Algunos consideran que la escuela es
el principal responsable porque cada vez haya menos gusto por la lectura. Decir
la escuela es como decir “el mundo está equivocado”. Es un término que de tan
general, resulta injusto y arbitrario.
Pero si es cierto, que muchísimos profesores se adecuan a un simple programa
educativo y no se detienen unos minutos en sus asignaturas de Lengua,
Castellano o Filosofía, a describir con pasión, el verdadero placer de la
lectura. Actuando como simples funcionarios sin alma, prefieren que te leas de
memoria “La invención de Morel” o “La cautiva”, antes que razonarlos y
entenderlos, o que recuerdes como un
autómata “Volverán las oscuras golondrinas” o “Setenta balcones hay en esta
casa, setenta balcones y ninguna flor”.
Pero la pasión por la lectura
continúa su marcha. A paso lánguido y decreciente, pero persiste. Basta que un
chico de veinti pocos años te diga alguna vez (como me ha pasado tras el
comentario de algún libro en este blog), que ha leído un libro de los que no se
encuentran en las gasolineras o en los grandes centros comerciales, sino que en
esas viejas librerías o mercadillos, para darte cuenta que la lectura sigue
siendo un oficio. Y si en la escuela te encuentras, como me ha pasado a mí, con
una profesora como la señora Gallichio, que con dos horas semanales durante
tercer año, estimuló mi afán por la lectura con el mismo ímpetu que mi madre
toda mi infancia, vale la pena en este arte que es leer y bucear por la
lectura, dejar de lado las definiciones colectivas, y centrarte en que la
literatura suele persistir por el esfuerzo de personas puntuales.
He dicho hasta el aburrimiento que
guardo mi mejor biblioteca en la casa de mis padres. Para mí, una biblioteca
pública es un templo, pero para la adoración de los libros, no hay mejor lugar
que una casa. Como una pista concreta que me cuesta despegarme de las raíces,
opté por dejar mis mejores libros al resguardo de mi madre, aunque para
disimular la misión, comprometí a mi padre para que mantenga vivo los
anaqueles, sin polvo, forrados y rectos, como corresponde a tanta buena
palabra. Mi padre también es un elemento individual en mi elección de lector.
Poco a poco, caí en la tentación de sus recomendaciones y comencé a investigar
su biblioteca, aunque nunca le he de perdonar que a los veinte años, él
considerara que yo debía leer a Platón o Maquiavelo. La frustración de estar
frente a algo tan grande y no comprenderlo, me exigió a dejar de lado lo
superfluo y procurar mejorar el grado de mi conocimiento. Veintitantos años después,
yo le recomiendo lectura profunda a mi viejo.
Uno a uno parece que no somos nada,
la masa está todo el rato haciéndote sentir el bicho raro. Pero el uno a uno si
persiste, le puede ganar a la masa. En realidad, la masa suele alinearse
siempre detrás de un tal “uno”. El problema de esos unos, es que suelen ser
populistas y proclives a no disimular su ordinariez ni ignorancia. Pero dentro
de esos uno a uno, hay gente que cree que se puede mejorar el mundo, y con
pocos medios pero profunda imaginación, se plantan ante estas sociedades
autómatas como verdaderos quijotes, para dejar algo más que una simple semilla
o una escasa gota de agua.
También es verdad, por cuestiones de
las economías, que un libro puede ser un objeto de lujo que muchos difícilmente
puedan alcanzar. Pero en distintas partes del mundo, existen esos uno a uno que
se preocupan por acercar la cultura a los lugares más remotos o a los grupos
más desfavorecidos. A través de curiosas y originales bibliotecas ambulantes, se
intenta preservar la curiosidad o afán por la lectura y comprensión de textos.
La Sierra Nevada de Santa Marta es
un relieve montañoso, ubicado en el norte de Colombia. Luis Soriano era un apasionado
profesor en una escuela rural de Nueva Granada. De tan apasionado, se terminaba
frustrando. Tanto el profesor como los alumnos recorrían importantes distancias
para acudir a clases, pero se encontraba que los niños rara vez realizaban las
tareas. Hasta que descubrió parte del porqué. En las casas de los pueblos no
existían los libros. Y entonces, el profesor decidió llevar los libros hasta
las casas. Nació así la biblioteca ambulante “Biblioburro”. Para ello echó mano
de sus dos burros, “Beto” y “Alfa”, a los que le puso un par de borriquetes de
madera a los costados y los llenó de libros. La idea inicial era que varios
niños pudieran compartir un libro, ya que inicialmente disponía de no más de 70
libros en su biblioteca personal. Los burros son el único medio para poder
llegar a casas sin caminos y entonces se presentó con la burra delante, no por
el solo hecho de demostrar cortesía, sino que presentando a Alfa y luego a
Beto, logró que llegara a los pueblos olvidados, el tan ansiado “alfabeto” literario.
Hoy en día cuenta con entre 5.000 y
8.000 libros, y se ven beneficiados cerca de 400 personas al mes en su pueblo,
y alrededor de 3.000 en todo el país. La mayoría de los textos son de uso
escolar y versan sobre literatura universal. Biblioburro ha sido replicado en
varios rincones de la superficie colombiana.
Y como los avances tecnológicos mandan, encontramos un proyecto con sentido
social en marcha denominado “Biblioburro digital”.
“Los burros
son vistos como animales brutos, pero en realidad son muy nobles. Además son
los mejores para resistir largos viajes y cargarlos”, defiende a sus animales
Luis Soriano. La paradoja de que el burro acerque la palabra para vencer al
analfabetismo, parece sacada de un personaje literario de Baricco o García Márquez.
