lunes, 26 de mayo de 2014

Me equivocaría otra vez



Siete décadas han debido pasar para que la Organización del Premio Pulitzer examinara una denuncia, para retirar el premio otorgado al periodista del New York Times, Walter Duranty, en el año 1932. La demanda denunciaba que los reportes y reportajes elaborados por este periodista, enaltecían a José Stalin y ocultaba, a sabiendas, la gran hambruna que sufrió Ucrania a principios de los años 30 del siglo pasado. Seis meses después de interpuesta la demanda, y una vez estudiado el tema, el Comité Pulitzer decidió no revocar el premio otorgado.

Un comunicado del mencionado Comité reveló que en su investigación sobre trece artículos del periodista, tomando los parámetros del periodismo moderno, dejan bastante que desear. Pero el Pulitzer periodístico no se otorga por la totalidad del trabajo o por el carácter del autor, sino por reportajes específicos presentados para el concurso. Y en esos artículos no encontraron evidencia clara y convincente de mentiras deliberadas.
El 31 de marzo de 1933, Duranty escribió para el New York Times: “Cualquier informe de una hambruna en Rusia es hoy una exageración o propaganda maligna”. Pero Duranty no era el único que negaba lo que hoy para muchos otros es evidente, un sinfín de periodistas e intelectuales de la época, visitaban constantemente Unión Soviética y volcaban su entusiasmo en sus coberturas escritas. Quizás la decepción motivada por la Gran Depresión, que hundía al capitalismo en el mundo occidental, motivaba a creer que el experimento de “la patria del proletariado” era la gran esperanza. Eso llevo a todas las personalidades prestigiosas a “comprobar” en sus visitas, que las noticias contrarias a Stalin eran tendenciosas.
George Bernard Shaw, al despedirse de la URSS tras visitarla en 1931, declaró “Mañana dejo esta tierra de esperanza para regresar a nuestros países occidentales de desesperanza”. Shaw fue más allá en su contundencia: “No he visto una persona desnutrida en Rusia”. Shaw, quien ganara el Premio Nobel de Literatura en 1925, fue considerado el autor teatral más significativo de la literatura británica posterior a Shakespeare.
El diputado del partido Radical y ex Primer Ministro de Francia, Édouard Herriot, viajó en 1933 a Ucrania en una excursión organizada por las autoridades soviéticas para demostrar al mundo que allí no estaba sucediendo nada. Sus palabras fueron: “Hemos atravesado Ucrania. ¡Pues bien, afirmo que la he visto como un jardín a pleno rendimiento!”. Pero Francia no fue la única nación que ignoraba la situación. Gran Bretaña o Estados Unidos hicieron lo mismo. El papel jugado por el Kommintern (Internacional Comunista) fue fundamental. A través de los partidos comunistas repartidos en los diferentes países del mundo, lanzaron una constante propaganda que silenciaba la voz de los que tenían otra opinión.
Malcolm Muggeridge, corresponsal del Manchester Guardian, había llegado al país como otro simpatizante del experimento socialista. Pero llegó a contar lo que vio: "Interrumpí mi viaje varias veces, y nunca podré olvidar lo que vi. No era precisamente una hambruna (...) Esta hambruna particular estaba planificada y era deliberada; no se debía a cualquier catástrofe natural, como una sequía, un ciclón o una inundación. Una hambruna administrativa producida por la colectivización forzosa de la agricultura, un asalto al campo por parte de los apparatchiks –esos mismos hombres con los que había estado charlando tan amigablemente en el tren–, apoyados por violentas cuadrillas de militares y policías…".
Más adelante, agregó: "Cuando eso ocurrió, ningún periodista extranjero había estado en las zonas de hambruna en la URSS, excepto con el auspicio y la supervisión oficiales, de modo que mi relato iba camino de ser exclusivo. Esto no me trajo reverencias, sino muchas acusaciones de ser un mentiroso (…) Tuve que esperar a Kruschov (…) para tener una confirmación oficial. Por supuesto, según su versión, mi relato decía bastante menos de lo que había en realidad. Si la cuestión es tener un tema de controversia a posteriori, una de las voces más potentes del otro lado será la de Duranty, resaltado en el New York Times, insistiendo en esos graneros repletos de cereal, esas lecheras con mejillas como manzanas y las gordas vacas satisfechas (…)".
El historiador Robert Conquest señaló que la hambruna de 1932-33 fue un acto deliberado de asesinato en masa. Conquest es uno de los autores que más ha escrito sobre la situación soviética. “El asalto por hambre a la población campesina ucraniana fue acompañado por una vasta destrucción de la cultura y vida religiosa ucraniana y la matanza de la clase intelectual ucraniana. Stalin […] vio a la clase campesina como el baluarte del nacionalismo; y el sentido común nos muestra que este doble golpe al país ucraniano no fue coincidencia”.
Hasta aquí, las diversas interpretaciones. Revisando en la web se pueden encontrar mil y más entradas de distintos blogs, a favor o en contra de la situación. Hoy Ucrania vuelve a ser el centro de la atención, y nuevamente nos alertan de los estereotipos de la mentira. Y los bandos nos confunden, cada uno acusa al otro de la manipulación. Parece que es imposible escapar a la manipulación. Parece increíble el poder analizar cualquier situación conflictiva del mundo sin que podamos tener un único prisma. En el caso de 1933, unos hablaban de millones de muertos, otros confirmaron que la hambruna si existió, pero no fue intencionada. Intentaron negar la existencia del Holodomor. Y algunos se preguntaran que significa esa palabra.
