Un buen recuerdo que me aflora en
estos días, se remonta a mi infancia. A partir de cierta edad, comencé a
disfrutar de desafíos futboleros contra otros equipos. Habituados a jugar
partidos con mis amigos en la plaza, un día estrenamos el gustillo de desafiar
a los de los otros barrios. En el caso de mi equipo, el de la Plaza Alberti, competíamos
contra otros teams, siendo el de la calle Congreso nuestro rival más enconado,
y el evento considerado como duelo de barrio.
Durante la semana se iniciaban las
“negociaciones” para el partido del sábado a la mañana. Ambos teníamos un terreno
neutral, donde se disponía de una amplia superficie para improvisar un campo de
juego similar a los de los jugadores profesionales. El predio era reconocido
como “La Fiat” y estaba a metros del estadio de River Plate. Acostumbrábamos,
para sentirnos locales, dejar nuestras mochilas o abrigos como porterías en los
primeros metros de la finca, cercano a la avenida Monroe.
El paso siguiente era tratar de
tener a mis compañeros confirmados con suficiente antelación, ya que a veces,
los padres disponen salidas inoportunas o reclusiones motivadas por castigos o
estudio. Entonces hasta último día, velaba por que los citados siguieran
confirmando, casi cada hora, su participación. Y el viernes a la noche me iba a
dormir con la conciencia tranquila, estaba todo preparado. En realidad, quedaba
un asunto por confirmar, que el sábado no amaneciera con lluvia.
Mi primera reacción al despertar era
afinar los oídos para no sentir que estuviera lloviendo. La casa de al lado
tenía un galpón con techo de chapa, entonces cuando llovía, sentía como la hojalata
delataba la tormenta, llovizna o chubasco. Si durante la noche previa me
despertaba ese ruido, me desmoronaba. Podía pasar el resto de la noche
conjeturando si habría de parar, y de suceder, como convencería a mis padres de
que no estaba el campo mojado, y luego convencer al resto de padres. Varias
veces se ha suspendido, varios sábados ha llovido y nos privaron de ese desafío
ansiado durante toda la semana. Muchos otros sábados han quedado en nuestras
memorias, triunfos increíbles, derrotas absurdas o empates anodinos pero
discutidos todo el tiempo, nutren nuestra memoria colectiva. A desmedro de
algunas esposas, nos seguimos acordando en nuestras esporádicas reuniones de
aquel gol, de aquella jugada, de aquel momento. Perdura el grato recuerdo de aquellos
encuentros futboleros, queda ahora la sonrisa de la eterna duda por saber si
acompañaría el clima. Y de paso me lleva presto al tema de hoy: "el tiempo".
En estos tiempos de adultos, cada
salida tiene también una larga preparación. A diferencia de las contiendas
futboleras de niños, el primer patrón que se tiene en cuenta, es saber de
antemano, si acompañara la climatología. Para lo cual, nos encontramos con el
absurdo de que alguno o algunos participantes del evento, tiendan a querer
suspender la salida, porque han visto que el tiempo sería malo o muy malo. Pero
esa suspensión se insinúa, cuando aún resta una semana para la fecha prevista.
Y a veces el motivo de suspensión es
a causa de una preocupación o desasosiego que invitan a reprogramar un evento,
comida o salida, un mes antes de la fecha acordada, porque tal aplicación en el
móvil anticipó que tendríamos un mes muy malo en materia climática. Esperando inútilmente
que ese adulto me diga que finalmente ha adoptado la sutil ironía que yo solía
utilizar con mis amigos, y que se trataba de una broma, me suelo encontrar que
la salida programada se suspende hasta nuevo aviso, aviso que dará la
aplicación del móvil, o la informadora del tiempo del telediario local. Y
cuando arriba finalmente la fecha prevista y el mal tiempo no se ha cumplido,
espero ver síntomas de madurez en los agoreros, pero estos están más pendientes
de ver en la aplicación los avances de los siguientes días, en vez de detenerse
a mirar el cielo y preguntarse porque desprecia tanto el tiempo presente.
Es tan difícil, hoy en día, hablar
con ansia de algún encuentro, cena, salida, cumpleaños, paseo o reunión, sin
que no te asalten con la dichosa pregunta, de si ha de llover o no en la fecha
prevista. Son una plaga, extendida a los distintos grupos donde participas,
tanto entre tus amigos, vecinos, compañeros de trabajo, ex alumnos o de la
comunidad de vecinos. El germen del tiempo está metido en nuestros huesos, lo
que antes no importaba porque no se predecía, ahora está en nuestro presente
para asustar todo el rato el futuro.
El tiempo, en otra época, era un
asunto relegado a las conversaciones en el ascensor. Un viaje corto y una
compañía inoportuna se saldaba con las frases típicas tales “parece que va a
llover”, “Esta haciendo calor, ¿verdad?”, “¡Qué nochecita hemos pasado con la
lluvia, ¿no?”, “Nos tomó de sorpresa este frío, nosotros ya habíamos guardado
la ropa de invierno”, u otras frases y afirmaciones cortas similares, ideales
para consumar el viaje de 5 ó 6 pisos por el elevador. Y una vez en planta
baja, se acababa por el día la mención climática en nuestras vidas.
Pero ahora es imposible escapar del
pronóstico del tiempo. Se les ve venir de lejos, antes de que puedas sacar otro
tema de conversación, ya están mencionando lo benigno o complicado del tiempo. Y
no se me ocurre ya decir que no me importa lo que ha de pasar, o que no me fio
de los pronósticos, pues me sueltan una parrafada sobre la evolución histórica
de las nubes o los vientos, de los anticiclones, isobaras, frentes fríos o el
accionar de las mareas. Avalan sus dichos con un par de aplicaciones en su
móvil, cada nueva que sale al mercado, se apretuja con las anteriores en su
telefonía, y si en una inocente mención, le indicas que dos de sus veinte
aplicaciones se están contradiciendo, no cuestionan a la tecnología, se abrazan
a la que pueda estar acertando y dejan de momento de lado, las otras. Tarde o
temprano, estás acertarán y estarán pendiente de ellas como un oráculo.
