicia que remede el dolor ajeno.

Meng Zi, más conocido como Mencio, fue un filósofo chino ferviente admirador del confucianismo. Mencio expresaba que la mente humana no resiste ver el sufrimiento ajeno. Pero qué en el proceso de vivir, un sinfín de seres humanos no utilizan el corazón, órgano para él esencial que permite pensar y decidir. Eso los convierte en hombres vulgares, rebajando su naturaleza a lo meramente animal. Los instintos habrán de gobernar a esas mentes, y ya sabemos que los instintos elementales no construyen sociedades, sino que privilegian sus necesidades básicas. Para los que optan por priorizar el uso del corazón, la benevolencia es un cóctel que necesita sí o sí los siguientes ingredientes: compasión, vergüenza, respeto y humildad. En el mercado escasean parte de estos ingredientes y la aparente perdida de la bondad humana puede estar relacionada a la escasa altura moral que hoy acompañan los ejemplos que ofrece la sociedad, pero también nuestros actos personales.

¿Dónde debemos centrar la energía de practicar la compasión? ¿En lo global o en lo personal? Lo global nos está superando, entonces debemos centrarnos en lo personal. Más de una considerará que lo personal también nos encuentra superados o desbordados, pero si bien lo global no depende de nosotros, lo personal sí. Y es nuestra obligación, aunque a veces no lo recordemos. Y aún queda un considerando más: tantas veces se nos cruza en el camino gente que no nos agrada, pero está más que claro que necesitan de ayuda. ¿La compasión solo la motiva la gente que nos agrada, o nuestros semejantes o las personas que lo merecen? ¿Y la compasión, es motivacional? La pregunta tiene una posible respuesta afirmativa, recordemos las veces que hemos visto a un desconocido con claros síntomas de sufrimiento en la calle. A primera instancia, la multitud no suele detenerse -es que estamos permanentemente apurados- pero basta que uno se detenga para asistir, para que un círculo de personas se aproxime para ofrecer una mano. Daría la sensación que la compasión necesita de un liderazgo, y a partir de esa actitud, se despierte el deber ciudadano de tener compasión y empatía ante el necesitado. Y de paso, comprobar que el apuro que creemos llevar es sobreactuado.

Da la sensación de que la bondad humana se brinda con cuenta gotas. Seguramente, será a consecuencia de la dura vida que nos toca vivir. Y nos convertimos en víctimas de un sistema que nos distrae. Y nos volvemos indiferentes, y lo llamativo es que no solo nos volvemos indiferentes al dolor ajeno, sino que no alcanzamos a ver o comprender nuestro propio dolor, físico o espiritual. Porque el sistema nos ha adoctrinado -y nosotros cumplimos de manera perfecta nuestra parte- para sentir indiferencia o para perder casi de inmediato la paciencia. De esta manera, la templanza no deja paso a la compasión, y los demás dejan de existir. Y en ese proceso, quizás nosotros también estemos dejando de existir. Una de mis últimas entradas se basó en la posverdad, nueva palabra y hasta el hartazgo hoy analizada. Seguimos generando palabras nuevas -no hablo de lo vulgarmente habitual de la manera de expresarnos- y hay una palabra en inglés que puede sintetizar el vértigo al que nos arrastran las tecnologías y redes sociales con esa indiferencia social -de lo cercano- que nos ha mermado la paciencia: pizzled.

La utilización de esta palabra está más orientada al uso abusivo de nuestras tecnologías a mano, que nos obliga a desairar a la persona que tenemos cerca. Ignoramos a los que están lindantes, de ahí que pizzled sea una nueva palabra que nos permita definir como enojo o confusión, que es lo que a veces sentimos cuando la tecnología aleja a la persona que está cerca nuestro. Y nos han hecho creer qué si prestamos atención, nos desgastamos más rápido. Entonces buscamos la distracción, con la distracción abandonamos la concentración, y sin concentración nos cansamos más rápido. Y nos desgastamos a través de las redes sociales o la tecnología, nos creemos combativos porque nos implicamos virtualmente, pero estamos dejando de lado la realidad. No podemos apagar o desconectar tantas aplicaciones, no logramos pertenecer a la condición de “pizzled” y si salimos un momento del lío tecnológico que transitamos, ya no tenemos paciencia para practicar la atención hacia la compasión. Ese desmedido uso tecnológico que todos estamos aplicando nos confirma que cada vez estamos más solos. La conversación se está perdiendo, creemos que contestar en un foro es conversar. Creemos que defenestrar la opinión ajena es construir, creemos que la compasión llegará solo al volcar un par de lágrimas antes de poner un me gusta o compartir un nuevo video, de los que denominan virales.

Viral siempre fue la propagación de un virus. “Viralidad” hoy solo representa alcanzar millones de visitas en el menor espacio de tiempo. Entonces la viralidad de la información puede finalmente representar un virus desgastante que todos sufrimos. Nos estropeamos en una nube virtual de información que renovamos o actualizamos varias veces al día; nos enteramos e indignamos por conflictos o injusticias; desenmascaramos o inventamos complots ideológicos, adoctrinamos al resto con causas diversas que publicó algún colega virtual, que hasta segundos atrás desconocíamos su existencia, pero descuidamos de manera cruel y llamativa los problemas directos, los nuestros o de nuestros cercanos. El primer círculo de preocupación está definitivamente descuidado.


La compasión puede sonar a utopía. Mas cuando el mundo actual se basa en el individualismo, la competencia, la indiferencia, el egocentrismo y la intolerancia. Pero compasión es ponerse en el lugar del otro y tratar de atenuar o entender su dolor. Pero antes que compasión pase a tener otro significado -como por ejemplo cuando la confundimos con lástima o menosprecio- tratemos de recordar que no debemos limitarnos a compadecer cuando podamos ayudar, tenemos el deber de ayudar. Tratemos de recordar, aunque queden pocos ejemplos o referentes a que aferrarnos, que la compasión es una virtud y una sublime manifestación de sensibilidad moral.

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