lunes, 12 de mayo de 2014

Cuantas veces corro y no te puedo alcanzar



Algunos consideran que la escuela es el principal responsable porque cada vez haya menos gusto por la lectura. Decir la escuela es como decir “el mundo está equivocado”. Es un término que de tan general,  resulta injusto y arbitrario. Pero si es cierto, que muchísimos profesores se adecuan a un simple programa educativo y no se detienen unos minutos en sus asignaturas de Lengua, Castellano o Filosofía, a describir con pasión, el verdadero placer de la lectura. Actuando como simples funcionarios sin alma, prefieren que te leas de memoria “La invención de Morel” o “La cautiva”, antes que razonarlos y entenderlos,  o que recuerdes como un autómata “Volverán las oscuras golondrinas” o “Setenta balcones hay en esta casa, setenta balcones y ninguna flor”.


Pero la pasión por la lectura continúa su marcha. A paso lánguido y decreciente, pero persiste. Basta que un chico de veinti pocos años te diga alguna vez (como me ha pasado tras el comentario de algún libro en este blog), que ha leído un libro de los que no se encuentran en las gasolineras o en los grandes centros comerciales, sino que en esas viejas librerías o mercadillos, para darte cuenta que la lectura sigue siendo un oficio. Y si en la escuela te encuentras, como me ha pasado a mí, con una profesora como la señora Gallichio, que con dos horas semanales durante tercer año, estimuló mi afán por la lectura con el mismo ímpetu que mi madre toda mi infancia, vale la pena en este arte que es leer y bucear por la lectura, dejar de lado las definiciones colectivas, y centrarte en que la literatura suele persistir por el esfuerzo de personas puntuales.

He dicho hasta el aburrimiento que guardo mi mejor biblioteca en la casa de mis padres. Para mí, una biblioteca pública es un templo, pero para la adoración de los libros, no hay mejor lugar que una casa. Como una pista concreta que me cuesta despegarme de las raíces, opté por dejar mis mejores libros al resguardo de mi madre, aunque para disimular la misión, comprometí a mi padre para que mantenga vivo los anaqueles, sin polvo, forrados y rectos, como corresponde a tanta buena palabra. Mi padre también es un elemento individual en mi elección de lector. Poco a poco, caí en la tentación de sus recomendaciones y comencé a investigar su biblioteca, aunque nunca le he de perdonar que a los veinte años, él considerara que yo debía leer a Platón o Maquiavelo. La frustración de estar frente a algo tan grande y no comprenderlo, me exigió a dejar de lado lo superfluo y procurar mejorar el grado de mi conocimiento. Veintitantos años después, yo le recomiendo lectura profunda a mi viejo.

Uno a uno parece que no somos nada, la masa está todo el rato haciéndote sentir el bicho raro. Pero el uno a uno si persiste, le puede ganar a la masa. En realidad, la masa suele alinearse siempre detrás de un tal “uno”. El problema de esos unos, es que suelen ser populistas y proclives a no disimular su ordinariez ni ignorancia. Pero dentro de esos uno a uno, hay gente que cree que se puede mejorar el mundo, y con pocos medios pero profunda imaginación, se plantan ante estas sociedades autómatas como verdaderos quijotes, para dejar algo más que una simple semilla o una escasa gota de agua.

También es verdad, por cuestiones de las economías, que un libro puede ser un objeto de lujo que muchos difícilmente puedan alcanzar. Pero en distintas partes del mundo, existen esos uno a uno que se preocupan por acercar la cultura a los lugares más remotos o a los grupos más desfavorecidos. A través de curiosas y originales bibliotecas ambulantes, se intenta preservar la curiosidad o afán por la lectura y comprensión de textos.

La Sierra Nevada de Santa Marta es un relieve montañoso, ubicado en el norte de Colombia. Luis Soriano era un apasionado profesor en una escuela rural de Nueva Granada. De tan apasionado, se terminaba frustrando. Tanto el profesor como los alumnos recorrían importantes distancias para acudir a clases, pero se encontraba que los niños rara vez realizaban las tareas. Hasta que descubrió parte del porqué. En las casas de los pueblos no existían los libros. Y entonces, el profesor decidió llevar los libros hasta las casas. Nació así la biblioteca ambulante “Biblioburro”. Para ello echó mano de sus dos burros, “Beto” y “Alfa”, a los que le puso un par de borriquetes de madera a los costados y los llenó de libros. La idea inicial era que varios niños pudieran compartir un libro, ya que inicialmente disponía de no más de 70 libros en su biblioteca personal. Los burros son el único medio para poder llegar a casas sin caminos y entonces se presentó con la burra delante, no por el solo hecho de demostrar cortesía, sino que presentando a Alfa y luego a Beto, logró que llegara a los pueblos olvidados, el tan ansiado “alfabeto” literario.


Hoy en día cuenta con entre 5.000 y 8.000 libros, y se ven beneficiados cerca de 400 personas al mes en su pueblo, y alrededor de 3.000 en todo el país. La mayoría de los textos son de uso escolar y versan sobre literatura universal. Biblioburro ha sido replicado en varios rincones de la  superficie colombiana. Y como los avances tecnológicos mandan, encontramos un proyecto con sentido social en marcha denominado “Biblioburro digital”.

