Hay pueblos que construyen su
historia en base a leyendas, muchas de ellas de dudosa exactitud. Caminando por
las calles de Edimburgo, uno se puede topar con la marquesina de un bar, The
Elephant House, donde un cartel anuncia que el local presume de ser “El lugar
de nacimiento de Harry Potter”. La cafetería abrió sus puertas al público en
1995, y revisando la cronología de la saga, la primera de las entregas, “Harry
Potter y la piedra filosofal” fue publicada en junio de 1997.
Según confesiones de la creadora del
personaje, J.K. Rowling, la idea del personaje la había gestado en su época de
profesora de inglés en Portugal. Y en el país luso hasta habría comenzado a
escribir los primeros capítulos del libro que le cambiaria su vida y la de
millones de niños. Es de suponer, que el cartel que reza en la marquesina de
The Elephant House, responda a una de las tantas exageraciones que permiten
respirar a las leyendas. Es cierto que la escritora pasaba horas en este café y
en otros de la ciudad, escribiendo sus historias con la compañía de un café
humeante. Pero su fama alcanzó un nivel de exposición tan notable, que
alrededor de la cuarta entrega, “Harry Potter y el cáliz de fuego”, debió
abandonar su costumbre, porque ya no era un remanso escribir en esas
condiciones. Pero aún hoy, cualquier guía turístico que se precie, se hará un
parate en la puerta de este café para contarnos lo trascendente de esta
escritura en la vida contemporánea de la ciudad. Y sí se anima a tomar un café
en el lugar y se acerca a la zona de baños, es toda una tradición dejar un
mensaje de agradecimiento a la escritora en las paredes de los baños.
Conociendo la ciudad, cae de maduro
suponer que en el rincón de esa cafetería, Rowling volcó el universo imaginario
de Harry Potter, basándose en los innumerables parajes de ensueño de la capital
escocesa. Y el exceso de fantasía que regala Edimburgo, permitió a otros
escritores de renombre, regalarnos páginas de excelente literatura o anhelada
ficción, basándose en vidas reales, intensas o particulares de la ciudad. Y
ésta las promociona en cada rincón, forma parte de toda visita guiada. Y
nuestra guía nos lo cuenta, como corresponde: como si fuera otra historia. De
esta manera, nos encontraremos con recovecos que se suponían sombríos, donde se
pudo haber gestado la existencia de “El extraño caso del Doctor Jekyll y mister
Hayde”, una de las tantas novelas que consagrara a Robert Louis Stevenson.
Sin apartarme de la literatura, en
Edimburgo abundan terroríficas historias sobre numerosos crímenes que tuvieron
como epicentro la oscuridad de sus esquinas, sus callejones con sus bajos, que
se denominó closes. Y que hoy responde a la curiosidad de los cientos de
amantes de la arquitectura. Si bien muchos responden a un propietario privado,
en la visita turística nos acercaremos a un par de ellos a los que se podrá
adentrar y hasta descender sus complejos escalones, para contemplar el submundo
subterráneo de la ciudad. En el único momento de recogimiento de la caminata,
nos pedirán silencio, ya que si aguzamos los oídos, podremos escuchar las
quejas de las ánimas descarriadas que han quedado encalladas en Edimburgo. La
visita de la ruta fantasma de la ciudad es una de las atracciones en la noche
escocesa. Y esta forma de ganarse el pan con el turismo nos devuelve a
personajes emblemáticos de la literatura universal.
Si había tantos crímenes, resulta
obvio que Arthur Conan Doyle haya creado en esta ciudad su mítico personaje, el
detective Sherlock Holmes. Además de los espíritus macabros, la fantasía que
rebosa la ciudad fue motivo obligado para que el mencionado Robert Louis
Stevenson se animara a novelas de fantasía o históricas como “La isla del
tesoro”, “La flecha negra”, “La isla de la aventura” ó “En los mares del sur”. J.
M. Barrie fue el creador de un sinfín de obras teatrales, y trascendió
eternamente por la fantasía de su Peter Pan. Para completar el muestrario
literario de excepción de la ciudad, Sir Walter Scott o el poeta nacional,
Robert Burns demuestran que la ciudad fue trascendente desde tres siglos atrás,
como mínimo.
El poemario de Burns es imprescindible para reconocer el
Romanticismo. Por los viejos tiempos se convirtió en un clásico; lo escribió en
1788, y el pueblo comenzó a cantarlo en forma de despedida a un amigo, para un
funeral o para anunciar el cambio de año. Para los memoriosos, con su melodía
de fondo, casi todos hemos cantado al finalizar algún ciclo escolar, nuestra
particular “Canción del adiós”.
