A pesar de que si miramos hacia
atrás, pero muy atrás, vemos una fantástica diferencia entre hombres y mujeres,
muchos afirman o creen que esa diferencia se mantiene en valores similares.
Pero algunos no solemos ver eso. Si miramos “las fotos” de comportamientos
humanos del pasado, podremos encontrar que el hombre mantiene rasgos de esos
primates, que se siguen pareciendo a esos hombres de hace millones de años.
Pero en la mujer, yo al menos creo ver cambios significativos. Pero a la hora
de discutir sobre géneros, muchos afirman que aquí nada ha cambiado.
Una de las cosas que no comprendo es
porque con tanta pasión continua la batalla entre los sexos. Quizás yo que crecí
entre mujeres, a muchas de ellas le profeso un cariño, agradecimiento y lealtad
que está inalterable, aunque hayan pasado más de dos décadas que nos soltamos
las manos. Y a pesar de que tantas veces, viendo las complicaciones eternas que
existen en las relaciones entre los sexos, yo pueda considerar que me han
perjudicado con las máximas que me ofrecieron como referencia ante el mundo que
nos rodea, y que yo hoy puedo sentir desactualizadas. Es que sigue siendo una
batalla, y a medida que transcurre, una generación sexual u otra, se sienten
perjudicados.
Ayer mismo me tocó ver una foto
curiosa en el cumpleaños del hijo de unos amigos. En un momento determinado,
los tres o cuatros bebes allí presentes, estaban en los brazos de sus padres.
Les observaba los rostros, y juro que no veía impostura en sus posturas, había
naturalidad y no hastío, y no veía en ellos la inmediata sensación de querer
liberarse del rol, no parecían sentirse víctimas de las circunstancias. Por
otro lado, el resto de padres conversaban asuntos tan comunes como el fútbol,
la política u otras artes, pero tenían un ojo avisor sobre el hijo o hija, que
alternaba entre el pelotero, las corridas por los pasillos, la comida o la
pintura del rostro por parte de los animadores del evento.
Pero un grupo de amigos divisamos otro
hecho curioso. En medio de cuatro festejos de cumpleaños, y supongo, la
presencia de algunos por libre que accedían a la casa de juegos, un hombre no
se si entrado en años, pero si entrado en entradas en su cuero cabelludo, no
abandonaba la lectura de su e-book, aunque su esposa estuviera casi pegada a su
lado, y su hijo haciendo piruetas en la isla del pelotero, y quizás deseando la
mirada del padre. Si bien el hombre parecía leer con concentración, nuestra
conclusión fue que aquel personaje no era feliz, que leía para tapar otras
circunstancias. Y lógicamente, concluimos con un chiste machista, para
justificar una imagen tan particular y distinta, mencionamos la falta de
virtudes en la escasa gracia visual de su compañera. Y eso que él no transmitía
ser un dechado, precisamente.
Charles Robert Darwin quizás fue el
científico con mayor visión a largo plazo, en lo referido a la evolución. Sus
teorías fueron revolucionarias, enfrentaron a todo lo que se creía ya
existente, y se basaba en conjeturas simples. En relación con los sexos, el
científico aducía que hombres y mujeres lucían diferentes, que se comportaban
de manera única y característica para su género, pensando y expresándose
finalmente de maneras disimiles. En el momento de Darwin, se confirmaba que
toda la ciencia es validable, discutida, contrastada. Él mismo con su teoría de
la evolución, ponía en duda lo hasta ahora creído. El factor tiempo suele ser
decisivo en los fundamentos científicos. Pero Darwin aceptó con su teoría, en
su tiempo y en todos los siguientes. La biología, hasta que se compruebe lo
contrario, parece ser que será siendo siempre Darwinista.
Y el pasado nos condena a los
hombres. Pero se puede suponer y no es una advertencia o amenaza, que en breve,
el pasado también perseguirá a las mujeres. En esa selección natural estudiada
hasta el hartazgo, estamos a rebozar con un montón de estereotipos del orden
masculino. Por ejemplo, la virginidad. Universalmente, los hombres valoraron o
juzgaron la virginidad femenina, más de lo que las mujeres pudieran valorar la
de los hombres. El componente machista es una diferencia cultural evidente. Y
estos habitantes de esa especie implantaron ese estereotipo de que la
virginidad es una virtud, pero solo en el caso moral de las mujeres. El hombre
antiguo consideraba necesario y obvio que debía atravesar por un sinfín de
experiencias previas en lo relativo a la sexualidad, quizás mancillando el
honor de otras, a las que en el fondo aborrecía por considerarlas vulgares o
promiscuas. Sobre un sinsentido, parece haberse construido este estándar.
La diferencias evolutivas y las
diferencias entre los sexos, van de la mano, casi desde el mismo origen. La
diferencia inicial, valorada en ochocientos millones de años, mantiene aun los
parámetros. Esa asimetría sigue existiendo bajo esas normas. Y entonces, cuando
veo que la implicancia de los sexos finalmente intenta congeniar y
cumplimentarse, surge la inmediata bandera de la diferencia como
reivindicación. Y uno, que cree no estar inmerso en la batalla, se siente
descolgado ante la contienda. Porque me incluyen en un bando en el que no me
reconozco en exceso. Y a pesar de que continúa la arenga, ella misma sabe que
en ese momento, la estadía en el pulpito de las diferencias, al menos conmigo,
no resulta necesaria.