Antes parecía todo más fácil. Nos
valíamos de nuestros dolores físicos o por la actitud o aparición de
determinados animales, para aventurarnos a un cambio climático. El picor en una
cicatriz de larga duración, una rodilla operada que de repente se cubre de
dolor, los juanetes que apretaban, eran síntomas fiables del cambio de
temperatura. Si aparecían hormigas aladas, que mala señal resultaba ser. El
gato que corría de un lado a otro o saltaba, era ineludible señal de que
cambiaria el viento. Si estabas en el campo y el gallo cantaba de día, se
fruncía el seño del jornalero, obligándolo a apurar el paso y terminar la faena
antes del cambio que el gorgorito del animal presagiaba.
También contábamos con la
superchería. En nuestras vacaciones a la playa, mi tía Coca guardaba las
cenizas de los cigarrillos de mi padre, para torcer los designios de la
climatología. En una quincena de vacaciones, que te tocarán cuatro o cinco días
malos seguidos, era señal de vacaciones perdidas. Entonces mi tía se dirigía a
un rincón específico de la casa, creo que en el lado derecho (no voy a llamar a
preguntarle cuál) y preparaba una cruz de ceniza. La intención era frenar la
lluvia. A la noche, casi siempre lucia estrellado y nos íbamos a la cama con la
satisfacción del gualicho cumplido. La fama de la tía tenía su premio. A la
mañana siguiente, un nuevo despertar repleto de nubes auguraba otra jornada sin
playa. Y la tía que reforzaba la cruz de cenizas o intentaba otros conjuros,
como enterrar un cuchillo en una maceta en el frente de la casa. Con el paso
del tiempo (el biológico me refiero), puedo pensar que se enterraba el cuchillo
para que nadie pudiera hacer uso de él, en caso de extrema desesperación ante
las vacaciones que se agotaban sin la presencia del sol.
En los tiempos modernos, el 69% de
los ciudadanos están más preocupados por la información del tiempo, que por las
noticias económicas. Sólo el espacio dedicado al deporte parece tener más
minutos que el de los pronosticadores. El hombre o mujer del tiempo pasó a ser
una persona reconocible, mediática. El espacio climático es considerado
prime-time y por ende, presenciamos un “sobretiempo” del tiempo.
Y están los que te hablan de las témporas
y aún alguno que menciona las predicciones de las cabañuelas. Desde que vivo en
el País Vasco, me he encontrado con una pregunta que hasta el día de hoy, no
logro que haga mella en mi curiosidad: “¿Cómo han caído las témporas?”. Según
estos entendidos, esta tradición que perdura hace siglos, consiste en prever el
tiempo que hará en la siguiente estación en base a las condiciones climáticas
existentes en determinados momentos de la estación en curso. Si mi ignorancia no me traiciona, se valoran
las condiciones climáticas de tres días, comenzando un miércoles, salteando el
jueves, para completar el diagnostico con el viernes y sábado. Esos datos nos
permiten suponer como serán, climatológicamente hablando, los siguientes
inviernos, primaveras, veranos y otoños. 3 días específicos por estación para
saber el resto del año. Témporas es una terminología religiosa y responde a un
ayuno establecido por la Iglesia Católica a través del Papa Calixto, el santo.
Y lo hizo a través de un decreto, y ahora nosotros, lo convertimos en tradición
para adivinar qué tiempo se avecina.
Y me queda la mención de El pastor
del Gorbea. Este pronosticaba cada trimestre el tiempo de cada estación
siguiente, partiendo de los mismos días de las témporas, es decir miércoles,
viernes y sábados previos a los equinoccios y a los solsticios. Además
incorporaba información procedente del comportamiento de los animales, de la
observación de las plantas, la presencia de humos, el movimiento de nubes. Colaboró
durante años con radios y periódicos. Hoy está felizmente jubilado, no
soportaría el sinfín de aplicaciones que sulfuran nuestras jornadas diarias.
Lo dicho, extraño llegar al día del
partido pendiente de escuchar o no la caída de la lluvia sobre el tejado de
hojalata del vecino. Añoro la cruz de ceniza de la tía Coca. Me encantaría
volver a presagiar lluvia porque cruje un mueble o una madera en nuestra casa. Anhelaría
que la gente navegara por internet con un rumbo determinado y dejara de navegar
para naufragar permanentemente. Desearía que mis amigos o conocidos festejaran
su cumpleaños en el día que toque y no un par de meses más tarde, cuando la
pronosticadora de turno lo autorizara. Aspiraría a que colapsaran todas las
aplicaciones tecnológicas capaces de detallarnos por horas los avatares de las
próximas jornadas. Imploraría porque los humanos no despreciaran mas el tiempo
presente. Necesitaría que la humanidad deje de lado una aplicación para saber
que hay sol, que se basten por correr las cortinas y sorprendidos, sientan esa
figura cálida que se presenta en nuestra vida. Quiero volver hablar del tiempo
en el ascensor o en la fila del banco y decir con anchura, cuando veo que llueve
al mismo tiempo en París, Buenos Aires y Michigan, que “Llueve en todo el
mundo”…
PD: Winston Churchill, sobre las
fallas que suelen tener los servicios meteorológicos, al acabar la II Guerra
Mundial, dijo con su habitual ironía: “Agradezco al servicio meteorológico
británico los servicios prestados. Pero si no les hubiera hecho caso, la Guerra
habría sido ganada un año antes”.
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