En un mundo de contradicciones, yo
no escapo. Soy otro fiel habitante. Estoy a punto de escribir sobre algo que en
realidad, me ha movilizado por el titular que le han dado a la sentencia. Se
trata del derecho al olvido. Y llevo
casi un año escribiendo, para no olvidar que existió una vida pasada, basada en
otros principios, que parecía mejor. Y de repente, acepto el olvido como un
arma a veces necesaria.
El Tribunal Europeo de Justicia
acaba de anunciar la vista para sentencia favorable a un denunciante contra un
famoso buscador, para que deje de anexar un vínculo (enlace, en internet) de un
viejo anuncio sobre una subasta de bienes embargados por una deuda que había contraído
con la Seguridad Social.
El anuncio fue levantado por el periódico
La Vanguardia hace 15 años, a instancias del Ministerio de Trabajo. Es decir,
que tenía el efecto de un edicto. Muchas veces hemos acudido a revisar el
archivo de algún edicto. Pero eran archivos papel, eran de dominio público,
pero no de alcance masivo. El problema surge cuando el periódico decide
digitalizar su hemeroteca. Este buen hombre, al teclear un día su nombre en el
buscador, se encuentra en primera fila, o resultado (para estar más acordes con
la época y el tema), y que la red siempre recordará aquel viejo asunto de
embargo por un impago de una antigua tienda que llevaba con su esposa.
Es que el mundo de la cibernética
está dando sus primeros pasos. Ya dijimos alguna vez en este blog, que Web 2.0
es un concepto aparecido por el 2004, que viene a explicar la evolución que el
sistema implementaba, es decir, los usuarios estaban dejando de ser pasivos
para convertirse en usuarios activos, y pasar a formar parte de una sociedad
que se informa, genera y produce conocimientos. Pero su regulación aún no
figura expresamente en ninguna constitución. Uno de los primeros derechos es el
derecho al olvido.
Este derecho ampara la capacidad de
las personas para borrar de internet, información irrelevante sobre sí mismo,
preservando de este modo su privacidad. En el caso que está a punto de sentar jurisprudencia
(hay más de 200 casos congelados en la Audiencia Nacional española), el demandante
aclara que “todo se había solucionado y pagado hace años, y me divorcié desde
entonces. Cualquiera que buscara datos sobre mi persona, sacaría un perfil o
concepto de que sigo siendo deudor y casado”.
La defensa está basada en lo injusto
que resulta que no tengas derecho a quitar algo en internet, que pese a estar
resuelto, te persigue. Más teniendo en cuenta, que además de no existir aun una
regulación clara, tampoco hay un manejo claro del potencial de la red. En cualquier
búsqueda de antecedentes a través de estos medios virtuales, la poca información
que surja sobre nuestras personas bastará para que una oferta laboral, o un pedido
de crédito, por ejemplo, se caigan.
Buscando un ejemplo común en estos
momentos, encontramos el caso de los desahuciados por impagos de sus hipotecas.
En el proceso pierden su casa, quizás desestructuran su familia, se altera su
dignidad, aumenta una brecha psicológica en lo que resta de vida, y además,
aparecerá en internet como un moroso toda su vida. Es como para pensarlo.
La reforma está enfocada en regular
el almacenamiento en la Web de datos personales que no son de dominio público. De
esta manera se evitará el rebote “on line” de muchas noticias que se conoce su
origen, pero que nunca se conoce su desenlace, y que suele perjudicar al
damnificado. No se puede controlar de momento el alud de información que todos
albergamos en internet, pero al menos se trata de que algunas informaciones no
sean imperecederas. El derecho al olvido antes no existía, y cuando se generaba
un conflicto, el buscador se consideraba neutral (argumentaban que solo se
limitaban a indexar páginas web de acceso público) y el ciudadano debía
dirigirse al medio de comunicación. Ahora, puede exigirle también al buscador
que elimine el contenido del registro.
George Orwell escribió entre 1947 y
1948 una obra que tuvo enorme trascendencia y que llegado el momento, da la sensación
de haberse quedado corta. “1984” alerta sobre una supuesta sociedad policial
donde el estado consigue el control total sobre el individuo. La novela, que
marcó un antes y un después en el supuesto género de ciencia ficción (o acaso
visto lo visto, es solo realismo) cambió su título original “El último hombre en
Europa” por el del año en que se desarrollaba la novela.
A finales del siglo pasado, la obra
de Orwell tomó enorme protagonismo al compararla con un reality televisivo en donde
un ojo todo lo ve y controla a sus habitantes, a los que lentamente se va
expulsando. Ya todos sabemos que se trata de “Gran Hermano” y siempre me
quedará la duda similar a que es primero, la gallina o el huevo. En este caso,
la duda y casi certeza me permite suponer que “gracias” a la inteligencia
visionaria de Orwell para tratar de concientizarnos sobre los efectos de las
sociedades totalitarias, ha logrado allanar el camino a los que “copian y pegan”
en la vida, gestando finalmente el monstruo del ojo que todo lo ve y sanciona.
