Es difícil suponer que no existan
pasajeros preocupados por un check-in de una línea área. Y si para colmo, es un pasaje low cost (línea
económica), tiendo a buscar obsesivamente la trampa. Y la mayoría de las veces
pierdo el sueño y hasta la calma pensando si el impreso que acerco hasta el
aeropuerto estará en condiciones normales de ser utilizado, o si cometí el
error infame que tantas veces temo.
Tampoco nos ponemos de acuerdo con
la hora de llegada al aeropuerto. Y estos criterios difieren sobremanera si se
trata de recomendaciones de la línea, y si se trata de la hora sugerida por mí
o por mi esposa. Al momento de razonar el arribo, siempre caemos en la
tentación de adelantar un poco más el acceso a la terminal. Creemos que es
preferible aguardar en la sala de embarque que estar corriendo a las
desesperadas, por algún contratiempo traicionero que nos aceche (Recordar mi
vuelta de Ginebra hace bien poco).
Hace tiempo que no es relajado el
tema volar para mí. Y en líneas generales no tengo motivos para perder el
orden. Pero esa sensación de tener todo controlado, tantas veces te obliga a
pensar que has dejado un cabo suelto, vuelves a mirar el impreso con tus datos
y lees casi en estado de pánico por si finalmente aparece un error de tipeo u
ortografía en tus apellidos o en tu numero de documento.
Y vuelves a mirar tu DNI, aunque
sepas de memoria que faltan aún nueve años para que expire. Y aunque se trata
de un viaje por la misma Unión Europea, te planteas con crueldad la pregunta si
no habría sido necesario traer el pasaporte, solo por las dudas. Y como curioso
que soy, además de obseso, navego un rato por la web y descubro que está a
rebosar de links, donde la mayoría de las empresas, en términos muy amigables,
te recomiendan tener en cuenta hasta el último detalle. La forma amigable está
dada en la prevención, porque si surge un error, no te quepa duda que te ha de
costar bien caro.
Y ya cuando estás on line sacando el
pasaje, te invade la inseguridad. No te la ponen fácil. Tienes que estar un ojo
acechante al margen derecho donde va figurando el importe a abonar. Si te
distraes, ese importe se incrementa. ¿Y cómo? Te puedes preguntar. Con detalles
bien tontos, por ejemplo con la diferencia de pagar o no con tarjeta de crédito
o débito, o simplemente por activar sin querer el seguro del viajero, o la
prioridad de embarque. Entonces siempre antes de comprar el pasaje, y leyendo
la advertencia que te suele aparecer en pantalla, optas por volver una vez más
al paso de atrás y dar una última revisada, generalmente harto de volver a
desconfiar de tu pericia, pero obligado por la desconfianza que estas líneas
áreas nos generan.
Y tienes que contemplar detenidamente
la hora de arribo. Porque estas líneas baratas suelen aportar aeropuertos que
están en las afueras de las ciudades, y a veces tan afuera, que el aeropuerto
de Viena puede ser Bratislava, o el de Milano Orio al Serio en realidad es Bérgamo,
y el de Frankfurt que suena a aeropuerto grande, en realidad separa a esa
ciudad en algo más de hora y media de bus. Entonces sacar un pasaje que te
acerque a esas ciudades, y sobre todo en época invernal, puede asociarse a un
suicidio antes que a una jornada placentera.
Y entonces, ¿utilizo o no el
servicio de low-cost? Lamentablemente todo el rato. Al consultar los distintos
destinos, solo observo las cuatro cinco páginas que ya conozco de memoria, y
que son las únicas que me han de garantizar un precio por demás económico. ¿Y
cómo ayudo para hacerlo bien aprovechable el precio? No facturo equipaje ni
prioridades, ni escojo asiento o seguros y hago el check-in on line. Navego
durante un buen rato analizando varias semanas o todo el mes para buscar las
condiciones más baratas. Y recuerdo que en algún momento, ya no cercano en el
tiempo, he volado desde Dublín hasta Edimburgo pagando apenas las tasas.
