domingo, 21 de octubre de 2018

Ya no hay fábulas en la ciudad de la furia


“Desde las alturas de la razón, la historia se parece a una fábula.” 
Théodore Simon Jouffroy

En el inicio del siglo XX prácticamente estaban en extinción, a pesar de que sus finalidades especificas seguían siendo demandadas: divertir y llevar a reflexión sobre alguna temática. La estrategia de utilizar personajes inanimados para recrear situaciones reales que estimulen la introspección y al análisis de una moraleja siempre existente, despertaba la primera curiosidad de los niños. La sabiduría era el valor fundamental de este género literario, ya que a través de una historia constructiva se invitaba a comprender un fondo moralizante. Las fábulas siempre fueron una composición narrativa breve de extensas posibilidades para ser aplicada en la educación de los niños.


Y no tenemos claro cómo se originaron. Si bien se puede desconocer su procedencia, lo que sí sabemos es que estuvieron presentes en tiempos remotos de occidente, como de oriente. Las primeras que casi todo niño escuchó fueron las fábulas de Esopo. Pero Félix María Samaniego, Lev Tolstoi, Jean de Lafonteine, Babrio, Cayo Julio Fedro, Tomás de Iriarte, José Nuñez de Cáceres, los hermanos Jacob y Wilhelm Grimm, Rafael Pombo, Leonardo Da Vinci, Gotthold Lessing, Augusto Monterroso o el mismísimo Frank Kafka, entre tantos, supieron desarrollar con pericia estos relatos cortos, recuperando y conservando su esencia. Era una formula necesaria, la de saber combinar cultura y enseñanza.

Al ser una narrativa de naturaleza oral, causaba extrañeza, pero encandilaba al oyente. La historia contada desarrollaba la imaginación y creatividad, despertaba un interés particular y al mismo tiempo, aumentaba el apego. La fábula al tratarse de un género que se repetía entre generaciones también gozaba del componente de la tradición. Desde que el mundo es mundo repetimos historias que nos han ido contando. En la antigüedad los cuentos orales eran la única forma de transmitir el conocimiento de las diversas generaciones y su contenido sintético ha permitido la capacidad atencional para luego poder repetirlo, perdurando sus enseñanzas y valores como normas de conducta.

“El perro iba cruzando el río en una tabla, con un trozo de carne entre los dientes, él se vio reflejado en el agua y pensó que había otro perro cargando carne en el río; dejó caer su carne y se precipitó para agarrar la carne del otro, pero aquella carne no existía, y la suya, el río se la llevó. Entonces el perro se quedó sin nada”. De la fábula “El perro y su sombra” se puede explorar buena parte de los males de los seres humanos: no nos contentamos nunca con lo que tenemos, y al no valorarlo, lo solemos perder. La codicia es una debilidad humana que suele ser muy castigada. Y lamentablemente, un texto permanecerá vivo y vigente mientras ofrezca el recuerdo de algo no resuelto en la condición humana.

Se trata de una literatura sumamente útil, pero de la palabra fábula solemos sacar diversas acepciones. En estos tiempos es habitual definir a una persona con imaginación desmedida y poco fiable como fabulador. Una misma palabra puede acaparar demasiadas definiciones harto distintas causando confusión. La fábula como género literario siempre tiene una intención moral, por lo que resulta llamativo que cuando queremos silenciar a un mentiroso o que inventa tramas o habla sin fundamento, digamos “no fabules más”. Todas sus acepciones registradas en la Real Academia Española son correctas, quizás porque la raíz provenga del latín fabula que significaba hablada o habladuría. La contradicción es fantástica, ya que las habladurías dividen a las personas, despertando celos, envidias y enconos. Y esas fábulas escuchadas o leídas de pequeño forman parte del arte de la tradición que se sigue transmitiendo.

En la antigüedad, los pueblos de diferentes culturas se sentaban juntos para escuchar historias que refrendaban sus tradiciones y apego. Generalmente estas historias eran contadas por los ancianos, quienes a través de su experiencia, recordaban legados que luego se repetían para transmitir la historia al tiempo que los mitos o costumbres también permitían mantener sus dialectos. El relato de la experiencia de los demás era el aprendizaje propio para poder continuar con la tradición y reforzar el acervo. La fábula estaba hecha para ser escuchada y luego contada, de manera que circulara y atravesara fronteras y culturas, dándolas a conocer para difundir y circular libremente los conocimientos. Un anticipo a menor escala de lo que hoy denominamos cultura o aldea global.

Lo que tampoco está claro es que se escribieran las fábulas para los infantes. Las fábulas actuales aparecen con exclusividad en la literatura infantil. En la antigüedad podían conferir una abstracción a la formación de los individuos de una manera lúdica. La utilización de ficciones alegóricas y su personificación con animales irracionales, objetos inanimados o ideas abstractas podrían venir dada para suavizar la realidad que una fábula no fuera otra cosa que la cruda realidad de la historia de los errores del espíritu humano contado con metáforas o a veces sátira, haciéndolas, además entretenidas y divertidas las moralejas, más digeribles. En definitiva, un trovador anónimo traslada narraciones orales atemporales sin precisar nombres y dando la sensación de que esas historias de debilidades humanas y confrontaciones provienen de bien lejos y no como símbolos de nuestras conductas habituales.

En la educación primaria es habitual trabajar en valores a través del uso de cuentos y fábulas. A causa de una evidente falta de principios, se encara esta crisis con argumentos que puedan aportar soluciones y seguridad ante los diversos dilemas que genera este trance. La fábula, rica en carga simbólica, permite enseñar sobre la conciencia más inmediata, que se pueda aplicar en el entorno más cercano y permita ser mejor persona, tanto con uno mismo como con los demás. Además, este recurso didáctico permite a partir de un proceso de lectura narrativa que genera agrado, el poder debatir sobre los valores de vivir en sociedad y lo necesario que resulta la convivencia. Si te toca recordar tus lecturas de niño de las fábulas de Esopo -mi caso- o de Samaniego. Lafonteine o Tolstoi -dependiendo de las costumbres de tu país de origen- tendrás que reconocer que, al insistir en el esfuerzo por tratar de sacar adelante tu proyecto de vida, te ha de venir a la memoria lo que no hizo la zorra cuando no pudo alcanzar las uvas. Tal vez aquel que desiste por vergüenza, no habrá tenido de pequeño, la posibilidad de comprender que, para conseguir desarrollarse, debemos enfrentar dificultades, y no por eso, perder de inmediato el interés o la motivación…

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