"En una buena
ordenación de las cosas públicas, la masa es lo que no actúa por sí misma. Tal
es su misión. Ha venido al mundo para ser dirigida, influida, representada,
organizada. Pero no ha venido al mundo para hacer todo eso por sí". José
Ortega y Gasset filosofa a través de La rebelión y las masas. Y escribió más
adelante: "Cuando la masa actúa por sí misma, lo hace sólo de una manera,
porque no tiene otra: lincha". El libro se comenzó a publicar en formar de
artículos en el diario El Sol en el año 1929, para unos meses después
convertirse en libro emblemático sobre la idea que él llamaba del hombre-masa.
Este hombre masa aspira a vivir sin supeditarse a moral alguna.
En diciembre de 2011, en
vistas de la investidura de la segunda presidencia de Cristina Fernández de
Kirchner, y faltando poco menos de una semana para que el Vicepresidente, Julio
Cobos, abandonara su función y pusiera fin a una tirante y atípica relación
gubernamental, el periodista Horacio Verbitsky, quien preside el CELS (Centro
de Estudios Legales y Sociales), una ONG orientada a la promoción y defensa de
los derechos humanos, consultado en 360TV sobre si Cobos seria o no quien le
entregaría a la Presidente el bastón de mando y le tomara juramento, respondió:
“Andate, Cobos, la puta que te parió”, ante la sonrisa digamos de sorpresa o
cómplice de la periodista. Luego insistió “Creo que fui suficientemente
expresivo”. Eran épocas de elecciones ganadas por el 54%. ¿Pero no era un
aviso? ¿Así maneja la dicción u oratoria o el confronte un encargado de velar
por los derechos humanos?
Algo atrás en el tiempo,
en diciembre de 2010, el Canciller Héctor Timerman, titular del Ministerio de
Relaciones Exteriores, Comercio Internacional y Culto, al asistir a un acto de
inauguración de una biblioteca popular, coreó a voz encendida y con micrófono
en mano, sobre el mismo Vicepresidente:
“Ándate, Cobos, la puta que te parió”. En ese entonces, un abogado lo
denunció por incitar a la violencia y violar la ley de ética en la función
pública. El abogado destacó en su denuncia que “hechos como los descriptos
generan inseguridad en la población”. Entonces, ¿había gente que podría
reconocer un diagnóstico de una violencia que nadie reconocía?
Se podría seguir
recurriendo al archivo y encontraríamos a muchos más que un líder de ONG o
Canciller encargado de las Relaciones exteriores de un país, bajando mensajes
de violencia en forma casi razonada en los últimos años. No interesa el color
de la militancia oficial o de la oposición, en eso están aunados. Lo mismo se
puede recabar en los medios de comunicación con los encargados de transmitir y
difundir la palabra, que han preferido visibilizar la sangre antes que el
razonamiento. Por qué uno de los fenómenos más poderosos que se han dado en la
Argentina de los últimos tiempos fue la devaluación. Pero como todo se rige por
la economía, hemos descuidado la peor de las devaluaciones, nos quedamos
prendados de las devaluaciones de las monedas, y nos distrajimos con la devaluación
de la moral, de la palabra.
La vulgaridad es una forma
de embrutecimiento. Y el embrutecimiento social ya estaba instalado en el país,
pero la vulgaridad no permite reconocer la dimensión de los problemas. Había un
amplio arco de registros, además del político. La violencia de género, la
prepotencia e intolerancia del tránsito, riñas y peleas callejeras, riñas y
peleas hogareñas o familiares, las barras bravas que son del fútbol y al mismo
tiempo de las instituciones, la protesta social inorgánica y que al mismo
tiempo no vela por los inconvenientes que genera al propio prójimo, al mismo
compañero de otras desgracias, todos estos síntomas tienden a naturalizarse.
Hay aplicaciones que te advierten de zonas donde hay marchas o piquetes para
que intentes sortear el caos que generan. Y la naturalización da paso a la
manipulación.
Y han manipulado sin
miramientos desde todos lados. La propaganda oficial, los medios de
comunicación afines o opositores, los políticos, los mercados, los
especuladores, los patriotas, los que añoran irse, los famosos. Todos juntos
distorsionaron la verdad, al nivel a tener temor a formular en voz alta tu
propia opinión razonada. La justicia, elemento esencial en las sociedades, pasó
a ser un elemento al servicio de intereses particulares. No resulta indiferente
como la justicia hace el lobby de los poderosos, eso gesta un nuevo modelo de
conducta, la masa lo procesa a su modo. No existe la justicia, al menos para la
enorme masa que no ejerce poder económico, político o financiero. La justicia
somos nosotros, la tomamos por nuestra propia acción o mano. Para verlo de
manera más sencilla, basta salir con el coche junto a un amigo conductor que
aplicará su propio manual, sus propias reglas de conducción y falta de
convivencia. Si lo llegan a ver en esa área menor, trasládenla a los demás
órdenes.
