domingo, 18 de noviembre de 2018

El corazón del hombre se hizo añicos antes de que explotara la vergüenza


“En la base de todas las reglas que determinan la elección y el empleo de las palabras encontramos la misma exigencia primordial: la economía de la atención”.
Herbert Spencer – naturalista, filósofo, sociólogo, psicólogo y antropólogo inglés (1820-1903)

Alguna vez repetí hasta el cansancio una canción de un artista argentino, que vivió parte de su tiempo en Madrid, y supo resurgir, mediado los ochenta, de un pasado de niño prodigio al convertirse en una estrella que él, hubiera deseada se le equipare a Dylan o a Morrison. Pero la cuestión es la canción, la repetía una y otra vez, y hasta la cantaba cercano a las lágrimas siempre internas, por el dolor que sentía hacia un amor frustrado. Entre suspiros de dolor me preguntaba cómo había podido graficar tan contundentemente esa sensación de despertar y pensar en el acto, si la has de ver. Me aliviaba en parte saber que era moneda corriente ese dolor. Me aliviaba hasta que alguien me contó que esa canción en realidad se la cantaba a la cocaína. Nunca sabré la realidad, porque no es habitual que un cantante, o un escritor, o alguien vinculado al éxito te confiese que su gran fama en realidad surgió de una marranada. Pero yo era capaz de perecer en mi cama sintiendo eso bien propio, lo de y ahora tengo que esconder mis heridas.


En otro tiempo, también escribía novelas. Es que quería ser escritor, me había despertado con el gusanillo seguramente. Mi padre, un día me regaló una temática para desarrollar que se convirtió en una asignatura siempre pendiente: que escribiera una novela donde graficara que la vida es una gran puesta de escena de una eterna obra de teatro. No pude encontrar mi guion preciso para esa ficción, aunque creo que llevo cinco años escribiendo en este blog, de ese eterno escenario que es la realidad que transitamos. Tal vez no tiene forma de novela, ni corta ni larga, pero he ido saldando la deuda ante el pedido de mi padre. Y en ese recorrido, leo una noticia y me inspira alguna pregunta nueva donde volcar mis cuatro o cinco carillas Word de cada semana. Y al publicarlo me gusta lo que ha salido, pero en realidad, pocas veces representa lo que pensé escribir originalmente, mi relato finalmente atravesó otra realidad.

El ser humano piensa con imágenes. Y de esta manera intenta explicar lo desconocido con lo conocido. De ahí que el mundo parezca montado sobre diez o veinte estereotipos. Puesto que la imagen nos suele ayudar para expresar lo que nos abruma o condena, lo que en realidad sucede es que nunca logramos alcanzar la imagen soñada, entonando la imagen que pudo ser dándole carácter definitivo. No sé si me logro explicar, pero sin imágenes no habría arte. En nombre del arte se alcanzan proyecciones, aproximaciones solamente porque lo que trasciende es la deformación de la imagen que nos ha ayudado a intentar proyectar esa necesidad artística, espiritual inicial para convertirla a través de la imagen que utilizamos, en un símbolo al que no recurríamos pero que ha quedado instalado. Y la duda inicial, bien gracias. Sigue en el vacío de nuestro interior, en el debe continuo de la humanidad.

Entonces parece que la vida transcurre a través de estas imágenes, las que podemos recrear. Pero tal vez no logramos expresar a través del arte en una necesidad: una nueva historia del arte basado en el cambio de la imagen. Por eso las imágenes que generamos parecen eternas, inmóviles. De siglo en siglo, de país en país y de continente en continente, se transmiten sin cambiarse las mismas imágenes que en realidad no representan el prisma. Fomentamos más la disposición de las imágenes que la creación de nuevos gráficos. Y nos confunde a todo aquel que siente que algo se está diciendo, aunque la verdad anide en la maraña de nuestros sentidos. El contrasentido es aún mayor cuando alguien te agradece porque le has dado palabras a un contenido que le preocupa, y cuando te alcanza a precisar parte de ese entramado, te silencias ante tu confidente porque en realidad, no tienes un punto en común con ese razonamiento. Y tal vez el arte sea la distorsión de las imágenes que nos persigue y nunca llegamos a darle la forma definitiva que se merece, y que seguramente necesitamos.

