Todas
las noches me duermo con el ruido de fondo de la radio. Justo a la medianoche,
las once en Canarias, y como una última actividad de la jornada que despedimos,
acercamos la vieja radio a transistores a la habitación y encendemos el aparato
para escuchar, al menos el comienzo del mismo programa. Así los últimos 5 años,
y lo único que cambia, cuando hay modificaciones en la emisora producto de
elecciones generales, es el contenido de la programación. A esa hora de la
noche, no se habla generalmente de política, pero los insomnes que participan
llamando, suelen recordarte el clima de malestar social que se esté viviendo en
el país. Pero se pueden expresar libremente. Y yo me suelo despertar a eso de
las cuatro de la mañana para apagarla. Eso tampoco cambia.
En
el mismo país, pero pareciera que era en otro lugar bien lejano, había gente
que por las noches escuchaba la radio debajo de la manta, tanto recaudo
motivado para que los vecinos no descubrieran esas extrañas actividades. Eran
épocas de miedo, y a pesar de las descargas e interferencias, sintonizaban el
mismo dial con el único objetivo de encontrar una voz que los alejara de las
informaciones oficiales de la radio Nacional franquista. Era una radio
clandestina, y fue la más popular de España: Radio España Independiente (RAI),
“Estación Pirenaica”.
La
radio funcionó desde 1941 hasta 1977, y era el único altavoz de los vencidos
durante la Guerra Civil. Sus escuchantes querían saber lo que verdaderamente sucedía
en el país. Y lo hacían, aún soportando permanentes estallidos eléctricos o
repentinos trompetazos, con los que un alucinante Servicio de Interferencia
Radiada, dirigida por un militar, intentaba acallar el mensaje de las ondas.
Los centros de transmisiones del ejército vigilaban todas las emisiones para
proceder a su interferencia o anulación. La coordinación estaba a cargo de Luis
Carrero Blanco y tanto desvelo, confirmaba que una frase supuestamente de
halago de Franco, preocupaba al régimen por la fuerza de la emisora: “La radio
es un periódico sin fronteras”, y la preocupación venía a cuento, porque se
calculaba que desde el exterior, operaban decenas de emisoras dirigidas a
España, algunas de ellas soportadas, tal el caso de la BBC.
En
enero de 1960, el consejo de ministros aprobó un crédito extraordinario de 8
millones de pesetas para invertirlo en estaciones de interferencia a la
Pirenaica. Durante los siguientes años se destinaron más partidas de dinero
dedicadas al mismo fin. EEUU ayudó con apoyo técnico y préstamos especiales, y
las emisoras “La voz de América” y “Europa libre” obstruyeron desde Múnich las
ondas pirenaicas. Radio España Independiente (REI) respondió con aumentos de
potencia y el refuerzo de “ondas volantes”, desde Hungría y Bulgaria, para
burlar las interferencias. A su vez RNE (Radio Nacional de España) y REI se
enfrentaron en un auténtico duelo de ondas durante esos años. Lo más notorio es
que ninguna de las dos emisoras, llamaban a “su enemigo” por su nombre.
“Aquí,
Radio España Independiente; estación pirenaica, la única emisora española sin
censura de Franco, transmitiendo por la onda…” aún resuena en la memoria de
muchos el slogan de la radio. Su primera directora fue Dolores Ibárruri, la Pasionaria.
La ubicación de la estación siempre estuvo rodeada de misterio, leyenda y
confusión. La mayoría creía que estaba enclavada en el macizo montañoso que
separa Francia de España, aunque en realidad transmitió desde Moscú y luego
desde Bucarest. El mito de los Pirineos estaba instalado para que la radio
pareciera más cercana al sufrimiento de millones de españoles amordazados,
proscriptos y hechos polvo en la miseria. Una de las mayores preocupaciones de
los redactores de la Pirenaica no solo era el lenguaje directo, sino también la
autenticidad del discurso. Debían cuidar que no pareciera como “algo de fuera”,
producto de la inmigración o deserción, sino como una emisora que podría estar
transmitiendo desde la misma Madrid o Sevilla. Y lo lograron, ya que desde la
lejana Moscú contaban cosas crueles que sucedían en España, y manejaban una
información tan precisa que parecía que la información la sacaban de los mismos
montes o las distintas cárceles del país.
La
radio estaba formada por militantes del PCE (Partido Comunista de España), y
contó con la colaboración de miles de entusiastas cooperadores, donde la
pluralidad se revelaba contra el franquismo, y se sostuvo gracias a la
solidaridad internacional, resultando fundamental el aporte del periódico
francés L’Humanité. Durante 36 años cubrió el vacío informativo impuesto por la
dictadura de Franco y al final de sus emisiones, el 14 de julio de 1977, fue
importante por otro legado. Más de 15.500 cartas a la emisora provenientes de
33 países, sobrevivieron en los archivos. Eran leídas en el programa “Correo de
la Pirenaica”, y estos corresponsales relataban sus experiencias en cárceles o
los países de la inmigración. Drama y anhelo de libertad sostenía la fidelidad
de tantas misivas. Viudas, huérfanos hambrientos, condenados a muerte, o
descendientes directos escribieron esas miles de cartas, que en ese momento
solo reflejaban el dolor, temor, impotencia, frustración o angustia, pero que
con el paso del tiempo se convirtieron en memoria histórica.
