jueves, 19 de diciembre de 2019

Paralizándome


“Si estáis resuelto a no más servir, seréis libres”.
Etienne de la Boétie

Se debe entender que en realidad, el ser humano es débil. Se suele filosofar con énfasis sobre libertad, ideales, afán de justicia, valentía. Más allá de que es lógica la división entre valientes, héroes, anodinos, cobardes, tibios,  indiferentes o prudentes, a todos nos iguala una primera reacción: sucumbir ante el poder de una sola persona, ya sea porque su liderazgo aparente ser positivo o se trate de un tirano, mentiroso y lo que es más habitual en estos tiempos, manipulador o corrupto. Esta persona que nos domina no goza la mayoría de las veces, de dones especiales que lo puedan hacer único. Su talento puede venir dado por el histrionismo o el afán de liderazgo autoritario, que envuelve en un primer momento a sus adoradores para, al poco tiempo, convertirnos a todos en prisioneros o rehenes carentes de libertad y autonomía.


Este fenómeno recibe el nombre de servidumbre voluntaria. ¿Cómo es posible que tantos hombres, tantos pueblos, tantas ciudades, tantas naciones soporten a veces a un tirano que no dispone de más poder que el que se le otorga? ¿Cómo un pequeño número obliga a millones a ser serviles, a observar, a aguantar sin resistencia? Ante esta ausencia de asombro, finalmente nace el asombro. Países quebrados pero obnubilados por falsas sensaciones de justicia y reivindicación, se dejan dominar y esclavizar por una sola persona y por más que a sus seguidores les acumules pruebas en su contra y se las arrojes al rostro, no pierden ápice de fanatismo y servilismo. Y la duda cruel es ¿Qué deben hacer los otros, los que no sienten ese magnetismo ni son representados por esa serpiente?

Vivimos en una época donde vitoreamos con exacerbación las cosas buenas que pueda hacer nuestro gobernante -que si lo pensamos apenas un poco, es su obligación y para eso están en ese lugar- y callamos o negamos de manera rastrera los errores, horrores, impericia, corrupción o negligencia que a cada rato alguien descubre. Somos corporativistas con la delincuencia, y todo por una absurda consecuencia con un “dios” o “líder” que solo sería un administrador de todos nuestros recursos y al que no se le debería permitir la mínima trasgresión en sus funciones. Sufrimos las rapiñas, crueldades, arbitrariedades y venganzas de un personaje ruin que habla de una patria que nunca ha combatido en su nombre, sino que la esquilmó y grita o ha guionado un relato tan absurdo que a un ciudadano común ya no le quedan ni ganas de combatir, llegando al extremo de bajar los brazos. ¿Somos cobardes?

La sensación es evidente, no habría necesidad de combatirle, simplemente con una indiferencia activa y una resistencia basada en convicciones, se desmoronaría el poder con solo no darle nada, ni escucharle. Es una realidad que nos dejamos dominar y maltratar y que una persona mina la voluntad de millones. Cada día, cada año, cada década, la historia de la humanidad nos signa con tiranías o sistemas despóticos que nos privan de libertades, sueños, estabilidad e ideales. Y nos confundimos porque seguimos creyendo que una tiranía es producto de un golpe institucional en los Estados. Cómo los votamos, creemos que son democráticos, porque es un designio del “pueblo”, concepto que cada día ahoga más y solo representa la injusticia de la mediocridad o la pasión del ignorante. El grado de confusión es tal, que ya no nos asombra el tirano allí en la cima, sino el servil vecino, familiar, amigo o conocido que lo defiende sin raciocinio, sin ideal y casi sin recursos, como que apoyándose en un fanatismo obtuso pueda ser el camino para tener en la vida las cosas que por azar, responsabilidad, causalidad o casualidad no ha tenido en mucho tiempo o no tendrá en toda su vida. Ese inadaptado nos mina tanto o más que su líder perturbado.

La palabra libertad goza de tantos atractivos, figura en toda conversación, discurso, ideal de cualquier joven y hasta adultos, en los libros de ficción o ensayo, en las letras musicales. Esa libertad no consiste en hacer cualquier cosa producto de nuestros deseos o ganas. Alguien nos manipuló con una historia religiosa y social donde la libertad o libre albedrío es el primero de nuestros derechos y la mejor de nuestras cualidades. La libertad tal vez responda a una necesidad de ilusión interna que sucumbe a conceptos como justicia, riqueza o jerarquía que nos lleva tantas veces a confundirnos y tratar de ser lo que no somos y tal vez no queramos ser. Más que libertad, lo que la humanidad tal vez necesite es sentir todo el tiempo la necesidad o pasión de defender el concepto. El tirano en nombre de esa libertad exige, roba, fuerza, destruye, mina e invade, pero lo maravilloso es que dice que lo hace por nuestro propio bien. Pedimos libertad tal vez, porque sepamos que es un sentimiento que apenas es interno, que tal vez no exista. Y si existe, y lo alcanzáramos, volveríamos a caer y perderlo. Nos debilitamos para que ese tirano recupere fuerzas y retorne. A su regreso, a la primera de cambio nos demuestra que otra vez ha mentido, que no ha cambiado y lo que es peor, es que no hemos cambiado nosotros, y hasta parece que nos merecemos este destino. Ese personaje oprimido lo único que desea no es mejorar con su esfuerzo o abnegación, solo desea el sometimiento de las clases sociales que él cree que le oprime. Es un goce perverso del militante esclavizado.

El ser humano se deja someter, es la increíble conclusión. Y busca y se da a un tirano. Este los asusta para que le sigan sin condicionantes, inventando enemigos y tergiversando la historia. Pero el problema de la falta de libertad, perspectivas y la servidumbre que aceptamos no proviene de afuera de nuestras sociedades, viene de nuestras casas. El hombre pierde la libertad al ser engañado, pero la mayoría de las veces el engaño es a sí mismo. El tirano solo aprovecha la candidez natural que nos asiste al grueso de los hombres. Si miramos el siglo pasado tenemos una secuencia de violencia “revolucionaria” que ha postergado a miles de personas, que les ha hecho olvidar, no mirar o refugiarse en ese miedo silencioso que las armas, extorsión, violencia y amenazas de fuerza extrema o pérdida de la vida conllevan. En estos tiempos la violencia es institucional, está dado por las mismas instituciones y representantes que nos deberían solamente asistir. Los votamos, les damos carta blanca y los seguimos con un odio alarmante, pero ese encono es solo hacia la gente de su misma condición o para lo que represente la oposición a su líder. Necesitamos de décadas de oprobio para recuperar la memoria y buscar, aunque sea, cuatro años de normalización, sabiendo que la violenta insistencia por regresar a las instituciones dará su fruto. Les abriremos la puerta, les daremos carta abierta a la impunidad y seguiremos entre todos cantando a un concepto, que cada día es más concepto y que se llama libertad…

PD: Lo más triste es que el concepto de servidumbre voluntaria lo instaló Étienne de la Boétie con una carta requisitoria llamada “el contra uno” o “El discurso sobre la servidumbre voluntaria”, escrito en el año 1576. Han pasado tantas generaciones y seguirán pasando, que en busca del grito sagrado de “libertad” se olviden de algo esencial para la evolución, que es saber leer, interpretar y actuar, pero en consecuencia… Qué lastima es tener conocidos o amigos que sean tan ingenuamente ignorantes. Hubo una época en mi vida que la candidez era romántica, hoy es solo hastió…


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