Luchino Visconti, alentado por el
éxito del film “La caída de los Dioses” en 1969, completó la llamada trilogía
alemana, con la adaptación de “Muerte en Venecia”, en 1971, y “Ludwig”, en
1972. En las tres películas, Visconti analiza el ascenso del nazismo y toca
temas como la ambición desmedida por el poder, la homosexualidad, la pedofilia,
la prostitución, la traición. Todos temas escandalosos en la época, en plena
liberación sexual.
“Muerte en Venecia”, es la transformación
de la imprescindible novela de Thomas Mann, de 1911, “La muerte en Venecia”.
Visconti omite en su adaptación, el articulo la. El film quedó inmortalizado
por su inicio, la brumosa mañana y la llegada del vaporetto, que acerca a los
viajeros a Venecia, acompañado por el sonido del Adagietto de la Sinfonía nº5
de Mahler. La escena ha pasado a la historia del cine. Y Venecia, ciudad que
observa siempre su futuro amenazado, planea recibir en el siguiente año, 10
millones más de turistas. La causa, la Expo que organizará Milán.
“Lo bello no es sino el comienzo de
lo terrible”, es un estupendo muestrario del talento sin igual del escritor
checo Ranier María Rilke, en su “Elegía de Duino. Y podemos “robar” la frase
que forma parte de unos sus poemas, para referirnos a la ciudad, quizás más
soñada y deseada, pero que desde 1966 presenta una larga agonía. Nada será
igual luego de conocerla, y hay una frase que no resulta indiferente: “Formar
parte de Venecia tiene su precio. Y hay que pagarlo”. Y es tan cierto, que si
uno elige pernoctar en Mestre, a cinco minutos en tren, el precio baja
considerablemente.
La ciudad de las 118 islas unidas
por más de 455 puentes continúa despoblándose, sin encontrar el equilibrio
entre la explotación masiva del turismo y la conservación del alma de la urbe.
A pesar de todo, encierra varios momentos mágicos. Dos de los cuales, muchos no
llegan a conocer, ya que suele ser una ciudad de visita de paso: El alba y el
ocaso. Contemplar la ciudad cuando aún no han llegado los turistas o cuando se
marchan, permite disfrutar el verdadero rostro de Venecia. En la única noche
que dormí en la ciudad, me sorprendió el ocaso sobre la Piazza San Marcos y sus
numerosas terrazas alteraban el agradable ambiente con los grupos de cámara,
que interpretan en los templetes, música clásica. Fue regresar a la Piazza,
comprobar con fascinación que casi no quedaban turistas, montar el trípode para
un sinfín de tomas fotográficas, y desde el templete más cercano, comenzar los
acordes de “No llores por mí, Argentina”. No habría quizás, señal más mágica.
San Marcos es el corazón y alma de
la ciudad. No es masiva en cuanto a su tamaño, pero sí por el flujo constante
de turistas, que consideran la plaza como la zona cero. Intente sacar una foto
en soledad, resultará imposible a lo largo de casi todo el día. La riqueza y
poderío de Venecia la convirtió su espacio central.
En la zona de Rialto, existe aún la
farmacia Morelli. En su escaparate se actualiza un rótulo con el número de
residentes en Venecia. 56.683 con sus oscilaciones dependiendo el mes, es la
cantidad más o menos vigente, contemplando un millar de bajas al año. En 1951
eran 174.800; las trágicas inundaciones del 4 de noviembre de 1966 dejaron el padrón con 121.309 habitantes,
y los puntos más bajos de la ciudad quedaron sepultados bajo metro y medio de
agua. Unas 160.000 viviendas fueron consideradas inhabitables. Muchos de los
que marcharon pensaron que sería algo transitorio. La gran mayoría no regresó.
“Cada vez que un anciano muere, se muere un poco más Venecia, porque su lugar
no será ocupado por otro veneciano, sino por otro turista”, es otra de las frases
que uno puede recoger, eso sí, dependiendo del optimismo o pesimismo del
portador de la frase.
