Siete décadas han
debido pasar para que la Organización del Premio Pulitzer examinara una
denuncia, para retirar el premio otorgado al periodista del New York Times,
Walter Duranty, en el año 1932. La demanda denunciaba que los reportes y
reportajes elaborados por este periodista, enaltecían a José Stalin y ocultaba,
a sabiendas, la gran hambruna que sufrió Ucrania a principios de los años 30
del siglo pasado. Seis meses después de interpuesta la demanda, y una vez
estudiado el tema, el Comité Pulitzer decidió no revocar el premio otorgado.
Un comunicado del
mencionado Comité reveló que en su investigación sobre trece artículos del
periodista, tomando los parámetros del periodismo moderno, dejan bastante que
desear. Pero el Pulitzer periodístico no se otorga por la totalidad del trabajo
o por el carácter del autor, sino por reportajes específicos presentados para
el concurso. Y en esos artículos no encontraron evidencia clara y convincente
de mentiras deliberadas.
El 31 de marzo de
1933, Duranty escribió para el New York Times: “Cualquier informe de una
hambruna en Rusia es hoy una exageración o propaganda maligna”. Pero Duranty no
era el único que negaba lo que hoy para muchos otros es evidente, un sinfín de
periodistas e intelectuales de la época, visitaban constantemente Unión
Soviética y volcaban su entusiasmo en sus coberturas escritas. Quizás la
decepción motivada por la Gran Depresión, que hundía al capitalismo en el mundo
occidental, motivaba a creer que el experimento de “la patria del proletariado”
era la gran esperanza. Eso llevo a todas las personalidades prestigiosas a
“comprobar” en sus visitas, que las noticias contrarias a Stalin eran
tendenciosas.
George Bernard
Shaw, al despedirse de la URSS tras visitarla en 1931, declaró “Mañana dejo
esta tierra de esperanza para regresar a nuestros países occidentales de
desesperanza”. Shaw fue más allá en su contundencia: “No he visto una persona
desnutrida en Rusia”. Shaw, quien ganara el Premio Nobel de Literatura en 1925,
fue considerado el autor teatral más significativo de la literatura británica
posterior a Shakespeare.
El diputado del
partido Radical y ex Primer Ministro de Francia, Édouard Herriot, viajó en 1933
a Ucrania en una excursión organizada por las autoridades soviéticas para
demostrar al mundo que allí no estaba sucediendo nada. Sus palabras fueron:
“Hemos atravesado Ucrania. ¡Pues bien, afirmo que la he visto como un jardín a
pleno rendimiento!”. Pero Francia no fue la única nación que ignoraba la
situación. Gran Bretaña o Estados Unidos hicieron lo mismo. El papel jugado por
el Kommintern (Internacional Comunista) fue fundamental. A través de los
partidos comunistas repartidos en los diferentes países del mundo, lanzaron una
constante propaganda que silenciaba la voz de los que tenían otra opinión.
Malcolm
Muggeridge, corresponsal del Manchester Guardian, había llegado al país como
otro simpatizante del experimento socialista. Pero llegó a contar lo que vio: "Interrumpí mi viaje varias veces, y
nunca podré olvidar lo que vi. No era precisamente una hambruna (...) Esta
hambruna particular estaba planificada y era deliberada; no se debía a
cualquier catástrofe natural, como una sequía, un ciclón o una inundación. Una
hambruna administrativa producida por la colectivización forzosa de la
agricultura, un asalto al campo por parte de los apparatchiks –esos mismos hombres con los que
había estado charlando tan amigablemente en el tren–, apoyados por violentas
cuadrillas de militares y policías…".
Más adelante, agregó: "Cuando eso ocurrió, ningún
periodista extranjero había estado en las zonas de hambruna en la URSS, excepto
con el auspicio y la supervisión oficiales, de modo que mi relato iba camino de
ser exclusivo. Esto no me trajo reverencias, sino muchas acusaciones de ser un
mentiroso (…) Tuve que esperar a Kruschov (…) para tener una confirmación
oficial. Por supuesto, según su versión, mi relato decía bastante menos de lo
que había en realidad. Si la cuestión es tener un tema de controversia a
posteriori, una de las
voces más potentes del otro lado será la de Duranty, resaltado en el New
York Times, insistiendo en
esos graneros repletos de cereal, esas lecheras con mejillas como manzanas y
las gordas vacas satisfechas (…)".
El historiador Robert
Conquest señaló que la hambruna de 1932-33 fue un acto deliberado de asesinato
en masa. Conquest es uno de los autores que más ha escrito sobre la situación
soviética. “El asalto por hambre a la población campesina ucraniana fue
acompañado por una vasta destrucción de la cultura y vida religiosa ucraniana y
la matanza de la clase intelectual ucraniana. Stalin […] vio a la clase
campesina como el baluarte del nacionalismo; y el sentido común nos muestra que
este doble golpe al país ucraniano no fue coincidencia”.
Hasta aquí, las diversas
interpretaciones. Revisando en la web se pueden encontrar mil y más entradas de
distintos blogs, a favor o en contra de la situación. Hoy Ucrania vuelve a ser
el centro de la atención, y nuevamente nos alertan de los estereotipos de la
mentira. Y los bandos nos confunden, cada uno acusa al otro de la manipulación.
