Si en estos días googleamos en el
buscador español las palabras “Superioridad intelectual”, nos apabullarán las
derivaciones casi únicas a la patinada de Miguel Arias Cañete, candidato a encabezar la lista electoral del
Partido Popular al Parlamento Europeo. Cañete, quien renunció al Ministerio de
Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente, el pasado 28 de abril, no
sobrellevó el debate con su par del Partido Socialista, Elena Valenciano. Pero
fue peor, su aporte del día siguiente, en un programa de televisión.
El candidato afirmó que un debate
político entre un hombre y una mujer es “muy complicado”, porque si el hombre
demuestra “superioridad intelectual o la que sea”, parece que es machista y
está acorralando a una mujer indefensa. La desafortunada declaración de Arias
Cañete disparó una vez más la intransigencia permanente de los bandos, en unos
casos el político, y en otros, los de género. Dando a entender que nunca se
pueden poner de acuerdo, que cuesta respetar, que debatir pueda ser un
intercambio, motivo de crecimiento. Lo que queda claro es que, hoy por hoy,
debatir es tratar de humillar, acosar o acorralar. Pero eso lo intuíamos hace
bastante.
Y esa frase post debate fue lo más
importante que quedó en limpio, lo que habla bien poco del contenido político.
Se queja el PP y se aprovecha el PSOE, cuando a todos nos debería preocupar la
baja forma intelectual y moral que rige a nuestros candidatos. Pero como ya lo
damos por sentado que no nos representan, nos abrazamos a pequeños detalles. No
es pequeña la indiferencia que algunos hombres suponen hacia el otro género,
pero si es pequeño suponer que un estilo de vida puede cambiar porque en los
partidos, se tenga en cuenta una regla de equidad, a la hora de escoger hombres
y mujeres para integrar listas o gabinetes.
Y en una sociedad es lógico que
alternemos hombres y mujeres. Al menos, debería ser lógico. Pero muchas veces
surgen rispideces, recelos, subestimaciones. Pero si bien existen diferencias,
ninguna hace que el otro pueda o deba humillar o acorralar, o sentirse superior
o inferior. Conozco infinidad de hombres a los que en un debate de cualquier
contenido, no temería enfrentarlos en materia de superioridad intelectual. Y
también es cierto, que yo no tendría ninguna posibilidad de sobrellevar un
debate, charla o discusión con la infinidad de caballeros preparados,
instruidos o capacitados que conozco, para solventar una opinión o teoría. Y en
ambos casos, solo estoy hablando de mi relación con otros hombres. Es lógico
suponer que me pueda suceder lo mismo, cuando se trate de mujeres. Me educaron
para respetar la inteligencia y crecí para cuestionar la supuesta evolución de
la palabra.
Y hay estudios que transmiten que
los géneros mantienen diferentes estilos, pero no quedan claro que uno sea
mejor que el otro. Al momento de abordar temas de discusión, lingüistas
norteamericanos afirman que las mujeres tienden a hablar largo y tendido sobre
un mismo tema, y los hombres suelen son capaces de abordar más de cincuenta
temas diferentes en el mismo tiempo. Mis conversaciones con mi amigo Chapa
avalan esta parte de la teoría lingüística. Muchas veces corto mi comunicación
en Skype con Sebastián, sabiendo que después de dos horas de charla, finalmente
no comunicamos lo que verdaderamente había generado el motivo de la llamada.
Queda a criterio de cualquier mujer avalar o cuestionar su parte, si suele ser
verdad que prefieren abarcar un único tema.
Los mismos lingüistas han observado
que las mujeres acompañan su charla con frecuentes sonidos, tales “mmm”, “ajá”
o “sí”; sin embargo, aseguran que el hombre suele escuchar en silencio. En mi
caso personal, a veces pueden considerar que es motivo de falta de atención,
por lo cual nunca se me ocurre escuchar y al mismo tiempo mantener la vista en
la vigésima repetición de cualquier gol de Leo Messi. Y también me sucede que a
mí el “ajá” o el “mmm” me puede parecer una coartada de mi interlocutora, para
dar rienda suelta a que está ignorando lo que le esté contando. Es indudable
que a pesar de los años de conocimiento, sigamos los géneros sin conocernos.
Luego de evaluar la retentiva de
4.500 británicos, de entre 45 y 90 años de edad, científicos de la Universidad
de Cambridge han demostrado que las mujeres superan a los hombres en cuanto a
capacidad de memorizar información. Sin haber finalizado una carrera
universitaria, me puedo plantar ante hombres y mujeres de Cambridge para
confirmar que en mi caso, guardo una memoria privilegiada en cuanto a goles de
River y de varios otros equipos (incluido mundiales u Olimpíadas), anécdotas
familiares o vivencias, estadísticas, listas de precios o deberes, cariños,
agravios o fechas especiales. Esto
demuestra que las estadísticas aportan, pero no deben ser tomadas como
determinantes.
También pongo en duda que las
mujeres sepan hablar mejor sobre los sentimientos, tal como un tópico afirma.