Y la élite del poder no
quiso verlo. O lo vio y no pudo remediarlo. Prefirió la vulgaridad, prefirió
ser el líder del hombre-masa y no del hombre pensante y evolutivo. Y el poder
se asoció con el violento, con el narcotráfico, con el corrupto, con el
especulador y fomentó la desigualdad, la corrupción policial, la falta de
educación, las carencias sanitarias y el abandono de la justicia. Y al mismo
tiempo, deseo trascender en el tiempo el viejo slogan de los agentes externos
que nos perjudican, los malos están todos afuera. Si total, adentro no pasaba
nada malo como para encarar.
Y si hablamos de
vulgaridad, habría que hacer un repaso de la manera que optó nuestra presidente
por comunicarse con el pueblo. Descartó la comparecencia ante las instituciones
o los medios porque estaban manipulados y optó por un supuesto cara a cara a
través de la cadena nacional. Y optó por no comunicar nada, por mostrarnos un
alfajor o por exhibir con liviandad o frivolidad desconcertante la oratoria
sobre cualquier tema. Lo actual que perjudica la gestión lo ignoró o dijo que
eran sensaciones tendenciosas, al disidente lo investiga en el acto, sabiendo
que casi todos tienen algo que está fuera de la ley. Lo histórico lo trajo al
pensamiento de la actualidad, es decir dejó de lado el trasfondo que es
indispensable para comprender una época. No dialoga, da cátedra. Pero no se
informa, recrea la vulgaridad de una presentadora de programa de
entretenimiento sentada en un escritorio a la espera de mejorar el share de su
programa. Y recibe el aplauso permanente de otro hombre-masa, aquel servil que
quiera pertenecer al negocio, hacerlo propio en alguna escala y gritar al mundo
que se está haciendo historia.
Y de tanta banalidad, la
sociedad- masa es incapaz de distinguir lo que es el bien y el mal. Y la
sociedad normal también se infectó del mal. Y el mal consistió en dividir entre
supuestos buenos o malos, como si uno fuera una cosa y nunca la otra. Todos
somos buenos, es otra característica del ser humano. El malo es el otro. Y el
malo que flota permanentemente sobre nuestras cabezas y no podemos focalizar es
peligroso. Esa necesidad de reconocer al malo, al causante de todas nuestras
miserias como país putrefacto fue manejado por el poder político, que entregó a
algunos malos para dar a entender que se llegó a un diagnóstico rotundo y que
en breve, se procedería a remediarlo. Eso dio forma a la traza, a la línea
imaginaria que nos dividió aún más. Los de arriba y los de abajo, los que están
allí y los que están aquí. El otro deja de ser un semejante para dar rienda
suelta a la violencia hacia el supuesto mal. Burgueses, gorilas,
terratenientes, golpistas, cabezitas negras, piqueteros, pingüinos, son frases
que escupen unos a otros. Pero hay una que la usan indistintamente los dos
bandos: fachos o fascistas. Y esa era otra señal. En el país donde comenzaron
de cero las victimas y los victimarios del fascismo en la Segunda Guerra,
sesenta años después se aunaban para hacer una sociedad horrenda, donde hemos
perdido el rostro para solo reconocer el mal como semblante.
Y desarrollamos el
fascismo mágico. Porque por suerte, solo escogieron la propaganda. La
vulgaridad solo necesitaba de un delirio propagandístico para maquillar una
realidad, para darle contenido de gesta, de fiesta. Y la propaganda quiso que
gobernara la ficción. De ahí sloganes de los que a lo largo de la historia nos
han considerado tan creativos. “Somos derechos y humanos”, “Un país de buena
gente”, “Yo creo en Dios”, “No hay vencedores ni vencidos”, “Con la democracia
se cura, se come y se educa”, “Los niños ricos que tienen tristeza” o “la
década ganada” hicieron que la propaganda no fuera letal como lo fue finalmente
el fascismo. Y el que intentaba romper la ficción, el hechizo, era la cara del
mal, el imperialista, el cipayo, el pagado. Y era escrachado. Y entonces, para
defenestrar al que lo llamaba nazi, le restregaban que nunca había habido tal
libertad de prensa en este país, donde uno le podía decir hijo de puta al otro
sin grandes consecuencias. Era un error semántico del diagnóstico, producto de
la vulgaridad, de la frivolidad del que dejó de informarse. No eran nazis, eran
fascistas.
Y el escrache lo hacen
todos, todos se sienten víctimas. Si en el fútbol te escrachan por tener la
camiseta de otro equipo, como no iba a trascender esa característica tan
nacional si la oficializaba el Estado. Y el escrache generó violencia al mismo
tiempo que paralizaba, que daba temor. Y las lenguas se paralizaron, y las
voluntades fueron domadas. Y se presenció con pasmo el deterioro. Y la
vulgaridad se convirtió en frescura, se antepuso al “hipócrita” que guarda las
formas, no está de acuerdo e intenta convivir, aun denunciando la mentira o
falta de criterio del frívolo. Y los escrachadores fueron escrachados, y unos y
otros siguen sin dialogar y culpan al otro de ser un faltón. Se hace justicia
insultando, humillando o burlando. Después de un partido de futbol, aparecen
los carteles que dicen ser folclore y solo es deshonra o degradación. El futbol
es el termómetro de nuestra sociedad. No lo queríamos ver.
