Quizás haya que convenir que la
culpa pueda ser de todos. Nos hemos creído el cuento aquel que formamos parte
de un mundo extremadamente organizado. Quizás creímos en exceso la eficiencia
que pregonan los poderes o instituciones. Por eso pasamos de un recibimiento
made in Holywood en la base militar de Torrejón de Ardos, del misionero español
Miguel Pajares, primer español infectado con el virus del Ébola, a la
rocambolesca situación de que un integrante del personal sanitario que atendió
al segundo español contagiado, al día siguiente de fallecer Manuel García
Viejo, acuda como si nada a la peluquería o depilación, y pueda estar
trasladando consigo, las huellas del virus que desconcierta y diezma a países
de África.
Y abunda la polémica en estas
semanas en la península. Y también hace su aparición la paranoia. Y los medios
convierten en un festival de desinformación el tema, y los partidos políticos renuevan
comunicados sin contenidos y sin humanidad. Y los de a pie, colaboramos con
expresiones caseras o presenciando actitudes de organizaciones o concentraciones,
que nos obligan a pensar que estamos desfasados en los conceptos de solidaridad
o empatía.
Y una parte del Ébola que no nos
importa está instalado en todos lados. Es el que no nos importa, porque se
trata del mediático o del cotilleo, el de hablar por hablar, por esa vieja
costumbre de creer que tenemos opinión fundada para todo. En las redes
sociales, en nuestros comedores, en las barras de los bares, en los programas
de múltiple temática, en espacios como este. Y hablan todos, y duelen muchas esas
opiniones, porque se tratan de personas que son de nuestro entorno, que habitan
en un espacio físico cercano y nos obligan, muchas veces, a sonrojarnos porque
cuesta creer que un ser humano pueda tener un análisis tan rastrero.
Y yo entre medio me hago un sinfín de
preguntas alternativas a toda esta parafernalia. Mi primera duda es saber como
hizo el misionero Miguel Pajares para encomendarse a sus labores durante
dieciocho años, en esos rincones olvidados del planeta. ¿Cómo se logra tamaña dedicación?
Se entregó a su misión y a los enfermos, hizo uso de los escasos recursos para
arrojar un poco más de vida a los habitantes de aquella parte del planeta. Y fue
testigo de primera mano de un mundo que sabemos que existe, pero agradecemos
por no habitar.
Y cuando se infectó del virus, pidió
que lo atendieran en su país. Había visto morir a muchos de los que asisten a
los enfermos. La tasa es altísima entre el personal sanitario que acompañan la
enfermedad. Y más allá de garantías o seguridades, o políticas sanitarias,
parte de sus conciudadanos se vieron en la obligación de contrariar el deseo
del misionero. “Que se quede allí”, dijeron varios parroquianos mientras apuraban
su croassant, o peor aún mientras se tomaban su primera ingesta de alcohol, en
los desayunos ibéricos de nuestros bares.
Y entre los entendidos supongo que
la polémica estaba servida por la capacidad o no de recibir a un infectado y
que no resultara la puerta de ingreso de la enfermedad al continente. Una
enorme mayoría avaló la repatriación del misionero contagiado. Algunos críticos
opinaron que era aconsejable tener primero el material experimental para tratar
al enfermo, y aplicárselo al instante de su arribo. Otros estaban en contra de
tamaño riesgo. Los hubo los que aprovecharon para refrescar el enfrentamiento
con la Iglesia. Otros, preguntaban si aquella política de recorte sanitario y
desmantelamiento de las instituciones sanitarias, se vería reflejada en la
efectividad de este procedimiento. El gobierno (o la prensa, ya no distingo
quien es el que lo dice o piensa) primero evaluó quien se haría cargo del
operativo. La oposición mostró su artillería. Y la gente opinó libremente, volvió
a salir el eterno discurso del despilfarro que se hace de nuestros impuestos. El
jefe de gobierno, unos días después, compareció para manifestar que era claro
que el Estado asumiría el coste. Habíamos llegado a ese grado de polémica. Un
mes después pudimos comprobar lo que hacían políticos de todas las plataformas,
sindicalistas, consejeros o delegados, con tarjetas opacas de un banco
rescatado en cuestión de días por la banca europea. Y ahí nos quedamos, en
saber si Pajares era o no prioridad en el día a día. Pajares falleció, los
implicados en las tarjetas opacas seguro que tienen larga vida. El banco rescatado
anuncia sus beneficios en el año siguiente del rescate. Esas son las preguntas
que me hago, que no tienen sentido. ¿Por qué Pajares ofrendó su vida al prójimo?
Después de observar las medidas de
seguridad al arribo de Pajares, creímos que en materia virológica, estamos a la
altura de aquellas grandes producciones cinematográficas. Por eso vimos un
despliegue de aviones esterilizados o medicalizados, ambulancias con
dispositivo de aislamiento biológico, el ingreso en una planta que respondía a
una palabra que todos hemos pronunciado desde entonces: protocolo. Desde el
arribo del hombre a la luna, que no se observaba tamaño espectáculo entre los
mortales. De hecho, se le atribuye a la Directora General de Salud Publica, el
contenido de un mensaje similar a: “estamos recibiendo peticiones de
información de otros países europeos para planificar sus protocolos en caso de irrupción
del virus”.
Por eso me llama la atención que un
personal a cargo del cuidado de un infectado, pueda ir a los pocos días de
fallecido el paciente a su peluquería habitual, sin recaudos u observaciones.
