“La respuesta es que no importa lo
que pienses –dijo el monstruo-, porque la mente entrará en contradicción
consigo misma cien veces al día”. Moderándome, para no seguir avanzando en uno
de los diálogos finales de la narración, selecciono esta frase para sintetizar
parte del secreto del libro.
Recuperando mi discurso circular,
les recuerdo una vez más que mi modus operandi para retirar o solicitar libros
en la biblioteca de Plentzia, se basa en una libreta repleta de títulos que
anoto a lo largo del año. Estos apuntes suelen reposar durante meses, y a la
hora de escogerlos, ya no recuerdo que me había atrapado de su temática o sobre
qué bases lo recomendaban o sugerían. Así que le mando el mail a mi amigo Gorka
de la biblio con los tres libros escogidos, y el miércoles retiro los
ejemplares, que me llegan de cualquier rincón del País Vasco.
Este miércoles solicité una novela
corta, un libro de relatos muy recomendado y una novela que su título me
desconcertaba: “Un monstruo viene a verme”, de Patrick Ness. Al momento de
enviar el mail con el pedido, suelo refrescar mi memoria gogleando los posibles
títulos, para al menos recuperar alguna referencia de porque me apetecería
leerlos. Esta semana no lo hice. Al entregarme Gorka los libros, encontré en uno
de ellos, referencias visuales que daban la impresión de tratarse de un cuento
infantil. Con una especie de sofoco por haber escogido una temática de niños,
mi primera reacción fue la de pérdida. Es decir, perdía la oportunidad de tener
tres buenas literaturas (o al menos creerlo, porque la buena literatura se
confirma al leerla, no al escuchar la recomendación) por haberse filtrado en mi
lista, un cuentito para niños.
Afortunadamente, mi segunda reacción
fue mejor que la primera. Vencí la repulsión originaria y me propuse leerlo, y
para mayor decisión, que fuera la primera lectura de esa camada. Y el resultado
me lleva a escribir esta entrada del blog. Y me di cuenta que debía sentarme a
escribir sobre ello, porque al terminar la lectura, me encontré en el Metro
como abstraído, anonadado, mirando a los ocasionales compañeros de viaje,
buscando complicidad por mi conmoción, y pensando que diversas emociones me
había suscitado devorar su lectura en apenas unas horas. Lo dejé reposar otras
tantas y confirmé, que si bien, no es de esos pocos ejemplares que me hacen
amar aun más la literatura al leerlos, ésta manera de contar una historia es
mucho más práctica y sincera que la típica literatura infantil o adolescente. Y
debía ser recomendada.
“Un monstruo viene a verme” es una
novela que no puede dejar indiferente. Te puede gustar o no, pero tienes entre
manos otra manera de contar historias. Es un cuento moderno, donde las
situaciones extremas y las diversas maneras de encararlas y resolverlas, deben
servir a un lector adolescente y a un público adulto. En poco más de 200
páginas, encuentras confirmación que la vida es jodida, que el misterio de la
muerte nunca se resolverá, y que los lazos que genera la vida son tan fuertes,
que persistimos en el intento de no poder encajar la muerte de un ser querido.
“Tu vida no la escribes con
palabras. La escribes con acciones. Lo que piensas no es importante. Lo único
importante es lo que haces.”
¿Cuánto daño puede ocasionar esta
frase a una persona cerebral? Es que la frase encierra una verdad, más que como
un puño, como un puñal. Nos lo pasamos pensando, planificando o diseñando un
estilo de vida, que dista mucho de lo que finalmente plasmas en el argumento de
tu vida. Muchas acciones no han de llegar a intentarse, porque el pensamiento
nos ha desgastado tanto confirmando que no vale la pena, que no ha de servir de
nada, que nuestras acciones mueren en la orilla de nuestro pensar, que nos da
temor llevarlas a la práctica. Y la mayoría de esos pensamientos, están
dominados por el miedo a lo que desconocemos, por el resquemor a innovar, a ser
aventureros, a dar finalmente el golpe de timón que la vida solicita cada equis
años. Por eso, no es literatura infantil. Los miedos no tienen edad.
La enorme carga que dan las
responsabilidades, y esas verdades que duelen tanto que son difíciles de
asumir, hacen que ese monstruo que se le aparece a Conor (el adolecente de la
historia), no produzca más terror que en sus líneas de presentación. Es que las
cosas que suceden alrededor de la vida del protagonista, generan más miedo o
ansiedad que lo que pueda generar la noche y sus fantasmas. Y el monstruo, para
mayor moraleja, está dispuesto a oficiar de mentor o consejero, para que Conor
se enfrente con decisión a las cosas que verdaderamente aterran.
Pero querrán saber quién es Conor y
de que trata la historia. Conor O’Malley es un adolescente que vive con su
madre, gravemente enferma de cáncer. La historia transcurre en algún rincón del
Reino Unido. Su padre se ha vuelto a casar y vive en Estados Unidos. Hablan por
teléfono esporádicamente, y su padre, poco a poco, ha ido perdiendo la
identificación con el niño. Conor, al enterarse de la enfermedad de su madre,
comienza a tener un sueño recurrente, una pesadilla, que no se anima a contar a
nadie. Superado por la sensación de que su madre puede morir, se repliega. El
entorno escoge compadecerle, y él necesita otra actitud. Se revela y nadie le
pone un límite, un castigo. Todos murmuran sobre la enfermedad de su madre, no
se atreven a mirarlo y son pocos los que hablan con él. Hasta sufre acoso
escolar, producto de un niño en apariencias perfecto, que sabe disimular la
malicia que acompaña a veces a la niñez. Ante semejante panorama, la irrupción
de un monstruo en la historia, parece ser el único toque de fantasía. Todo lo
demás, es la cruda realidad.
