Atrapado
en una cuadricula general de 9x9 y con pequeñas batallas de 3x3, el sudoku
consiste en buscar soluciones de deducción.
No es un juego de matemáticas, sólo se tienen que ordenar los números,
pero podrían ser reemplazados por letras o signos, y seguiría siendo el mismo
juego.
A
partir de 2005 se popularizó con la presencia en los distintos periódicos del
mundo en la sección de pasatiempos. Se convirtió en furor, recuerdo que todas
las mañanas era el encargado de llevar a la fábrica donde trabajaba, varios
ejemplares de los periódicos gratuitos que repartían a la salida de las
estaciones de metro. Era el único que utilizaba el transporte público para ir a
trabajar a la fábrica, paradojas del proletariado. Los dejaba sobre la mesa de
trabajo de mi compañero salmantino Paco y en unos minutos, cada uno de los
integrantes de la cadena de mando se dedicaba a saltear esa cadena y dedicarse a
los deportes, a los chimentos de espectáculos, a la receta de cocina y un par
de anónimos, hasta que los descubrieron, se especializaban a recortar sin arte
ni estilo la grilla de este juego para abordarlo en soledad. Hasta allí solo me
llamaba la atención este entretenimiento por los gritos de Paco, ya que no le
gustaba que rompieran de ese modo el periódico, su intención al final de la
jornada era llevárselo a su casa.
Con
el correr de los meses, recuerdo al sudoku como una salvación. Me sirvió para
superar la infinidad de horas muertas que ese tipo de trabajo propone. En
realidad, más que el trabajo, el estilo de los propios trabajadores o síndicos,
ya que la cadena de mandos se convierte en una lenta carrera para hacer tiempo,
para lograr horas extras y para convertir en vagos a todos, incluidos aquellas
personas que no tienen problemas en trabajar durante las ocho horas de una
jornada. Si yo adelantaba el trabajo (más que adelantar solo era cumplir),
obligaba al de atrás, que era el soldador a seguir trabajando porque se acumulaba
en su jaula la faena, y por otro lado, exponía al de adelante, porque su
plataforma estaría vacía y parecería que no me estaba entregando material. Todo
por ráfagas, y entre algo de trabajo, el de atrás dormía una siesta que yo
vigilaba, y el de adelante se fumaba un cigarrito o charlaba con el de otro
sector y mientras tanto, yo hacía varios sudokus para licuar mi confusa mente que
se empecinaba en preguntar cómo había llegado a ese trabajo, y cómo se podría
salir de él.
Este
juego bien ejecutado tiene una solución única, completar las grillas sin
repetición de los números y a su vez cada número no puede estar repetido
observando las celdas que le rodean. No es matemático, pero sí de lógica y
razonamiento. Y muchas veces las pistas que nos facilita la grilla no son
suficientes para avanzar en el desarrollo. Hay distintos niveles de exigencia,
y los que denominan sudokus para expertos suelen ser difíciles de solucionar. Muchas
veces es recomendable no utilizar tinta sino lápiz por que se debe borrar en
infinidad de veces, cuando se llega a arriesgar un camino ante la falta de
pistas. Cada tanto suelo dedicar un
tiempo a resolverlos, y confieso que más de uno ha quedado mal resuelto.
En
la última semana el juego fue noticia destacada al publicarse una foto donde el
Vicepresidente de la Nación Argentina, en su calidad de Presidente del Senado,
se debatía en medio de una comparecencia del Jefe de Gabinete, en la resolución
de un sudoku. La noticia puede ser similar en cualquier latitud del globo
terráqueo. Están los que hacen compras por internet, descargan diversos
catálogos, miran videos, se ensalzan en apasionados chats, enviar tweets
constantes en vez de tomar alguna vez la palabra, o miran disimuladamente porno
mientras sus compañeros sesionan. La polémica se desata cuando una foto es
difundida en los medios y reanudamos la discusión sobre la calidad de la
gestión del trabajo de estos legisladores. ¿En realidad creemos que nuestros
legisladores se enfrascan en apasionados debates o enmiendas para mejorar la
calidad de vida de las instituciones y sus beneficiarios sin dispersarse o
escaquearse?. Será que idealizamos a estos funcionarios, en tantas horas de
gestión discursiva muchos son los elementos para distraerse. Algunos han optado
por cortar el servicio de internet en el recinto. Pero están los móviles, los
propios apuntes, las conversaciones con el de la bancada vecina. Las
distracciones pueden ser hasta lógicas, basta con refrescar nuestras propias
actividades en oficinas, tiendas o polígonos industriales.
