¿Algunos
de ustedes consideran que es imposible ser madre a la distancia? Estarán los
que dicen que sí, estarán los que dicen que no. Estarán los que por la ignorancia
de que no le ha tocado sufrir en vida, cuestionen cómo es posible que una madre
se pueda alejar de sus hijos. Estarán los que vean una profunda prueba de amor
que no todos estamos dispuestos a atravesar. Hay una modalidad de madres
que se ven obligadas a partir para alimentar a sus niños, para vislumbrar un
futuro. Las llamamos madres de locutorio. Muchos de ustedes no se las han
cruzado, pero existen. Algunas logran regresar o traer a su familia; otras no.
Pero no dejan de llamarse madres, aún cuando se pierdan el crecimiento de sus
hijos.
El
fenómeno migratorio cambia con la misma dinámica que van modificándose las
sociedades. En la época de mi abuelo, él se marchaba primero de su país para
lograr una estabilidad laboral en otra tierra, y una vez lograda, traerse a
toda la familia en un duro viaje en barco. El hombre era el sostén laboral de
una familia, y marchaba solo para ahorrar dinero y evitar esos primeros
momentos de incertidumbre de llegar a otra tierra y sentirte tan extraño. Ese
fenómeno podemos coincidir que se mantuvo hasta finales de la década de los
setenta pasados.
En
el mundo de hoy es más fácil para la mujer conseguir un trabajo en la economía
sumergida. Por eso hay infinidad de mujeres que han resignado la educación y
crianza de sus hijos para convertirse en los proveedores del sustento. Y están
lejos, las separan más de 10.000 kilómetros y unas tarifas áreas casi
imposibles. Y si juntaran ese dinero, los separa el riesgo de no poder
asegurarse que han de volver a entrar. O que perderán la antigüedad para
obtener la residencia. Y así pueden pasar años sin verse.
Pero
gracias a un misterio que envuelve al corazón humano, ellas no dejan de tejer
en forma porfiada esos hilos o lazos de amor, esa conmovedora entrega que hacen
las madres, de amar o cuidar a sus hijos. Y durante los últimos años ese hilo no
es simbólico. Ese hilo lo encuentran en los locutorios, el hilo o cable de
teléfono. Estas madres trabajadoras pueden no saber dónde se encuentra la
tienda más cercana de Zara. Pero todas ellas conocen un par de locutorios
cercanos, para en sus momentos libres, intentar el contacto con su país de
origen, donde les aguardan esos niños, que a medida que pasa el tiempo parecen
escucharla como a una extraña.
Y
en los locutorios pueden llevar a cabo la otra misión importante a la que se
han encomendado. Enviar divisas. Una madre que consigue enviar dinero a sus hijos,
será una madre alegre. Sabe que el esfuerzo tiene una mínima recompensa, la de
sentirse orgullosa. Quizás esa madre para cumplir con la consigna deba cuidar
los hijos ajenos. Despertarles, darles el desayuno, ayudarlos a vestir,
acompañarlos a la parada del autobús escolar, encomendarles que se porten bien,
recordarles que coman toda la merienda que le ha preparado, quedarse unas horas
más en esa casa los días que esos niños estén enfermos y deban guardar cama.
Tendría que ser más duro el intentar sacar adelante su propia historia cuidando
los hijos de otros sin ver como crecen los suyos propios. Pero por ahí no lo sea, ellas saben lo que es ser madre y
se ponen en el lugar de la que debe acudir a su trabajo y custodian en esas manos a sus hijos. Y ellas
responden.
Y
no sólo van al locutorio a enviar dinero. Esa puede ser la parte más
importante, porque del otro lado encuentran los medios de subsistencia. En la comunicación telefónica hay otro rol que ellas no dejan de llevar adelante, que es transmitir afecto,
mantener la línea familiar abierta aún cuando es evidente que esa familia se
está lentamente desestructurando. Son ellas las que escuchan las
preocupaciones, las carencias que persisten del otro lado de la línea. Son
ellas las que luego piensan como remediarlo, las que toman decisiones. Son
ellas las que ven que todos los días se les exige un poco más. Son ellas las
que a veces observan que muchas veces nadie piensa en ese sufrimiento, en esa
entrega. Son ellas las que confirman que su familia no se da cuenta que está
atravesando una depresión, angustia o tristeza. Son los otros los que no se dan
cuenta que a ellas, a pesar de su valor, a veces les cuesta ir hasta el
locutorio. Pero una vez que escuchan la voz de sus hijos, suelen llorar en
silencio, mientras escuchan.
