“yo no sabía que iba a ser tan larga. Si lo
llego a saber a lo mejor no la empiezo, quizá la habría dividido; como son
varias historias… Pero me encontré muy a gusto escribiendo el primer tomo y
luego me ocurrió algo que yo no esperaba. Había oído lo que decían muchos
escritores de “la novela me mandaba a mí”. Yo pensaba “¡Qué chorrada!” Pues no
es una chorrada, me mandaba la novela y me tuve que plegar a lo que mandaba.”
Ramiro
Pinilla, sobre su novela “Verdes valles, colinas rojas”.
Aprendí a defender a Ramiro Pinilla
el día que leí por casualidad, un post del blog de Iñaki Anasagasti. Vaya
paradoja, una crítica histérica y despechada confirmó mi afición por el
escritor bilbaíno. No fue la única razón, ya que además de molestarme los
dichos del venezolano, Pinilla se caracterizó por ser un narrador claro y directo,
que no complicaba, que no se lucía con la prosa, y de esta manera, lograba
lucir sobremanera su prosa.
Vaya tributo a Pinilla el mío, lo
encaro exponiendo a un político, que le molestó que el escritor no fuera
nacionalista y de su partido, y además cuestionara el proceder del PNV en un
momento trascendental del País Vasco. Es emblemático ese post, porque la
política se enriquece permanentemente de personajes que sí estás en desacuerdo
(con razón o no), te tratan de majareta, de tostón, de apátrida. Me alivió tanto
fastidio al leer los comentarios del blog: Pinilla tenía un sinfín de
defensores. No sólo eso, habían leído gran parte de su obra. Cómo lo hice yo,
con esa sensación de buen gusto que me generaba encomendarle a Gorka, mi amigo
encargado de la biblioteca de Plentzia, un nuevo libro del bilbaíno. Para
terminar con el político, el post data de 2007, y el último comentario es de
principios de 2011, la gente se dio cuenta que cuatro años de indignación hacia
un despistado, suelen ser demasiado. Y que los partidos políticos o ideologías realzan
a sus escritores, pero el tiempo pone a todos en su sitio.
La totalidad de la obra de Pinilla
es un homenaje a la memoria. Y encaró dicha evocación no de manera histórica,
sino con contenido literario, atrapándonos con sus historias. Estoy muy activo
con los juegos de palabra, en esta entrada. Reconstruyó e inmortalizó el
municipio que adoptó para vivir: Getxo y sus zonas de influencia: Neguri, Las
Arenas y la playa de Arrigunaga. Fue un trabajo ciclope, veinte años, dos mil doscientos
folios para una novela dividida en trilogía, donde consagró la historia del
País Vasco desde sus orígenes. Le valió el Premio Nacional de Narrativa por su
obra “Verdes valles, colinas rojas”. Pero la totalidad de su obra está
ambientada en el Getxo, fundamentalmente en el de post guerra. Solo se apartó un
par de veces del municipio, una para contarnos una final de Copa del
generalísimo de 1943, donde el Athletic finalmente logró poner en su sitio a
Franco.
“El Athletic era la única oposición
de masas a la dictadura en las calles, a veces con gritos sueltos, en
manifestaciones sordas de unidad popular antifranquista y también
nacionalistas. Los franquistas tenían que tragar porque aparentemente era una
simple celebración de un campeonato ganado. Recibir una copa de manos de Franco
era como una victoria, una revancha y al dictador le salían ampollas”, recuerda
Pinilla al evocar “Aquella edad inolvidable”.
La historia inventada de Souto
Menayas, alias Botas, un futbolista que tocó la gloria con un gol convertido
con la mano y que le valió el triunfo ante el Madrid, dicen que fue fruto de la
inspiración al observar el primer gol de Maradona a los ingleses, aquel de la
mano de Dios en el mundial de México 1986. La historia de Botas es, finalmente,
una parábola de la honestidad y la inocencia, que prevalecen aún ante el riesgo
de quedarse sin nada. “El eje de la novela es un sentimiento que he compartido
y que todavía comparto. Como a Souto nos queda la dignidad y lo que hemos
mamado de niños, como todo el mundo sabe, se queda grabado para toda la vida,
el escenario, las amistades… Y aunque no lo sientas de mayor, no puedes
traicionar al niño que fuiste”, otra evocación del escritor en alguna nota.
Traslademos el Athletic a cualquier equipo, la niñez a cualquier de la nuestra y
cualquier fiel futbolero entenderá perfectamente ese sentimiento, que es más de
vida que de deportes.
Y se dio a conocer con el Premio
Nadal de 1960, al vencer con “Las ciegas hormigas”. Otra historia conmovedora,
con un mismo patrón: la virtud y tesón para enfrentar la adversidad, resaltando
la nobleza de una raza. Sabas Jáuregui, trata de ocultar a la Guardia Civil,
una carga de carbón reunida en una noche desapacible, de un barco carguero inglés
encallado, arrastrando a la desdicha a la totalidad de los habitantes cercanos.
Con esa novela comenzó un trabajo verdaderamente de hormiga, animal emblemático
que solo vive de su trabajo, y su instinto siempre le permite culminar sus
obras. Y para poder continuar con su afición por la escritura, eligió
distanciarse del mercado editorial y aceptar cualquier ocupación que le
permitiera acercar el pan a casa.