Volviendo al Rialto, del arquitecto
veneciano Antonio da Ponte nadie guardaba referencias. En el siglo XVI las
autoridades venecianos sacaron un bando para intentar rehacer el Puente de
Rialto, destruido y reconstruido varias veces desde el voraz incendio de 1514, que afectó a todo el barrio. El diseño
presentado por da Ponte fue considerado audaz para la época, y quizás por una
característica tan humana, de criticar hasta ridiculizar ante el temor de algo
nuevo, durante los tres años de realización y luego de su inauguración, fue
víctima de mofas de sus contemporáneos. Pero Antonio da Ponte, que era
ingeniero hidráulico, acalló criticas y disimuló el costo altísimo para la
época y con el paso de los años, se convirtió no solo en uno de los pocos
puentes que unen la longitud del Gran Canal, sino en el sitio obligado para
contemplar la belleza de la ciudad y para convertirse en uno de los puentes más
fotografiados en el mundo.
El contraste lo brindan los 22
millones de turistas que visitan al año la ciudad de los canales. Quizás sean
ellos los responsables de la lenta muerte de la ciudad. “Han convertido Venecia
en un parque temático del amor”, resopla un residente, otrora especializado en
la restauración de muebles, y hoy uno de los tantos que cada poco analiza irse
con su oficio a vivir a tierra firme. Los oficios vinculados a los artesanos
del mármol, oro, bronce o cristal sostenían la economía de la ciudad. Hoy resiste
por el turismo, y entonces las posibilidades de trabajo están sustentadas por
ser recepcionista o personal de limpieza de hotel, camarero, dependiente de los
innumerables locales de souvenirs made in china y poco más. Para confirmar el
súbito cambio, en los últimos años más
de setecientos apartamentos del centro histórico han sido transformados en
pensiones del estilo “bed and breakfast”. Ante la muerte de cada abuelo-abuela,
la tendencia es generar una nueva pensión para el turista.
El canto del “Oh Sole mío” puede ser
también considerado como una especie con riesgo de extinción. Y eso que hay más
de 600 gondoleros inscriptos, peleando por “la caza” del turista. Pero si el gondolero canta, la tarifa se duplica.
Un paseo de cuarenta minutos sale 80 euros y por cada veinte minutos de
excedencia, te cobran 20 euros adicionales. Antes, las góndolas invitaban a las
parejas a abrazarse y besarse al ritmo del acompasado manejo del gondollieri.
Ahora es práctica habitual ver hasta 6 personas por góndola. Hay que amortizar
el costo de formar parte del sueño. La hermosa tradición de navegar
acaramelados al atardecer por las cercanías del Puente de los Suspiros, parece
ser demanda exclusiva de los innumerables contingentes chinos. Y de estos, con
su timidez y respeto marca de la casa, no es tan factible conseguir la
instantánea del ósculo. Y a los que se besan durante la puesta de sol mientras
las campanas de la Campanile están sonando, se les concede el amor y la
felicidad eterna. Y lo de los suspiros, no era por una tradición del amor, el
famoso puente era el lugar por donde transitaban los prisioneros a los
calabozos del Palacio Ducal después de ser condenados. Si suspiraban, era
porque resultaría más que factible que esa fuera la última vez que viesen la ciudad,
el mar y el cielo, desde sus dos pequeños balcones.
Lord Byron fue el autor romántico
por excelencia. Al ver el puente, sabía que era una perfecta muestra del
Romanticismo. Este movimiento, en sus orígenes trataba temas como la tragedia
del hombre ante su destino, la lucha contra los elementos, la oposición entre
los sueños y la realidad, el ansia de libertad y de muerte. Nosotros, que todo
solemos desvirtuar, sin ganas de comprender el significado, creemos que
romanticismo es todo aquello vinculado a la sensibilidad, perdón por lo poco
romántico, denominada cursi. De ahí el error, nos besamos en el paraje donde
otros por las crueles condiciones de las cárceles de la época, apenas
suspiraban para prolongar la vida.
Para los low cost, entre los que me
encuentro, nos sirve el viaje en vaporetto. Un viaje de una hora por el Gran
Canal, desde la estación de tren hasta la Piazza San Marcos, con sus
respectivas paradas con subida y bajada de pasajeros, puede disimular en parte
aquella tradición de navegar románticamente por el canal de forma de s invertida, con una
extensión de 3.8 kilómetros, que divide la isla principal de Venecia en dos
mitades. Por 6 euros, dispones de varias líneas que te trasladan por las
afueras de la ciudad. Las fotos de los palacios son igual de espectaculares.
Muchas de estas residencias se construyeron entre los siglos XIII y XVIII por
familias ricas que competían entre sí para ver cuál era más esplendorosa.