No me cierra, eso no sucede en las películas, Hollywood lo hace todo más
sofisticado, más controlado, más protocolo. No quiero juzgar a una persona, que
al día de hoy continúa aislada en su tratamiento. La pregunta va en combinación
con eso de creernos que tenemos todo controlado. La pregunta va orientada a esa
palabra: protocolo. Como pueden suceder esas cosas, si todos conocen el
protocolo, la operatoria. Para que esa sensación de aislante, de meticulosidad.
¿Por qué el error humano o de protocolo es tan inminente?
Y como la contagiada estuvo en
contacto en su casa con su marido y su perro, Sanidad opta por aislar al marido
y sacrificar al animal. ¿Es el procedimiento más razonado? Aseguran que a 40
kilómetros de Madrid, existe un centro veterinario líder mundial en el control
y estudio de enfermedades infecciosas animales. ¿Por qué no lo utilizaron? Y de
inmediato, hubo manifestaciones de apoyo al animal, polémica y carga policial,
con un sinfín de medios gráficos que hasta nos aportaban fotos del perro solitario,
en el balcón de su casa. El animal fue sacrificado a pesar de no tener en claro
su situación en esta cadena de contagios. Y sobre la dueña misma del can han
existido, apenas, minoritarios actos públicos. Y de África no se han
manifestado en absoluto. Y tengo otra pregunta: ¿Este es un procedimiento
normal de nuestras sociedades o estamos bastante enfermos?
¿Tenemos más empatía con un animal
que con otro ser humano? No se trata de no defender al animal, en absoluto. La
duda la genera nuestro habitual comportamiento con nuestros similares. Ya
escribí el invierno pasado sobre la dualidad de recibir con entusiasmo a una
foca perdida por las tormentas del mar y por el fastidio de recibir otra patera
más con inmigrantes africanos, que buscan ganarle días a la vida. Me lo sigo
preguntando: ¿Nos moviliza más una mascota que la integridad de otro ser
humano? Al menos esperaría movimientos semejantes.
En el desarrollo de esta enfermedad,
podemos al menos precisar que su alto índice de mortalidad, esta dado sobre
todo porque medra sobre sistemas de salud débiles. Es decir, que se ceba sobre
los débiles del mundo. En el mismo continente, Nigeria y Senegal están logrando
controlar el mal, aún sin distraerse. Pero no se logra que finalmente se encare
el problema en países como Liberia, donde el desconsuelo y abandono parece
permanente. Viendo las escenas de preocupación, paranoia o algo de pánico de
los vecinos de la enfermera, en Alcorcón, podríamos suponer el miedo que
significa arrastrar con 3.500 muertes en un continente bien cercano.
La paranoia llego al futbol,
generando situaciones ridículas. Un jugador del Rayo Vallecano, equipo de
primera división de la comunidad de Madrid, tuvo que regresar de la concentración
de su seleccionado, preocupados de tener que jugar en Marruecos. Lo mismo sucedió
con un jugador camerunés del Celta de Vigo. En ninguno de los países se han
registrado casos de Ébola, y el sentido común indica que el jugador del Rayo
Vallecano tiene más posibilidades de contagio en Madrid, que en Marruecos. Y en
el caso del camerunés, el lugar del encuentro estaba más alejado que la
distancia que media entre Vigo y Madrid. El despropósito del miedo,
inicialmente, y del egoísmo, finalmente.
Los que continúan su sacrificada
actividad en el terreno afectado, no saben cómo precisar el sentimiento de
orfandad y desolación por la que atraviesan estas poblaciones. Lo resumen graficándolo
como un gigante invisible, que gana la partida a cada paso dado. No hay medios
para vencerlo, diez ambulancias en un ámbito de quinientas mil personas,
siquiera se puede llamar insuficiente. En Monrovia, por ejemplo, personal de
Médicos sin Fronteras deben atajar en la puerta misma de sus centros, a
personas enfermas y decirles que no pueden asistirlas, porque no cabe más gente
dentro. Dicen que no olvidan el miedo en los ojos de esa gente, que saben que
tienen la muerte dentro y avanzando. Y los cooperantes juramentan que habían pronosticado
este estado con mucha antelación, es decir que se ha mirado hacia otro lado.
La empresa Blue String Ventures
afirma en su web: “Convertimos grandes dominios en grandes websites”. Esto
significa que la empresa adquirió en su momento el dominio ebola.com, con el
objetivo de revenderla a la industria farmacéutica. El momento parece ser este,
y el precio de salida lo estimaron en 150.000 dólares. Fukushima.com, o
arthritis.com, sirven de ejemplo de eficacia empresarial.
“Un perro en Madrid ha generado más movilización
que miles de muertes por Ébola en África”, sentenciaba en su twitter, el
diputado del PSOE, Martín Madina. Las redes sociales recogieron 300.000 firmas
en el inútil intento de salvar la vida de Excalibur. Los psicólogos defienden
la teoría del amor a la mascota, como algo lógico: “En las relaciones humanas,
las parejas que más se aman son las que establecen una serie de conductas
juntos: hacen planes, se dan cariño, tienen un proyecto en común. Es lo mismo
en el caso que cuidamos a un animal, lo queremos, lo atendemos y el nos devuelve
con cariño, que fortalece el vinculo en el tiempo”. Es una definición que todos
podemos comprender, porque seguramente la mayoría la ha experimentado. La duda
de Madina, y también mía, es la empatía que puede producir un perro del vecindario,
de la comunidad, de la provincia o del país, con respecto a otros humanos, de
otras latitudes. ¿Por qué no salimos a juntar firmas? Quizás sepamos que es inútil.
¿Es que acaso conocemos la respuesta eterna hacia África?
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