Lo que me preocupa es la permanente
furia con la que vivimos. La furia la da la diferencia, las postergaciones, la
confrontación. Hay un desequilibrio entre los sexos, porque en definitiva, el
mundo está plasmado sobre un desequilibrio permanente. Pero en ese
desequilibrio, parece ser permanente el afán de resarcirse. Y tanto afán,
tantas veces suena a revancha. Y ese es otro rasgo de la humanidad, nos vemos
casi todo el tiempo con la necesidad de imponer nuestra necesidad o convicción.
Y entonces en el mismo pulpito se atiza a un todo. Y algunos, que nos detenemos
a observar actitudes o aptitudes sin importarnos de sexo, tamaño o belleza,
podemos percibir que las diferencias finalmente nos igualan. ¿Por qué? Porque
tarde o temprano, el ahora nos toca a nosotros, no conduce a nada sano.
Entonces parece ser que una mitad no
puede opinar sobre la otra mitad, porque la desconocen. Pero las mitades se
complementan, no porque lo diga yo, un alma igualitaria. Solamente porque
surgimos de esa unión, forzada o buscada de las dos mitades. Y los primeros
pasos que damos, los hacemos sostenidos seguramente por la otra mitad, a la que
en ese momento, seguramente no encasillamos. Y los valores que vamos legando
surgen de los ideales de las partes. Y finalmente, no se cómo, se logra otra
vez la división, yo tengo que ser representado por determinados estereotipos.
Si eso sucede en la familia, como no vamos a tener tantas diferencias
ideológicas. Es como una permanente disputa entre nacionalismos. Parece ser una
justa que no se puede dirimir por exceso de fanáticos.
Si nos detenemos en las diferencias,
y volvemos a los sexos, la diferencia entre lo máximo y lo mínimo, o entre lo
mejor y lo peor, es inmensa para los hombres. De ahí que podamos convivir entre
premios Nobeles y necios todo el rato. Las mujeres no tienen grandes
diferencias entre los extremos, suelen estar más vinculadas en los centros que
en los extremos. Pero si esa diferencia puede estar de vez en cuando más cerca
entre los géneros, a veces con ese afán de igualarse, se intenta lograr de la
peor manera, imitando las conductas erróneas. Si las mujeres no suelen primar
en los directorios o puestos de privilegio de las grandes empresas, ¿por qué
cuando lo logran, no vemos grandes diferencias a la hora de gestionar la
ruindad del poder económico o financiero?
No tiene que ver con el machismo,
eso creo. Por qué si no también me debería preguntar cómo resulta que en
algunos escalones más bajos de la producción financiera o productiva,
predominen los hombres por sobre las mujeres. Creo que esa larga diferencia
entre nuestros extremos nos permite movernos y asentarnos. A mí me tocó caer en
un sistema frágil de empleo, que todos denominaban casi femenino, que era la
atención telefónica. Y en un primer momento, el hombre no se acercaba a ese
colectivo, hasta que se vio reducido su accionar. Y las mujeres en un principio
confesaban que era una buena posibilidad de trabajo, para en algunas horas al
menos tener unos pesos para su cosecha.
Cuando comenzaron los problemas ante la validez de ese sistema, la base
aceptada ya era un obstáculo. Y hubo que negociar el fracaso ante una directiva
casi exclusiva de mujeres, y sus argumentos eran tópicos casi calcados de los
hombres. Y no se podía hacer casi nada, la causa estaba perdida.
Y cuando se da el caso que vamos
perdiendo ese extraño equilibrio entre los extremos y nos caemos del sistema,
intentamos asumir el rol de gestionar el hogar y el cuidado de los nuestros,
aunque invariablemente nos sigan
cuestionando la mentada diferencia. Y conocemos los programas de la lavadora,
los tiempos de cocción del horno, y los que tienen hijos, los momentos de
descanso o estimulo al pequeño, pero la evaluación del otro género, en
determinados arrebatos, suele estar condicionado por los tópicos, siendo
terriblemente injustas y arbitrarias las sentencias recibidas.
Nos siguen llamando básicos. Y
seguramente lo seamos. Pero hay un atisbo de considerar básico al otro género,
con sus propios patrones. Al hombre básico se lo considera tosco, con un
peligroso equilibrio entre lo primitivo o vulgar con una cultura de la vida
civilizada. Pero hay una tendencia, que no es mayoritaria pero sí existente, es
que ese hombre básico muestra una cultura o tendencia destinada a complementar,
entregar o dedicar al integrante del otro género. Y no solemos ser tan brutos
como en un principio creen o creemos ser nosotros mismos.
Alguna vez escribí sobre Simone de Beauvoir y los derechos de la mujer. Entiendo que esas diferencias absurdas
persistan en el tiempo, es inclusive absurdo observar el proceder de ciertas
culturas en relación a los géneros. Pero hay hombres que sentimos un profundo
desprecio ante comentarios de otros mismos hombres sobre su accionar con las
mujeres. No nos gusta, lo sentimos arcaicos, fruto de otras generaciones
equivocadas. Pero nos está pasando algo similar cuando escuchamos otras arengas
dedicadas por el otro género. Y haciendo un escaneado riguroso de los actores,
resulta que no veo la sensibilidad que los diferencie, veo un desprecio que los
iguala.
Unos y otros continuarán con el
mensaje que el otro sexo es un mal necesario. Muchas de mis amigas o familiares
mujeres continuarán, lamentablemente bajo patrones de desigualdad de género.
Pero muchos amigos o familiares hombres han de proseguir enquistados en su afán
de consideración o entrega a la familia y sus vínculos, y cada tanto sentirse
menospreciados, o acusados de “sensibilidad desmedida”. En el mientras,
intentan acercar los extremos para seguir acercándonos. Y cada tanto observar
internamente nuestras arengas, para poder digerir con sabiduría el actual
fracaso que ambos géneros podemos estar gestionando…
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