El tal Rafa no es de las personas que pasan desapercibidos. Pero no porque irradie algo especial, no se le
vislumbran dotes, maneras, ni carisma, ni estilo. No, no pasa desapercibido porque él
así lo requiere. Es de esas personas que rompen el silencio al opinar de
cualquier cosa, aún cuando nadie le
consulte. Hasta hoy era el único rasgo que le veía las pocas veces que me lo
cruzaba; ahora, tengo de él una peor referencia.
Cercano el final del
tratamiento de las tantas lesiones que me ocasionó aquella caída en los
escalones del Cristo, en Plentzia, sigo acudiendo al centro de rehabilitación casi
todos los días. Elegí pasado el mediodía como horario habitual, hay menos gente
y entonces, mucha tranquilidad. Ideal para dar rienda suelta a quizás el único
vicio del que abuso hoy en día, la lectura. Como tengo media hora de magneto
terapia, otros diez minutos de corrientes y otros diez minutos finales de hielo
en el tobillo, tengo casi una hora para poder leer con tranquilidad. En el
medio, tengo otros diez minutos de bicicleta fija y otros tantos de movimientos
de tracción o de masajes, donde no leo. Respeto la compañía del fisio que se
esmera en recuperar el movimiento de mi maltrecho tobillo derecho.
El funcionamiento del
centro me gustó de entrada. Siempre habrá cosas para modificar o mejorar, pero si tengo que recurrir a tratamientos de rehabilitación,
siempre optaré por ese centro. Es cómodo, está bien ubicado, y tiene dinámica.
Además, puedes arribar en el horario que más te convenga, y no tienes que
avisar previamente. Eso te da una libertad de movimientos que no suelen abundar
en asuntos médicos.
La crisis también se nota
en la rehabilitación, hay menos movimiento de gente y menos fisioterapeutas.
Años anteriores eran una legión de fisios organizando la ruta de los distintos
pacientes, que se acercaban en diversos horarios. A uno lo ubicaban en la
camilla donde está uno de los aparatos de ultrasonido, a otro le ponen las
corrientes, a otro los rayos uva para recomponer zonas doloridas y al resto los
ubican en la zona de masaje. Vamos, que es lo más parecido a una cadena de
mando de una fábrica, nada parece estar abandonado al azar. Cuando están
determinando por dónde comienzan contigo, en realidad te están viendo como una
pieza de un puzle, para que en lo posible no pierdas demasiado tiempo en cada sesión.
Y la cosa funciona muy bien, no hay grandes atascos durante la jornada.
Habrá fisios que hagan
mejores masajes. Hay un par que parecen flojos o inexpertos. O lo que es peor,
inexpresivos. Como que la profesión no va con ellos, que no la escogieron por
vocación, sino por descarte. Estos te suelen tocar cada tanto, es verdad que he
tenido suerte y han sido las menos veces. Pero algún masaje tanto en las
cervicales por mi eterna escoliosis lumbar como en este inédito hasta finales
del año pasado tobillo derecho, han sido dados por estos profesionales sin
alma. Al menos, debo reconocer, que se trata de personas que te caen bien.
Y el otro componente de
este engranaje lo dan los pacientes. A todos nos duele algo, y no todos
reaccionamos del mismo modo. Están los que se quejan todo el tiempo, están los
que llegan con el tiempo justo y cada rato un resoplido advierte que no pueden
seguir allí esperando el masaje o el bendito hielo reparador. Muchos son
personas mayores, los hombres algo silenciosos y las mujeres que hablan de sus
cosas o releen esas revistas que todos odian, pero que siempre están a mano en
cualquier consulta y revistero.
Y el tal Rafa es de los
que hablan todo el rato. Si tuviera que explicar porque no me cayó nada bien
las veces que coincidí con él, tendría que decir que me molesta lo confianzudo
que es. Y lo mucho que grita, no sólo le gusta hablar, le encanta que le
escuchen. Y es de aquellos personajes que siempre tienen a mano el tópico del
momento, siempre tira del estereotipo. Entonces, de vez en cuando su conversación
pueda resultar si no agradable, al menos soportable. En una oportunidad se metió
en mi cabina de magneto terapia e hizo alguna broma (lo peor de estos
personajes es que se creen originales o graciosos) ante lo que tuve que esbozar
una sonrisa como que me pareció original o novedoso. Es que el estar todo el
rato leyendo un libro, a veces genera en el otro como una necesidad de
tantearte, no puede ser que yo siga leyendo con tantas cosas interesantes que
él siempre tiene dispuestas a regalarnos.
