lunes, 14 de septiembre de 2020

Esa triste canción de amor de la vieja molienda



El café vienés es una institución muy especial, incomparable con ninguna otra a lo largo y ancho del mundo”.

Stefan Zweig


Las cafeterías son aquellos lugares donde se consume tiempo, charla y espacio, pero solo aparece el café en la cuenta. Cada edad y grupo social suele tener sus cafés de referencia, es cuestión de sentarse y observar en distintos horarios, el cambio de la clientela que les frecuenta. En las mañanas y media tarde los pensionados y grupos; a media mañana y medio día, los profesionales; estudiantes y artistas de vanguardia, anónimos y simples aficionados a partir del inicio de la tarde; los profesionales, nuevamente a la caída de la tarde; y una amalgama de edades y estratos sociales en el nacimiento de la noche, para tertulias, lecturas o tomar un café en compañía o en soledad. Al momento de mencionar la cultura del café en un bar, son varias las referencias a utilizar. Desde finales del siglo XVII y fundamentalmente durante el momento dorado del XIX, el café vienes suele representar el saber vivir de un crisol de culturas y la práctica social por excelencia en la historia de la ciudad.


En aquellos cafés se podía leer libros y periódicos -nacionales y extranjeros-, escribir, componer, recitar, jugar ajedrez o billar y organizar miles de tertulias o conversaciones sobre música, arquitectura, arte en general, política -a partir de 1900- y el intercambio de ideas. Pero también era un lugar donde se privilegiaba el relajo y el silencio, el culto a la contemplación como forma de pasividad activa y atenta era fundamental en la dinámica de los cafés. “De lo que no se puede hablar, lo mejor es callarse”, frase aún necesaria de vigencia de Ludwing Wittgenstein que se complementa con esta otra, del escritor vienés Alfred Polgar: “Se sienta la gente que quiere estar sola pero necesita compañía”. Sin la importancia que tomaron los cafés como actividad social en Viena, no se hubieran producido parte de las grandes obras culturales europeas. De ahí que la Unesco los declarara en 2011 como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.


Parte de su personalidad radicaba en una especie de club democrático abierto a toda persona que a cambio de una contribución monetaria de un café -y tartas vienesas- a buen precio para estar sentado durante horas y poder conversar, escuchar, jugar cartas y hasta recibir allí su correo personal. Un café de categoría contaba, además, con la distribución completa de periódicos y revistas literarias y artísticas -nacionales y extranjeros-. En sus inicios, las noticias generadas en los imperios alemanes, franceses, ingleses, italianos y americanos se sumaban a la realidad del imperio austríaco. Se sabía de primera mano lo que sucedía en el mundo, contribuyendo a una desenvoltura intelectual y a una visión cosmopolita de la ciudad de Viena. Los cafés como escenario de grandes episodios, desde la irrupción de las tesis de Sigmund Freud sobre el psicoanálisis -en el café Landtmann- a los poemas líricos de Hugo von Hofmannsthal -en el café Griensteidl, a las borradores de Thomas Bernhard -en Café Bräunerhof- y las partidas de ajedrez de Leon Trostsky -en Café Central- mientras programaba la revolución de Octubre en Rusia, ellos y muchos más escritores, pensadores, músicos, médicos o diseñadores transgredieron las normas para crear un nuevo mundo donde convergieran cambios propios del ocaso de una época monárquica e imperial a una transición de cambio de siglo que captara una historia de amor y orgullo de un tiempo pasado y dorado de las bellas artes, ópera y academias.


El siglo XX acuñó a la ciudad de Viena como capital cultural de la modernidad en el centro de Europa. Fuera del ámbito público y la privacidad del hogar, el interior de estos “terceros lugares” esenciales -no existía control sobre la vivienda, abundando la construcción de pequeñas casas, que estimulaba y obligaba a trasladarse durante horas a los cafés- estimularon la creatividad y el surgimiento de nuevas ideas, todo a través de un acto sencillo, la relación entre individuos y la visibilidad, exposición o control de la dimensión social. Cuanto más se frecuentaba esta cultura del café, mejor se conoce y más se frecuenta. En la actualidad, Viena cuenta con mil ochenta y tres cafés, novecientos kaffe-restaurants y ciento ochenta y un kaffe-Konditorein -confiterías que producen y venden su propia pastelería- y para definir sus orígenes, no se puede discernir sobre dos teorías que definen a Jerzy Franciszek Kulczycki -noble diplomático y espía en la contienda contra el imperio Otomano- o al comerciante armenio Johannes Theodat como el primero en montar un café vienés.


A partir de 1920 adquieren una nueva dimensión al convertirse muchos de ellos en “cafés de clubes de fútbol” donde dirigentes, aficionados, periodistas e incluso jugadores y entrenadores ocupaban un lugar en el café para discutir de fútbol, festejar las victorias o debatir sobre las derrotas o polémicas. Cada aficionado tenía plena información donde encontrar a sus referentes o ídolos, añadiendo al fútbol entre las actividades del debate vienés. El escenario más habitual era el Ring-Café, definido como un parlamento revolucionario de amigos y aficionados del fútbol. Cada aficionado debía postergar la pasión por sus colores ya que en este café, estaban presentes casi todos los clubes vieneses y se priorizaba el análisis de los conceptos del juego. El café Holub se convirtió en la cafetería del Rapid; el Parsifal reunía a los aficionados del Austria; el Atlas-Hof acogía al Hakoah judio -desmantelado tras la persecución racial nazi-; el Resch, del Walker y los del Simmeringer en el café Syrowatka.


El café de Viena es legendario, de renombre internacional, símbolo socio cultural de la capital austríaca. Los de mayor renombre han perdurado en el tiempo, recordando que en sus sillas han estado personajes como Johann Strauss, Sigmund Freud, Hermann Broch, Gustav Mahler, Gustav Klimt, Alfred Adler, Karl Krauss, Stefan Sweig o Peter Altenberg. Su actual clientela es ecléctica, dominada por vieneses retirados, jóvenes indies y turistas en general. Todos buscan más la foto del mobiliario historicista -casi todos decorados con un taburete nº14 de la fábrica Thonet y las típicas mesas de centro con tableros de mármol- que reflotar aquel ambiente innovador de artistas que desafiaban los códigos burgueses de la vieja monarquía con nuevas ideas que pudieran cambiar el mundo...






No hay comentarios:

Publicar un comentario