¿De qué hablamos cuando hablamos de
amor?
¿Por qué cantamos canciones de amor?
Si suena mal y nunca tienen razón,
no se puede vivir del amor.
Andrés Calamaro
Hay muchos males en la viña. Siempre
los hubo, algunos se han ido renovando, otros mutaron y se sofisticaron, y
tantos otros con el paso del tiempo, se han quedado pequeños con los nuevos trastornos
emocionales surgidos. Un estudio reciente se anima a clasificar las cinco
adicciones modernas y las detalla: La belleza, la telefonía móvil, internet, el
trabajo y por último, pero no menos importante, el amor. Palabra mágica que
inunda nuestro corazón, aunque hoy la entrada apunta al cerebro como el
dominador de nuestros impulsos irracionales.
Del amor se ha escrito todo lo imaginable.
Pero así todo, nos sigue brindando material de lectura y análisis. El amor
existe desde nuestra existencia, pero no hayamos la fórmula para comprenderlo, para
renovarlo, para dosificarlo, para no dañarnos. Si bien convivimos con una idea
relacionada a este ritmo de vida frenético, que nos llevaría a pensar que cada
vez somos más fríos con relación a nuestros sentimientos, la discusión
permanece intacta, sin grandes conclusiones. Y mucho menos cuando eres el
afectado.
Los poetas ensalzaron el amor hasta
las últimas consecuencias. Suspiros, pasiones, frustraciones, despechos,
ilusiones, soledades, proyectos, tantas palabras que han ido de la mano con
este amor que nos frecuenta, y que en definitiva, al que todos aspiramos. En el
pasado, el mal de ese amor, no tenía tratamiento. No sé si ahora lo tiene, pero
como hay cursillos o métodos para todo, también lo hay para esta materia, es
cuestión de experimentarlos. En el pasado lo asociábamos con un mal de las
mujeres, ahora es común socorrer a un amigo por un mal de amores, es frecuente
ver sufrir a un hombre. Todo ha cambiado, pero el sentimiento siempre se manejó
desde el mismo músculo. ¡No se equivoquen, hablo del cerebro!
Las sociedades cada vez están más
privadas. La tendencia hacia el individualismo cada vez más aceptada. Pero a
pesar de tantos egoísmos sociales, no tenemos registro de una sociedad que viva
sin amor. Quizás cada día veamos menos ejemplos de amor al prójimo, pero sí que
cada individuo continúa persiguiendo el amor como sentimiento individual que
nos aparte de esta soledad, es más habitual, y que nos asusta. Aún
después de salir de una relación afectiva traumática, con el tiempo volveremos
a intentarlo. Y aún no conocemos la fórmula del éxito.
Mariposas en el estomago, los nervios
ante la espera, las distracciones habituales al pensar en la persona amada, esa
ceguera que nos nubla el razonamiento, la pasión o el despecho como acciones colaterales,
esas uñas que van desapareciendo a la espera del llamado o encuentro, los
suspiros o la falta de aire, no pueden ser consideradas científicamente como
emociones básicas ejecutadas desde el corazón. No, dicen que es un proceso
mental que afecta áreas específicas de nuestro cerebro. Estudios de neuro
imágenes funcionales demuestran que al enamorarnos, se desactivan los circuitos
cerebrales responsables de las emociones negativas y de la evaluación social.
En buen criollo, esto significa: Que la corteza frontal, vital para el juicio y
raciocinio, se apaga ex profeso cuando nos enamoramos, y de esta manera,
suspendemos la profundidad de toda crítica o duda.
¿Estás ciego?, ¿No ves que te hace
daño?, ¿No te das cuenta que no es para vos? Tantas interrogantes que
acompañamos ante una relación cercana que no alentamos o estimulamos, dan
respiro al corazón. A este órgano le atribuimos la falencia de la ceguera, pero
es el cerebro quien domina esa falta de perspectiva. ¿Y por qué? La
neurociencia afirma que el cerebro actúa así por fines biológicos, promoviendo
la reproducción. Si el juicio hacia el otro se suspende, hasta la pareja más
improbable puede reproducirse. Entonces cuando vemos la conducta irracional de
un ser querido (si es que podemos llegar a ver la nuestra) con respecto a su
enamoramiento, tendremos que aceptar que si bien no es razonado, es permitido
por el cerebro, que vamos, que se desentiende momentáneamente. Hay cerebros que
no estén tan desarrollados o ejercitados, que nublarán ese juicio eternamente.
Habrá otros, que con el paso del tiempo, nos sitúe en ese enamoramiento que se
ha terminado, y nos exponga, ¿Cómo pude estar enamorado de esta persona?
¿Y qué ha pasado cuando sufrimos el
amor? Nada más simple que el hecho de habernos excedido y sobrepasado en el
límite del amor. Entran en juego los peligros de esa adicción, comenzamos un
juego perverso, nada sano, que afecta nuestra dignidad, que deteriora nuestra
salud mental. Es, como he mencionado líneas arriba, una adicción. No solo
causará trastornos psicológicos, como depresión, obesidad, falta de sueño y
vitalidad, ansiedad u otros desordenes, sino que nos desbordará emocionalmente,
afectándonos físicamente. Más del 75% de las consultas psicológicas están
orientadas hacia cuestiones del amor, la adicción ha vuelto el sentimiento irracional,
posesivo, dependiente y enfermizo. Pero no es culpa del corazón, que nos vuelve
débiles. En realidad, esas características están dentro nuestro, y se
manifiestan en los demás órdenes de nuestros comportamientos o actitudes. Salvo
que no lo vemos, muchas veces no podemos detenernos a escuchar nuestros
desordenes habituales y cotidianos.
