lunes, 12 de junio de 2017

Gente germinando esperando el sol


“Pocos ven lo que somos. Pero todos ven lo que aparentamos”
Nicolás Maquiavelo

En los años veinte del pasado siglo, José Ortega y Gasset manifestó en sus diversas charlas, conferencias, estudios o críticas, el papel preponderante que debía alcanzar la juventud para lograr el cambio, a mejor, de las sociedades. El protagonista del cambio, dejarían de ser las clases sociales, en detrimento de las nuevas generaciones, en clara confrontación con Carl Marx, quien sostenía que el motor eran las clases sociales. A cien años de la confrontación, nos debemos preguntar: ¿dónde hay un motor de cambio? ¿En las clases sociales o en las nuevas generaciones? Y la pregunta que quizás no nos hacemos, sería: ¿Por qué no logramos cambiar y dejamos de teorizar sobre si la juventud puede cambiar algo o ni lo intenta, escudándose en el fracaso de sus generaciones anteriores?

No es cuestión de filosofar sobre las clases sociales, ya lo intentaré en una futura entrada. No sé por qué hoy me preocupan los jóvenes, esos eternos niños que cada día tardan más en alcanzar y abandonar la adolescencia, quizás con el único cometido de no acceder nunca a un estado de madurez que necesita un adulto para acreditarse como tal. En las diferentes edades de la vida, solemos categorizar una serie de comportamientos que dividimos en derechos y obligaciones. Al ir abandonando generaciones, se nos incorporan nuevas clases de comportamientos, que se aceptan o cuestan asumir según las distintas personalidades. En el devenir de nuestro proceso evolutivo o madurativo se ha dado la particularidad que las generaciones crecen en oposición a otras. Las nuevas tienen que barrer con los errores de las anteriores. Los jóvenes de hoy, ¿Qué barren?

Tantas veces me he preguntado qué es lo que ha sucedido en nuestras sociedades erráticas. ¿El desarrollo de la tecnología? ¿La confusión a la que nos llevó el concepto de estado de bienestar, dónde todos hablan de derechos, pero casi no mencionan la necesidad de asumir obligaciones? Creo que el problema tiene más que ver con el estado de bienestar, pero la tecnología a gran escala ayudó a dormir o a sedar el impulso de las nuevas generaciones. Según Ortega y Gasset, la inmensa mayoría de las actividades que realizamos durante el día, no las hacemos por inspiración o invención propia, sino porque lo hemos aprendido o heredado de nuestro entorno social. Este pensamiento es del siglo pasado, y adaptado a estos días, es cruel reconocer que la apatía de los menores debe provenir de nuestro total fracaso de asumirnos como adultos.

Al releer cada tanto a Ortega y Gasset siento una profunda decepción y no es a causa de su filosa capacidad de pensar. El desencanto se debe a que por más que los almanaques se superen, que mejoremos en tantas áreas técnicas, hay una esencia que parece siempre estancada: las sociedades se comportan igual que en siglos anteriores, lo que lacera suponer que esto es el hombre, una materia imperfecta que cada día tiene menos voluntad y energía para seguir pregonando el cambio de esencia ética y humana. Según aquel pensamiento de Ortega y Gasset, las ideas son una repetición o acondicionamiento de ideas anteriores de nuestros predecesores. Es verdad, que hay muchos innovadores que desafían la media y desarrollan ideas no mecánicamente como la mayoría de los mortales, pero existe una desagradable sensación sin confirmar -porque creo que en silencio está confirmada- que a casi nadie se le ocurre o se le cae una idea. Y menos a estas nuevas generaciones que parecen ya cansadas, perezosas o apáticas casi desde su primer desarrollo cognitivo.

Se vive la percepción de que estamos transitando en un mundo que nos ofrece de todo, pero a los jóvenes no les atrae la continuidad, la consecuencia ya que se aburren de todo. Son pocos quienes lo aprovechan para desarrollar proyectos propios. La juventud es un barco a la deriva, sin metas, sin ilusiones, sin esperanzas, pero sin fuerzas ni orgullo para encaminar su incierto destino. Se alejan de la política -porque no creen en nadie y no les interesa-, se alejan de la familia -porque se instalan en un mundo entre pares o en la realidad virtual, aunque no se van luego de casa hasta casi de adultos- y piden y piden, pero ya no piden, lo dan por hecho, es decir que exigen la mejora de la educación, aunque poco estudien, piden independencia, pero en sus casas ni siquiera preparan sus camas, no se informan de casi nada, pero dan por hecho que los derechos son una obligación espontánea y no van acorde con las responsabilidades ni con una construcción histórica.  Y lo peor de todo, es que no han aprendido la necesaria capacidad de agradecer.