Uno de mis grandes defectos (que era virtud en mi juventud, aunque nunca ligaba)
es que no me cuesta nada hacer inmediata síntesis o desglose de mis sensaciones
o sensibilidad. Las estadísticas afirman que eso es materia exclusiva de las
mujeres, porque los hombres prefieren concentrar sus conversaciones en objetos
o actividades. También es verdad que sobre estas conversaciones, siempre será
una mujer la que mejor interprete mis emociones y aporte buenas vibraciones.
Mis amigos hombres suelen escapar a esos momentazos.
Un estudio hecho en América viene a
indicar que el 72% de los hombres dicen tacos en público, frente a un 58% de
mujeres. Pero si a ellas se les insulta, suelen hacer uso de una lengua muy
afilada como certera. Y suelen guardar una selectiva memoria de puntos débiles
donde insertar el bisturí. En mis primeros momentos en este País Vasco, me
retiraba a un costado de la barra del bar algo azorado, cuando escuchaba que en
una supuesta conversación relajada entre un hombre y una mujer, con una copa de
Rioja de por medio, el supuesto caballero no tenía en cuenta la obligada galantería
que debía profesar, y decía tan suelto de cuerpo: “Que le den por culo”. Cuando
mis mofletes perdían, luego de un buen rato, el rojo de la vergüenza, la mujer
sin tapujos decía con la boca bien abierta “Me cago en Dios”, y yo
persignándome (pensar que ahora soy agnóstico, quizás para ahorrarme tantas
señales de la cruz) repetía “Señor, no saben lo que dicen”…
También hay estudios preocupados en
gestos, movimientos o sonrisas. Aseguran que los hombres suelen gesticular
mucho, a la vez que adoptan posturas más serenas o neutrales en el rostro. En cambio las mujeres rara vez caen en
ampulosidades, prefiriendo los gestos faciales o sonrisas, para enviar o
recibir los mensajes. Y la hora de sentarse, los hombres entre ellos, se
sientan en ángulo, mirándose esporádicamente; mientras las mujeres optan por el
frente a frente para vérselas cara a cara; de ahí que tantas veces, nos acusen
de que al mirar hacia otro lado, en realidad no las estamos escuchando.
No me gusta relacionarme cuando
siento que estoy cansado o disperso. Hay estudios que avalan esa rara decisión
mía. Dicen que el hombre en una situación de stress, tiende a ser más centrado
y con menos capacidad para la empatía. A las mujeres, dicen los fríos números,
les sucede lo contrario. La revista Psychoneuroendocrinology
(me estreso de solo tipearlo) confirma que ellas tienden a una conducta pro-social.
En este censo, no tengo motivo de discusión o disenso.
Para
ir terminando con estas estadísticas, ningún registro refiere a esa famosa
superioridad intelectual entre hombres y mujeres. Había una vieja tendencia a
relacionar la intelectualidad con la izquierda política. La mayoría de los
intelectuales suelen sentir aversión por personajes de derecha como George Bush
(padre y sobre todo, hijo) o José María Aznar, y cierta condescendencia con
personajes como Fidel Castro o Hugo Chávez. Esto nos permite dudar de la
supuesta superioridad moral que aventuramos a estos personajes de izquierda.
Para muchos, la derecha es un instinto y la izquierda, una deducción. La
izquierda es más contradictoria, muchas veces juega contra sus propios
intereses. A la derecha, daría la sensación que eso no le ocurre nunca. De la
derecha se recuerdan sus aciertos, de sus errores nos olvidamos, porque ellos
hacen todo lo posible por esconderlos. De la izquierda, nos acordamos siempre
de sus errores o contradicciones; de sus logros, solemos relativizarlos. Y que
puedan disertar un hombre y una mujer, podría ser un logro de la izquierda. El
problema es el bajo nivel de la discusión, y ahí, como en otros órdenes, no hay
derecha o izquierda que se diferencie.
Hoy
es difícil rescatar la superioridad intelectual. Da la sensación, que prima una
debilidad o pobreza de espíritu. Esa pobreza lleva a la confusión, ante una
discusión nos encontramos con la incapacidad de matizar esas ideas,
pensamientos o criterios. La falta de práctica de la inteligencia, nos lleva a
suponer que ante dos opiniones disimiles, los dos guardan algo de razón. Nos
cuesta tanto matizar criterios o elaborar propios razonamientos, que aprovechamos
un error para concentrar allí el debate, y dejar de lado el crecimiento que
vamos perdiendo al mismo tiempo que nuestros políticos achican sus cerebros a
la hora de debatir plataformas o conceptos.
El
domingo pasado en un reportaje de Salvados, el presidente de Uruguay, José
Mujica, al abrir las puertas de su modesta vivienda particular, justificó su
decisión de seguir viviendo allí, a pesar de ser el primer mandatario, en que
él como demócrata, representa a la mayoría de su país. Y la mayoría vive en
casas como la de él. Sólo las minorías viven entre lujos, apariencias y medidas
de seguridad. Frases como esas deberían hacer mas mella en nuestros intelectos,
y dejar de lado de una vez, si hombres y mujeres son mejores o peores. Mientras
tanto, la guerra de los sexos seguirá perdida, al mismo tiempo que cedemos más
terreno en la guerra de los pensamientos e intelectos.
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