Pero no solo de los asnos se aferra la literatura. En Chile utilizan
“Bibliollamas”; en Kenia, su Biblioteca Nacional, recurre a un animal autóctono
para paliar las dificultades del tiempo y las condiciones de los terrenos: Los
“Bibliocamellos”; en Laos, tres ONG se asociaron hace años con un simple
objetivo: Contribuir a la alfabetización de las comunidades rurales con una
biblioteca móvil particular, que de paso intentaba concientizar sobre un
espécimen de culto tradicional y en proceso de extinción: El elefante asiático;
En la periferia de Milán, Lucia Pignatelli creó hace años el “Biblioasino”,
donde ella y su asno Serafino, incentivan la lectura entre niños y mayores; y
por último, Marc Roger acompañado por su burro Babel, se dedicó a leer en voz
alta, entre mayo de 2009 y junio de 2010, novelas, cuentos y poemas,
pertenecientes a literaturas francesas y africanas. El proyecto de este lector
público, incluyó 160 lecturas durante 5.000 kilómetros a pie, abarcando 5
países (Francia, Marruecos, Mauritania, Senegal y Malí). "Leer a voz
alta y en público, es para mí, ofrecer a la escucha del gran público, de
adultos y de jóvenes, cuentos, novelas o extractos de relatos. Es a la vez
producir chispas que den ganas de leer, se trata de abrir un camino donde
circulen el intercambio y las ideas. Pero también se tratará de ser, en el
corazón de ciudades y pueblos, en la empresa y en los cafés, en cualquier parte
de los barrios, un transmisor. Simplemente como un lector público”, la
intención de otro Quijote, avalado por las escuelas asociadas a la red de la
UNESCO.
Las bibliotecas sobre ruedas suelen
ser más habituales. Muchos países cuentan con este sistema para prestar
servicio a pequeñas localidades que no disponen de bibliotecas propias. Pero
llaman la atención los sistemas creados por particulares para continuar
defendiendo la cruzada de la lectura. Antonio La Cava es un profesor retirado
en la provincia de Matera, Italia. Creó la “Bibliotecarro”, que consiste en
acondicionar su motocarro Ape 50, en una biblioteca en forma de casa (con su
chimenea incluida en el escape), porque para él, la casa es el lugar ideal para
amar los libros. Así lleva más de 15 años acercando a las nuevas generaciones,
un material que nadie estimula como competencia para frenar el impulso de las
nuevas tecnologías: El libro en papel.
Pero el fenómeno superó las
expectativas. No sólo se acercan los niños para vislumbras su interés. Los
jóvenes insisten por solicitarle ediciones de Buadelarie, y los adultos le
piden libros de segundo o tercero de primaria, para “retomar la lectura donde
se quedaron con los estudios”. Los textos se piden prestados y también se
pueden hojear y discutir a su paso. Además de facilitarles lecturas, les deja
acceder a los niños a sus preciados libros en blanco, para comenzar o continuar
historias. Muchas de esas historias se van componiendo a lo largo que completa
su trayecto. A la pregunta inicial “¿Quieres un libro para leer o escribir”, le
sigue cuando se elije la opción del libro en blanco, la otra pregunta necesaria
“¿Quieres uno en blanco o uno que ya va por un segundo capítulo?”. Dispone de
varias “obras de arte” firmada por sus niños. Algunas historias son más breves
que “El dinosaurio” de Augusto Monterroso o que un tweet. Una de sus preferidas
dice “Erase una vez una pelotita que hablaba, jugaba y bromeaba. Un día
encontró a otra pelotita que hablaba. Le preguntó: ¿Tú quién eres?. La pelotita
no respondió”.
Para confirmar que estos personajes
parecen salidos de la pluma de Baricco o García Márquez, La Cava tiene otra
anécdota increíble, que define su calidad de persona. De su época de maestro,
recuerda el mote de “el maestro que se deja robar las naranjas”. En los
setenta, Antonio siempre dejaba en su carro abierto un cesto con naranjas. Los
niños le pedían seguido ir al baño. Y él sabía con satisfacción el motivo: al
regresar al carro para volver a casa, encontraba todos los días el cesto vacío.
“Diez años después, un ex alumno vino a verme con un cesto y me dijo: ¡Gracias
por aquellas naranjas, estos huevos son para usted”.
En la red se pueden encontrar muchos
más ejemplos de iniciativas solidarias, individuales o colectivas, con el
objetivo de promover la lectura, y por ende, apartarte por un tiempo “X” de lo
que dicta la masa. A un mes de cumplir mi primer año con este blog, me estimula
saber que hay gente que emprende caminos quijotescos para sostener a rajatabla
el uno a uno, para seguir leyendo. Sabiendo que a mí me han de leer pocos, me
basta, quizás que un par googleen Buadelarie, Baricco o recuperen alguna
lectura de García Márquez o quieran saber quién fue Augusto Monterroso. Y
aunque sea, alguno pueda resistirse a la facilidad del “me gusta” de mi entrada
en Facebook, por una rápida lectura profunda de estas cinco carillas, que
obligue a las castigadas u olvidadas neuronas, a 10 minutos de concentración en
la lectura. Quizás yo quiera ser también, algo parecido a una fuga de la pluma
del admirable José Saramago…
PD: Gracias por el dato del Bibliotecarro a Karla. Me permitió conocer un par de lindas historias...
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