miércoles, 17 de junio de 2020

No hablaré del final


“Soledad: una dulce ausencia de miradas”.
Milan Kundera

El año comenzó con las dudas sobre la motivación de seguir nutriendo esta bitácora. Escribir, en mi caso, parece seguir un dictamen de motivaciones que requiere de una especie de magia para renovar el vínculo. Con la práctica comprendí que aunque no sea rentado, es un oficio, y a la hora de abordar una tesina, trabajo de la universidad o desarrollo de una memoria laboral, contaba con un plus, un callo previo que encaminaba las primeras carillas sin preocuparme. Pero a veces se hace cuesta arribar sentarte y seguir una línea habitual de temáticas, si bien los temas suelen aparecer cuando menos lo esperas, comienzan a pesar esos días donde si bien la página no está en blanco, si parece estarlo mi nivel de motivación.


Si lo buscas en la web, cantidad indigente de adoradores tecnológicos te hablarán de técnicas -varias de pago- para aumentar la exposición de tus escritos. Suelo navegar para ampliar información de los temas que abordo y en este caso el buscador insistió en diversas formas para expresar cuando se debe dejar de escribir en un blog. Las respuestas son obvias, casi todas comerciales y con el estilo copipega que ha obligado la necesidad de agudizar el olfato para encontrar notas verdaderas y útiles. La web está plagada de información sin sustancia. Si es la web la que marca tendencia no lo sé, tal vez la insustancia sea señal clara de lo que somos y trasmitimos. Pero las búsquedas suelen arrojar verdaderos hallazgos y aspiro a que mis entradas alguna vez generen la misma sensación que dispara mi adrenalina.

Los pitonisos influencers de la 2.0 aseguran que la falta de motivación conlleva al abandono de un blog personal. La pasión es la que sostiene un proyecto, más allá de que la aspiración inicial era simplemente desarrollar un placer en la escritura. Seguramente he buscado el éxito porque podía escribir sobre lo mismo en cuadernos que quedaran olvidados en el tiempo. Tal vez abrí un blog porque entre mis amistades no vislumbraba a ningún Max Brod que quebrantara un juramento de quemar mis estériles papeles abandonados, regalándome la inmortalidad que lamentablemente, solemos necesitar en nuestras búsquedas de realización. Comencé en 2013, ya pasados siete años de aquella primera entrada y cuatrocientas largas publicaciones después, imagino que el final debería estar pronto, porque he sido tozudo pero estéril en propiciar mi propio descubrimiento.

Sería material invalorable para la terapia el consultar si uno escribe en un blog para lograr trascendencia y ascendencia. Nunca lo planteé, solo he sostenido charlas sobre mi obstinada decisión de escrituras largas que contrarían la cómoda tendencia de lecturas cortas. Se me ha dicho que no se me leía porque mis escritos no eran funcionales para esos escasos momentos en que nos encontramos con nosotros mismos y nuestras ganas de leer. Era un piropo cómodo para no desairarme, pero no me amedrentaba sino que me posibilitaba una heráldica orgullosa de seguir escribiendo largo. Era tal vez la manera inmadura de enfrentar esta explosión tecnológica con todo al alcance de la mano con la intención de ofrecer algo distinto. Pero juro que duele tener un blog de cuatrocientas entradas casi sin comentarios. En mi favor nunca me topé con una critica despiadada de los que las redes se han hecho adicta, tal vez en homenaje a las épocas de la inquisición. Pero siempre he estado preparado para contestar críticas, tengo el defecto de tratar de fundamentar siempre mis accionares y razonamientos. Pero el silencio del grillo en aquellas tardes de campo ha sido atronador comparado con el mutismo de las reacciones de mis entradas.

Pero no sé si puede ser el motivo de la desmotivación que me invade. Quiero creer que mi cuerpo pide otra cosa, una prolongación de este ejercicio semanal. La facilidad de encontrar temáticas, la búsqueda de información y el desarrollo de la entrada me obliga a pensar que debería pasar a otra instancia. Los proyectos tienen un principio y un fin y debería ser yo el que se diera cuenta de que algo se termina. Renovar entradas donde algunos amigos ponen el “me gusta” pero no genera ruido de comentarios orales o escritos parece como prolongar la agonía de este supuesto entretenimiento. Cuando sucede el desconsuelo suelo regresar a las temáticas literarias porque creo que el abrigo ideal sigue siendo los libros y sus autores. Nunca he sido una rata de biblioteca sino un aprendiz de artesano que intenta aprender procesos al tiempo que comunica. No te voy a dar nunca la solución a mis dilemas, mi pasión literaria solo se apoya en situar y situarme sobre las cosas que nos rodean, no me gusta esa sensación ficticia que nos están dando las cosas masticadas -como pregonan las redes- porque en el fondo creo que sucede en que no hay mucho para mascar en esta actualidad. Si escribo sobre literatura, la idea es que el que lea esto que lea, que busque el libro pero no que repita lo dicho por otro. Leer es un ejercicio personal, ser un farsante tal vez un estilo colectivo.

No me harta dedicar horas a este ejercicio, no me cuestiono si soy o no bueno o si mis caminos siempre son larguísimos por lo que todo en mi recorrido tarda en llegar. Me aburre escribir en piloto automático, cumpliendo organigramas mentales propios. Mi meta creo que ha sido siempre la de ser escritor y no ha podido ser -hablo de las luces del reconocimiento que ensalza el ego, determina el éxito y posibilita una cuenta corriente-. Si hasta me agobia cuando las personas consideran mi veta destacada para monetizar porque no era la intención, cuando uno es pequeño y siente una vocación es raro que lo sienta como para aspirar al dinero, eso llega con las necesidades sociales post adolescentes. Tal vez no me he despedido aún por el temor de que nadie se dé cuenta tampoco de eso, que de a poco me voy abandonando y tal vez resignando a ser habitúe al copipega anodino que nos domina…

No hay comentarios:

Publicar un comentario