sábado, 7 de octubre de 2017

Para juntos practicar nuevas formas de encarar

“Escuche, amigo mío: somos todos unos ladrones. Pero, a fin de cuentas, sólo seremos juzgados por dos cosas: por aquel a quien hemos elegido desvalijar y por lo que hayamos hecho con ello”.
Martha Graham – Bailarina y coreógrafa estadounidense.

Indudablemente leer es una gran conquista personal. Al acceder a un buen material de lectura, uno se concentra en el pensamiento de otra persona, lo que nos permite ampliar nuestra mira por el simple acto de apertura; pero el verdadero trabajo se genera al reflexionar y acceder a nuestro propio punto de vista, a la evaluación de lo que incorporamos. De la evaluación sobreviene la evolución.  Generalmente, el que incorpora nuevos conceptos abre la puerta de nuevas dudas, necesita otra indagación. Leer quizás te haga feliz, pero paradójicamente leer te puede hacer sentir más incompleto. Y el acto de leer no lo es todo, es fundamental que exista inteligencia.


Uno es lo que ha leído y también es lo que no ha leído. El bagaje nos acompaña, nos reconoce una persona distinta en distintas fases de su desarrollo. Leemos y avanzamos, leemos y comprendemos, leemos y más fácil razonamos. Leemos y somos. Leemos y podemos explicar. Al leer buscamos, cuanto más leemos, más buscamos. Es una pasión que te hace bien, aunque te hace mal. Porque en más de una ocasión leer es sufrir, leer te hace sentir solo, leer te duele. Pero no duele la lectura, duele entender que el conocimiento puede ser contundente para definir la ignorancia que nos rodea, que nos antecede y que vamos a legar a otros fervorosos que deseen razonar la información existencial.

Tantas veces al leer se deshace parte de nuestra esencia. Supongo que eso es crecimiento, aunque asuste o duela. Somos lo que somos, pero somos algo más cuando algo en nuestro interior, se deshace. Creemos que alguien que cambia de punto de vista es porque no tiene criterio. Y no es así, el cambiar de prisma puede ser considerado crecer. Lo que se debe discernir es si el que cambia de parecer es o no inteligente. Si no lo eres, no tienes criterio propio por el mero hecho de no cultivar un criterio. Si te detienes a razonar otro pensamiento, la posibilidad de reconocer un error propio enquistado no es malo, simplemente es necesario. Uno vive tantas vidas como experiencias tiene en la evolución. Como tantas veces estamos errados en las expresiones, evolucionar no es solo perfeccionar, sino cambiar, replantear, dudar y atreverse a reformular. Eso es seguridad.

Encontrar tiempo para poder leer es de valientes. Ser valiente es enfrentar los miedos o dudas, ser valiente no te hace ganador, porque muchas veces ser valiente te puede arrastrar a un torbellino de dudas o replanteos, a perder parte de tu seguridad, ceder tu zona de confort. Ser valiente te permite reconocerte insignificante. Además de generar valientes, el leer te hace más humano y te provee de humanidad. Humanidad que se refiere a la propia, y a lo que incorporas de otra persona, porque tu humanidad es el resultado de impregnarte de otro, de enlazar en tu corta existencia, la reflexión o perspectiva de pensadores de otros siglos, la humanidad nos permite ser más civilizados.

“El hombre verdaderamente grande es aquel que en medio de la multitud mantiene con absoluta gallardía la independencia de la soledad”, en estos tiempos de calles convulsas, la frase de Ralph Waldo Emerson -escritor, filósofo y poeta estadounidense del siglo XIX- sostiene una vigencia que lastima. Tantas veces aferrarse a la libertad de estar solo, nos puede preservar del horror de las actuaciones colectivas sin reflexión. Tomar distancia no es aislarse necesariamente. Detenerse no es estar estático. Animarse a disentir a una multitud no es trasgredir, puede ser una muestra de cordura propia, de permitir reconocer que el criterio individual bien desarrollado, no se absorbe ni amedrenta por las masas. Lo escribí hace poco, no porque muchas voces digan lo mismo, han de tener razón. Simon Leys, seudónimo de Pierre Ryckmans -escritor, crítico literario belga- expresó: “Las palabras son inocentes; no hay ninguna perversión en el diccionario, ésta se halla en todas las mentes y son éstas las que habría que reformar”.

Tenemos la particularidad de ser frágiles y omnipotentes al mismo tiempo. Las pequeñas desgracias que importan nos hacen ver que somos vulnerables, pero mientras tanto, nos suele arropar un aura de omnipotencia que nos hace perder la humildad del criterio. La observación constante de la realidad puede ser el mejor ansiolítico para sostener la humildad. Si repetimos dogmas leídos o doctrinas gritadas desde púlpitos, tantas veces comprobamos que estamos alejados de la realidad, y con un simple vistazo podremos reacomodar conceptos, al tiempo que recuperamos la suavidad de la moderación. Recapitulando: leer es crecer, ser inteligente permite crecer en lo leído y la moderación es la llave a la humildad ante lo que se incorpora de la lectura.

“Quién lee vive más” es un eslogan que no profetiza que vivamos más tiempo, tal vez quiere decir que solo vivimos una vida, pero si leemos estamos viviendo también, otras vidas, lo que me devuelve a una frase de Jorge Luis Borges, quién reconocía “estoy más orgulloso de los libros que he leído que de los que he escrito”. La lectura inocula vida, lo presiento cuando encaro un libro, cuando estudio una asignatura, cuando preparo estos insignificantes escritos, cuando de tanto goce paso a sentir intensos vacíos, cuando se me rebela una respuesta y de inmediato me surge una nueva duda. Eso es vivir para algunos, este escriba incluido. La ignorancia es el peor enemigo de una larga vida. No adhiero que el ignorante es el más feliz de los mortales, solo es el menos comprometido.


Leer más para vivir mejor, entonces puede surgir como corolario. Un libro abrirá una puerta, y al franquearla, uno ya nunca será el mismo. A mis espaldas me observan Camus, Dickens, Saramago, Marai, Sampedro, Marías, Orwell, Shakespeare, Onetti, Borges, Canetti, Muttis, Vargas Llosa, Grass, Hrabal y tantos otros al que les abrí la puerta de mi intelecto. Sin ellos, no tendría la capacidad de observación y reflexión que creo tener. Me viene a la mente una duda que me trasmitió un querido amigo, cuando ya era evidente que el relato oficial de una presidencia, contrastaba con la corrupción y soberbia que sus actos derivaban. Mi amigo reconoció dudar si eran en verdad mentirosos y corruptos, porque entre sus seguidores destacaban personalidades de enorme respeto e inteligencia. Leer abre vidas, pero no lo es todo. Y me apoyo otra vez en Simon Leys para terminar: “Las más altas inteligencias no dicen menos tonterías que el común de los mortales; simplemente, lo hacen con más autoridad”, de allí que la lectura y la inteligencia me obliguen siempre a caminar sobre mis pasos, cuestionando lo que creo hasta ese momento, y esto aunque parezca mentira y una pérdida de tiempo, esto es vida…

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