Y hoy toca la música, pero podría haber sido la literatura, la sindicatura, la ecología, o la disciplina que quisiéramos graficar. Hay expresiones que han sido forjadas sin esperar de ellas ninguna pretensión o percepción. Y se convirtieron en éxito, y el autor, al relajarse por el poder que brinda la gloria, se relaja y se desnuda, y nos muestra un vello que no es peinado ni reflejo. Y el juego de imágenes nos irrita porque genera varios efectos: el culto incondicional, por un lado, y la necesidad de desarroparle, de descubrir sus vergüenzas por transitar un éxito tal vez inmerecido o precipitado. Esto se nota mucho con los artistas de izquierda que le trovan a las injusticias sociales, a las necesidades espirituales de cambio de ciclo o tal vez de mundo, y al instalarse en una elite viven de forma contraria a lo que cantan. No se ustedes, yo me desilusiono en el acto. Se les ve en conciertos públicos cobrando millonadas para seguir cantándole a la injusticia distributiva, al eterno fascismo que nos posterga, al burgués odiado pero que todos quieren habitar, siendo muy pocos los que alcanzan ese merecido estatus. Repito, hoy toca la música, porque quizás es más fácil adosarle el pensamiento a otro gremio, pero en el caso de la acción social -donde transito-, la idea es similar. Todos filosofamos sobre la desgracia de la acumulación ajena, pero no nos sonroja la dimensión de lo que logramos acumular. Una buena idea, una gran intención a veces solo se convierte solamente en una imagen que nos favorece. El problema inicial, como el pecado, seguirá expectante que una nueva forma de imagen lo acorrale finalmente.

Gracias a la vida que me ha dado tanto, se entona a pulmón lleno. Cuando en realidad, los anónimos del coro son los que nunca podrán precisar si hay cuantía en lo que les deparó la vida. El cantautor de protesta seguramente debería protestar por el confort que aburguesa, pero de manera empecinada, le sigue dedicando corcheas a la eterna imagen de la injusticia social, que ahora se tratará de una imagen más distorsionada por la original, porque ya ni se transita. No hay nada más patético que ver a un comunista conduciendo un Mercedes o un líder de movimiento social que escracha a las grandes empresas por la opresión que profesan mientras él camina con sus Nikes bien blancas y lustradas. ¿Y usted preguntará porque cantamos?, nos dice una hermosa canción de éxito casi eterno. Hay una estrofa de la canción de Alberto Favero que graficará tal vez, esa historia inconclusa de la imagen siempre pendiente en la vida: “Si los nuestros quedaron sin abrazos, la patria casi muerta de tristeza y el corazón del hombre se hizo añicos antes de que explotara la vergüenza”. Esta canción tan sensible a nuestros ideales se pregunta porque cantamos y en clímax de la composición expresa que cantamos porque los sobrevivientes y nuestros muertos quieren que cantemos.

Solo se trata de olvidar que anhelamos ser recuerdo eterno. No podemos precisar si hay dos tipos de imagen, la imagen como modelo práctico para pensar y agrupar los objetos, y la imagen como medio de refuerzo de la impresión. Agobia suponer que nuestros hábitos se refugian en un medio inconsciente y automático. Yo hago la misma prueba cada vez que termino de escribir: leo lo que quedó plasmado, pero nunca llega a representar la duda cruel que me llevó a sentarme frente a un papel en blanco y procurar, esta vez sí, alcanzar la respuesta eterna. Lo único bueno de todo esto, es que no trasciendo. De hacerlo algún día, deberé aprender a convivir con ello. Y creo que podré hacerlo…

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