“La muerte es algo que
no debemos temer porque, mientras somos, la muerte no es y cuando la muerte es,
nosotros no somos”.
La enfermedad y el exilio le fueron
minando la salud. El poeta se encerraba cada día más en sus pensamientos. En
Collioure, en los Pirineos Orientales franceses, Don Antonio prácticamente no abandonó la habitación del hotel.
Consciente de que podrían tratarse de sus últimos días, una mañana le pidió a
su hermano José, que lo llevara a la playa para ver el mar. Esa fue su primer y
última salida.
Hacía mucho viento, se quitó el
sombrero, y absorto en su silencio, arrancó a andar, trabajosamente por la
orilla. Sus pies se hundían en la arena. Sus escasas palabras al ver alineadas
las humildes casas de los pescadores, dicen que fueron: “Quien pudiera vivir
allí, tras una de esas ventanas, libre ya de toda preocupación”. Al día
siguiente, el médico de Collioure, el Doctor Cazabens le pronosticó una neumonía.
El poeta agonizó en la misma
habitación que agonizaba su madre. El médico comunica a la familia que Antonio está
desahuciado. En las siguientes jornadas delira inquieto, al tiempo que una
súbita lucidez le permite agradecer las atenciones que le dispensan. Al cuarto
día, el 22 de febrero de 1939, falleció. Antes pronunció sus últimas palabras
inteligibles: “Adiós, madre”. Apenas tres días después, falleció Ana Ruiz, la
madre de Antonio Machado. Son enterrados en la misma tumba.
Rafael Alberti, otro de los emblemáticos
poetas de la Generación del 98, estaba exiliado en Paris según él, otros
sostienen que estaba defendiendo Madrid. Al enterarse del fallecimiento del
poeta, le dijo a su mujer, María Teresa: “Creo que la muerte de Machado, quiere
decir que la guerra se ha terminado”. La contienda se prolongó hasta el 1 de
abril de ese año, pero la suerte estaba echada.
"En
el corazón tenía la espina de una pasión. Logré arrancármela un día: ya no
siento el corazón."
Para otros, fervorosos Republicanos
que realizaron un penoso destierro a través de los pirineos catalanes, en busca
de la consideración francesa, la guerra terminó el 27 de enero de 1939. Ese
día, Andrés García de Barga y Gómez de la Serna, más conocido como Corpus
Barga, encargado de proteger al poeta durante su destierro, logró convencer a
las autoridades francesas, a través de documentos oficiales, de quien era
Antonio Machado. De esta manera, evitaron los campos de concentraciones, al que
estaban destinados la mayoría de los españoles exiliados. Ese día para muchos
de los que esperaban en la localidad de Le Perthus la consideración
humanitaria, comprendieron que las víctimas tienen distintos destinos, según su
condición, y que el pueblo no lo tiene, solo le esperan las fatalidades. Ese
día, el poeta se separaba de su pueblo. Ahí se reflejó con crueldad como la
Republica fracasó en su intento de unir el esfuerzo con la cultura.
Más de la mitad de aquellos
refugiados, cruzarían de vuelta a España. Francia había endurecido las leyes de
extranjería. Muchos otros, temeroso de las represalias franquistas, se
dispersaron por los países que tuvieran a bien acogerlos: URSS, Chile,
Argentina, México, Cuba, Colombia o República Dominicana. El resto se quedó en
los campos de concentración, aguantando lo inaguantable, y sin saber lo que
deparaba el destino; los más afortunados no resistieron las inclemencias del
tiempo de los Pirineos en invierno y fallecieron. Los sobrevivientes tuvieron
que conocer la siguiente guerra, la Mundial, donde fueron invitados sin
quererlo ni merecerlo.
