miércoles, 13 de noviembre de 2019

Cuéntame cómo te ha ido


“La palabra es como la leche que se ordeña. Nadie puede volver a meterla en la ubre”.
Sa'ad ad-Din Varavini del libro del Marzban, año 1220.

Si bien se trata de una actividad al alcance de cualquiera, en mis tiempos de niño no se necesitaba ni se exigía una preparación en particular, el carisma era importante para cautivar, sumado a una expresión dramática que manejara el ambiente, el ritmo de narrar y eso solucionaba todo. Hay personas más hábiles que otras para contar historias, dominando con soltura técnicas o claves. A todo niño le encanta que le cuenten aventuras, participa con preguntas, suspiros de admiración o zozobra y con el componente esencial que es la imaginación. Ese arte admirativo se perdía de adulto hasta que hace poco, decidimos involucionar y desear que los farsantes nos cuenten historias absurdas e infantiles todo el tiempo; y nosotros, creerlas durante toda la vida.

Ahora cada cual construye su relato y lo vende sin depurarlo ni darle un estilo y mucho menos credibilidad. Se procura sazonar cualquier manifestación con una dosis adecuada de emoción transformándose en una poderosa herramienta de comunicación. Y resulta, por que la gente lo cree, ya sea porque necesita creer en algo o por que sencillamente, son tan ignorantes que con poco decorado y argumento ya se sienten satisfechos para seguir hasta limites insospechados al fraude. Porque ya nadie se digna a diferenciar entre relato y verdad, vivimos en el interior de esos cuentos de niños en nuestros cuerpos de adultos, y repetimos ideologías, conspiraciones o epopeyas que no existen. Pero no es que no existen porque han dejado de existir, no existen porque son epopeyas contemporáneas que debemos saber que nunca han existido, no se han evidenciado, no hay registros. Pero se ha convertido en la técnica de comunicación de gestión de los gobiernos más utilizadas.

El sesgo que estos relatos le dan al pasado y al futuro se convierten en nada, en mitos políticos, estableciendo una nueva secuencia de acontecimientos que actúan como inventario de un decálogo o ideología, con los beneficios de que estas sobre interpretaciones se terminan consolidando bajo el apoyo de los ciudadanos. Mirándolo correctamente estamos atrapados en un proceso de opresión simbólica que nos impide vivir nuestra propia vida, deforman nuestros ideales y dejan de expresas sus propias vivencias, puntos de vistas o experiencias. Se llega al absurdo que el relato se constituye en la memoria viviente de una ciudadanía que en realidad, no vivió nada de lo que le cuentan y cree. El poder continúa con el armado de nuevas historias y escenarios para mantenerse y perpetuarse. Paradójicamente la audiencia cree estar viva y en plenitud cuando están dormidos o narcotizados por tanto cuento.

La incoherencia es ahora una figura retórica. Y la sobredosis de relatos nos han intoxicados pero no para reaccionar ante la farsa sino solamente para atacar al relator ajeno a nuestros gustos, al que cuenta el cuento que no nos agrada oír. La percepción de las cosas parece más importante que la realidad. Sabemos que no podemos seguir aceptando una sola aproximación de la realidad, ya que motivada por las florituras lingüísticas y por el uso de una realidad falseada por las emociones o por las capacidades cognitivas, contamos las cosas de muy variados prismas y en muchos casos, nos encontramos con el intríngulis que varias acepciones divergentes en realidad están mostrando parte de la realidad. Ese problema es de toda la vida, ahora nos hemos acercado al abismo ya no con las fake news sino con en la mentira que nos sostiene en el engaño. Toda trama tiene un “escenario”, olvidando que el escenario originalmente era la parte esencial de un decorado para poder desarrollar obras dramáticas o teatrales. Escenario es un decorado, hoy es la historia que nos quieren maquillar y reconvertir.