Hay
países donde este fenómeno es masificado. Muchas mujeres tienen “la suerte” de
desplazarse a otras zonas de su país, otras a países vecinos de la región, pero
muchas de ellas deben cambiar de continente, buscando la llama de la
prosperidad. En Ecuador, Bolivia, Paraguay o Perú más de la mitad de las
personas que emigran son mujeres, solteras o casadas, y lo hacen solas. Antes
en los procesos migratorios, las mujeres eran acompañantes, aún cuando luego
eran vitales para el equilibrio salarial del inmigrante. Hoy son protagonistas.
Quizás en el día a día, sean casi invisibles, poco reconocidas. Pero su voz
toma fuerza en el teléfono, recuperan la palabra, aviva sus voluntades.
Y
los trabajos suelen ser duros. La mayoría acuden al servicio doméstico, aunque
hay otras áreas que mejor no mencionar para no sensibilizar ni distorsionar la
imagen de estas mujeres. Las del servicio doméstico trabajan en distintos
horarios, se adecuan a los días que les impongan, en la misma jornada se
trasladan de un lugar a otro, ya que en una casa harán toda la limpieza y
cuidado de los niños, y en otra, solo cuentan con unas horas de plancha, pero
ese dinero suma. Y el locutorio aguarda. Los salarios suelen ser bajos y por
ende, muchas las limitaciones que estas mujeres sostienen. Y además, a los ojos
de las sociedades receptores, pueden ser consideradas actividades que
trasgreden leyes y normas, ya que están en negro y en una economía sumergida,
que en épocas de crisis solo son investigadas.
“Hay una señora que siempre viene, la
primera vez yo me quedé asombrada, porque hablaba por la cabina y cada ratito
salía y me preguntaba cosas de lenguaje, yo le decía lo que me acordaba. Luego
me contó que le estaba ayudando a su hija a hacer la tarea… y las veces que
viene, lo sigue haciendo.” Este comentario de la encargada de un
locutorio está reflejado en un estudio realizado en el Perú titulado “Madres e
hijos de locutorio. Búsqueda familiar sin fronteras”.
Y
muchas veces abundan los silencios en las comunicaciones. A pesar del vínculo,
el paso del tiempo parece convertir en extraños a ambas partes. Los niños
muchas veces responden, pero lo hacen con monosílabos o como si estuvieran
entretenidos en otras cosas. Es que las
decisiones migratorias no suelen ser procesos democráticos, uno debe tomar la
decisión y a veces, debe sentir que es impopular su sacrificio. Los niños no
saben o no recuerdan los motivos que llevaron a la salida de la madre. Y
responden de diversas formas, con locuacidad o con silencio. Y la madre sufre
con cualquiera de las reacciones.
Un
indicador de los aportes y vínculos de los emigrados se dan en 5
características, que se suelen denominar “las cinco Ts”: 1) Transferencias de
remesas; 2) Turismo (ya que muchos de los que regresan ocasionalmente de visita
lo hacen con su documento de residente del país donde ahora viven); 3)
Telecomunicaciones; 4) Transportes; 5) Transacciones comerciales (los
inmigrantes suelen dinamizar la economía de origen o destino. Sin contar que
los emigrados le ahorran a su país de origen la demanda de empleos y el uso de
los servicios sociales públicos.
Y
las remesas no suelen ser solo de dinero. Envían medicamentos, material de
estudio, material tecnológico, indumentaria, hay tarjetas que al enviar al país
de origen se convierte en una tarjeta de consumo en los supermercados. Y
generan inversiones en el país, ya que hay estudios que confirman que los
hogares que reciben remesas, mejoran sus condiciones de agua potable,
alcantarillado o hacinamiento.
Para
todos los que vivimos el proceso de las comunicaciones de larga distancia,
podemos comprobar cómo se ha ido abaratando el coste de la comunicación. La
tarjeta de larga distancia nos sigue costando 5 euros como al comienzo de los
2000, pero ahora disponemos de más minutos. Recuerdo que con mi primera tarjeta
disponía de media hora para llamadas a Buenos Aires. Ahora me mencionan más de
4000 minutos. Sabemos que no es exacto, hay mecanismos de “penalización” por el tiempo durante no se
utiliza la tarjeta que te va quitando minutos. Pero así todo ya no es necesario
como antes, un par de tarjetas a la semana. Por eso el teléfono sigue siendo la
mejor comunicación, ya que no todos disponen de internet en casa y no todos
tienen rápido acceso a un ordenador como a un teléfono.
