lunes, 25 de mayo de 2015

Himno de la alegría


"La sonrisa es para las damas y caballeros a los que no les importa parecer inteligentes"
Charles Dickens.

Contemplo una tendencia que parece natural, vaya juego de palabras con lo que pienso escribir, a la hora de sacarnos alguna foto grupal. Se procede a repetir varias veces la toma en busca de la fotografía perfecta. Y la perfección consiste en salir sonriente en el retrato. Por eso se suele repetir, siempre hay una persona a la que el disparo fotográfico la encontró distraído, desfavorecido o con gesto adusto. Al tercer o cuarto intento queda la instantánea definitiva, pero al observarla, creo ver que esas risas felices suelen ser impostadas, no reflejan el verdadero rictus individual de todos los componentes.

También se refleja la impostura en la pose corporal, hay una tendencia a torcer el tronco o las caderas, imitando a las grandes estrellas de Hollywood. Fascina ver la metamorfosis digital, en cuestión de segundos, muchos cuerpos rígidos mutan en flexibles, en cadenciosos, sugestivos y sexys. El clímax se concentra en los labios, la sonrisa insinuante anuncia la imagen inminente. Luego del confirmar que la toma está correcta, regresa al rigore fisicus de la monotonía, aquel que en la mayor parte de nuestra existencia nos deviene en normales, en personajes de momentáneos atractivos.
Suelo alternar las fotos que me sacan con sugerencias similares: "¡Haber una sonrisa, che!" que lo único que logra es que se me arqueen aún más las cejas, reafirmando una pose natural seria. Caprichos de viejo, será. Ya que esa frase guarda agradables recuerdos infantiles, toda vez que un desconocido irrumpía una vez al año la rutina de las clases, para formar a toda la división frente al mural de Blancanieves para la foto del curso. "¡Haber una sonrisa!" decía el fotógrafo y eran pocos los que se resistían. Pero vaya a saber que frustraciones mediaron en mi carácter para que con la frase trillada, yo imite el mural de Blancanieves, pero con la postura de Gruñón, el enano cascarrabias.
"Una fotografía es uno de los documentos más importantes, y no hay nada más condenatorio para pasar a la posteridad que una tonta, estúpida sonrisa capturada para siempre", citaba Mark Twain. En mi caso, de forzar una sonrisa, lo único que se logra en la foto es ver como mi labio superior, misteriosamente se eleva, dejando paso a los dientes. En esa milésima de segundos, lo único que atino a pensar es que hago con mi lengua, donde la escondo.
Estos tics lo único que denotan es que la sonrisa no es fácil, que es el gran premio que no todos están proclives a lograr. Y si te piden que lo hagas, que por favor sonrías, tu esfuerzo debe ser recompensado con una toma de milésima de segundos, porque cuanto más tarde el fotógrafo, la mueca se irá deformando de una manera tan cruel, que no te ha de gustar verte o verlo en un retrato. Muchos agradecen las bondades de la cámara digital, será cansino repetir toma pero al menos, supone más llevadero que escuchar eternamente el reproche de haber aguado a propósito un supuesto buen momento tras el revelado.
Sucede a menudo que en un cita cualquiera, y sin mediar aviso, te piden una foto familiar o de grupo. El imprevisto se soluciona con un sinfín de disparos de cámara o móvil, y luego de la foto o del selfie, retomas la postura en el asiento, la conversación, los recuerdos, los saludos o la ingesta. El problema se suscita, al menos en mi caso (que es el de los que no tienen a mano las redes sociales), cuando llegas a tu casa y observas un sinnúmero de comentarios de tu visita, y inicialmente te sorprendes. ¿Cómo saben que me reencontré con aquel? En ese momento recuerdas la fotografía y compruebas mentalmente que mientras le contabas tu derrotero de los últimos años y te tomabas un mate, tu familiar o conocido, estaba pendiente de su teléfono móvil. Es decir, que además de escucharte (espero), estaba publicando la mejor de las fotos en su red social favorita, a la espera del aluvión de consideraciones o mensajes agradables que permitan más inmortalidad al evento.