En los años que vivo aquí
me he topado con varios de estos personajes. Simplones, campechanos y a su vez
contundentes en sus dichos o sentencias. Nunca me enfrento con ellos en un disenso
ni asiento aprobando sus pensamientos. Luego no te los quitarás de encima. Y es
más, cuando no coincidas en su espacio de tiempo, es de los que te suelen sacar
el cuero. Algo que en el correr de estas líneas seguiré haciendo yo, pero
porque se lo merece.
El riesgo de ser
extranjero en una tierra es que puedes ser en determinado momento más
trascendente que un embajador. Si tuvieras un encontronazo con alguien de la
tierra donde habitas, este puede prejuzgar con sus muchas o pocas razones, que
todos los de aquel país son violentos, engreídos, bordes, presumidos o puede
seguir sin fin los adjetivos. A veces el estereotipo del porteño argentino es
muy determinante, y como yo nací en Capital, no tengo ganas de agrandar la
leyenda. Eso, y que en realidad, no soy un tipo que se meta con nadie. Pero a
veces, y sobre todo cuando escuchas que la otra persona dice mucha tontería, te
dan ganas de contrariarlo. Pero yo, opto por recordar que soy el distinto, y no
tengo ganas de prolongar el estereotipo.
Entonces muchas veces no
digo nada cuando te afirman que los de aquí tienen honor, palabra o nobleza.
Muchos lo tienen, pero no creo que sea un rasgo exclusivo de una raza. Hay
muchas personas que prefieren comportarse con ese honor en la vida y no todas
han nacido en el mismo barrio, en la misma comunidad, ni menos, en el mismo
sanatorio. Pero a los estereotipos no hay como combatirlos. Si en esa humildad
o nobleza, alguna vez te sacan de quicio y reaccionas, ahí saldrá a relucir tu
origen argento. Y yo al tal Rafa no pienso contradecirle. Y visto lo de hoy,
casi que no me lo quiero cruzar ni en el ascensor.
El tal Rafa es de los que
analizan la actualidad con crudeza. Tiene un par de obsesiones que comparte con
su público. Una de sus grandes problemas es la corona española. El otro
problema serio que aborda a diario es la falta de honestidad y escrúpulos de
los políticos. Sus arengas siempre van dirigida a los excesos de los manejos
del dinero por parte de los dirigentes y a lo fácil que les resulta el torcerse
en los caminos de la vida. Entonces la palabra ladrón estará siempre a flor de
piel y las opciones de erradicar ese mal casi siempre pasarán por pegarles unos
tiros o meter a todo dios preso. La infanta y su citación ha sido una de sus víctimas
preferidas en los últimos tiempos. Y eso, repito, que he coincidido con él no
más de cinco o seis veces.
Otro colectivo que le
apasiona es el de los extranjeros que viven del cuento en este país. Los
famosos subsidiados, esos famosos que vienen aquí y que con mentiras, logran
que el estado le subsidie todo sus gastos. Entonces el tal Rafa menciona
etnias, razas, costumbres y frases hechas. Yo sigo con mi lectura, he aprendido
que cuando hablan de extranjeros, la cosa no va conmigo. Y no va conmigo,
porque mas allá de que nunca he tenido un subsidio o ayuda económica de ningún tipo,
los argentinos solemos caer bien, a pesar de que generemos algo de pica con los
nacionales. Y que las últimas generaciones de argentinos que han salido del
país parecen haber mejorado el concepto que de nosotros guardan en el
extranjero.
Pero así todo, me molesta
cuando deja de lado a los políticos y comienza con los inmigrantes. Estuvo algo
molesto, además de desafortunado, cuando juzgó a los africanos que logran
sortear las vallas o mares de Ceuta o Melilla para ingresar en territorio
español. Y fue agresivo al indignarse de que varios de estos africanos cuando
sortean todos los obstáculos, y logran llegar a la policía, lo hacen festejando
como si se hubieran ganado la grande. Saben, que comienza un proceso que les
permitirá de momento permanecer en Europa. El tal Rafa se indigna con esta
gente, porque tendremos que utilizar nuestros impuestos para vestirlos, darle un
lugar donde dormir y comer, y lo única que se lograra es que se amplíe la masa
de inútiles que vivirán a costa del estado.