“El primer año que no ví a mi hijo fue
horrible, me la pasé llorando. No ahorré nada porque me la pasé comprando
cositas, se las envía con una amiga que ya tenía sus papeles y podía viajar…
Sentía remordimientos por haber dejado a mi niño, pero cuando llamaba, mi madre
(que cuidaba de mi casa) me cuadraba y me recordaba que yo me había ido para
poder darle algo mejor a Paquito y eso me daba fuerza para continuar…”
uno de los testimonios.
Y
hay otro tipo de testimonios que grafican algo que también sucede en estos
procesos. Son revelaciones que ayudan a comprender lo que puede suceder: “Te digo que hay veces que no tengo ganas de
ir al locutorio. Mi mamá que me dice siempre que la plata no alcanza y me
exige… el tonto de mi marido que nunca está, tomado seguro y vaya a saber con
quién y yo que hago si no tengo para viajar, apenas hace un mes mandé extra
para lo del colegio del bebé… me hago de fuerzas y llego a marcar otra vez el
teléfono… claro hay veces que no es tan mal y me dan alegrías mi familia, pero
son las menos…”.
“Dios
nada más sabe cómo hemos hecho, pero sí, mi Victorcito y yo superamos esta
lejanía tan grande de 6 años… sufrió mucho y yo ni qué decir!, pero salimos
adelante, gracias a Dios… apenas dos veces nos vimos en 6 años, dos veces, el
cuarto y el quinto año, si ya estaba tan grande mi hijito, y cada vez que debía
volver peor era! Salía llorando por no podérmelo traer y pasaba días sin poder
dejar de llorar… y ahora estamos juntos, lo tengo conmigo (abraza
a su hijo de 11 años y acaricia su cabeza, él la mira serio)… él sabe que
todo fue para poder estar juntos y que él pueda estudiar, ser alguien y no
tener que pasar por lo que yo paso”.
"Jamás imaginé que mi proyecto
tardaría tanto en cumplirse. Ha sido duro, es mucha lucha, mucha soledad.
Sientes mucha culpa, muchas lagrimas, te pierdes largos años de su niñez, y
ellos pierden el amor y el apoyo de su madre por esos años de ausencia. Hay
momentos donde yo misma me preguntaba: ¿Ha merecido la pena todo este
sacrificio?”, como vemos este es un testimonio de una ex
madre de locutorio. Finalmente logró responder a sus dudas, acercó a su familia
al país de acogida.
“Animar a otras personas es bastante
complicado porque depende de la búsqueda interior de cada quien. A mí me encanta
que mis hijos tengan libertad de vivir en Santo Domingo, España o Alemania, que
no tengan fronteras, ni dificultades de documentación. Como están cualificados
pueden optar sin discriminación, ni explotación a un puesto de trabajo. Si bien
ellos me reprocharon cuando eran niños y adolecentes mi ausencia, actualmente
tenemos una buena relación, ya que es un sentimiento muy fuerte, lo han
entendido y creo que lo han valorado. Yo repetiría mi experiencia, pienso que
si me hubiese quedado en mi país sería una persona frustrada, porque no estaba
nada contenta con muchas cosas que son muy aceptadas allí”, una
última declaración. Habrá tantos testimonios como migrados, no hay resultados
gratos en todas las historias.
A
veces perdemos la perspectiva de lo que es un verdadero problema. Existe esa
famosa frase “nos quejamos de vicio”. Muchos de los que hemos emigrado
conocemos casos de estas madres que a la distancia han sacado adelante la vida
de sus hijos. Algunas regresaron, otras se han quedado, muchos de esos niños
están con ellas ahora, otros son extraños en la distancia y además le suelen
reprochar el abandono. De ahí que repita la pregunta inicial: ¿Algunos de
ustedes consideran que es imposible ser madre a la distancia? Para todo aquel
que nunca reflexiona antes de abrir la boca y soltar una parrafada, estaría
bueno que cliquee aquí y se detenga un minuto y medio en escuchar.
Reunirse con sus hijos es el objetivo final de la mayoría de las mujeres en el
extranjero. En el mejor de los casos, las estadísticas nos sitúan que un 30% no
lo logra. Bastante daño llevan esas vidas, para que al menos reconozcamos las agallas de seguir siendo madres a la distancia.
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