Un hombre que firmó su
carta como “Malagueño 41”, escribió desde Francia en 1963: “Hicieron
arrodillarse a 70 hombres, fusilados vilmente contra los muros del cementerio
de San Rafael (...) y continuaron fusilando dos años a sangre fría y sin
juicio, entre ellos menores de edad, por el único delito de ser fieles a la
República”. En el cementerio de San Rafael (Málaga), donde está el mayor
conjunto de fosas comunes de España, se han encontrado los restos de casi 3.000
personas, muchos de ellos exhumados en los últimos años.
Otra carta, proveniente de
Zumárraga, Gipuzkoa, profetizaba en 1964 una intención masiva: “He visto cómo
daban muerte en caminos, montes y portales a los hombres y mujeres que no
correspondían al patrón que ustedes formaron (dirigida al abad del Valle de los
Caídos) Tengo familiares enterrados en la falda de un monte. Los mataron a
tiros y los dejaron al sol (...) beso aquella tierra que cubre los restos de mi
padre y 11 hombres más y rezo por todos los que, como a ellos, se les negó
hasta un lugar en un cementerio. Si un día se llegase a hacer la estadística de
estos crímenes y cómo se cometieron, el mundo se sentiría estremecido. (...)
Recorra todas las provincias y pregunte a las viudas dónde están enterrados sus
maridos; y a los huérfanos, sus padres, y a los padres, sus hijos (...) Y un
día no habrá suficientes divisiones acorazadas para sujetar el empuje (...) Un
coro de ultratumba, de la cuneta, le estará gritando día y noche: ‘¡Nosotros
estamos aquí!”. Esa premonición alteró la convivencia de esas tantas Españas en
la última década, con la polémica de remover o no el pasado de unos y otros.
Otras muchas cartas
contenían donaciones, tanto en metálico como en giros de moneda. Era denominada
“la caja de la resistencia” y era de ayuda para los familiares de detenidos o
fusilados, como así de huelguistas. “Les mandaría mucho más, pero soy casada
con tres hijos y mi esposo, campesino, gana un mísero jornal”, esta carta
proveniente de Toledo podía ser la de cualquiera que enviaba al menos 25
pesetas para la causa.
Al principio dicha
correspondencia, tenía un carácter esporádico, era de enorme dificultad enviar
una misiva a un lugar que no se conocía. Para vencer esas barreras se lograron
generar varias direcciones: los diarios comunistas L`Humanité (París), L´Unita
(Roma), Revista Internacional (Praga), un apartado de correos en Estocolmo y a
la sede de Radio París. Los corresponsales espontáneos tenían miedo de ser
descubiertos, dado que colaborar con esta emisora clandestina, era un delito en
España. Les sugerían que escribieran con pseudónimos y enviaran las cartas
lejos de su lugar de residencia. Muchos echaban la carta en los buzones con
guantes puestos, para que no se pudieran registrar siquiera las huellas
dactilares. Algunos de los apodos sobreviven en la memoria: “el rebelde del
desierto”, “Una admiradora de Agustina de Aragón”, “Una española cien por
cien”, “Un matrimonio anti fascista”, “Los papeleros de Alcoy”, “Comunista
hasta la muerte” o “Un fascista arrepentido”. La distribución de la
correspondencia sugería una escucha centrada en Cataluña, Madrid, Valencia o
los núcleos industriales del País Vasco, Galicia y Cantabria.
A partir del 15 de octubre
de 1975, con la enfermedad de Franco, la Pirenaica emitió en sesión continua.
El 20 de noviembre anunciaron su muerte, cuando aun se silenciaba en medios
oficiales. En 1977, con la legalización del Partido Comunista, el partido
decidió que la radio ya no era necesaria. El 14 de julio de 1977 se despidió
emitiendo desde Madrid, la sesión inaugural de las Cortes Constituyentes. El
final del franquismo no fue como ellos esperaban, y menos aún la transición a
la democracia. Pero una emisora clandestina ya no tenía razón de ser, daban por
bien empleado el esfuerzo, porque al menos los españoles habían recuperado su
voz.
Los
resultados electorales de 1977 fueron frustrantes para el Partido Comunista y
el retorno de muchos de sus exiliados fue muy duro, tantos años fuera habían
idealizado a España. Si bien muchos se opusieron al cierre de las
transmisiones, aceptaron la decisión de la mayoría y optaron por seguir
“clandestinamente” y en silencio, la integración a su antigua patria. Y los
escuchas de cualquier emisora, ya no deben esconderse debajo de las mantas
y antes de dormirse, cambiar rápido de
dial para que no queden huellas de una supuesta actividad ilegal, en caso que
irrumpiera la policía. Y yo que no vuelvo a protestar a las cuatro de la mañana
porque la radio sigue encendida y me preocupe que a mi vecino, le haya jodido
otra jornada de descanso.
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