Holodomor está basado en dos palabras ucranianas: Holod (“hambre, hambre extrema, hambruna”), y Mority (“inducir sufrimiento, morir”). Más allá de las diferentes interpretaciones, fue una de las desgracias humanas importantes en el siglo pasado. La existencia de estadísticas sobre los afectados (muertos por el hambre) pasará de millones de muertos, a otros que directamente niegan su existencia. Estará en el ser pensante, el cuestionarse las campanas de esta historia.
Tras doscientos años de dominio zarista, Ucrania creyó haber alcanzado su libertad, su independencia, en 1917, cuando la revolución comunista en Rusia logra destronar a los zares, instalando la capital nuevamente en Kiev. Antes de la Gran Guerra, Ucrania estaba dividida en dos imperios: el ruso y el austrohúngaro. Al independizarse, se establece la República Socialista Soviética de Ucrania, en el centro y este del país, bajo control bolchevique, mientras que la Ucrania occidental se incorpora a Polonia. En 1921, el gobierno de Lenin instauró una nueva política económica, combinando elementos socialistas y capitalistas, iniciando un proceso de industrialización con la intención de recuperar el país, luego de la guerra civil rusa. En ese proceso, se entregaron tierras al campesinado, al tiempo que se formaron pequeñas empresas denominadas kulacs. Estos se convirtieron en la principal fuerza agricultora de Ucrania, chocando con los intereses soviéticos de la total colectivización de la agricultura. Sobrevino una orden directa de Stalin a partir de 1932: “Retomar Ucrania a cualquier precio y bajo cualquier medio”, y la resistencia duró cuatro años. Ucrania se enfrentó con las tropas comunistas, como también sufrió los avances del ejército blanco, leal a los zares, que querían reintegrar el zarismo. Además se vio rodeado de tropas polacas y alemanas, dispuestas a anexionarla para su occidentalidad.
Ucrania era fundamental para el sustento económico del imperio soviético. Producía el 80% del carbón, el 85% del hierro, el 70% de los metales, el 82% del azúcar, y el 28% de la producción cerealista. En 1932, Stalin decidió forzar a millones de agricultores a que se adaptaran a la agricultura soviética colectivizada. A la resistencia de estos Kulaks (campesinos o granjeros adinerados que adquirieron parte de las tierras que habían sido repartidas a los campesinos pobres en los inicios de la revolución), sobreviene un decreto del Politburó donde se restringe los alimentos de los campesinos que no hubieran cumplido con el plazo de entrega de las cosechas provenientes de Ucrania, Kazakhstán o el norte del Caucaso.
Ante la resistencia de la colectivización, fue enviado el Ejército Rojo para ahogar la rebelión, confiscar los alimentos y propiedades, detener y ejecutar a estos propietarios. Al mismo tiempo, se impidió el acceso de los campesinos a las ciudades. Esto condenó a los agricultores y ganaderos a padecer el hambre y las enfermedades, como el tifus. Comenzó una competencia de cifras y número de víctimas que no benefició a nadie en esta historia. Para unos fueron millones de muertos por el hambre. Para otros, la inexistencia de la hambruna, apenas una mala cosecha a consecuencia de una importante sequia. Y el levantamiento, según su óptica, fue de los pobres campesinos oprimidos contra los Kulaks. Para terminar, denunciaron casos de exageración, invención y falsificación de los hechos históricos vinculados a este tema.
La declaración conjunta de las Naciones Unidas en 2003, definió la hambruna como el resultado de políticas y acciones “crueles” de un régimen totalitario, que causaron la muerte de etnias como la ucraniana, rusa, kazaja y otras. Veinticinco países firmaron esa declaración conjunta en el setenta aniversario del Holodomor, y el Parlamento de Ucrania reclamó por el reconocimiento del Holodomor como un genocidio, ya que persisten en aclarar que perdieron al menos, siete millones de compatriotas. Entre medio de 1933 y 2003, años de silencio y propaganda, con la excepción de alguna literatura de los sobrevivientes, que rápidamente fue cuestionada o defendida, según la causa. Además, durante la Segunda Guerra Mundial, Ucrania resultó destruida por los enfrentamientos nazis-soviéticos.
Hoy Ucrania se ve sitiada nuevamente por Rusia, esta vez la de Putin. Cuando restan aún tres años para el centenario de la Revolución Bolchevique, parece retornar la peor de las historias, oscura, secreta y dramática. A las muertes de hoy se les aplica el mismo criterio, nadie las lamenta, la primera reacción sigue siendo la de cuestionarlas por ideología o intereses. Y nosotros asistimos entre cantos y plumas de los herederos de las diversas propagandas, esta vez en la comodidad de un sillón, el mando de los televisores de plasma, o con un mouse inalámbrico. Habrá que esperar al siguiente siglo para descubrir si es o no una nueva farsa, ya que como marca la historia, no logramos ponernos de acuerdo si mueren siete millones o un puñado de voluntades.

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