E internet te soluciona el tema
burocrático. Y qué decir de la aplicación del teléfono que te facilita no
llevar papeles contigo. Pero no te has de sincerar y confesar, que al menos
alguna vez, te has encontrado el día anterior al viaje, sin tinta en la
impresora, sin conexión a internet, error en la página en cuestión o que no te
deja recuperar tu gestión de reserva. Y me ocultarán esa desgracia que también
sucede, de confiar en las bondades del abarca todo telefónico, que hoy resulta
ser el móvil, y encontrarse a la hora de mostrar la foto de tu embarque, que
has perdido contacto con el servidor, o que te has quedado sin batería y el
teléfono no enciende, o que la aplicación no encuadra bien el código de barras,
indispensable a la hora de pasar migraciones. A mí no me ha sucedido, pero no
crean que no me preocupo. Entonces, además de revisar todo el rato la cobertura
de mi teléfono y la cantidad de batería disponible, llevo encima el impreso de
rigor, y generalmente dos copias por si una de ellas se pierde en la obsesión
de que no se pierda. ¿Y cuál es el resultado de mi organización? Que manejo
diversas administraciones, la web, el teléfono, el impreso, y por las dudas me
acerco al mostrador para confirmar que no es necesario que me acerque al
mostrador. Y combato la burocracia, con mucha más. Y resulto un clon de todo
aquel funcionario público, que detestamos pero al que nos parecemos en exceso.
Y ahora casi, casi, que te desvisten
a la hora de pasar el escáner. Y así todo, el muy maldito pita. Y tú miras a un
indiferente policía, que no repara en el absurdo y ya te hace poner con manos y
piernas abiertas, imitando al Hombre de Vitruvio, de Leonardo Da Vinci. Y yo
encima que mido casi un par de metros y mi barba a veces conjugada con un pelo
que cada tanto crece y no me avisa, parezco ser un talibán para las autoridades
aeroportuarias. Y si todo resulta bien, la tarea es ponerse lo más rápido
posible el cinturón, no sea cosa que persista esa sensación de que los
pantalones se te caen. Si después de tanto despliegue, te entregas a recorrer
el free shop, esto será porque no tienes sangre en las venas, y el estrés nunca
te cambia las rutinas.
Otro clásico post terrorismo es
revisarte en los escáneres los líquidos que lleves. Entonces, utilizando tablas
y medidas similares a la tabla periódica de los elementos, estudiados en
merceología, de cuarto y quinto año de secundaria, tendrás que tener en cuenta
que el líquido en cuestión no supere los tantos mililitros, y que esté
presentado en los envases correctos y hasta unificados en un paquete. En el
aeropuerto de Varsovia, recuerdo una apasionante discusión de mi esposa con una
aburrida funcionaria que no estaba de acuerdo que los envases estuvieran todos
separados en una bolsa reglamentaria. Fernanda tuvo que unirlos todos con una
bandita para el pelo, cuando yo era de la idea que la funcionaria se metiera todo
el líquido junto o por separado por donde quisiera.
Y por las dudas, vuelves a mirar la
puerta de embarque. Porque un par de veces la han cambiado, sin aviso de
megafonía. Y en esos aeropuertos que son de extensión considerable, un cambio
inoportuno de puertas, te obliga a rememorar viejas épocas donde podías parecer
un atleta. Y si aburrido de estar estresado, te acercas al free shop y compras
cualquier tontería, seguro que no tienes contigo la tarjeta de embarque, y
cuando el vendedor te la pida para adjuntarla a tu vuelo, tendrás que ir
rumiando tu inocencia al encuentro de tu esposa que te preste la hoja impresa.
Y al buscar la total economía de tu
pasaje, te dejas llevar por el asiento aleatorio. Supuestamente te da lo mismo
donde te ubiquen, pero cuando entras en el avión recuerdas que no es
indiferente la ubicación. Los aviones son cada vez más pequeños, pero no de
tamaño, sino de espacio para los viajeros. Donde pueden te ubican una nueva
línea de asientos. Entonces tus rodillas estarán incrustadas en el asiento de
adelante, y así todo los pasajeros. Y si te sientas en el medio, seguramente el
desconocido de la derecha, querrá levantarse todo el rato para salir al
pasillo, ya sea para ir al baño o para sacar algo de su equipaje de mano.
