Nunca se precisó el lugar, ni
tampoco podemos decir a ciencia cierta con que material lo escribió. Sabemos
que no fue pintura. Carbón de leña, o quizás tiza, siguen encabezando las
suposiciones. Presa de la indignación y furia por sentirse proscripto en su
país, emprendió el exilio a Chile. Y supuestamente en la Quebrada de Zonda,
escribió la frase en una piedra, debajo de un escudo patrio, que también
dibujó. “On ne tue point las idees”, fue la frase, que significa la tan mentada
“Las ideas no se matan”. Dicen que la escribió en francés para reforzar que
pertenecía al mundo de los civilizados. Era el año 1840 y para los argentinos,
Domingo Faustino Sarmiento puede ser considerado como el primer grafitero de nuestra
nación.
Si seguimos navegando en la
historia, deberíamos llamar también grafiteros a los soldados griegos
mercenarios del siglo VII que escribían sus nombres sobre las tumbas de los
egipcios. O mencionar las pinturas eróticas rescatadas en Pompeya. Estaban bajo
cuatro metros de cenizas que emanaron del Vesubio allá por el año 79, de
nuestra era. O para los que están leyendo por aquí cerca, las Cuevas de
Altamira, en la región Cantábrica, inmortalizaron al hombre del Paleolítico, a
través de sus bisontes.
El grafiti es un mundo fuera de la
ley, pero que tiene leyes que todos conocen. Esta definición es de Arturo Pérez
Reverte, y la suscribe en su libro “El francotirador paciente”, que va
precisamente del mundo del grafiti o arte callejero. Para muchos es un arte que
se escapó de la rebeldía, irreverencia o afán por sentir la libertad en alguna
de sus expresiones. Es una supuesta vocación de jóvenes, que se arriesgan a
hacer volar y valer su imaginación en lienzos de ladrillo y concreto,
gritándole a las sociedades motivos o conceptos para no ser tan sumisos.
A veces parece que todo sucedió a
partir de los 60. El descaro, como que se inventó por aquellas épocas. El
despertar a las libertades, el freno a la economía o política, y el desarrollo
artístico y creativo se activa en todo el mundo. El Mayo Francés de barricadas
y protestas, también se recuerda por la abundancia de los aerosoles con
leyendas. Nadie homenajeó a Erik Rotheim, ingeniero noruego que por 1926,
generó el nacimiento de la pintura por aerosol. Los argentinos suponen conocer
de antes el trazado en las paredes, cuando en la década de los cincuenta los
simpatizantes de Juan Domingo Perón plasmaban su entusiasmo con una P envuelta
en la V, que venía a significar Viva Perón, tan o más importante que la marcha
peronista en la eternización de ese movimiento.
La aspiración de todo grafitero, no
suele ser el anonimato, como podemos valorar en una primera instancia. La
aspiración del grafitero es que lo vean, es la conclusión de varios, incluida
la de Pérez Reverte, en alguno de los reportajes de promoción del libro. El
grafitero quiere que se lo vea, que se lo lea, que se lo recuerde, que se lo
siga viendo. Un grafitero que trasciende con un mural en forma de vagón de tren
o metro, alcanza más lectores que un consumado novelista con sus ventas. El
grafitero es una persona que siente derecho a ser considerado escritor, y
dependiendo de su agudeza, también a ser llamado filósofo.
Este tipo de arte tiene su arista de
épica. Son como románticos que se arriesgan en la noche para dejar sus
mensajes. Algunos se han de enojar con esta definición, sobre todo los
afectados por sus paredes garabateadas. Y el grafitero no se podrá enojar con
esta definición, ya que grafiti proviene de garabato. El nombre deriva de la
palabra italiana: graffiare, que es casi lo mismo que decir garabatear. La
versión contemporánea se masificó a partir de los 70, cuando activistas
políticos, bandas callejeras o seguidores de bandas musicales, utilizaron muros
públicos para manifestar ideologías, sentimientos o simplemente dar a conocer
sus territorios.
“Nos llenan la ciudad con tías en
sujetador, de políticos sonriendo, de anuncios de coches. El mundo comercial
nos viene con sus mierdas y resulta que lo nuestro es delito y antiestético. Y
es más obsceno que quien hizo de la imagen y de la invasión del espacio público
como un campo de batalla perverso, se atreva a condenar al tipo que junto a su
esquela mercantil, pone en una pared o tacha esa publicidad con un dibujo,
nombre o tag”, me sirvo de Arturo Pérez Reverte, para tratar de conocer parte
de este arte, y comprender si es ético, marginal o necesario.
El boom se gestó a partir de 1967,
el año en que yo nací. Una explosión de nombres sobre edificios y paredes en
todas partes de la ciudad de Filadelfia, reflejaron el cambio social de una
nación. Al mismo tiempo, los adolescentes de la ciudad de Nueva York,
comenzaron a escribir sus nombres o pseudónimos en las paredes de sus barrios.