El escritor conoció un sinfín de
oficios para suplir el poco dinero que acercaba la literatura. Marino mercante,
administrativo de una empresa de gas, traductor y editor en la editorial Fher,
también conoció el fracaso de varios emprendimientos propios. Pero finalmente
llegó su tiempo, es una invitación a todos los que deseamos algún día abrirnos
paso con la escritura. A partir de los ochenta años, encontró un reconocimiento
al que le escapaba, pero le permitió centrarse en proliferar aún más una
notable bibliografía.
Para los más jóvenes, resulta
chocante leer sobre los manejos habituales de la Guardia Civil o la falange en
la post guerra. La Guerra Civil no finalizó con la contienda; la represión y
revancha de los vencedores tuvo efectos aún más represivos que la contienda
misma. “La Higuera” constituye otro texto impresionante, fiel reflejo de uno de
los problemas de esta sociedad, no poder poner punto final a una historia de
arbitrariedad. La Memoria histórica ha sido tibia en este país. Los vencedores
enterraron y honraron a sus muertos. Como la historia es un relato que hacemos
al mirar hacia atrás, buscamos en las distintas higueras un poco de sombra, una
reivindicación a través de la mirada de un niño que observa en primera fila
tanta aberración, tanto libre asesinato. Buscamos en la historia un poco de
dignidad moral hacia los vencidos. Y recordar, recordar todo el tiempo que la
libertad de matar, de pasearse altivo ante el temor del pueblo, no puede ser
nunca gratuita. Existe una Guardia Civil que todo vasco te puede contar con
lujos de detalles, repleta de exabruptos, soberbia y abuso de poder.
Un pasado de militante comunista le
permitió desarrollar a un personaje verdadero, este fuera del contexto de
Getxo. Antonio Bayo provenía de un submundo miserable en la zona de Las
Cabreras, en León. Se entrevistó con él, escucho su versión de su historia
durante un mes. El hambre le persiguió desde pequeño, y lo llevó a un
interminable carrusel de abusos y humillaciones. Le tocó vivir en la miseria,
en la degradación, en la exageración, en las vergüenzas y desgracias del vivir
en el sistema franquista. Corrupción, brutalidad policial, delincuencia,
violencia de género (algo que no se consideraba en esa época), moldeó la
personalidad de un personaje, que a pesar de todo, intentó sobrevivir y buscar
el máximo anhelo del afecto. “Antonio B, el Ruso, ciudadano de tercera” incluye
en su relato componentes sociales, religiosos, políticos, jurídicos y
económicos de esa España que también fue marca España.
Y como siempre hay objetivos
pendientes, un día se volcó al género negro. Y encontró un detective, Samuel
Esparta, trasunto de Sancho Bordaberri, habitante del Getxo de los 40, ideal
para la novela policiaca. Sancho Bordaberri, librero y escritor, tiene un
problema: carece de imaginación. Dieciséis rechazos editoriales por severa
imitación de Raymond Chandler y Dashiell Hammett, lo ponen en la disyuntiva de
dejar de intentarlo. Pero un crimen no resuelto en aquel municipio, le permite
rescatar del olvido a varios personajes intocables. Así escribe su
investigación y nos regala una excelente versión del género del suspense.
“Sólo un muerto más” y “El
cementerio vacío” alcanzan a ser una saga detectivesca. Me falta leer
“Cadáveres en la playa”. Muchos de sus simpatizantes, nos hemos calzado la
gabardina junto al librero en la búsqueda de la verdad. Nos obligó a perderle
el miedo al crimen y a la altivez de la falange. “Podría estar trescientos años
escribiendo sobre Getxo”, confesó Pinilla en más de una ocasión. El senador del
PNV que me permitió abrir el tributo a Pinilla, se preguntó en el final de su
innecesario post: “¿Qué habría hecho ese por Algorta? Pinilla, Pinilla,
Pinilla… ¿Qué habría hecho este señor por Euzkadi? Seguramente no inmortalizó
Getxo como lo hizo García Márquez con Macondo, o como hizo Onetti con Santa
María, o Faulkner con los poblados del sur de Estados Unidos. Pero a través del
municipio donde escogió residir, ha mencionado “lo vasco” de una manera que
nadie ha logrado hacer, mostrando amor a la esencia, nobleza, humor y carácter
de un pueblo silencioso. Quizás no comulgue con el nacionalismo vasco, pero
¿Desde cuándo eso es traicionar una tierra? Quizás solo los diferencia una
manera de ser patriotas, unos en sintonía con los que sufren y no tienen nada,
y otros con los que alguna vez sufren y han dejado de tener algo menos.
Historias del que aguanta o de la
que aguanta, la virtud esencial de su dilatada obra. El esfuerzo o tozudez, la
constancia, la lealtad aún pesando los defectos, el rasgo de su escritura. Como
una hormiga que no descansa, se apartó de las luminarias editoriales por más de
veinte años. Regresó con una obra inmensa, que debería ser de lectura obligada.
Continuó en silencio como hormiga, y a los noventa y un años, y en silencio, su
corazón dijo basta. Por eso intenté este tributo, sin pedantería ni ostentación.
Era la mejor manera de representar a un hombre sencillo. Y defendiéndolo de las
críticas aun ya antiguas. Él lo hizo de manera habitual en las reivindicaciones
de sus personajes. Era mi manera de agradecer tamaña grandeza. Fue el mejor
camino para conocer mejor la tierra donde un día decidió descansar en paz mi
abuelo, el aitite que nunca conocí…
“Ahora sé por quién he escrito
siempre. Pero mi verdadero mundo fue otro”.
Dedicatoria de Ramirio Pinilla a su
madre en la trilogía Verdes valles, colinas rojas.
PD: Me faltó conseguir “Seno”,
lectura por la que fue finalista del Premio Planeta.
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