Y es tan fuerte literariamente la
ciudad, que todavía no hemos comentado casi nada de ella. Nos quedamos
atrapados en sus personajes e historias, muchas de ellas macabras. En la
primorosa calle Victoria Street, habría muerto en un hostal un inquilino que
debía cuatro libras de renta. La propietaria no lloraba la muerte, lloraba su
fatalidad ya que ese importe representaba aproximado el sueldo de un mes. Dos
individuos conocidos como Burke y Hare decidieron ayudarla. Se llevaron el
cadáver y lo vendieron a la Universidad de Medicina para que lo utilizaran en sus
clases y en sus prácticas. Obtuvieron siete libras por el cadáver, por lo que
vislumbraron un negocio perfecto. A medida que se encontraba un muerto sin
familia, se acercaban raudos a la Universidad o contactaban con ávidos
estudiantes. El problema se generó al comprobar que la gente muere cuando
muere, y el bolsillo se vacía de dinero cuando lo gastamos, entonces la leyenda
nos cuenta que comenzaron a gestarse asesinatos masivos de paseantes en estas
callejas. Por un cuerpo sano se sacaba doce libras. Diecinueve muertes misteriosas
y fulminantes alimentaron la leyenda. La veinte descubrió lo macabro del
negocio. Un profesor de Anatomía destapó la trama al comprobar que el cadáver
que iban a utilizar en clase correspondía a una conocida suya, prostituta ella,
y el catedrático se acercó a la policía para explicar que esa mujer gozaba
hasta ayer mismo de excelente salud y mejor forma. El aporte del profesor
permitió terminar con la trama, lo que nunca explicó era el porqué de tanto y
preciso conocimiento sobre la occisa.
Si no haces ninguna de esas visitas
guiadas, al pasar o pisar el Corazón de Midlothian, situado en el piso mismo
contiguo al antiguo Ayuntamiento, no sabrás la rica historia de esos adoquines.
Era costumbre escupir con ganas y odio sobre ese corazón. Allí, los escoceses
acudían a pagar los impuestos que los ingleses determinaran. Los pobladores
debían abonar sin rechistar, pero una manera de manifestar su desprecio hacia
la Corona inglesa, era salivar ese escudo en forma de órgano vital. La leyenda
aumentó luego la historia. El Ayuntamiento se convirtió en cárcel y patíbulo.
La gente continuó escupiendo para mostrar su contrariedad ante las condenas de
ejecución dictadas por las autoridades inglesas. Y hoy se sigue escupiendo para
no apagar la leyenda. Si caminas distraído y pisas el corazón, dicen las malas
lenguas que no habrás de conocer el amor verdadero. Si escupes, lo habrás de
conseguir. Para finalizar con este corazón, este lugar es el único permitido en
la ciudad para escupir libremente; en el resto de Edimburgo, está prohibido
salivar.
La cantidad de ejecuciones libradas
durante siglos en esta ciudad, llevó a dedicar espacios a los ejecutados. En
los alrededores de la antigua plaza del mercado, Grassmarket, donde se colocaba
la horca, los pubs permitían el homenaje al ejecutado, con un last drop, que no
era otra cosa que el último deseo, y dicen que en Edimburgo era, echarse un
último trago. Y otra leyenda dicen que obligó a cambiar la letra pequeña
vinculada a las ejecuciones. Maggie Dickson fue condenada a la horca por
asesinar a su bebé. Una vez colgada, y su cuerpo colocado en un cajón, fue
trasladada al cementerio. De camino, despertó de su “sueño eterno”, no había
fallecido aún. De ahí que se agregaran las palabras “hasta la muerte” para las
siguientes ejecuciones, y que a Maggie la consideraran de por vida, “La medio
colgada”.
El parlamento está instalado justo
detrás de la Iglesia de St. Gile. Allí nos relatan la siguiente historia. Es de
aclarar que los habitantes de Edimburgo la siguen contando como si fuera la
primera vez. En el centro de la plaza existe una estatua, la de Carlos II.
Este, vestido de romano, luce su cuerpo conquistador arriba de un caballo
paticorto, con errores de escala. El problema principal es que el homenaje
estaba contemplado con una corona de laureles sobre la cabeza del monarca. La
corona era de laurel verdadero, y entonces debía renovarse con frecuencia,
sobre todo por las constantes lluvias que acompañan el diario discurrir de la
ciudad. Tanto cambio de corona fue minando la estructura de la escultura, fue
perforando la cabeza por el lado de la coronilla. El agua que entraba por esos
orificios dañaba y goteaba la imagen, ridiculizando la imagen del Rey. Tuvieron
la excelente idea de hacer un agujero a la altura de la tripa del caballo, pero
lo que lograron fue aún más ridículo. Ante el exceso de lluvias, el animal
transmitía la permanente sensación de estar eternamente orinando. Luego de
escupir sobre el corazón de Midlothian, el segundo paso obligado para humillar
a la corona inglesa, era esta plaza. Hasta que un verdadero cerebro remedió
tamaño error: taparon los agujeros de la coronilla de Carlos II.