En la fábula de Orwell, Winston
Smith, un gris funcionario del gobierno, comienza a sospechar que quizás, la
propaganda gubernamental no sea del toda cierta. Y que la rebelión, quizás sea
un objetivo inalcanzable. Y dejaré aquí la síntesis, porque me ha de entrar
ganar de llorar y patalear al corroborar la política de comunicación de los dos
gobiernos que regulan mi vida y mis afectos. Y regreso al tema de hoy,
obviamente recomendando la lectura de cualquier obra de Orwell y empalmando lo
hasta arriba comentado con una frase de “1984”: “Si quien controla el pasado,
controla el futuro, ¿Quién controla el presente, controla el pasado?”.
Así comenzaba un artículo
publicado en Boston a finales del año 1890: “Que el individuo debería tener
protección de su persona y sus propiedades es un principio tan antiguo como la
ley, pero de vez en cuando es necesario definir de nuevo la naturaleza y el
alcance de esa protección. Cambios políticos, sociales y económicos, suponen el
reconocimiento de nuevos derechos, y la Ley, en su eterna juventud, debe crecer
para satisfacer las nuevas demandas de la sociedad. Inicialmente la Ley dio
remedio a la interferencia física con la vida y la propiedad privada. Más tarde
se reconoció la naturaleza espiritual del hombre, de sus sentimientos y de su
intelecto de modo que el derecho a la vida se convirtió en el derecho a disfrutar
de la vida, – el derecho al olvido, a que te dejen en paz, asegura el ejercicio
de los amplios privilegios civiles, y el término <propiedad>ha crecido hasta incluir
toda forma de posesión – intangible, así como tangible”.
La percepción del artículo
generado por Samuel Warren y Louis Brandeis ha ido cambiando. Hay una
tendencia, principalmente en la juventud, también en la eterna y fingida “adolescencia”
de nuestros gobernantes, y en nuestra desidia u abandono, en olvidar la importancia de ese derecho a
dejarnos en paz, y en modificar la existencia de sociedades cada vez más públicas.
La protección de la privacidad podrá permitir recuperar esos derechos.
Resumo un último ejemplo
encontrado en la red (es que la vida es copy, aunque no tiene que ser siempre después
solo pega, puede uno razonarlo). Un vecino decide trabajar sobre nuestra
persona. Recaba toda información privada, consulta a otros vecinos. Estos le
brindan un calendario completo sobre nuestros movimientos de entradas y
salidas, y amplian información sobre datos que nosotros considerábamos a
resguardo (llamados secretos de familia). Pregunta al entorno sobre nuestros hábitos
de consumo, sobre nuestra solvencia económica a la hora de pagar cash, con
tarjeta diferida o dejando fiado; cruza a la farmacia y consulta sobre
medicamentos de largo tratamiento que esté consumiendo. Consigue acceso a bases
de datos que mejoran “mi” perfil, acceden a una clave que les permite leer mi
correo privado o accede a mensajes de texto. También enviando una invitación que
casi nadie investiga, se hace acreedor a mí día a día en las redes sociales y
puede comprobar en primera fila mí tendencia al snobismo, a la cursilería o a la seriedad
mediática. Accede a lo que me gusta, le emocionan mis comentarios, o se enerva
con mi disidencia. Con toda esa información, nuestro vecino elabora un bando y
lo pega en la cartelera del barrio (eso lo incorporo de mi vida plenciana) y le
cede a todos los vecinos, nuestras bondades y miserias.
Conocedor de mis derechos
sobre mi información personal, le pido amablemente a mi vecino que retire el
bando. Este me deniega el pedido, argumentando que él solo recopiló información,
y que yo debo recurrir al kiosquero, frutero, tabernero, farmacéutico, primo o
amigos para que dejen de hablar de mí,
que debo denegar la invitación que le acepté al vecino en mi red social, que
debo cambiar la clave del móvil o del correo electrónico, y que si en un tiempo
no aparece nada nuevo sobre mí, indudablemente no saldrá publicado. ¿Qué
sentiría? ¿Parece justo? ¿Es posible?
El último interrogante me
explotó en plena cara. Sobre sí es posible, a finales del siglo pasado me
deleité con una película titulada “The Truman Show”. Su famosa frase que brinda
el fin de la película “Por si no volvemos a vernos, ¡Buenos días, buenas tardes
y buenas noches!” también ha calado en nuestras enfermas mentes de copy y
paste. Hemos abierto nuestra intimidad a una vida que es ñoña, sosa
o insulsa, casi sin filtros. Otra vez la gallina y el huevo.
Ayer me llamaron por teléfono
para ofrecerme una muestra gratis a manera de increíble regalo de una sesión de
magnetoterapia. Haciéndose deliciosamente la boluda, mi “hada madrina” del
telemarketing me preguntó si por casualidad yo no tenía algún dolor físico que
me permitiera aprovechar el original regalo. Luego de más de 50 sesiones de
magnetoterapia en mi tobillo dañado, estoy a la espera de recibir o no el alta
médico. Con elegancia y educación puteé la existencia de bases de datos y la
inmoralidad de intercambiar hasta el dolor físico. Y lo absurdo de todo, es que
en ese momento estaba leyendo un libro de formación, vinculado al diseño y gestión
de Bases de datos…
«Ver
lo que está delante de nuestros ojos requiere un esfuerzo constante.»
George Orwell
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