Las salidas de emergencias suelen
ser las mejores acondicionadas para la comodidad. Obvio no están pensadas para
el confort del pasajero, sino para la rápida movilización en caso de accidente.
Supuestamente estos asientos deben ser ofrecidos a personas con capacidad o
disponibilidad para adoptar una responsabilidad en caso de emergencia. Pero
hasta ahora las azafatas no confían en mi criterio, nunca me ha tocado sentirme
un cercano héroe.
Y esos asientos suelen ser los
preferidos para anunciar los diversos males físicos que nos aquejan.
Operaciones, limitaciones, prescripciones y demás ciones son utilizados para
lograr hacerse con esa perita que es el asiento de emergencia, con más
capacidad para estirar las piernas y sin tener adelante a nadie que pueda
inclinar el asiento. Yo que mido casi dos metros, que mantengo con fidelidad
una escoliosis, y alterno problemas de rodillas o tobillos, viajo continuamente
con el sistema sardina, es decir apretado por el de adelante, y yo que no me
animo a joder al de atrás. Mientras que observo con desconsuelo que él que
accedió a la salida de emergencia parece no tener finalmente de que
preocuparse, y eso que mentó tantas enfermedades para hacerse con el asiento, que
parecía que podríamos enfrentarnos con un deceso aún antes de despegar.
Y ya en el vuelo no te dan ni agua.
Y por no dar, ni siquiera una aspirina o ibuprofeno por el hecho de desconocer
tu historial clínico. A cambio puedes acceder a la raspadita de una lotería de
la aerolínea, a un esmirriado sandwiche de precio extra large, u otras ofertas,
que de tan profusas, suelen pasar inadvertidas.
Y cuando aterrices ya casi nadie
aplaude, eso está bien, porque a mí siempre me dio apuro parecer un aldeano. Y
si te tocó bien detrás, casi con seguridad solo se abrirá la parte delantera
del avión y eso confirmará que serás uno de los últimos en bajar. Suele pasar
que cuando te toca bajar de los primeros, lo haces con un aire de satisfacción,
y que cuando te estás por acomodar en el autobús que te acerque a la salida del
aeropuerto, compruebes que salir primero no te ha de servir de nada. Porque los
que bajan detrás de ti, entran después en el bus, y se quedan amontonados en
las puertas de salida, entonces serás seguramente el ultimo en bajar. Es
difícil precisar el movimiento perfecto para optimizar tu salida a la ciudad
visitada.
Y tu maleta nunca aparecerá por la
cinta. Y verás como los demás retiran no solo una, sino varias y de a poco van
encarando la puerta de salida. Y cuando llega la tuya, notas en el acto un
problema. Un raspón, un pequeño roto o restos de suciedad semejantes a haber
arrastrado tu equipaje, te mueve a la indignación. Entonces optas por acercar
la valija a algún funcionario cercano a las salidas, para ofrecerles un buen
rapapolvo, que suele no llegar nunca a expresarse, ya que el funcionario de
turno te advertirá que si la maleta está dañada, nunca, pero nunca, se debe
retirar de la cinta. Generalmente la gente se queja con el equipaje encima, y
entonces pierde el efecto mágico del éxito del reclamo. Hasta eso está testeado
por nuestra aerolínea, que eso sí, siempre nos agradecerá por volar con ellos,
valorando nuestra confianza en hacerlas cada día mejor.
Y lo dejo aquí, todavía me queda
encontrar la línea de metro o el autobús que me acerque a la ciudad. Son pocos
los que cada día se animan a hacer la fila de los taxis. Mientras miramos el
móvil para adaptarlo al nuevo destino, mientras guardamos los papeles y
documentos usados, muchos de nosotros ya estamos prontos a sufrir el proceso de
regreso, aun cuando resten siete días para ese momento…
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