También desprecian la actividad intelectual, considerando que el acceso a la información pasa por google o por una gacetilla que no se constata y no supera los diez renglones. Reconstruir un devenir histórico sin pasión, pero sin afán de investigación, puede dificultar -o no, ya no lo puedo determinar- construir el presente. Regresando al pensamiento de Ortega y Gasset, las ideas son una repetición o acondicionamiento de ideas anteriores de nuestros predecesores. En este caso, si existen nuevas ideas no se deben estar apoyando en aquellos viejos axiomas existentes. Quizás el ideario de Ortega pueda estar desfasado, pero él sostenía que la desmoralización de las juventudes se solventaba con una férrea disciplina interior, que les permitía no consentir el menor abandono y flojera en pos de un posible proceso de ascensión. Hoy la pregunta que define al joven es ¿Para qué? Y sin desgranar la respuesta, ya abandonan, total carecen de influencias que les permita acceder a un repertorio de ideas claras y firmes.

El pensamiento de Ortega y Gasset estimaba relevante que cada segmento generacional tenía el deber moral de transmitir y legar los valores y usos a la generación sucesora. En 1920 ya admitía que el hombre se encontraba sin saber lo que tiene que ser, lo que debe hacer. La única respuesta surgiría ante nosotros al reparar sobre lo que se está haciendo. Y casi cien años después la pregunta de Ortega no se contesta, en la sociedad de la información, pocos sabemos que es lo que estamos haciendo en estos momentos. Y para aplacar la desesperación ante el no estar evolucionando, actuamos casi con rapidez tremebunda en acciones sin importancia, quizás con el consuelo tonto de aplacar la desesperación, o encontrar por casualidad el rumbo necesario. Y el joven creció con esos parámetros, y decidió ni filtrar ni disimular. Admiten no querer ser hipócritas, de ahí que el no aspirar a nada parezca su medida más sincera y razonada.

Cuando la pereza invade la necesidad de desarrollo, el único consejo válido sigue siendo el crecimiento personal, el afán de ser, retomando al filósofo madrileño. El hombre es un eterno inadaptado que siempre ha de buscar modificar en su tiempo físico, aquello heredado para ajustarlo a su sensibilidad y darle nueva forma, transformación histórica que quizás hoy se encuentra empantanada, ya que la persona de veinte, de cuarenta y cinco y de sesenta años respiran el mismo aire, el del desconcierto. Nos queda apenas la abandonada vejez de los mayores de ochenta, aquellos a los que no escuchamos porque están anonadados y además, definitivamente olvidados. La sociedad del desconcierto, se debería titular esta parte histórica de los acontecimientos o la decadencia de la sabiduría. El capital social es tan importante como el capital humano, y de momento todos aspiran al capital económico y financiero.

Hace ocho meses escribí sobre el fenómeno de los padres helicópteros. Tienen a mano el link para refrescarlo, aunque hoy en un principio quise escribir sobre Ortega y Gasset, aquella referencia intelectual permanente de una generación que fue muy particular, porque si bien se estaba gestando una de las primeras concepciones brillantes de las ciencias y artes españolas, a través de la Generación del 27 (donde brillaron Jorge Guillén, Federico García Lorca, Luis Cernuda, Vicente Aleixandre, Rafael Alberti o Miguel Hernández, entre otros) esa generación coincidió con un enorme problema que persiguió a España hasta el siglo pasado -y que persigue la esencia humana eternamente- que consistió en generaciones notables de pensadores conviviendo con una sociedad funcional arcaica, analfabeta y retrasada. Y si Ortega viviera hoy, se preguntaría con dolor que ha sido de la vida de los pensadores y valientes transformadores de ideas. O quizás preparara un libro de ensayo meticuloso tratando de argumentar el porqué de la desaparición de las ideas. Y lo haría a la manera de él, con contenido pedagógico basado en mensajes y contenidos claros, que aseguraran que los estudiantes comprendieran el mensaje. Pero hoy el mensaje no llegaría, a no ser que google lo pudiera comprimir en dos líneas, un tutorial youtubers y cinco emoticones…

“La vida cobra sentido cuando se hace de ella una aspiración a no renunciar a nada”.

Jorge Ortega y Gasset

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