A partir de ese momento avanzaron en la creación de un estilo, gestando una
guerra de tribus, que apuntalan esta expresión artística. Brooklyn y el Bronx
trascendieron al mundo, desarrollando tipografías o masificando motivos en las
paredes. Se propagó al mundo, pero claro, en los que faltaban las libertades
esenciales, la irrupción habría de demorarse.
Hay países de habla hispana donde el
grafiti fue fundamental para la resistencia política. Tanto en España,
principalmente como medio de rechazo a la dictadura franquista, como en América
Latina luchando contra las dictaduras militares, el grafiti representaba la
anónima resistencia. Tomado el congreso, vetada la palabra, abolida la
discusión, la única manera era la toma sutil y silenciosa de la calle. De
nuestra dictadura argentina, mantengo dos recuerdos: uno vinculado a un símil
grafitero y el otro, una arenga anónima representada por una masa de cincuenta
mil personas, que en medio de un partido de futbol cantaba “Se va acabar, se va
acabar, la dictadura militar”. Fue un canto con material indeleble, hacia más
daño, ya que en noventa minutos de futbol se dejaba sentado el germen del
inconformismo y añoranza, a través de un salto conmovedor y tantas repeticiones
como fueran posibles. Y el símil grafitero lo frecuentaba al visitar a mis
tíos, allí por el bajo Belgrano. En las paredes del Instituto de Rehabilitación
Psicofísica, en la calle Echeverría, se sucedían los contornos de personitas
dibujados con la mención en su interior o debajo, de un nombre y apellido con
una fecha. Yo era un niño y era una imagen misteriosa; tantas veces he pateado balones
sobre esas paredes, con el tiempo comprendí que era la resistencia urbana de
mencionar a los que continuaban desapareciendo.
Arturo Pérez Reverte es el autor
español más leído desde los noventa. Ha trascendido fronteras como fenómeno
literario. Alterna la escritura de novelas con apariciones semanales en
revistas dominicales. Es un genio del misterio, del manejo de una trama, y
construye permanentes mundos de ficción intensos. Y se basa en la
investigación, sus obras están muy bien documentadas, y estudiadas. Es,
imagino, la mejor reseña que puede halagar al escritor. El otro piropo es
contradictorio, sus escritos de ficción están basados en una riqueza idiomática
que se camufla entre el habla de la mayoría de los mortales, dominado por
modismos o tacos repetitivos. Es muy bueno el dominio del lenguaje, recrea los
ambientes históricos como pocos. Nos entrega verdaderos puzles que va
desarrollando a través de verdaderas aventuras. Es un excelente grafitero de
trescientas páginas. Y últimamente intenta condensar ese talento en los
caracteres de los tweets, y logra ser polémico, como contundente y directo.
Desde la segunda mitad de los
ochenta, Madrid vio inundada sus calles con firmas y flechas. Ese emblema dio
origen a los flecheros, todos aquellos dibujantes que cerraban su mensaje con
una flecha debajo del nombre. Esto fue generado por una persona, Juan Carlos
Argüello, pero conocido como Muelle, quién inmortalizó un estilo propio.
Influyó durante dos décadas sobre otros, quienes vieron en esta expresión una
manera distinta de formar parte.
A los pocos días de arribar a la
península, el hijo de mi prima, a medida que tomaba confianza conmigo, me
planteó una necesidad. Había experimentado en un sinfín de folios su propio
desarrollo de tag. El tag o tagging consistía en la firma del artista con forma
de garabato, dominado por letras grandes, estilizadas y plagada de colores. Ya
había pulido su marca, había metido horas en perfeccionar su estilo y solo
necesitaba la calle para cerrar el círculo creativo. Me mostró una mochila
repleta de aerosoles, de diversas marcas, de anchuras de pico dispares, de
colores cromados o metalizados, y sólo me pedía lo más fácil, en apariencias:
Que lo acompañara por las calles de Madrid, para experimentar esa cultura.
Había varios problemas, quizás el más importante era que tenía 14 años, que
quería salir a inmortalizar su estilo de noche, que yo particularmente puedo
ser definido como un cagón adaptado a los sistemas vigentes, y lo más
importante, aún no tenía documento de identidad española y me enfrentaba a
impredecibles consecuencias.
“Si es legal, no es grafiti”, dice
Pérez Reverte al ampliarnos la información de su novela. Cuando un ayuntamiento
decide preparar un espacio liberado para que puedan escribir grafitis, ya deja
de ser ese tipo de arte. Y yo, desesperado por cumplir con Mateo, buscaba el
resquicio en la legalidad. Mi primera llamada telefónica en España la hice al
ayuntamiento de Majadahonda. Allí pregunté por alguna zona liberada donde
soltar el instinto creativo de este niño. Creo que necesitaba encontrar ese
espacio público autorizado. Pero no lo hallé. Y encima, presa de mi
nerviosismo, pedí consejo al que no se le debe pedir: “Hombre, no está
permitido. Si los pillan, tendrán su multa o consecuencias”. Al retornar del
colegio, Mateo no se mostró contrariado por la falta de ese espacio autorizado.