A Ramón Gaya, pintor y escritor
español, la suerte le fue diversa. Estuvo confinado en el campo de
concentración de Saint Cyprien. Hasta allí había llegado escapando de España,
donde murió su esposa en un bombardeo franquista, y donde dejó al cuidado de
amigos a su pequeña hija, Alicia. El exilio era un viaje a lo desconocido, y en
el campo la gente sobrevivía tirada en la arena, sucia y hambrienta. Habían
caminado tantos días para sucumbir a otra especie de miseria. Para muchos, la
solución era tirarse al agua, en un simulacro de salir del campo a nado. Los
guardias, de inmediato, les disparaban y los dejaban allí mismo, muertos sobre
el agua.
Gaya no quiso ni se atrevió a morir
escapando. Aguardó y eso le posibilitó ver algo de grandeza en las actitudes de
algunos seres humanos. El cónsul mexicano Gilberto Bosques, hizo lo humanamente
posible y algo más, para ayudar a parte de esta gente. Por un lado, dio asilo a
los que se marchaban. Pero también, protegió a los que se quedaron. Alquiló un
par de castillos en las afueras de Marseilla, para dar acogida a muchos de los
habitantes de los campos de concentración. Les proveyó de alimentos y
materiales de higiene. Y luego les dio trabajo. Les salvó la vida. Cuándo se lo
recordaron, el dijo: “No fui yo, fue México”. Pero esa frase no encierra la
total verdad. Fue Bosques, con la ayuda de México. Porque las víctimas que
llegaban, no eran España, eran hombres con su propia historia, y debían penar
por las consecuencias de otros, los influyentes. Nadie pudo gritar: “No soy
España, soy yo”.
La caída de Tarragona, el 15 de
enero de 1939, propició un éxodo masivo por las carreteras catalanas con
destino a Francia. Huían hombres, mujeres, niños, ancianos, milicianos y
soldados discapacitados. Lo hacían empujados por el miedo físico o psicológico
del último momento, el temor ante una guerra perdida. Casi todos siguieron un
impulso colectivo, pensar que del otro lado de la frontera habrían de encontrar
al marido, al hermano, al padre perdido. Pensaban que podrían comenzar todos de
nuevo la vida en familia. Aquella población civil no tenía responsabilidades
políticas ni militares, por lo cual no debieron ser considerados exiliados.
Pero en su huída fueron bombardeados
por la aviación alemana enviada por Franco. Y si eso fuera poco, el invierno
hacía estragos en la marcha forzosa. Los pocos enseres, minadas las fuerzas,
iban quedando en el camino. El hambre era el otro enemigo. 465.000 personas
cruzaron la frontera con Francia en ese invierno de 1939. Los puestos
fronterizos se vieron colapsados. El cruce se hacía a través de Latour de
Carol, Bourg Madame, Prats de Mollo, Le Perthus y Cerbére. Este movimiento de
masas marcó un antes y un después en la experiencia del exilio. Antes se les
denominaba desterrados. Entre ellos, estaba Antonio Machado. Este quiso morir
en una cuneta, no le dejaron los que respondían por él. Pero igual murió, en el
hotel Bougnol-Quintana.
"Cuatro
principios a tener en cuenta: Lo contrario es también frecuente. No basta mover
para renovar. No basta renovar para mejorar. No hay nada que sea absolutamente
empeorable."
Llegó a Francia con lo puesto. A él
también le desapareció la maleta en la que llevaba sus pobres pertenencias.
Machado, su hermano, su cuñada y su madre llegaron a Collioure. Los cuatros
estaban exhaustos, la madre desvariaba. Los hermanos tenían apenas dos camisas
blancas, y no podían salir a la calle juntos, cuando una de las dos camisas se
estaba lavando. Un comerciante les regaló un par de camisas. No tenía más ropa
que la que llevaba puesta. Ni siquiera le acompañaba un libro.