Como argentino, siento con pesar y algo de asco la sensación de que somos el experimento inicial de toda la podredumbre de lo que somos capaces de generar para luego exportar. La técnica de storytelling fue muy utilizada en las últimas décadas de campañas presidenciales. Se utilizó para reinventar el pasado y luego para hacer comunicación de una gestión que a los pocos minutos podía ser desmontada por tratarse de actores, malos actores. Pero esa manera burda de negar datos, estadísticas o cifras que solemos olvidar fácilmente, dio paso a bombardearnos casi a diario con supuestas personas reales que contaban de manera sencilla y emotiva, como nuestras vidas cambiaban y mejoraban a causa de esas medidas de gobierno que en realidad no se registraban. Y como con la emotividad se trasmitía una reivindicación a las continuadas postergaciones sufridas por nuestra propia decadencia, preferimos definir un estilo de liderazgo a partir de logros ínfimos y nunca detectados en el exterior, salvo por los aliados que se dedican a montar sus propios escenarios, relatos o ficciones que jalonan historias falsas pero compartidas en muchos países del continente y del mundo.

Y te sientes impotente intentando explicar este fenómeno. Y te sientes estúpido al intentar explicar al cándido amigo, conocido o familiar que cree a pie juntillas el relato y en tu afán por quitarle la venda, el idiota viene a decirte muy suelto de cuerpo y con tan poco contenido, que en realidad soy yo la victima de una manipulación. Resultaría conmovedor de no ser tan sádico el mecanismo, la persona que no razona y repite el cuento de turno, te dice con la mano en el corazón su preocupación por lo manipulado que está la persona que razona con relativa independencia. Es fantástico y digno de un escenario de obra picaresca que el imbécil crea que es el otro el que se ha sido manipulado. Se abrazan a la libertad de expresión y que todas las expresiones son respetables en el mismo momento histórico que no respetan que contrariemos la fabula y que además, les demos pruebas. Y no son necesarias pruebas contundentes, tipo Watergate, simplemente recordarles que esa epopeya o efeméride no ha sucedido, que no la han visto.

Si bien desde la literatura de Don Quijote ya se mencionaba la problemática de un hombre con la cabeza deteriorada a causa de fantasías provenientes de las historias de caballería, que podían tergiversar la realidad del Hidalgo recreando andanzas y hazañas ficticias, producto de una mente plagada de mentiras, exageraciones o falsos relatos. Esta novela se convirtió en el hito de la literatura en castellano. Esta novela tal vez es la base del “storytelling” que en los primeros años del nuevo siglo, el ensayista marsellés Christian Salmon definió como el arte de filtrar ficción literaria en la comunicación política u otros campos. Vivimos rodeados de narradores no fiables pero seguimos pidiendo nuevos repertorios, encandilamiento y fantasía. La comunicación ha mutado a los principios del marketing y publicidad norteamericana, y de esta manera a los memoriosos y perceptivos nos queda otra que asumir que lo que se negó la semana pasada, será aceptado con bombos y platillos a las siguientes semanas. Lo vimos en Argentina con Alberto Fernández, Massa, Moyano, Julio Bárbaro y demás títeres y lo vemos en España con Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. La cordura está sitiada, y la reconversión de la historia de acuerdo con la viralidad y necesidad de actualizar histéricamente la información, devalúa aún más el discurso público. La mediocridad se ha estandarizado, decimos las mismas incoherencias en la mesa a la hora de la comida, como en el parlamento, en las escuelas, universidades, platós de televisión o en los mítines.

Estas nuevas y ficticias historias formatean peligrosamente la mente de los ciudadanos. Existe una audiencia considerable que no cuestiona el relato aceptándolo acríticamente. La tendencia en aumento de dormir de forma despierta a las personas nos enfrenta con un dilema de necesaria resolución. El ideal de justicia de Don Quijote es la antítesis de la injusticia que él mismo encontró al recrear las historias en su propio paso por el mundo. En realidad, lo conmovedor de la historia de Cervantes es ver como el hombre, creyendo ser digno, tantas veces apenas es ridículo y cándido. El continuo juego de espejos en donde se mezclan ficción o realidad nos enseña en realidad que la verdad nunca se busca en la certeza sino en la duda. Y yo no dudo ni callo que estoy rodeado de amigos y conocidos cada día mas tristemente estúpidos. El consuelo es que ellos se apiadan de mí, por estar tan tristemente manipulado, regalándome aquel ofensivo: flaco, te hacía más inteligente…

No hay comentarios:

Publicar un comentario