El no quería un lugar permitido, su firma debería reposar en algún rincón prohibido.
Y la noche debía ser esa. Y lo hicimos, casi a escondidas.
Así que pasada la medianoche, un
niño sutilmente camuflado por chamarra con chupa debajo, que aprovechaba para esconder
su rostro, me guiaba por una ciudad que desconocía, para participar en mi
primer acto marginal. Intenté disimular mi miedo, mi adicción por las reglas y
convenciones. Le indique un sinfín de rincones a metros de la casa. Pero Mateo
lo tenía todo pensado, es otra característica de este arte, nada se improvisa,
la estrategia del lugar es tan importante como el dibujo o firma. Él quería
debajo de un puente en una de las carreteras principales. Y por debajo del
puente transitaban coches, aún a esas horas.
Y subía y bajaba para bosquejar su
firma. Y yo respiraba con más dificultad a medida que los minutos transcurrían.
Mateo no estaba nervioso, estaba pletórico y me buscaba con la mirada para
confirmar mi misma euforia. Distinguir el color azul de las luces superiores de
una patrulla policiaca es una experiencia que estremece, no sé porqué, ya que
estoy siempre dentro de los parámetros de la ley. Pero esa manera de autoridad
consigue que estemos por las dudas asustados. Imagínense lo que se puede sentir
cuando, encima estamos desafiando su ley. Allí comprendí que Mateo tenía estudiado
los códigos de la calle. “Un grafiti se termina. Al día siguiente no puede
mostrarse inconcluso”. Así que cuando se disipaba el aura azulada, retornábamos
a la plataforma. Su tag estaba repleto de colores, eso significaba un sinfín de
aerosoles, más tiempo destinado a la creación de su estilo. Y yo era el
encargado de la mochila, esa especie de paleta de colores. Nunca olvidaré el
ruido de esa bolilla interior que tintinea al momento de sacudir el aerosol.
Mateo al día siguiente fue al
colegio, como cualquier otro día. Pero habrá sido distinto, liberado su acto
creativo. No recuerdo si había cámara en los móviles, creo que no. Entonces
habrá sacado una foto con su cámara de rollo. Esa fue la lección final. El
grafiti se abandona a la mirada de los ciudadanos y al desgaste del tiempo o
limpieza del funcionarado. Pero antes de marcharse, se lo fotografía. Es
necesaria siempre una prueba para que los demás sepan de tu osadía. Más cuando
apenas tienes catorce años. Y yo leyendo la novela de Pérez Reverte, me acordé
en el acto de Mateo. Y creo que eso es lo mágico de la literatura, siempre te
acerca a pequeñas y anodinas experiencias personales.
Al mismo tiempo, la crisis argentina
despertó una manifestación artística en sus calles. El colapso de nuestra
economía, sumió al país en una profunda depresión. Para combatir el poco humor
e ilusión de los argentinos, los grafiteros tomaron las calles, llenándolas de
mensajes coloridos y apolíticos. Se gestaron enormes murales, que intentaron
tener el mismo efecto que la canción de moda de aquel 2002, “Color esperanza”.
De la crisis se desprende la creatividad de los mortales. Entonces el aerosol
era prohibitivo por su precio, y la pintura látex hizo su aparición. Sólo necesitabas
cubrir los tres colores primarios, luego las distintas mezclas te permitían
lograr los colores deseados. Se gestó otro tipo de resistencia, la pintura a su
vez, cubría más rápido las paredes. La economía no mejoraba, pero al menos se
intentaba transmitir optimismo, señales.
Este es la mejor reseña que puedo
ofrecer de la novela. Es el mejor homenaje a un buen escritor como Pérez
Reverte. No cuento la trama, es como todas sus novelas, frenética. Pero asocio
la literatura con material de vida, de las sociedades y la mía propia. Y me
viene a la mente el último ejemplo, que en mi adolescencia imaginaba sus formas
prohibidas, cuando el sexo era una referencia pero un arte desconocido en mi
vida. Un grafiti firmado con una raíz cubica y el apellido Vergara (tan
reconocidos en mi barrio de Belgrano y luego presentadores mediáticos
televisivos), inmortalizó en la esquina de la casa de mis tías, el más singular
grafiti que yo recuerde: “Tocala y abríte. Firmado: Maradona”. Es que algún día
deberé escribir sobre sexo, no?.
PD: El titulo de la entrada responde
a parte de la letra de Luzbelito y las sirenas, canción de Los redonditos de ricota.
Esta frase, junto con otras varias ricoteras, suelen acompañar las paredes de
nuestras ciudades, como grafitis favoritos.
Por otro lado, recuerdo una foto de
Mikel, con un grafiti plentziano que refería a Open your mind, Plentzia, un día
de agosto. La lectura de El francotirador paciente, finalmente me recuperó a
Mateo, y aquella linda experiencia con aquella tan bonita persona.
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