La primera noche en el
libro, apenas pasados siete minutos de la medianoche, se presenta en su ventana
un monstruo. “—¿Que quién soy? —rugió de nuevo—. ¡Soy
la espina dorsal que sostiene las montañas! ¡Soy las lágrimas que lloran los
ríos! ¡Soy los pulmones que respiran el viento! ¡Soy el lobo que mata al gran
ciervo, el gavilán que mata al ratón, la araña que mata a la mosca! ¡Soy el
gran ciervo, el ratón, la mosca que son comidos! ¡Soy la serpiente del mundo
que se devora la cola! ¡Soy todo lo que no está domesticado y no se puede
domesticar! —Acercó a Conor uno de
sus ojos. Soy esta tierra salvaje, y
he venido a por ti, Conor O'Malley”.
El monstruo, en forma de árbol (el viejo tejo que se observa desde la
ventana) le exige a Conor que confiese su verdad, sabe que tiene un secreto,
quiere que cuente lo que no quiere contar, el final de esa pesadilla
recurrente. A cambio le ofrece contar tres historias donde nada es lo que
parece, donde lo bueno y lo malo están presentes en las mismas personas, que la
historia se escribe al revés de lo que solemos desear, es decir, que muchas
veces un monstruo viene a vernos en nuestros derroteros.
Los monstruos eran esos seres que tanto temíamos a la hora de conciliar el
sueño de niños. Se escondían en las sombras de la noche, obligándote cada tanto
a pegar un grito para que tu madre se acercara a tu habitación para ayudarte a
dormir. Es sólo un ingrediente de la infancia, pero nos solemos acordar de
aquellos momentos. Vamos creciendo, y a los adultos nos asustan otro tipo de
criaturas, y nos paralizan. Son los miedos. Son esas pesadillas que nos
atormentan durante el día, y que a veces, no nos permite descansar durante la
noche.
Y las pesadillas traen consigo las ataduras, esas que no nos permiten decir
a veces la verdad, sacarlas a la luz, liberar la mente de tanta confusión y tensión.
Nos cuesta asumir la vida, nos cuesta comprender como el dolor nos aleja de un
rumbo deseado. Las cosas no son como parecen, pero esas interpretaciones muchas
veces nos alejan de la madurez o crecimiento.
La historia se desenvuelve entre emociones y pasiones, verdades a medias e
ilusiones para seguir creyendo, una madre que no claudica para que no claudique
su hijo, y a su vez, ese hijo con ilusión, alimenta el sueño de una vuelta a la
normalidad en su madre. Tristeza, soledad y confusión, son los componentes
esenciales de esta historia. El final es previsible, pero también soñamos con
otro resultado mientras la leemos. Es que no es solo un cuento de niños, es el
cuento de cualquier vida, es el cuento de resistir y querer abandonar al mismo
tiempo, es una síntesis de la confusión de la propia existencia.
El libro escrito por Patrick Ness, parte de una idea original de Shiobhan
Down. Esta escritora era famosa en el género juvenil, y al momento de escribir
su quinta novela, muere de cáncer, antes de cumplir los cincuenta años. Ness
recibió el proyecto de concluir la historia, y lo hizo con el incentivo de
escribir un final que le hubiera gustado a Down. El proyecto creció un sinfín con
la ayuda de las ilustraciones en blanco y negro de Jim Kay. La novela ha sido
votada por los libreros para alzarse con el Premio National Galaxi, y ha sido
traducida a 17 idiomas.
Al recuperar la estabilidad emocional tras su lectura, me vino a la mente
una anécdota que no guarda relación con la temática de la novela, pero sí con la
frase que abre esta entrada de blog. En una de mis tantas peregrinaciones a
Luján, hubo un año en que el cansancio se había adueñado de mis actos. Estaba
rodeado de diez amigos, y un par de ellos desistieron de continuar la marcha,
en el último refugio, cuando aún restaban varios kilómetros de caminata sobre
la noche cerrada. Yo decidí abandonar, me liberé de la angustia inicial de no
continuar caminando, pero al llegar a la puerta del autobús, que me hubiera
permitido encarar el prematuro descanso, decidí dar la vuelta y recuperar a los
otros amigos, que seguían caminando. Mi mente tuvo una contramarcha, se impuso
a la idea del cansancio en la noche, y seis horas más tarde, cuando con las
primeras luces de la mañana ingresaba a la Basílica, me di cuenta (creo que por
primera vez en mi vida) que mi persistencia me ayudó a sacar fuerzas (en
realidad no estaba cansado, solo sugestionado) y continuar el camino. Durante
un tiempo me sirvió de aliciente para afrontar los malos momentos, esas
pesadillas que te plantea la vida diaria. Hoy día, espero con ganas la irrupción
de otra moraleja del mismo calibre, que me permita afrontar la pesadilla de
superar a algún nuevo monstruo, que a veces me acorrala y me silencia.
Conor se siente algo decepcionado con el monstruo. Esperaba un esperpento
que le infundiera miedo, pánico. Se encontró con que la enfermedad de su madre
y las reacciones de todos los seres cercanos, incluida su pesadilla recurrente,
era lo único que le quemaba por dentro, paralizándole. Y a pesar del lógico
desenlace, lo que permanece luego del final, es un torrente, pero de vida. Como
para leerlo.
-Pero ¿Cómo luchas contra eso?- preguntó Conor con voz ronca-. ¿Cómo luchas contra tus contradicciones internas?
-Diciendo la verdad-respondió el monstruo-, como tú acabas de hacer.
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