Mientras tanto, los fisios
hablan entre ellos. Lo bueno de estar compenetrado en la lectura es que todos
creen que los que leemos no estamos atentos a otras cosas. Y hace unas semanas,
en medio de mis movimientos de tracción, dos de ellos conversaban sobre algo que
se había extraviado en el vestuario de mujeres y entre susurros, creí entender
que no era la primera vez en los últimos tiempos. Como no suelo meterme en
otras conversaciones, me quedé con varias dudas, pero llegué a escuchar un
comentario, más que un comentario fue un movimiento de cejas que señalaba el
andar del tal Rafa, quien había terminado con su sesión, que para dar más datos
que en realidad nada aporten, se trata en el centro de una dolencia en la zona
de la rodilla.
Ese movimiento de cejas me
dio a mí la sensación que era como incriminatorio. Porque hasta ese momento
estaban hablando de las personas que justo estaban en el centro al momento que
a la mujer le faltara algo personal. Lo lógico es que las dudas fueran
dirigidas hacia sus pares, ya que los nenes con los nenes y las nenas con las
nenas, en el tema vestuarios. Pero la mirada del que me estaba trabajando el
tobillo quiso decir más, pero yo me quedé con la duda. Y ese gesto alimentó en
mí aún un mayor rechazo hacia el tal Rafa. Y no lo volví a ver.
Hasta este mediodía que
ingresé en el vestuario y estaba el buen hombre, el campechano, el probo de los
principios morales, el que odia a la nobleza y lo que roban todo el tiempo, que
metería en chirona a todo político, en fin, el tal Rafa. Me saludó con su
entusiasmo habitual y yo procedí a dejar mi chamarra en un perchero individual
que tenemos y mis zapatillas y calcetines en el suelo. Al irme, me llevé mi
libro y me despedí de él. Me senté en el pasillo esperando que comenzaran con
mi recorrido habitual, y en el momento que el tal Rafa salió del vestuario
terminando de anudarse su bufanda y saludando con su habitual grito aldeano, me
di cuenta en su mirada que algo había pasado. Y en el mismo momento, recordé
que como había elegido ponerme el pantalón vaquero que tiene el bolsillo
izquierdo agujereado, había optado por dejar mi cartera en el bolsillo de la
chamarra.
Me levanté, volví al
vestuario y comprobé que estaba mi billetera. Eso sí, las diversas tarjetas que
tengo alineadas, no lo estaban tanto. Y el último detalle fue que un par de
horas antes y de casualidad, había mirado en el interior de mi cartera si disponía
de efectivo, ya que me suele pasar que muchas veces no me percato de que no
tengo suelto y tengo que tener a mano un cajero de mi banco en el caso que me quiera tomar un café para leer el
marca. Y cuando miré a la mañana, tenía dos billetes en mi cartera: uno de
cinco y otro de diez. Y en el vestuario me encontré con un solo billete, el de
diez.
No lo puedo confirmar con precisión,
sé que estoy seguro de que tenía quince euros. Y no me puedo quitar la mirada
del tal Rafa al despedirse en el pasillo. Disimuladamente le conté a la fisio
que me trató, lo que suponía y ella con su mirada, me dio a entender que me
seguía, que avalaba mis sospechas, pero que no era ella la que iría a
confirmarlas. Le dije que había escuchado alguna vez los rumores y que ni bien
me miró en el pasillo recordé todo y salí en busca de mi chamarra. La cuestión es
que no me faltó nada más y todo puede pasar por una duda, por un preconcepto,
por la idea que le pueda tener al tal Rafa. Pero durante la hora y media que
estuve en el centro, se sucedieron los comentarios en voz baja, y sé que a más
de uno, hoy se le confirmaron sus sospechas.
Así que si me vuelvo a
cruzar con el tal Rafa, tendré que compenetrarme aún más en la lectura, ya que
sería desagradable escuchar otra de sus diatribas sobre la inmoralidad vigente.
Como no puedo confirmar que me faltan cinco euros, y el importe no me cambia
nada (a lo sumo mejora el bajo concepto que de él tenía) quedará en esta anécdota
y dependerá que nadie más se dé cuenta que el tal Rafa estuvo presente a la
hora de otro descuido. Pero siempre me acordaré del estilo campechano y
confianzudo de este hombre, y sus referencias al honor, a la palabra y a la
nobleza de la que se suma. Y otra vez, pensaré mal de todos esos tíos que viven
del cuento de querer sentirse distintos, los dueños de una raza que supera todo
lo visto.
PD: No iba a escribir hoy,
por la resaca de mi cumpleaños y porque no tenía una temática lo bastante
desarrollada. El tal Rafa me permitió sentarme y en tiempo record, inundar
cuatro carillas de letras. Sabrán disculpar las incorrecciones que el texto
pueda tener, ni lo corregí ni lo razoné, solo tipeé mi desencanto.
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