Según Alejandro Jodorowsky, “El amor
es el encuentro de tu alma en el otro”. El artista chileno, de origen
judío-ucraniano y nacionalizado francés, entre tantas de sus facetas creativas,
se ha decidido a escribir sobre el amor. Cuando no temió desnudarse y mostrar
sus partes pudientes, reconoció que, como tantos, perseguía un amor idílico, un
esquema mental preestablecido, de acuerdo a los parámetros que forman nuestra
personalidad. Para llegar a escribir sobre el amor, tuvo que pasar por varias
parejas que no respondían a esa estructura, a eso que creemos perfil diseñado.
Hasta que encontró el amor, y tuvo la capacidad de reconocer que hasta ese
momento amó sin estar enamorado. Si bien no profundiza sobre ese encuentro,
deja alguna máxima, que es más cerebral que emocional: “El verdadero amor es
nada que quitar, nada que agregar”. Sabemos que nos cuesta horrores aplicar
esta máxima, siempre estamos dispuestos a corregir “por su bien”, los defectos
del otro.
Y menciona también otro estereotipo
de la frustración. El amor no correspondido. “El amor sabe perfectamente a
quien ama”. El amor es un encuentro, y pecamos en decir: “Yo me enamoré y ella
no me quiere”. Es que nos cuesta comprender que la otra persona no es necia,
simplemente no está enamorada de mí. Es esa famosa ceguera que nos confunde,
que nos hace creer que la otra persona es la que está ciega. “No se da cuenta
lo que se está perdiendo”, es el tonto consuelo que nos regalan nuestros
afectos. Si lo llegáramos a razonar, sería mucho más sencillo. La otra persona
debe reconocer nuestras virtudes, pero no se generó ese encuentro, el que
permite decir que dos personas están enamoradas.
Alguna vez confesé a mis amigos más
íntimos que suponía que mi corazón se había roto. Lo dije sin complejos, y creí
ser contundente, gráfico y hasta poético. Y agregué una segunda parrafada: “Le
entregué mi corazón”. Nadie se animó a corregirme, y así deambulé durante años,
consciente que no encontraba la fórmula para rehabilitar mi corazón. Y es
confuso aceptar el error conceptual, ya que cuando expresas tu amor o cuando
rompes una relación, lo que más se nota es el acelere de los latidos de tu
corazón, debido a esa emoción intensa. Pero debo reconocer, que lo que se había
roto era el esquema de amor que yo tenía depositado en otra persona. Mi esquema
mental se hacía añicos, y en esos momentos algo intuía con respecto al corazón,
porque mi primer deseo era poder ser tan frío o cerebral como muchos de mis
conocidos, a los que internamente, consideraba déspotas.
Y ese amor no correspondido, no es
una experiencia feliz. Peor si se convierte en una obsesión. Nuevamente las
neuro imágenes nos acercan conclusiones. En el amor no correspondido se enciende
la misma actividad cerebral que en el amor correspondido. Es que nuestro
cerebro no puede discernir, genera las mismas bases de apego hacia la otra
persona. El resultado es la falta de esa actividad tegmental en el cerebro del
que no nos está correspondiendo. Si no nos ama, nuestro cerebro debe desactivar
el desapego, pero en el mientras, el dolor es abrasador, y solo culpamos al
corazón que nos jugó una mala pasada.
Acabemos rápido con el romanticismo.
El amor es más que una emoción básica. Es un proceso mental sofisticado que
afecta a nuestros cerebros en áreas específicas. Estas activaciones estarán
basadas en la cognición social, la representación de uno mismo, la imagen
corporal y las asociaciones mentales que se basan en experiencias pasadas,
nuestras o de nuestro entorno cercano, del que nutrimos nuestras estructuras.
Pero desde la literatura infantil, los cuentos de nuestros padres, las
telenovelas de la tarde, las novelitas de amor, los boleros o baladas, y el
marketing del éxito que tributa del amor, nos acercaron al concepto de mal de
corazón y no de razonamiento acertado.
Algunos definen a la entrega
amorosa, como generosidad absoluta. Es otra falsa concepción. El amor no es
siempre generoso, muchas veces está montada su estructura sobre egoísmos
individuales. Y ese egoísmo, ese triste calcular puede generar tantas veces la
dependencia del otro, el que sabe que no puede esperar mucho del otro, pero
increíblemente, lo espera todo. Y se frustra. El ejercicio inmediato debería
ser recuperar la dignidad y el respeto por uno mismo.
El diccionario de la RAE (Real
Academia Española) define el amor como “Un sentimiento intenso del ser humano
que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y
unión con otro ser”. Los investigadores neuronales pueden resumirlo en una
simple “adicción química entre dos seres humanos”. Esa reacción, producida por
la liberación de algunas hormonas, como oxitocina, adrenalina, epinefrina o
vasopresina, generan la atracción física, el apetito o deseo sexual, la
empatía, el afecto y el apego.
Hoy somos más light, podemos llorar
o suspirar viendo la película de Meryl Streep y Clint Eastwood, “Los puentes de
Madison”, pero nadie quiere sufrir por amor, a veces parece que nadie desea una
pasión devoradora. Los niños de los 70 creemos ver en estas nuevas generaciones
un control calculador sobre esa pasión insaciable que da la conjunción
amor-sexo. ¿Seremos alguna vez más sabios? Ó ¿Nos estaremos acostumbrando a ser
seres resignados? Yo por las dudas, aprovecho mi estabilidad emocional, sigo
definiendo como amor mi vínculo con mi pareja y hasta que un día me anime a
volver a escribir una novela, tendré como última experiencia novelada una
historia de amor, que era platónica, regulada por Dioses, convencional, poco
razonada, pero bastante bien lograda…
“El amor es lo único que crece
cuando se reparte”
Antoine De Saint Exupery
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