martes, 20 de septiembre de 2016

A todas las frases suicidas que buscan su fin

"Regocijaos, hijos míos, vais a morir"
Cualquier sermón eclesiástico ante la referencia de la muerte.

La imagen se inmortalizó con un contraste extraordinario. Por un lado, durante décadas, la muchedumbre peregrina en dirección a esta iglesia inmortalizada por el artista; por otro lado, representó en el oleo una contundente sensación de aislamiento total. Aislamiento de este pequeño pueblo y del último tramo de vida del pintor. En el norte de Francia, y a escasos treinta kilómetros de París, se encuentra el pequeño pueblo de Auvers-sur-Oise, lugar donde se suicidó Vincent van Gogh luego de acometer una intensa y última fiebre creativa.


El óleo en cuestión se llama "La iglesia de Auvers" es un lienzo de 94 x 74 centímetros que se exhibe en el Musée d`Orsay, en París. Pintado un mes antes de la muerte de van Gogh, traza un imaginario arco entre el comienzo y la conclusión fulminante de su obra. Este trabajo se asemeja a los primeros "van Goghs". Pero ahora es fácil interpretarlo. Ese cerrar drástico del círculo creativo pasó desapercibido en 1890, tal vez porque la atribulada vida del artista también sucumbió a la indiferencia en vida. Con su desgarradora crisis existencial y su muerte, trascendió su obra a niveles mundiales. La pena es que el artista nunca fue recompensado ni reconocido en vida.

La imagen posee una fuerza extraordinaria y es la más emblemática de esos ochenta lienzos que con fiebre creativa acometió en el pueblo de Auvers, en los últimos setenta días de vida del pintor. Para inmortalizar a esta iglesia gótica, van Gogh recurrió a la luz nocturna, otorgándole al templo un efecto lumínico que devino en una actitud fantasmagórica. La construcción se alza ante la vista de los visitantes del Musée d`Orsay desde un punto de vista elevado, sus ventanas arrojan una plena oscuridad y la sombra del edificio se alarga sobre el prado al tiempo que deja los muros en penumbra. El cielo oscuro y tempestuoso completan la atmosfera oscura de la obra -aunque muchos críticos admiten que el cielo irradia una sensación de azul profundo -, fascinando a la vista pero oprimiendo al mismo tiempo. La soledad del pintor tal vez esté reflejada en sus pinceladas. Un posado silencio se presume al contemplar la obra. Sólo una mujer, vista de espaldas, camina por la calle lateral en dirección a la iglesia. La fe de van Gogh en su pintura -y en la vida- estaba a punto de apagarse.

La muerte ha sido y sigue siendo una dolorosa realidad. Siguen sin aparecer las respuestas y es ante esta situación, donde nos solemos detener para tratar de comprender que, generalmente lo estamos haciendo mal, que no se justifica tanto error o sufrimiento en la pérdida de tiempo por poder, egoísmo, envidia u otros complejos, antes los escasos noventa años -en el mejor de los casos - en que transitamos por este universo. Es tanto el miedo que nos genera la muerte - la propia y la de nuestros seres cercanos - que debimos recurrir a una quimera hasta ahora nunca demostrada, pero que nos cuesta horrores sentarnos a debatir con madurez, que es el alargar la vida con la idea de vida o reposo eterno o de una posterior reunión fraterna donde habiten todos juntos nuestras almas ya idas de esta tierra.

La muerte no siempre se presenta de manera natural. Tantas veces no avisa, tantas veces no responde a ese canon absurdo de muerte bella (el término dulzura narcótica fue utilizada durante el romanticismo) que pregonan las religiones a la espera de reencontrarse con el mecenas que todos esperan y que se empecina en nunca aparecer. La muerte natural es traumática aunque festejada por las religiones. Pero la muerte súbita y escogida es considera impura, ruin y lejos del precepto de un buen ciudadano religioso. La muerte a través del suicidio despierta la ira o cólera de Dios, el hombre no es dueño de su vida. Los adelantos tecnológicos y científicos pueden ayudarnos a apaciguar tanto absurdo. Palabras como donación, trasplantes, incineración e incluso eutanasia ya están conviviendo con nosotros.