Es que ocho de cada diez personas portan consigo un aplicación o aparato que registra. ¿Y quiénes son los dos que no lo hacen? Seguramente mis viejos, que no tienen ni cámara, ni la tableta, ni móvil. Y además de ejecutar la función, nos permite retocarla, recortarla, editarla, salvarla y compartirla en cuestión de minutos. Nos hemos convertido en máquinas de pronosticar el futuro, ya que da la sensación de que no sacamos fotos para reflejar el presente, o como testimonio de un pasado; sacamos la foto con la firme intención de adivinar el porvenir, con la premisa de saber cuál será la reacción que generará nuestra instantánea. Y nuestra pose en el futuro eterno debe ser con una sonrisa, de ahí la supuesta interpretación de porque regresamos constantemente a las fotos donde portamos una risa.
Sin generalizar, los grandes pintores y escultores de la antigüedad, privilegiaban la seriedad por sobre la sonrisa. Entre los diversos motivos, aseguraban que un rostro es bello porque se nota en él la presencia del pensamiento. ¿Era verdad? No dudaban en determinar que en el momento de la sonrisa, el hombre no piensa. Como que en el momento de gestar ese espasmo alegórico, el hombre no se domina a sí mismo, ha perdido la voluntad o la razón. Y los retratos del pasado aseguraban que un hombre que no se gobernaba a sí mismo, no podía ser considerado bello.
En 1530, Antonio Allegri de Correggio inmortaliza un cuadro donde todos sonríen: "Alegoría de las virtudes"; mientras que en "Alegoría de los vicios", un ángel a pie del lienzo, muestra la combinación de rizos alborotados con una sonrisa pícara o de burla, mostrando la complicidad con quien observe el cuadro, a través de sus facciones; al tiempo, en sus manos reposa un racimo de uvas, que expresará una referencia directa de la intoxicación etílica. La interpretación iniciática de una sonrisa en un lienzo, es que el ángel no sonríe por felicidad, sino porque está corrompido.
Instalados en un mundo dual donde la infelicidad se combate como a una plaga, apenas es permitido en un retrato la añoranza, ya que presagia el inminente retorno al bienestar, una vez recuperada la persona o situación que se extraña. Enternece ver a alguien que extraña o suspira por otro. Pero escandaliza un rostro desconcertado o plagado de incertidumbre, ese semblante no califica, no genera un me gusta.  La publicidad tampoco ayuda, todos debemos aspirar al ideal de perfección, a vivir dentro de un spot o de un book de imágenes; y en las últimas décadas, la política y la propaganda reflejan que a pesar de rozar la miseria intelectual, la sonrisa del candidato es indispensable para suponer que empatiza con nuestro deseo de prosperidad o con nuestras innumerables necesidades. Si es original, gracioso, si sabe bailar en público, cantar o contar un chiste, valoramos que es un par. Y lamentablemente, se acepta como un par, porque es indudable que no se le ha de caer una idea innovadora, propia de la otrora leyenda de los lideres.
Entonces necesitamos posar. De mis cumpleaños de niño no guardo recuerdos testimoniales, más que el recuerdo de algún regalo o una anécdota de testimonio. No era habitual el uso de las cámaras. Y era dificilísimo convencer al púber para que se dejara fotografiar, y si lo quería, había que peinarlo hasta adecentarlo. Hoy el niño, bebé incluido, reconoce el momento mismo del disparo fotográfico, e impone una facción que no es espontánea, pero que todos califican de atractiva e ingenua. Estamos adoptados a la adaptación.
