martes, 20 de octubre de 2020

Fantasy es un lugar


 “Las lenguas, como las religiones, viven de las herejías”.

Miguel de Unamuno (1864-1936)

En la evolución de la lengua castellana, el XVIII y gran parte del XIX alternó su desarrollo con el influjo del francés como ascendiente tanto en el habla de los pueblos hispanos como en su literatura. En la estancada meseta evolutiva de nuestra lengua -más que la lengua, nuestro lenguaje- la injerencia actual predominante es la terminología en inglés, donde tanta masividad de términos somete a la lengua a una deformación considerable y lleva a suponer que proyecta una imagen personal pobre, superflua, forzada y más de una vez, ridícula. Siempre ha habido intervención de otros idiomas en el desarrollo de una lengua -se puede considerar hasta saludable y enriquecedor- siempre que su incorporación motive la integración de nuevas ideas o conceptos.


Es un fenómeno global, que de tan inmediato, es cambiante e inestable pero suena vulgar transmitiendo una sensación de ignorancia. Tal vez la influencia de jerga tecnológica genera la naturalidad de la incorporación de anglicismos nunca antes utilizados y de un tiempo a esta parte, se incorporan a un limitado vocabulario de la gente en general, castellanizando varios de ellos como “tuitear”, “googlear” o “feisbukear”, generando opiniones expertas que suponen que tal degradación responde a una pérdida de interés sobre la correcta preservación del hablar o transmitir. Suena snob porque todas las palabras tienen una acepción lógica y usual en castellano, pero la publicidad, mercadotecnia, el deporte, la comunicación digital o las mismas redes sociales nos obligan a ser “cool”, “trendy” o “pretty” a la hora de darle algo de altura a un carenciado vocabulario que nos acompaña o rodea. Un efecto secundario no deseado es la perdida de la riqueza del idioma español, ya que las palabras que vamos sumando conscientes o inconscientes no generan armonía musical ni riqueza lingüísticas como suponía en la ultima mitad del siglo pasado y en la voz de un defensor de la palabra como era Jorge Luis Borges, quien determinaba que el inglés era invencible en cuanto a la velocidad lingüística con la que cuenta. Pero el gran escritor argentino se refería a los vocablos más cercanos a un influyo victoriano, no tanto por la avalancha de consideraciones confusas que solo generan desinformación o postureo, como la de nuestros nuevos influencers.


Un uso habitual de tecnicismos confunde, ya que nos da una idea de que se está adquiriendo una experiencia gravitante, sofisticación o soltura en el hablar. La lengua siempre fue un instrumento esencial para la construcción o cohesión social, primando una tendencia purista que apoyaba lo académico de las lenguas nacionales. El problema radica en que no son los puristas -digamos académicos o instituciones oficiales- los que regulan sino que solo dictan o recomiendan las normas convencionales, siendo los usuarios de las lenguas quienes propician finalmente su desarrollo y determinan la norma, por ende estamos fucking jodidos. La colonización del anglicismo es una pesadilla.


Necesitamos un “break” para entender bastantes nuevos vocablos. Debemos recurrir a un “briefing” para saber si son términos en verdad que utiliza el grueso de una sociedad, o estamos influenciados por los nativos digitales, quienes marcan el rumbo dialéctico. Somos víctimas de “bullyingen forma de globalización. En estos casos, más que enriquecernos o facilitar la comunicación, la sensación que persiste es el de la perdida, del fracaso, ya que descartamos de antemano la utilización hasta más efectiva de un termino en castellano. Debemos renovar nuestros “passwords” de nuestros libros de estilo. Si no es necesaria la inmediata aplicación de lo que estamos refiriendo con un anglicismo, se supone que hemos adquirido un adecuado “know how”, que suena más “flow” que la vieja definición de excelencia en nuestra destreza. La duda radica en que, salvo excepciones, no facilita la comunicación general a “full” ni es “free” porque se nos va de la mano. Para trascender todos necesitamos hoy en día “followers” aunque de tanto empleo sin criterio oficiamos una “fake news” de la aplicación en entornos necesarios.


Sorry”, “selfie”, “a full”, “look o lookeado”, "like", "follow", "hello", “please”, “man”, “gym”, “hack tree”, “heavy”, “link”, “off course”, “staff”, “star”, constituyen anglicismos aceptables que no significa que conlleven a un enriquecimiento. Tal vez la constante repetición de estas palabras son preocupantes porque la variedad lingüística en castellano que se utiliza es basta cuando debería ser vasta debido a su frondosa extensión y recorrido. “Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mente” definió en su momento Ludwing Wittgenstein, filosofo austríaco fallecido el pasado siglo. La lengua debe crecer, progresar y adaptarse a lo que necesitamos o lo que desarrollamos en el día a día. La sensación de la diferencia generacional en el hablar se ha profundizado con el salto tecnológico o avance de las Tics. A partir de la generación que aceptamos denominar “millenials” hemos profundizado la sensación de un “chip” integrado que recurren de diferente modo a las expresiones comunes, afianzando un poco más la sensación de que se vive en mundos paralelos con una comunicación en paralelo donde la aplicación de códigos nuevos nos obliga a aceptar el cambio, integrarlo con matices, enfrentar con radical rechazo o sencillamente no entenderlo.


No estoy en contra ni considero una deformación de nuestro idioma por el renovado uso de nueva terminología. Lo que intento redondear en esta entrada es que podemos unificar diversos mundos, el problema es que de seguir reduciendo el lenguaje a un simplismo básico, los que quedaremos fuera del esquema de la comunicación seremos los supuestos eruditos, que aceptando la revolución tecnológica del habla tal vez estemos capitulando un próximo aislamiento social. Pensemos, en el caso que podamos detenernos un instante, si el hablar mal o con redundancia de anglicismos nos pone en el aprieto por un proceso lingüístico transformador que no terminamos de precisar sus alcances y nos daña como sociedad de parlantes aceptando resignadamente que se trata de un mal necesario aunque nos consuelen con el remanido “ntp” (no te preocupes)...

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