miércoles, 13 de diciembre de 2023

Mil veces y una más juraste que ibas a crecer

Cuando odiamos a alguien, odiamos en su imagen algo que está dentro de nosotros”.

Hermann Hesse.


Las tornas se estabilizaron negativamente en el no discutir -en su concepción democrática-, persuadir o convencer a los que piensan distinto. Las reglas del debate político y social están demode, el discurso alineado está situado en el inquebrantable “pero tu más” y en la dialéctica de la descalificación basada en la ofensa. Los argumentos escasean y solo se apoyan en el insulto, en la diatriba y en el maniqueísmo. Nos dejamos llevar por la ira o por la pasión enceguecida. Esa división política y enfrentamiento basado en identidades es un fenómeno muy instalado que establecen bloques irreductibles y se denomina “polarización”.


Igual que las drogas, son adictivas porque activan ciertos receptores cerebrales, lo mismo ocurre con ciertos contenidos polarizantes”, escribe en su informe libro “La vida secreta de la mente” del neuro científico Mariano Sigman. La polarización no es solo política -que tiene que ver con las ideas políticas-, crece también la afectiva, afectando la vida colectiva. El pensamiento es muy rígido o se vuelcan a grupos con una valoración radical para, en el fondo, pensar menos, delegar nuestro sentido de pertenencia. Se genera un severo problema de convivencia e incomunicación, donde el absolutismo moral radicaliza las ideas y solo se busca en los demás una confirmación despótica de los propios prejuicios y creencias.


No se trata simplemente de una falta de acuerdos. Las sociedades se comprenden de una serie de desacuerdos pero lo que se manifiesta en estos tiempos es una desconfianza mutua. Existen una multiplicidad de diferencias que hacen que las personas perciban que la sociedad estará conformada por “nosotros” contra “ellos”. La viabilidad del grupo solo dependerá de la derrota del otro, y la radicalidad no sólo esperará la derrota sino una incondicional rendición. Los argumentos pierden y ganan los sentimientos. Por eso no nos sentimos identificados ante opiniones válidas de personas con las que no congeniamos. Compramos un todo para intentar llenar un vacío específico, pero acaba siendo apenas una excusa para no pensar, para no ampliar los horizontes mentales.


Una de las consecuencias más evidentes de la polarización vigente es la ruptura, volcándonos solamente hacia lo que sabemos y a quienes conocemos. Esa ruptura nos llevará inevitablemente a un aislamiento, facilitando que tengamos visiones estereotipadas y simplistas del “otro”. Se genera una deshumanización del rival, considerando que no es de fiar en ningún aspecto. Al pasar a ser todo una cuestión de supervivencia por sobre el “otro” no podemos aspirar a un consenso -proceso que resuelve problemas de manera pacífica-. El conflicto funciona cuando se fomenta y se apoya el conflicto y se puede ver al otro como una persona compleja, capaz de multiplicidades que no dejan ser legítimas sus preocupaciones, aunque no se compartan. El entendimiento es una quimera.


Todo posicionamiento político es un posicionamiento partidista. Entonces el neutral es situaciones de injusticia, al no adherirse en forma partidaria pasa a ser cómplice. No nos permiten opinar desde sí mismo, deben tener un soporte político que lo legitime. De la pandemia en adelante, los sobrevivientes experimentan un comportamiento colérico en la diferencia. Las redes sociales funcionan como una cámara de eco, los algoritmos se encargan de aislarte ofreciéndote información afín y solo opiniones que refuercen tus creencias. El nuevo X que reemplaza a Twitter ahora radicaliza de otra manera, en tu muro personal ahora cree conveniente matizar con opiniones de las que consideran que te son enfrentadas, descartando al pluralismo por imposición de lo polarizado que deslegitima otras posturas.


El autoritarismo, populismo y nacionalismo identitarios se vuelven atractivos. Esta tendencia se registra en un momento social donde se proyecta una sociedad inclusiva donde se garantice el derecho y libertades para todos sus integrantes. Somos sociedades de polos opuestos, donde las partes opuestas no están situadas en polos de opinión opuestos, sino que llegan a lo mismo en forma distinta. Resquebraja la calidad institucional de una sociedad. Para evitar preguntarnos el porque de determinados fenómenos que surgen políticamente, el primer ejercicio de moderación es determinar no como llegó al poder sino que ha hecho la otra parte para que ese fenómeno haya tenido ese ascenso. Sería la única manera sensata de poder tender puentes a la normalización democrática y que el otro no sea siempre el origen y fundamento de todos los males y del poco compromiso comunitario reinante...

 




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