domingo, 12 de junio de 2016

Pide al tiempo que vuelva


El tiempo es veloz, la vida esencial
el cuerpo y mis manos me ayudan a estar contigo,
quizás, nadie entienda,
vos me tratas como si fuera algo más que un ser . . .

El tiempo es veloz - David Lebon

Dos meses casi sin escribir una sola línea. No es fácil compatibilizar exámenes con reflexiones. El blog luce abandonado, pero no tengo tiempo de observar mi propia desatención, porque otros frentes me reclaman. En definitiva, la vida está llena de objetivos, prioridades, descuidos y abandonos. Pero el cuerpo me pedía retornar a la escritura, dar el último examen, dejar descansar la mente poco tiempo -al menos una semana- y retomar mis post. Es llamativo, porque aquí suelo reflexionar sobre lo que todo o casi todo debería ser, pero como todo humano bien sabe, solemos reflexionar sobre lo que hacer, y vivimos haciendo lo contrario. Era tiempo de actualizar el blog.


Me hace bien escribir, pero no me debe hacer muy bien el pensar sobre lo que escribo. Siempre me reproché no tener la veta para escribir sobre humor, vaya a saber porque maquiavélico poder me gusta escribir sobre los imposibles o sobre los recuerdos. La rememoración son cosas pasadas, donde su tiempo ya pasó y donde a veces la remembranza puede servir de consuelo o estímulo para aprender de lo vivido. Y sobre los imposibles no hay remedio. Se podría aspirar a intentar lo inalcanzable, pero en esta enorme obra de teatro que es la vida, resulta impracticable separar lo ideal de lo que los sujetos fingen todo el tiempo. Sin resignación, pero con mucho razonamiento y pensamiento, se llega a la conclusión que es imposible cambiar gran parte de las dinámicas. Pero yo me enceguezco y las sigo dejando por escrito.

Y podrán pensar que estoy falto de tempo o de registro. Porque en los primeros tres párrafos me despacho con al menos cuatro o cinco repeticiones de la palabra tiempo -sin contar, claro está, esta-. Suelo intentar ser meticuloso con el uso del idioma, y más estando tan atento a como se suele utilizar de mal en las calles de la vida, que me procuro -además de escribir sobre imposibles- hacerlo con un castellano que parece extinto,  entonces leo y releo lo que escribo para no cometer tantas repeticiones o faltas de ortografía o de gramática. ¿Entonces porque tantas repeticiones de la palabra tiempo? porque a pesar de que escribí hace poco sobre él, todo el tiempo que no escribí me llevo a pensar sobre el poder que tiene sobre nuestra existencia.

Todo ser vivo es un ser temporal, pero somos nosotros los únicos que -aparentemente- somos conscientes de esta realidad. Al ser personajes de la historia - que no significa históricos- nuestro proceso se desarrollará sobre una estructura lineal sometida por el tiempo. Tiempo biológico que regula nuestro paso por la vida y el tiempo histórico en el que nos toca privilegiada o desventajadamente vivir. Las cosas se viven en el momento y cuentan con la inestimable ayuda de otro componente fundamental, la memoria, que permite una reconstrucción condicionada de la identidad individual y social. Y es condicionada porque al recordar no lo hacemos con rigor existencial sino con la implicación de nuestras emociones lo que hace que el recuerdo si bien existió, suele recordarse con la épica del sentimiento, es decir una deformación de la realidad.

Nuestra manera de determinar el ritmo y periodicidad de nuestra existencia es, de alguna manera, objetiva. Segundos, minutos, horas, días, meses, años son medidas establecidas que nos permiten organizar nuestra cultura. Pero también el tiempo es una medida de orden subjetivo, determinado por las vivencias, el sentido que le otorguemos y el valor que se le concede. Este tiempo subjetivo es lo que permite variar los momentos históricos de unas culturas a otras, de unas personas a otras. Es el más claro de observar, aunque es verdad también que el tiempo objetivo por más que un segundo sea un segundo, también puede tener sus interpretaciones.

Vivir es incorporarse a lo que está pasando, señalaba Daniel Innerarity, filósofo y ensayista español contemporáneo. Vivir estará marcado por el tiempo y es capaz de influir en él. Todos los seres humanos componen su propia biografía por gracia de una constante dinámica de vivir el presente entre la tensión del pasado y de un futuro que está por venir. Pero si bien consideramos ese tiempo como algo cronológico, no es simplemente así sin la vitalidad, ya que todos desarrollamos nuestro proceso vital sobre nuestra propia estructura biográfica. Ese concepto de tiempo nos pesa como una losa,  gracias a esa dinámica infernal que estamos empleando en el vivir, sentimos todo el tiempo una sensación de prisa por alcanzar objetivos que nos están privando en realidad de disfrutar nuestro tiempo en el universo. Obsesionados con nuestro tiempo, nos estamos olvidando de disfrutar nuestros mínimos logros, asociamos la palabra tiempo con inmediatez y queremos que solo sea inmortal, aunque sepamos que todos somos apenas temporales.

