lunes, 28 de septiembre de 2020

Tu misteriosa forma me lastimará


 “El hombre es un aprendiz; el dolor es su eterno maestro”.

Alfred De Musset

 

Insistimos en la importancia de la filosofía porque mantiene encendido el germen de la inquietud intelectual. Queremos conocer y comprender, no nos vale la simple curiosidad sino que nos intriga toda aquella cuestión que demore una respuesta racional. La potencia del razonamiento parece estar desaprovechada por la soberbia que minusvalora la capacidad de pensamiento o por las condiciones impuestos de instantaneidad y distracción. Pero aunque queramos solo distraernos, las dudas persisten. Y muchas de ellas lastiman. Y duelen, porque el dolor sigue siendo un tema central y salvo los momentos rutinarios de la vida, la experiencia dolorosa tarde o temprano estará presente y en ese momento, peleamos, lo superamos o claudicamos en la más absoluta de las penumbras.

 

Suele ser personal la gestión del dolor. Podemos profundizar y filosofar sobre su diligencia en general, pero no es trasmitible hacia el personaje exterior la magnitud del dolor personal. Se convierte en una vivencia intima donde las personas cercanas solo pueden tantas veces acompañar, facilitar momentos o tareas, pero no dimensionar o palear. En general no se manifiesta indiferencia al dolor, con el propio se convive dependiendo la templanza y tolerancia pero con el ajeno apenas se puede presumir, y hay veces en que desconfiamos de la magnitud del sufrimiento del que nos manifiesta sufrir. El dolor físico y el sufrimiento moral representan experiencias sociales, pero su proporción generará experiencias diferenciadas y diferenciables.

 

Lo que para mi no es dolor, para otra persona es agonía. Tememos al momento del dolor, nos angustia esa sensación de opresión espiritual que nos fragiliza. El sufrimiento comprende un componente emocional de ansiedad, frustración, impotencia y angustia sin necesidad de la presencia del dolor físico pero el dolor se sufre, padece, abate y recuerda. El dolor requiere de soluciones inmediatas, las crisis dolorosas que se sostienen en el tiempo poseen una llamativa característica, la variabilidad. El dolor que persiste en el tiempo y no presente un diagnostico que repare o contenga genera un doble abatimiento, el físico y el mental, la desconfianza que genera en uno mismo la imposibilidad de avanzar hacia la gestión o solución del dolor. El dolor físico cuestiona al que lo padece porque se pierde la perspectiva al no poder identificar la fuente del pesar.

 

Duele asistir a las penurias de un enfermo cercano. Se busca en la mirada del sufriente un gesto que permita suponer cambios positivos. Se intenta inundar de positividad a un mensaje continuo de dolor. Se aspira a que la situación, aunque sea ya prolongada, sea pasajera. El sufrimiento, a pesar de sus diversas dimensiones, unifica porque desconecta, oscurece y hasta incomunica, ya que ante tanto dolor no podemos obtener más datos que el lacerante “me duele”. Se debe mantener la calma pero tantas veces se le trasmite más inquietud aún a aquella persona que sabemos que sufre, pero que no nos sabe explicar la situación o no nos trasmite en el tiempo un matiz de posible remisión. A veces la sensación continua del dolor puede generar abandono, distanciamiento, indolencia, enojo y hasta insolencia en el trato al enfermo. Nos cuesta soportar la carga de dolor ajeno, nos aleja. El dolor que es un adversario exterior nos enfrenta al enemigo interior del sufrimiento.

 

El dolor es una de las experiencias mas desagradables pero plenamente subjetiva. Tiene un carácter privado que dificulta su dimensión, a veces la fiebre, la coloración en la piel, un bulto, una herida pueden brindar herramientas o signos que a los personajes externos le permitan en parte dimensionar un problema médico. El dolor se puede relacionar con una angustia física diversa aunque no sea suficiente para un diagnostico; pero el sufrimiento nos manifiesta o sugiere un estado emocional o psicológico que nos oprima y se potencia con el miedo, la angustia, la incertidumbre o la ansiedad. Nadie sabe como va a experimentar el dolor su compañero más cercano y a veces, siquiera puede externalizar la experiencia dolorosa. Y también tenemos dolores sin lesión, somos un organismo muy diverso y complejo.

 

El dolor o el sufrimiento te suelen alojar en un espacio vacío donde a pesar de toda la compañía posible, muchas veces no alcance ni se visualice. La persistencia de la situación se interioriza tanto que no suele ser posible su discusión pública, como si fuera un ámbito exclusivo íntimo. La pregunta de un extraño ante como se encuentra el dolido puede arrojar la sorprendente respuesta -del que sufre acompañando- de que se está bien. A veces avergüenza incomodar al cercano no tan cercano, con un componente que en realidad forma parte de la realidad del vivir. El dolor o el sufrimiento nos coge siempre de sorpresa, nos intimida y a veces nos ruboriza. Schopenhauer consideraba que el sufrimiento estaba presente en todo lo que veía. En este caso, el filósofo alemán lo definía como una voluntad contrariada a la voluntad de vivir.

 

La sensación -muy personal- es que la medicina fracasa en la mayoría de las enfermedades porque no saben tratar el componente anímico, espiritual o del alma, ya que si todo lo que auscultan o analizan está en buen estado, no amplían la asistencia, el cuidado o comprensión del sufrimiento, que lamentablemente puede ocupar todo el espectro de la mente. Se estudia el tema anatómico, fisiológico, fisiopatológico o terapéutico del dolor pero escasamente se afronta el problema del sufrimiento, que suele ser experimentado por las personas, no por los cuerpos. Sufrir no es solo un padecimiento, es dolor, pena, disfunción, alteración o todas estas cosas juntas. Si bien se trata de algo personal, es bueno compartirlo. La experiencia de uno -aún no resuelta- puede abrir el camino de otra alma en conflicto que sin evidencia médica, pena en silencio tratando de no despertar sospechas.

 

Escribo sobre la gestión del dolor porque ya forma parte de nuestra ansiedad social. Luchamos tantas veces para evitar el dolor y a veces es en vano. Al hacerse crónico nos podemos abandonar a un esfuerzo inútil. El dolor crónico ya comprende a uno de cada cinco habitantes, quienes ven mermados aspectos sociales, laborales o familiares. No podemos creer que el dolor siempre es pasajero, que se vuelve pronto a la monotonía de la normalidad. Muchas veces es un tratamiento prolongado sin tratamiento, donde el fracaso puede ser diario. Dicen que la aceptación es parte importante del proceso como inicio de un camino tolerable. Experimento dolor físico hace años, vagando como conejillo de indias por departamentos médicos o terapias y alimentando el ya poblado “cajón de sastre” -como conjunto de cosas diversas y desordenadas-. Pero escribo hoy no porque me duela más sino porque estoy experimentando el sufrimiento por el dolor cercano, padeciéndolo desde principios de año y desgastándome de tal manera que lo que siento es una nueva variante, un dolor rabioso que filosóficamente hablando, me otorga una alta dosis de amargura a mi existencia…


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