La ciudad se deja visitar durante
todo el año, pero en el mes de agosto suceden algunos hechos fundamentales para
recomendar su visita. Uno, es la presencia del sol, ya que no abunda. La otra
es la existencia del festival más grande del mundo, o al menos del Viejo
continente. Más de tres mil artistas de cuarenta y siete países, presentan sus
espectáculos en calles, cabarets o pubs y es reconocido internacionalmente como
Festival Fringe.
Este festival nació como represalia
a la organización, a partir de finalizada la Segunda Guerra Mundial, del
Festival Internacional de Edimburgo. El propósito era estimular la caída
economía de la zona, para lo cual sofisticaron un programa con grandes
artistas. Un sinfín de virtuosos escoceses, apremiadas sus economías, quedaron
fuera del programa. En respuesta a la arbitrariedad, organizaron un festival
alternativo en bares y sitios informales. Ambos festivales fueron un boom
inmediato, y durante los agostos, conviven durante tres semanas, abarrotando
las calles de eventos, turistas y festejos.
Y tanta leyenda no da tiempo para
comentar sobre el imponente emplazamiento del Castillo de Edimburgo, situado en
la parte alta de la ciudad, en la colina de Castle Hill. Rodeado en sus lados
por acantilados y erigido sobre roca volcánica, es el monumento más visitado de
toda Escocia. Para acceder al castillo,
existe la milla real (1.8 kilómetros de extensión, el equivalente de una milla
escocesa) es decir una calle larga que es toda cuesta arriba y responde al
nombre de The Royal Mile. A los pies del castillo encontramos The Forest,
amplio y hermoso parque con arboleda que permite el disfrute de tumbarse y
disfrutar del sol, las vistas, la permanente compañía de música escocesa de los
locales comerciales cercanos. También es visita obligada la colina del Calton
Hill, donde apreciamos la belleza de la panorámica de la ciudad y la cercanía
del mar.
Casi todos terminamos nuestra
estadía en Edimburgo, en la taberna Deacon Brodie’s, saboreando una pinta de
cerveza. Brodie fue un personaje real que inspiró la novela de Doctor Jekyll.
Este era un reputado ebanista y miembro del Consejo Municipal y diácono de la
Corporación de Artesanos y Masones. Este buen hombre no destacaba solo por su
vida profesional. No, trascendió por su agitada vida nocturna. Brodie decidió
convertirse en ladrón, quizás movido por la ambición de acceder a mayor
fortuna. Por su actividad profesional, accedía a todas las cerraduras de las
casas y negocios de las familias más acaudaladas de la ciudad. Se ganaba la
confianza de estos clientes de día, para durante las noches abusar de tanta
familiaridad. Su oficio le permitió acceder a los botines más suculentos. La
codicia lo echó a perder, en 1786 robó más de 800 libras de un banco de la
ciudad. Pero uno de sus colaboradores, soltó la lengua ante el temor de ser
descubierto, y la banda detenida. La leyenda dice que fue a la horca, y que
está había sido confeccionada por el moderado ebanista, que de día era orgullo
de Edimburgo. Stevenson diseñó una historia perfecta entre tanta leyenda
urbana, tanto close y tanta noche sombría. En la calle Lawnmarket, esquina Bank
Street, todos alimentamos estas dobles vidas brindando con cerveza la agradable
visita a esta ciudad.
No se necesita conocer de literatura
para visitar a gusto la ciudad. También lo puedes hacer movido por la música o
el resto de artes. Musicalmente es territorio de Bay City Rollers, Big Country,
Simple Minds, The Jesus y Mary Chain, de Franz Ferdinand, Travis, The View, The
Fratellis, Any Macdonald, KT Tunstall, para finalizar mencionando a los
hermanos Knoffler, quizás la mejor aportación de Edimburgo al mundo del rock.
Edimburgo es una ciudad medieval
repleta de tradiciones, leyendas, escondites, todo vigilado por un imponente
castillo con sus bosques cercanos. Cuenta con la jovial y predispuesta alegría
de sus habitantes, con la juventud y la creatividad como estandarte. Y buena
música que te permitirá recordar tu paso por la ciudad. Tres días fueron en mi
vida, y por lo que veo, seis carillas se han de quedar cortas….
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