Aristóteles definió como complementarios los tiempos objetivos y subjetivos. Además agregó los componentes movimiento y cambios. Y afirmó que el tiempo es un compuesto, ya que una gran parte del tiempo "ya no es" -el pasado-porque ha acontecido y otra parte "no es todavía" -el futuro- por qué está por venir. Y tildó esa paradoja de dividir entre lo pasado y lo futuro como algo divisible, en una realidad incontrastable: ni el pasado ni el futuro existen. Aristóteles se apresuró a negar esta supuesta realidad al afirmar que "una parte es la medida del todo, y el todo tiene que estar compuesto de partes, pero no parece que el tiempo esté compuesto de ahoras". Pero como logramos encuadrar el ahora si todo tiempo tiene un principio y una duración. Para que uno permanezca siempre idéntico, sería necesario que el tiempo se explicará como una perpetuidad y eso no sucede, parece que con el tiempo nos hemos metido en un callejón sin salida.

La pregunta es cruel si queremos descubrir si el ahora tiene duración ya que si creemos que el ahora es el presente, sería el confín que separa el pasado del futuro. Para muchos el secreto pasa por la actividad intelectual: es decir, pensar. En este momento estoy pensando sobre el paso del tiempo, pero otras veces pierdo mi tiempo en cualquier otra actividad y no repara en ese paso. La sensación de duración se atribuye a la atención que le prestemos al paso del tiempo. ¿Es ahora mientras aguardamos que hierva el cazo con agua? Generalmente esa espera no tiene tiempo reconocido, no la asociamos con la espera en presente. Hasta que el agua no hierve, no está sucediendo nada. La espera se matiza haciendo otras cosas, porque si nos quedamos mirando fijamente el agua que aún no hierve, además que no está sucediendo nada, el agua parece que nunca hervirá, y el presente será solamente ansiedad, aburrimiento o nada. La atención al paso del tiempo no la relacionamos con el presente, aunque produzca sensación de duración, cualquier otra actividad distrae ese paso del tiempo, lo modifica.

Para mi tía que está atravesando una enfermedad mental que deteriora, el tiempo parece que no transita y los días se les hacen eternos. Al mismo tiempo, nos aclara que los meses vuelan, que la vida se nos escapa de las manos. Y en ambas definiciones tiene razón, sus dos expresiones tienen completo sentido. Entre el sinfín de experimentos por los que se transita, se le ha pedido a un grupo de gente de diversas edades que calcularan en silencio cuándo habían pasado tres minutos. Los voluntarios con poco más de veinte años tuvieron un margen de error de apenas tres segundos. Los adultos maduros se pasaron entre diez y veinte segundos y los sexagenarios calcularon los tres minutos cuando en realidad se habían alcanzado los tres minutos y cuarenta segundos. Sólo los jóvenes parece que no subestimaron el paso del tiempo.

Hudson Hoagland, psicólogo estadounidense, adivinó por primera vez en los años treinta del siglo anterior, la existencia en nuestra mente de un ritmómetro -especie de reloj biológico en cada persona-, cuando su mujer padeció una fiebre intensa. La señora Hoagland reprendió a su marido por haberse marchado de su habitación durante un largo tiempo, cuando en realidad sólo se había ausentado apenas un momento. Dominado por la curiosidad, le pidió a su mujer que le dijera cuando había pasado un minuto, a lo que ella le confirmó ese tiempo poco después de que pasaran treinta y siete segundos. Hoagland repitió el proceso a medida que la fiebre le aumentaba a su esposa y comprobó que a mayor temperatura y malestar, el cómputo de su mujer era aún más rápido. Realizando experimentos posteriores, comprobó que podía producir un retraso del 20% del sentido del tiempo de un individuo, con la simple aplicación de calor en el cerebro de esa persona. Y si descendía la temperatura del cuerpo de una persona, lo que se lograba era acelerar ese tiempo subjetivo.


Dos meses sin escribir me invitan a reflexionar una vez más sobre el tiempo. Tres horas entre lecturas previas, análisis, reflexión y escritura no arrojan una conclusión terminante sobre lo que hice en este, mi regreso al tiempo de la escritura. El blog mostrará una nueva entrada y el salto del último post a este demostrará que hubo un paso del tiempo. Platón consideraba que paso del tiempo respondía a una ilusión. Para mí, los dos meses se han pasado volando, entre estudios y trabajo. Para todo aquel que no me lee, no hubo espera por si yo rompía o no con el pasado publicando un nuevo y efímero presente. Para los pocos que me aguardan y leen, comprobar que el pasado dura tantísimo más que el presente, y cuando este llega, luego de diez minutos de lectura, les quedará la sensación de haber perdido nuevamente el tiempo....

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