Parece que es imposible escapar a la manipulación. Parece increíble el poder
analizar cualquier situación conflictiva del mundo sin que podamos tener un
único prisma. En el caso de 1933, unos hablaban de millones de muertos, otros
confirmaron que la hambruna si existió, pero no fue intencionada. Intentaron
negar la existencia del Holodomor. Y
algunos se preguntaran que significa esa palabra.
Holodomor está basado en
dos palabras ucranianas: Holod (“hambre, hambre extrema, hambruna”), y Mority
(“inducir sufrimiento, morir”). Más allá de las diferentes interpretaciones,
fue una de las desgracias humanas importantes en el siglo pasado. La existencia
de estadísticas sobre los afectados (muertos por el hambre) pasará de millones
de muertos, a otros que directamente niegan su existencia. Estará en el ser pensante,
el cuestionarse las campanas de esta historia.
Tras doscientos años de
dominio zarista, Ucrania creyó haber alcanzado su libertad, su independencia,
en 1917, cuando la revolución comunista en Rusia logra destronar a los zares,
instalando la capital nuevamente en Kiev. Antes de la Gran Guerra, Ucrania
estaba dividida en dos imperios: el ruso y el austrohúngaro. Al independizarse,
se establece la República Socialista Soviética de Ucrania, en el centro y este
del país, bajo control bolchevique, mientras que la Ucrania occidental se
incorpora a Polonia. En 1921, el gobierno de Lenin instauró una nueva política
económica, combinando elementos socialistas y capitalistas, iniciando un
proceso de industrialización con la intención de recuperar el país, luego de la
guerra civil rusa. En ese proceso, se entregaron tierras al campesinado, al
tiempo que se formaron pequeñas empresas denominadas kulacs. Estos se
convirtieron en la principal fuerza agricultora de Ucrania, chocando con los
intereses soviéticos de la total colectivización de la agricultura. Sobrevino
una orden directa de Stalin a partir de 1932: “Retomar Ucrania a cualquier
precio y bajo cualquier medio”, y la resistencia duró cuatro años. Ucrania se
enfrentó con las tropas comunistas, como también sufrió los avances del
ejército blanco, leal a los zares, que querían reintegrar el zarismo. Además se
vio rodeado de tropas polacas y alemanas, dispuestas a anexionarla para su
occidentalidad.
Ucrania era fundamental
para el sustento económico del imperio soviético. Producía el 80% del carbón,
el 85% del hierro, el 70% de los metales, el 82% del azúcar, y el 28% de la
producción cerealista. En 1932, Stalin decidió forzar a millones de
agricultores a que se adaptaran a la agricultura soviética colectivizada. A la
resistencia de estos Kulaks (campesinos o granjeros adinerados que adquirieron
parte de las tierras que habían sido repartidas a los campesinos pobres en los
inicios de la revolución), sobreviene un decreto del Politburó donde se
restringe los alimentos de los campesinos que no hubieran cumplido con el plazo
de entrega de las cosechas provenientes de Ucrania, Kazakhstán o el norte del
Caucaso.
Ante la resistencia de la
colectivización, fue enviado el Ejército Rojo para ahogar la rebelión, confiscar
los alimentos y propiedades, detener y ejecutar a estos propietarios. Al mismo
tiempo, se impidió el acceso de los campesinos a las ciudades. Esto condenó a
los agricultores y ganaderos a padecer el hambre y las enfermedades, como el
tifus. Comenzó una competencia de cifras y número de víctimas que no benefició
a nadie en esta historia. Para unos fueron millones de muertos por el hambre.
Para otros, la inexistencia de la hambruna, apenas una mala cosecha a
consecuencia de una importante sequia. Y el levantamiento, según su óptica, fue
de los pobres campesinos oprimidos contra los Kulaks. Para terminar, denunciaron
casos de exageración, invención y falsificación de los hechos históricos
vinculados a este tema.
La declaración conjunta de
las Naciones Unidas en 2003, definió la hambruna como el resultado de políticas
y acciones “crueles” de un régimen totalitario, que causaron la muerte de
etnias como la ucraniana, rusa, kazaja y otras. Veinticinco países firmaron esa
declaración conjunta en el setenta aniversario del Holodomor, y el Parlamento
de Ucrania reclamó por el reconocimiento del Holodomor como un genocidio, ya
que persisten en aclarar que perdieron al menos, siete millones de compatriotas.
Entre medio de 1933 y 2003, años de silencio y propaganda, con la excepción de
alguna literatura de los sobrevivientes, que rápidamente fue cuestionada o
defendida, según la causa. Además, durante la Segunda Guerra Mundial, Ucrania
resultó destruida por los enfrentamientos nazis-soviéticos.
Hoy Ucrania se ve sitiada
nuevamente por Rusia, esta vez la de Putin. Cuando restan aún tres años para el
centenario de la Revolución Bolchevique, parece retornar la peor de las
historias, oscura, secreta y dramática. A las muertes de hoy se les aplica el
mismo criterio, nadie las lamenta, la primera reacción sigue siendo la de
cuestionarlas por ideología o intereses. Y nosotros asistimos entre cantos y
plumas de los herederos de las diversas propagandas, esta vez en la comodidad
de un sillón, el mando de los televisores de plasma, o con un mouse inalámbrico.
Habrá que esperar al siguiente siglo para descubrir si es o no una nueva farsa,
ya que como marca la historia, no logramos ponernos de acuerdo si mueren siete
millones o un puñado de voluntades.
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