Y otras frases que no son
sloganes, son parte importante de nuestro acervo. “Ya llegué” es una frase
liberadora, cuando le avisas al otro que no te ha pasado nada al volver de la
calle. “Mirá el coche que tiene. Debe tener una empresa con toda gente en
negro”; “Mirá la mina (mujer) que tiene, debe tener toda la plata”; “Crucemos,
el morochito de la gorra debe ser punga (ladrón); “Cuidado, esos dos en moto
deben ser motochorros” ó “A los de los barrios cerrados les molesta los
derechos sociales conquistados en estos años”. Digamos que todos estos dichos
son mecanismos de defensa. Y se los fomenta. Creo haber leído que la Presidente
dijo algo así: “Los que tienen plata, toman (droga) de la buena”.
Y como la vulgaridad es la
esencia del país, la Presidente se refirió por primera vez a los linchamientos
comparándolo con la noche de los cristales en la Alemania de 1933, y como
excelente historiadora que cree ser, sólo recomendó que vieran la película “Cabaret”
a los que les gusta la historia, sin considerar que a los que les gusta la
historia, la leen o la investigan y eso es lo que se debe estimular. Solo miran
películas aquellos que no tienen condiciones o suman demasiada comodidad o
embrutecimiento para entender las cosas. A la ignorancia histórica se sumó la
habitual frivolidad, pero se sumó la distinción que todos hacen cuando están
preocupados por la intolerancia del otro, volver a mencionar el fascismo como
mal ajeno. “Esto de la venganza es de la prehistoria, es del estado del no
derecho” anunció. Y vuelve la palabra distorsionada, como si una frase cierta
como lo es no fuera de parte de una persona que autoriza la venganza de sus
acólitos, en nombre de un estado de derecho.
El linchamiento ha sido
estudiado en la psicología social del fascismo. Nace de la frustración, se
nutre del prejuicio y busca chivos expiatorios. Avanza hasta el odio y termina
siempre en la violencia. El delito es sistemático y el autoritarismo de todos,
determinan quien será más victima que el otro. El linchamiento es barbarie, la
convivencia pierde terreno y la desorganización domina la sociedad. La
educación puede sacar a un país de la barbarie. Pero de momento priva la
frivolidad, la vulgaridad y el embrutecimiento sistemático. El educado en el
país es el aguafiestas, el aburrido.
Las palabras linchan, la
vulgaridad mata, el cinismo es cómplice. Para terminar, el embrutecimiento
estuvo presente en un encuentro federal de la palabra, donde la cadena nacional
nos permitió ver como se transcribe parte de la historia. En un gobierno
semántico, la palabra puede divulgar, pero termina escondiendo o manipulando lo
existente. En menos de 30 segundos Pepe Soriano mencionó a Pablo Neruda, Dijo
algo así entre ovaciones de acólitos: “Dice Neruda se llevaron todo: Se
llevaron el oro, se llevaron la plata, se llevaron todo. Pero sin darse cuenta,
desde las cabalgaduras, se les iban cayendo como piedras preciosas, las
palabras. Se llevaron todo, nos dejaron las palabras.” Podría tranquilamente
haber transcripto el texto correctamente, si mencionamos lo dicho por alguien
se debe proceder textualmente, un encuentro federal de la palabra lo ameritaba.
Pero todos somos presas de la devaluación o putrefacción de la palabra. Por
eso, les regalo el final correcto de La palabra, de Confieso que he vivido,
para que al menos Pablo Neruda no sienta que se han llevado todo, también el
contexto de su palabra.
Qué buen idioma el mío, qué buena lengua heredamos de
los conquistadores torvos... Estos andaban a zancadas por las tremendas
cordilleras, por las Américas encrespadas, buscando patatas, butifarras,
frijolitos, tabaco negro, oro, maíz, huevos fritos, con aquel apetito voraz que
nunca más se ha visto en el mundo... Todo se lo tragaban, con religiones,
pirámides, tribus, idolatrías iguales a las que ellos traían en sus grandes
bolsas... Por donde pasaban quedaba arrasada la tierra... Pero a los bárbaros
se les caían de las botas, de las barbas, de los yelmos, de las herraduras,
como piedrecitas, las palabras luminosas que se quedaron aquí resplandecientes...
el idioma. Salimos perdiendo... Salimos ganando... Se llevaron el oro y nos
dejaron el oro... Se lo llevaron todo y nos dejaron todo... Nos dejaron las
palabras.
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