“Los burros son vistos como animales brutos, pero en realidad son muy nobles. Además son los mejores para resistir largos viajes y cargarlos”, defiende a sus animales Luis Soriano. La paradoja de que el burro acerque la palabra para vencer al analfabetismo, parece sacada de un personaje literario de Baricco o García Márquez. Pero no solo de los asnos se aferra la literatura. En Chile utilizan “Bibliollamas”; en Kenia, su Biblioteca Nacional, recurre a un animal autóctono para paliar las dificultades del tiempo y las condiciones de los terrenos: Los “Bibliocamellos”; en Laos, tres ONG se asociaron hace años con un simple objetivo: Contribuir a la alfabetización de las comunidades rurales con una biblioteca móvil particular, que de paso intentaba concientizar sobre un espécimen de culto tradicional y en proceso de extinción: El elefante asiático; En la periferia de Milán, Lucia Pignatelli creó hace años el “Biblioasino”, donde ella y su asno Serafino, incentivan la lectura entre niños y mayores; y por último, Marc Roger acompañado por su burro Babel, se dedicó a leer en voz alta, entre mayo de 2009 y junio de 2010, novelas, cuentos y poemas, pertenecientes a literaturas francesas y africanas. El proyecto de este lector público, incluyó 160 lecturas durante 5.000 kilómetros a pie, abarcando 5 países (Francia, Marruecos, Mauritania, Senegal y Malí). "Leer a voz alta y en público, es para mí, ofrecer a la escucha del gran público, de adultos y de jóvenes, cuentos, novelas o extractos de relatos. Es a la vez producir chispas que den ganas de leer, se trata de abrir un camino donde circulen el intercambio y las ideas. Pero también se tratará de ser, en el corazón de ciudades y pueblos, en la empresa y en los cafés, en cualquier parte de los barrios, un transmisor. Simplemente como un lector público”, la intención de otro Quijote, avalado por las escuelas asociadas a la red de la UNESCO.


Las bibliotecas sobre ruedas suelen ser más habituales. Muchos países cuentan con este sistema para prestar servicio a pequeñas localidades que no disponen de bibliotecas propias. Pero llaman la atención los sistemas creados por particulares para continuar defendiendo la cruzada de la lectura. Antonio La Cava es un profesor retirado en la provincia de Matera, Italia. Creó la “Bibliotecarro”, que consiste en acondicionar su motocarro Ape 50, en una biblioteca en forma de casa (con su chimenea incluida en el escape), porque para él, la casa es el lugar ideal para amar los libros. Así lleva más de 15 años acercando a las nuevas generaciones, un material que nadie estimula como competencia para frenar el impulso de las nuevas tecnologías: El libro en papel.

Pero el fenómeno superó las expectativas. No sólo se acercan los niños para vislumbras su interés. Los jóvenes insisten por solicitarle ediciones de Buadelarie, y los adultos le piden libros de segundo o tercero de primaria, para “retomar la lectura donde se quedaron con los estudios”. Los textos se piden prestados y también se pueden hojear y discutir a su paso. Además de facilitarles lecturas, les deja acceder a los niños a sus preciados libros en blanco, para comenzar o continuar historias. Muchas de esas historias se van componiendo a lo largo que completa su trayecto. A la pregunta inicial “¿Quieres un libro para leer o escribir”, le sigue cuando se elije la opción del libro en blanco, la otra pregunta necesaria “¿Quieres uno en blanco o uno que ya va por un segundo capítulo?”. Dispone de varias “obras de arte” firmada por sus niños. Algunas historias son más breves que “El dinosaurio” de Augusto Monterroso o que un tweet. Una de sus preferidas dice “Erase una vez una pelotita que hablaba, jugaba y bromeaba. Un día encontró a otra pelotita que hablaba. Le preguntó: ¿Tú quién eres?. La pelotita no respondió”.

Para confirmar que estos personajes parecen salidos de la pluma de Baricco o García Márquez, La Cava tiene otra anécdota increíble, que define su calidad de persona. De su época de maestro, recuerda el mote de “el maestro que se deja robar las naranjas”. En los setenta, Antonio siempre dejaba en su carro abierto un cesto con naranjas. Los niños le pedían seguido ir al baño. Y él sabía con satisfacción el motivo: al regresar al carro para volver a casa, encontraba todos los días el cesto vacío. “Diez años después, un ex alumno vino a verme con un cesto y me dijo: ¡Gracias por aquellas naranjas, estos huevos son para usted”.

En la red se pueden encontrar muchos más ejemplos de iniciativas solidarias, individuales o colectivas, con el objetivo de promover la lectura, y por ende, apartarte por un tiempo “X” de lo que dicta la masa. A un mes de cumplir mi primer año con este blog, me estimula saber que hay gente que emprende caminos quijotescos para sostener a rajatabla el uno a uno, para seguir leyendo. Sabiendo que a mí me han de leer pocos, me basta, quizás que un par googleen Buadelarie, Baricco o recuperen alguna lectura de García Márquez o quieran saber quién fue Augusto Monterroso. Y aunque sea, alguno pueda resistirse a la facilidad del “me gusta” de mi entrada en Facebook, por una rápida lectura profunda de estas cinco carillas, que obligue a las castigadas u olvidadas neuronas, a 10 minutos de concentración en la lectura. Quizás yo quiera ser también, algo parecido a una fuga de la pluma del admirable José Saramago

PD: Gracias por el dato del Bibliotecarro a Karla. Me permitió conocer un par de lindas historias...

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