miércoles, 6 de abril de 2016

Quiero saber que la vida contigo no va a terminar.


"No es cosa fácil ser una excepción."
Imre Kertész

El arte tantas veces es una necesidad de despojo. Y para desprenderse de lo referencial, la paradoja indica que el ser humano debe re enfundarse el traje del amargo recuerdo y contar, contar utilizando la exageración del lenguaje y del recuerdo, pero contar la esencia al fin, ya que más allá de la desproporción que surja en la evocación, al menos quedará la base cierta de lo acontecido.


Las grandes citas de la historia parecen agotadas. Desde cualquier punto de vista, con cualquier objetivo -distraer, mega producción, rigor histórico, aventura pasajera o catarsis- seguimos reconstruyendo los sucesos. De los hitos de la historia universal nos queda lo escrito, lo filmado, lo fotografiado, lo contado en primera persona. De algunos objetivos, nos quedan algunos pocos testigos. Pero la historia de la humanidad está plagada de desmemoria e indiferencia. La presencia o ausencia de testigos muchas veces no interesa, una vez que la historia sucede y por más que repitamos como frase convencional o remanida que debe servir para que no se repita, volverá a suceder. No de la misma forma, sino con la misma perversión que tenemos de dañar la historia del género humano.

Imre Kertesz rememoraba las palabras que su director de escuela pronunciaba en latín, en el momento de la apertura de cada curso académico: "Non scolae sed vitae discimus" -"No estudiamos para la escuela, sino para la vida"-. Kertesz intentó encontrar en la literatura su bálsamo. Parte importante de lo acontecido en el siglo XX, encontró al escritor húngaro como parte esencial. No sólo graficó el horroroso pasado sino que continuó alertando sobre el diario futuro que empecinamos en construir. Su vida que se apagó recientemente se mantiene viva en su obra, solo resta que no la dejemos morir. Habrá que esperar que se siga descubriendo la historia de un hombre que está hecha literatura, muy buena, la que no vende tantos libros pero deja claro como se suceden las cosas. Imre Kertesz está vivo donde debe estar, en su obra. Y lo increíble es que está vivo cuando en realidad, pudo estar muerto y sobrevivió para contarlo.

La experiencia en los campos de exterminio está retratada en "Sin destino" (relato de un adolescente judío húngaro deportado a Auschwitz y luego a Buchenwald), pasando por "Fiasco", "Un minuto de silencio ante el paredón", "Kaddish por el hijo no nacido",  "Liquidación" o "La última posada", todas obras generadas por su experiencia en los campos y las consecuencias que nos legaron. Es imposible que Kertesz haya podido ser un hombre feliz, quedó grabada esa frase laberíntica que no tiene fecha, "Sé que con el día de ayer concluyó la parte más bella de mi vida". Lo que yo sé es que con la muerte de hombres como el escritor húngaro, "entran  en proceso de desaparición la literatura y la cultura".

Se salvó del Holocausto y luchó por volver a la vida, aunque sabía que no lo lograría y que de una manera u otra, algún día moriría. Recuerdo que dijo "la vida es un error que la muerte tampoco arregla" pero siguió adelante con el peso de ser un Nobel de Literatura que lo estimulaba al tiempo que le contradecía. Si debo presentar a este escritor para la gente que nunca lo ha leído, sólo puedo decir que no crean que escribió sobre el Holocausto y su experiencia personal. Kertesz aporta un conocimiento que prescinde de la indignación moral que a todo teñimos y dejamos irresuelta, puliendo una obra donde aporta conocimiento filosófico sin solución ni consuelo de nuestra frágil moral.

"Si pasó una vez puede volver a pasar" planteó Primo Levi, otro escritor que sobrevivió al horror y se dedicó a contarlo. Levi se suicidó el 11 de abril de 1987 - hace veintinueve años-; Jorge Semprún falleció el 7 de junio de 2011. Jean Améry se suicidó en octubre de 1978. Hubo más. A estos escritores les unió con Kertesz la cruda manera de contarnos lo difícil que fue el retorno a casa y la mezquindad con la que fueron recibidos. A veces parece que la vida de las sociedades es hacer frente de manera individual a sus propios conflictos. "Somos animales sociales" es una frase de ensueño, casi de cortesía el agregado de "sociales".
Y en el Festival de Cannes del año pasado se presentó otro húngaro, en este caso cineasta, y nos demostró que el tema no está agotado. Lazló Nemes nos regaló "El hijo de Saúl", película que se alzó con el Oscar a la mejor película extranjera y nos obliga a considerar a que obras se les premia habitualmente con esa estatuilla u otras similares. Sentí deseos de verla apenas enterado del fallecimiento de Kertesz y me sorprendió no el acopio del horror que casi todos aceptan que sucedió, sino la manera de mostrarlo: la vista lateral. La historia se narra a partir de un plano a la cara o espalda del protagonista, pero la periferia alcanza a mostrar difuso pero contundente lo crudo de la supervivencia o lo fácil que fue morir y lo cobarde que fue matar o mirar todo de costado.