El 1 de febrero de 1908 se publicó
en El Liberal el poema Retrato. La mayoría lo conocemos a través de la voz de
Joan Manuel Serrat. Recordemos la última estrofa:
Predijo
su muerte con 14 años de anticipación. Murió ligero de equipaje. En el viejo
gabán, que nunca lo abandonó en su estadía en tierras francesas, su hermano
encontró viejos papeles con frases iniciales del monólogo “Ser o no ser”, del
Hamlet de Shakespeare. También tropezó
quizás, con su último verso: “estos días
azules y este sol de la infancia”. Para muchos, estas dos enigmáticas líneas,
representaban a su Sevilla natal. El otro tesoro que sobrevivió se encontraba
en la maleta. Una pequeña caja de madera con un poco de tierra de España,
prevista para ser enterrada junto con el poeta. Murió con lo puesto, como lo
anticipara su “Retrato”.
"Hay
dos clases de hombres: los que viven hablando de las virtudes y los que se
limitan a tenerlas."
Políticamente
se discutirá la figura de Antonio Machado. Pero en cada casa, en cada
biblioteca, podemos encontrar sus poemas. En cada radio, en cada cd, reconocemos
a Serrat dando música a sus letras. La política ha quedado de lado, como
debería quedar siempre. Machado se trató de un modelo literario, que vaya
paradoja, es indiscutido fuera de su tierra. En el propio país, la división que
hace mella, lo ama o lo cuestiona, esto gracias a las políticas que dividen. Pero
la poesía de Machado continúa vigente, quizás porque su profundidad no conoce
de épocas ni de ideologías. Su profundidad era a su vez sencilla, versaba sobre
las cosas comunes, que de tan comunes, nos sensibiliza cuando las perdemos.
La dueña
del hotel Quintana, cedió a la familia un nicho, donde reposan madre e
hijo. Por su tumba han peregrinado sin
desmayo los espectros de la Republica exiliada. Todos dejaban escritos sobre su
tumba, apoyado por guijarros, que el viento y las lluvias, dispersaban. La
Fundación Antonio Machado en Collioure, instaló en 1983 un buzón junto a la
lápida, para evitar la dispersión de los mensajes. 14.000 notas se acumulan en
el archivo de la Fundación. Los valores que defendía Machado siguen puesto de
relieve, 75 años después se sigue visitando la tumba como un símbolo de
democracia o libertad.
Las
cartas que siguen llegando por correo, están dirigidas ingenuamente a Don
Antonio Machado. Le agradecen y le piden amparo. Los que peregrinan hasta su
tumba le dejan la tarjeta de visita. “Tus poemas son los recuerdos de mi
infancia”, quizás la frase que mejor resume su existencia. Existencia que, tres
cuartas partes de un siglo de haberse apagado, deja otra vez en evidencia lo
profético de sus citas, quién no entiende aquello de “Hoy
es siempre todavía”.
Cantares:
Todo pasa y todo
queda,
pero lo nuestro es
pasar,
pasar haciendo
caminos,
caminos sobre el
mar.
Nunca persequí la
gloria,
ni dejar en la
memoria
de los hombres mi
canción;
yo amo los mundos
sutiles,
ingrávidos y
gentiles,
como pompas de
jabón.
Me gusta verlos
pintarse
de sol y grana,
volar
bajo el cielo azul,
temblar
súbitamente y
quebrarse...
Nunca perseguí la gloria.
Caminante, son tus
huellas
el camino y nada
más;
caminante, no hay
camino,
se hace camino al
andar.
Al andar se hace
camino
y al volver la vista
atrás
se ve la senda que
nunca
se ha de volver a
pisar.
Caminante no hay
camino
sino estelas en la
mar...
Hace algún tiempo en
ese lugar
donde hoy los
bosques se visten de espinos
se oyó la voz de un
poeta gritar
"Caminante no
hay camino,
se hace camino al
andar..."
Golpe a golpe, verso
a verso...
Murió el poeta lejos
del hogar.
Le cubre el polvo de
un país vecino.
Al alejarse le
vieron llorar.
"Caminante no
hay camino,
se hace camino al
andar..."
Golpe a golpe, verso
a verso...
Cuando el jilguero
no puede cantar.
Cuando el poeta es
un peregrino,
cuando de nada nos
sirve rezar.
"Caminante no
hay camino,
se hace camino al
andar..."
Golpe a golpe, verso
a verso.
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