Además puedes presenciar el constante flujo de navegantes. El paso de los taxis
tuneados con todo el lujo posible, es otra de las conquistas visuales que
propone la ciudad. Para variar, los turistas chinos son los principales
pasajeros de estas lanchas taxi.
Los principales “sestieri”
(distritos) que día a día recorren los turistas son: Cannaregio, Castello,
Dorsoduro, San Polo, Santa Croce y San Marcos. Con el vaporetto puedes acceder
también a Murano, el pueblo del famoso cristal; a Burano, el pueblo pescador
por excelencia; y Lido, la playa de Venecia.
El Arsenale de Venecia, en el distrito de Castello, es uno de los
lugares más importantes de la ciudad. Fue un astillero y un depósito naval, que
desempeñó la grandeza y liderazgo del imperio veneciano. En la actualidad es un
centro de investigación y luce desierta, pocos turistas sortean las callejuelas
y acceden a este paraje de atractiva belleza. Como curiosidad, los leones de la
entrada al Arsenale, provienen todos de lugares distintos.
Si toda Venecia es fotogénica,
Burano es la excelencia. En este archipiélago residencial a cuarenta minutos de
Venecia en barco, es una casa luminosa tras otra, abusando de explosiones
permanentes de color. Originalmente eran casas de pescadores, luego el gobierno
fue eligiendo estrictamente la distribución de sus colores. La isla también ha
sido famosa por sus productos de encaje hechos a mano. Parte de la sensualidad
se la debemos a la isla.
Murano es conocida universalmente
por una sola cosa: el vidrio. Dicen que hay solo dos clases, el resto y el de
Murano. Tuvo el monopolio de la fabricación de vidrio durante siglos. En 1291
ganó su estado inflado y la divulgación del secreto de sus secretos
profesionales era castigado con la misma muerte. Hoy quedan pocas fábricas
abiertas, y la visita al Museo del Vidrio, en el Palacio Giustinian, puede
darnos una idea de tanto esplendor. Se llega con el vaporetto 12, 13 ó 52.
Sus playas de arena, algunas
privadas, pocas públicas, constituyen en Lido un lugar de veraneo, de relativa
tranquilidad. A mediados de 1930 se hizo famoso el Lido de Venecia por sus
piscinas públicas. Cada setiembre se celebra aquí el Festival de Cine de
Venecia. El Grand Hotel des Bains, además de acoger a actores y celebridades,
se ha hecho famoso por la muerte de Thomas Mann en Venecia.
Volviendo a San Marcos, un buen
consejo es no cenar nunca antes de las ocho de la tarde. Es la hora más cruel,
no solo por nuestras costumbres, sino porque cenarás en un lugar abarrotado,
separadas las mesas por escasos centímetros, comiendo pasta de dudosa calidad y
pagando precio de escándalo. Si esperas al final de la hora del coctel, podrás
acercarte a distintas opciones, donde el precio estará más acorde a nuestras
posibilidades. No suena tan romántico comer un plato de pasta en un chino, pero
el entorno de oscuridad y fuentes cercanas, te dará el mismo romanticismo. Y si
vas a dormir a Trieste, saber que tienes hasta las 12 de la noche para abordar
el último tren. Allí muchos habrán de suspirar como si se tratara de un preso,
porque habrán de abandonar esta ciudad mágica.
El alcalde y otros 34 políticos de
derecha e izquierda fueron detenidos recientemente, bajo la acusación de formar
parte de una trama corrupta para enriquecerse con las obras del Moisés, la gran
obra de ingeniería con la que se pretende librar a Venecia y a la laguna, de
las grandes mareas. El agua alta es un fenómeno de las mareas que contempla
aguas sucias. Esto suele suceder en los meses de noviembre, diciembre o enero.
56 millones de euros, cinco veces más de lo proyectado, es lo gastado para esta
obra que debía inaugurase en 2011 y parece que recién se ha de terminar en
2017.
Mientras tanto, la única marea
visible es la de la corrupción, y la muerte lenta de Venecia obliga a pensar
que hay que visitarla antes que desaparezca y deje de ser un lugar único, aquel
donde cuesta comprender la diferencia de un suspiro por amor, por la belleza de
ser uno de los lugares más bellos del mundo, o por la falta de libertad de los
fantasmas de los reclusos, o por haber conseguido formar parte de la mordida
política italiana y caer en el intento.
PD: Las fotos, son de Fer. Gracias!
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