lunes, 18 de marzo de 2024

Yo les vendí mi inocencia a un precio que no entendían

La posverdad es el prefascismo”.

Timothy Snyder, historiador estadounidense.


Tras treinta y cinco películas en una década, el movimiento Dogma 95 -movimiento fílmico vanguardista de 1995 de directores daneses- hincó rodillas, pero no así sus directores. Tras su manifiesto iniciático sobre “voto de castidad” donde aseguraban que la individualidad y concepto de autor en cine son falsos, pronunciándose en contra de la artificialidad y la ilusión. La mayoría de sus reglas se basaban en aspectos de realización utilizando métodos de trabajo más simples que en las grandes producciones. Sabiendo que el movimiento podría llegar a fallar, uno de sus mentores, Thomas Vinterberg, continuo su obra creativa demostrando en su película “La caza”, que mantiene el tratamiento de las historias, pero desarrolla sus personajes con cámara en mano de forma discreta y efectivo el manejo de las luces, además de un razonamiento psicológico que estigmatiza a la perfección la diferenciación entre “nosotros” y “ellos”.


Sin entrar en spoilers ni síntesis, la tensión que refleja el filme sobresale por la valentía de enfrentar en solitario a una comunidad que de la noche a la mañana define con hipócrita justiciera a través de la propagación e inmediata aceptación como real de una calumnia que no se llega a contrastar, y a un protagonista que sufre una injusticia profunda y la enfrenta, a pesar de atravesar un lacerante proceso de sufrimiento y lucha interior. La estigmatización da riendas a justificar la violencia como justicia por propia mano. Lukas, el protagonista, pierde ante la duda, todos sus derechos y se justifica el agredirle públicamente, haciéndole saber que no es bien recibido en los comercios o calles del pueblo. El director manifiesta de manera cruda y sincera la actuación de la masa, y el estigma como elemento mas preocupante cuando nos referimos en forma grandilocuente al concepto de comunidad estigmatizadora. Una comunidad es capaz de lo mejor y de lo peor con la siempre cierta -pero nunca reconocida- posibilidad de la que la sociedad delinca. La justificación de una necesidad de permanecer juntos contra el mal permite una discriminación homicida. “La caza” nos muestra crudamente lo que podríamos llamar fascismo social.


Thomas Vinterberg rompe o readapta las reglas del Dogma -aplicadas en la mayor parte del film- al filmar el viacrucis del protagonista en su lucha solitaria por mantener su dignidad e inocencia, alterando la objetividad de la forma de filmación, bien con el uso de lentes cortas que desenfoquen el plano exterior o filmándolo como si estuviera aislado del mundo, utilizando sombras en su rostro o usando luces rojas que consigan efectos expresionistas y deformando su rostro tras las golpizas recibidas al utilizar un lente gran angular en primer plano que denote con crueldad el límite de sus fuerzas para continuar a pesar de esa soledad lograda. La secuencia mejor lograda lo grafica la escena de la iglesia en la misa de Navidad. El Dogma 95 nació como consecuencia de una necesidad de demostrar la continua falsedad de las clases altas o acomodadas en simular sus apariencias. El secreto angustiante del film es que Lukas pelea casi sin armas por demostrar su inocencia sin acusar a la niña que, por algún motivo, mintió y le acusó de supuestos abusos sexuales -que la niña no llega a comprender al lanzar la mentira y cuando lo hace, su entorno familiar no le cree ni le escucha por asumir que en su tierna inocencia, ella quiere cuidar al amigo de su padre-. El film representa con crueldad los aspectos morales de sus protagonistas.


La escena de la iniciación en la escuela de caza del ciervo simboliza dos estereotipos, uno de atacar a esa sociedad pudiente encorsetada en sus rituales y clichés sociales que justifican cualquier regla de convivencia y otro menos explícito, al utilizar los ciervos como figuras retóricas de lo que siente una persona al sentirse acorralada y en la mira de otros, que ponen precio a su cabeza, como una caza de brujas. El mensaje es incómodo e incómoda nuestra perspectiva al mirar una película presentada de manera fría, cruda y distante porque esa sociedad puede ser la nuestra. Y en ocasiones políticas, ideológicas, de rituales o religiosas, ya lo está siendo. La histeria colectiva ya es juez y parte, el nerviosismo o falta de paciencia campa por nuestras sociedades ante la indiferencia general, el ponerse en el lugar del otro apenas alcanza una primera reacción solidaria para al acomodarse en el tiempo, sumar fuerzas en un escarnio sin argumentos y sin información contrastada. Lukas ha vivido una pesadilla -y la escena final demostrará que nunca ha de terminar- que bien podríamos vivirla cualquier de nosotros en cualquier momento, para anticipar nuestra angustia ante la diversa variedad de enjuiciamiento pseudo moral de ciudadanos casi sin moral y sin valores, solo con una mera acción como reflejo de que seguimos tratando de definirnos como seres humanos dentro de una jauría que no sabe ni quiere disimular que nuestras sociedades son desalmados cotos de caza de la presunción de inocencia...

 





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