Revisando la actividad en las redes, me detengo permanentemente en aquellos personajes que en todo momento intentan reflejar en su muro la felicidad o sabiduría, a través de imágenes familiares (actuales o remotas), fotos amenas virales de la propia red o frases hechas. Y lo que me pregunto la mayor parte del tiempo es que será lo que escondemos tras el muro, tras la foto. Las veces que nos frecuentamos no presumimos de esa faceta algo banal, y hasta en ocasiones, sorprendemos con comentarios elaborados con razonamientos propios. Será una característica distintiva, las personas saben comportarse en los distintos ámbitos de la vida. Y saben que para muchos, la vida es imagen.
Milán Kundera, en su novela "El libro de la risa y el olvido" se pregunta por la dualidad. " El hombre emplea la misma manifestación fisiológica –la risa- para expresar dos actitudes metafísicas distintas. El sombrero de alguien cae sobre el ataúd en una tumba recién abierta, el funeral pierde sentido y nace la risa. Dos amantes corren por la pradera, tomados de la mano, riendo. La risa de ellos no tiene nada que ver con las bromas o el humor, es la risa grave de los ángeles que expresan su alegría de existir. Ambos tipos de risa están entre los placeres de la vida, pero cuando se los lleva a extremos también denotan un Apocalipsis dual: la risa entusiasta de los ángeles-fanáticos, que están tan convencidos de la significación de su mundo que están dispuestos a colgar a todo quien no comparta el júbilo de ellos. Y la otra risa, que suena desde el costado opuesto, que proclama que todo ha dejado de tener sentido, que hasta los funerales son ridículos. La vida humana está limitada por dos abismos: el fanatismo por un lado, el escepticismo absoluto por el otro".
Mis mejores fotos se reparten entre las que mi actitud es pensante o reflexiva y aquellas de arrebato, dónde nadie me advierta la inminencia ni me supliquen la sonrisa. En varias de ellas transito ese efímero camino de la felicidad y libertad, donde reconozco mi sonrisa como espontánea, o genuina, más allá de que me favorezca o no en la consideración general. De preferir, me quedo con ese arrebato, porque si he de regresar al archivo, podré reconocerme plenamente.
Alguna vez me he preguntado el por qué de nuestro accionar ante un psicólogo. Destinados a modificar las tendencias o conductas de nuestras vidas, rara vez muestran la sonrisa como método de cercanía. Es más, muchos asumimos su seriedad como seres poseedores del diagnóstico. En la misma terapia buscamos su complicidad con argumentos inteligentes y graciosos, pero apenas logramos la mueca como un ¡ajá! invitándonos a continuar sin distracciones con el objetivo firme, que generalmente está vinculado con el dolor o infelicidad. Intentamos la complicidad de la sonrisa, para aliviar la carga del razonamiento que estamos desarrollando. 
Tantas veces me pregunto cosas sin sentido. Con mi libreta mental o con el Word de aliado, acumulo gestos, rostros, conductas, sobre la actitud humana. En estos meses de reencuentro, alterno lo virtual de escribir y lo quimérico de que te lean, con reuniones familiares o eventos con conocidos o amigos. Prefiero escribir a preguntarme porque en medio de una discusión política o un recuerdo doloroso, mutamos el rostro en busca de la sonrisa fotográfica ante una foto requerida. Y porque se extiende el hábito, teniendo en cuenta que cada vez que nos acercamos a un noticiero, periódico o acto eleccionario, los motivos de sonreír parecen escasear o en extinción...

… La gente está tan insatisfecha y es tan poco razonable que, nueve de cada diez veces, no encuentro ningún placer en pintarlos. A veces me dicen: “Ay, ¡qué serio hizo que parezca, Miss La Creevy!”, y otras veces: “Miss La Creevy, ¡pero qué sonrisa de soberbia!”…De hecho, sólo hay dos estilos en la pintura del retrato: el serio y el de la altivez; y siempre usamos el estilo serio para profesionistas (excepto, a veces, para actores), y la sonrisa altiva para retratos privados de señoritas y caballeros a quienes no les importa tanto parecer inteligentes.
"Nicholas Nickleby, novela de Charles Dickens.

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