Pensando en Kertesz quise ver la película. Y viéndola me acorde de Primo Levi, ya que él tenía tan claro que para calibrar lo hondo de la decadencia moral no había que analizar solo el accionar del verdugo, sino aceptar también que parte de las víctimas actuaban como reflejo del desvarío nazi. "No salimos mejores" objetó Levi. Es que las SS decidieron alejarse del cotidiano trato con los deportados e oficializaron a los Sonderkommando (prisionero de algún tipo, obligado a colaborar en la puesta en práctica y ocultamiento del exterminio a sus semejantes). Cada área tuvo su Sonderkommando, tanto hombres como mujeres, y Levi los consideró los habitantes de la zona gris, ya que judíos eran los que morían en las cámaras de gas pero también los eran, los que los apuraban para entrar en las duchas y los que luego debían recoger oro, dinero o cualquier valor de las pertenencias.

Y aquí retorno a Kertesz y su frase cada nuevo ciclo educativo iniciado: "Non scolae sed vitae discimus" -"No estudiamos para la escuela, sino para la vida"-. Levi tuvo la frialdad de ver esa vida panorámica que los Sonderkommando debieron llevar a cabo. Si nos regimos por la moral familiar o escolar, por las consignas religiosas plagadas de hipocresía, o por la grandilocuencia de nuestros pensamientos de sofá con estufa encendida, deberíamos gritar a viva voz que eran unos inmorales o depravados. Levi los menciona pero los declara algo así como inocentes, al tiempo que nos exige que replanteamos el concepto de ética. ¿Por qué hacemos lo qué hacemos y no decimos basta cuando nos obligan a no ser éticos? Esa es la verdadera pregunta. Y "El hijo de Saúl" te lo muestra difuso pero claro, de tan claro, cada imagen parece un puñal que se clava en cada espectador cómodamente sentado.

Lazló Nemes, de 38 años, eligió desplegar su historia en el lugar menos deseado y más maldito. Pero nos lo muestra fuera de foco para que no podamos recorrerlo y nos concentremos en la historia de Saúl. Pero logra que esa periferia difusa se vea, logra que nos conmueva la anarquía de los diversos Sonderkommando a la hora de manejar la arbitrariedad de la escala fuertes - débiles. Nos traslada vertiginosamente de un lugar a otro, otorgándonos apenas segundos para corroborar lo caótico que fue todo. La cámara de gas no es necesario mostrarla, el encierro y los gritos lo dicen todo. Un incesante desfile de cuerpos desnudos inertes parecen el decorado de la historia individual, la de un hombre que quiere enterrar a su hijo muerto a la salida de las cámaras, y que el film deja abierto la posibilidad de que no sea su hijo, simplemente una alocada manera de tratar de poner orden moral o un principio de dignidad a tanto desorden, a tanta locura, a tanta muerte absurda.


A Primo Levi le torturaba que los testigos perecidos no tuvieran voz en la historia. Imre Kertész intentó abrir las mentes que lo del Holocausto es sólo una interpretación más del mundo que vivimos contaminado con lo radical de las ideologías y creencias. Lazló Nemes eligió una línea parecida, ésta explícita, de mostrarnos difusa pero lucidamente uno de los hechos más paralizantes de la historia. Es mejor apostar por el ascetismo visual que forzar la visibilidad de la tragedia a toda costa. En cualquier caso, el terror mostrado en un borroso segundo plano nos permite no cerrar los ojos y dar la espalda a la historia. Observando estas maneras de explicar el Holocausto quizás podamos finalmente fijar la vista en todo lo que hoy nos sigue engañando, y nosotros defendiendo...

"Al terminar, nos quedamos cada uno en nuestro rincón y no nos atrevemos a levantar la mirada hacia los demás. No hay donde mirarse, pero tenemos delante nuestra imagen, reflejada en cien rostros lívidos, en cien peleles miserables y sórdidos. Ya estamos transformados en los fantasmas que habíamos vislumbrado anoche.
Entonces, por primera vez, nos damos cuenta de que nuestra lengua no tiene palabras para expresar esta ofensa, la destrucción de un hombre. En un instante, con una intuición casi profética, se nos ha revelado la realidad: hemos llegado al fondo. Más bajo no puede llegarse: una condición humana más miserable no existe, y no puede imaginarse. No tenemos nada nuestro: nos han quitado las ropas, los zapatos, hasta los cabellos; si hablamos no nos escucharán, y si nos escuchasen no nos entenderían. Nos quitarán hasta el nombre: y si queremos conservarlo deberemos encontrar en nosotros la fuerza de obrar de tal manera que, detrás del nombre, algo nuestro, algo de lo que hemos sido, permanezca".

Primo Levi

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