Desde la Edad Media que la Iglesia se ha pronunciado claramente con relación al suicidio, escogiendo no permitir al suicida de una cristiana sepultura. La Iglesia como institución cerrada -aunque la paradoja es que está abierta a todo público- se mantiene casi impertérrita. Es verdad que dentro del sistema, hay voces que hablan de dolor o de disculpa ante la gravedad, dolor o soledad del suicidio. Pero predomina la radicalidad de la Iglesia, determinando que la muerte súbita solo puede ser designio de Dios, nunca una decisión ni meditada ni impulsiva ni de un sufrimiento personal. La cólera de ese Dios generoso pierde los estribos ante el suicida y frases como la del canonista francés Guillermo Durand "no se lleva a la Iglesia a aquellos que han sido muertos, por miedo a que su sangre mancille el pavimento del templo de Dios", suelen seguir vigentes aún día de hoy. Todo aquel familiar que tenga un suicida en su familia sabe que cuesta mucho lograr no solo sepultura cristiana, sino la misa, oraciones o muestras de duelo.

Vincent van Gogh apareció por el desapercibido pueblo de Auvers súbitamente en julio de 1980. En sólo dos meses y medio dejó una huella imborrable en el pueblo a través de sus pinceladas. Hasta que tuvo la mala decisión de volver a atentar contra su vida, y esa vez si lo logró. Según dice la leyenda, el párroco de la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción se negó a oficiar un funeral. El hermano del pintor, Theo, quien fue el que impulsó a Vincent a recluirse en Auvers para encontrar una paz ya perdida a causa de los brotes psicóticos, ante la negativa del párroco, tuvo que rectificar las invitaciones.

La imagen que perdura de van Gogh es la de un outsider, la de un genio incomprendido o artista loco e intuitivo que se adelantó a su época. "Hasta ahora no he encontrado una definición del arte mejor que ésta: El arte es el hombre añadido a la naturaleza", escribió a su hermano en una carta un año antes de su muerte. Esta máxima quizás resume la carrera del pintor, van Gogh siempre fue fiel a la naturaleza como eterna fuente de inspiración. Dicha naturaleza de su pintura tan personal y emotiva finalmente lo ha llevado a ser considerado un artista único, distinto a todos. Su sueño de crear una comunidad de pintores finalmente no se llevó a cabo, pero hoy van Gogh puede jactarse de ser uno de los pocos artistas a los que se les ha dedicado un museo entero, construido en Amsterdam.

Camille Pissarro, pintor impresionista danés dijo de él: "O se volverá loco o hará morder el polvo a todos. Que haga lo uno o lo otro es algo que yo no soy capaz de adivinar". Si bien influyó en la pintura posterior, nunca tuvo discípulos. Y cumplió las dos predicciones de Pissarro, loco pero mordiendo el polvo a todos. Hasta a la Iglesia que le negó el reposo de su alma a través de un oficio religioso.

Como dando validez a la parábola del regreso del hijo pródigo, en octubre del año pasado, una feroz tormenta desatada en Auvers, dañó gravemente la iglesia. Con 600.000 euros se resolvería el problema, pero el municipio recurriendo a la voluntad de sus habitantes, solo recaudó 13.100 euros. Sin subvenciones oficiales ni ayuda eclesiástica, la iglesia persiste en su deterioro casi un año después. El cementerio de Auvers sigue siendo el segundo más visitado de toda Francia, allí reposan los restos del genial pintor holandés. Así todo, tirón turístico aún vigente en Auvers, la solución no aparecía. Hasta que recibieron la noticia de la cooperación del Museo van Gogh que propulsa una campaña internacional para recoger fondos para la reparación del templo que inmortalizó el pintor.

Dominique Janssens, presidente del instituto van Gogh insiste: "es el momento de devolverle a van Gogh algo de los que nos ha dado". El último Código Canónico data de 1954 y aún no ha sido modificado. En el libro tercero de las cosas y en su capítulo tres podemos encontrar en su entrada 1240 que estarán privados de sepultura eclesiástica, entre otros absurdos,  "los que se han suicidado deliberadamente". El suicidio no es un fenómeno individual sino social, y la religión ante un sinfín de fenómenos sociales permanece estancada en su añeja prédica. La buena nueva que sigue funcionando en esta sociedad de hipocresía es que tarde o temprano, por influencia del dinero o de vinculaciones importantes, todo familiar del suicida podrá disponer -maquillando algo el guión de la muerte de su ser querido- de un oficio religioso. Todo esto hasta que de una vez nuestras mentes religiosas se avengan a aceptar que todo fenómeno escapa a posibles prédicas y catálogos impresos hace XXI siglos, y que la vida tiene mil finales y no sólo el paradisíaco  y ya desfasado cuento de la maravillosa vida eterna... 

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