No
se trata de caer en las consideraciones generales por donde se desarrolla la
polémica. Me resisto a creer que se trata de desprecio a las actividades
democráticas parlamentarias. Me da la sensación que el desprecio provenga de
nuestra propia naturaleza, que creemos en defensores de la patria cuando se
tratan de humanos desarrollando un trabajo sin pasión, sin frenesí más que en
explotar los beneficios y la supuesta impunidad que les ha de proporcionar el
sistema. Es necesario aclarar que varios de nuestros funcionarios o
legisladores intentarán representar nuestras necesidades, pero la enorme
mayoría arrastran el defecto de considerarse por encima de las instituciones y
los valores que representan, y van a la caza de otros valores, no es necesario
agregar que materiales ($$).
En
una costumbre argentina cada vez más habitual, cuando se desata una tormenta,
es intentar crear el complot para justificar lo retratado. Así que no costó
encontrar algún blog donde se mencione que la foto ha sido manipulada o
trucada, con sólo recordar la procedencia del fotógrafo que inmortalizó la
encendida partida, la muletilla de los últimos tiempos es decir que X miente.
El Vicepresidente tiene un sinfín de causas judiciales para defenderse, no veo
que un sudoku ponga contra las cuerdas a alguien que todavía sostiene su
gestión en el silencio de la mediocridad. Pero suponiendo que la foto no
estuviera manipulada (ya no podemos poner las manos en ningún fuego), mi única
duda responde a la curiosidad de si el ex ministro de economía (su versatilidad
es notable) pudo resolver la partida. En su calidad de hombre de números en
otro tramo del gobierno, es de esperar que lo haya superado con facilidad,
apelando hasta el tiempo record. Pero siempre recuerdo la primera vez que lo
escuché hablar en su calidad de ministro. No tenía vocabulario, ni empatía con
el desarrollo de una estructura semántica, ni parecía un ferviente admirador de
que su mensaje realce su cometido. Es decir, que cuando le escuché (admito que lo hice una sola vez) me pregunté
como esa persona podía ser ministro de la cartera más importante de la
Argentina, parecía un improvisado o sin formación. Por eso, quizás, tenga la
necesidad de conocer si ha podido resolver el sudoku. Y le hubiera exigido a la lente del objetivo
que me clarificara si el entretenimiento era de los sencillos, medios o
complicados.
Al
analizar la noticia me vino a la mente una imagen de un libro leído de
estudiante. Tuve que poner en práctica mi buena memoria, pero estaba seguro que
se trataba de Juvenilia, de Miguel Cané. Allí se mencionaba la presencia en la
calle de un presidente de la República caminando con tranquilidad, dando a
entender que se trataba de una persona cercana. Esa imagen la tomé como el
antídoto ante lo vulgar de nuestros gobernantes. El texto decía:
“Eran
las ocho y media de la noche: medité. Mi familia y todos mis parientes en el
campo, sin un peso en el bolsillo. ¿Qué hacer? Me parecía aquélla una aventura
enorme, y encontraba que David Copperfield era un pigmeo a mi lado; me creía
perdido para siempre en el concepto social. Vagué una hora, sin el baúl, se
entiende, que había dejado en depósito en la sacristía de San Ignacio, y por
fin a caer sobre un banco de la plaza Victoria. Un hombre pasó, me conoció, me
interrogó, y tomándome cariñosamente de la mano, me llevó a su casa, donde
dormí en el cuarto de sus hijos, que eran mis amigos. Era D. Marcos Paz, presidente entonces de la
República, y uno de los hombres más puros y bondadosos que han nacido en suelo
argentino.” Este era el texto que recordaba, y lo llamativo era que no volví a
leer Juvenilia desde aquella experiencia literaria en tercer año.
A
casi todos nos han hecho leer este libro durante nuestra formación en la
escuela secundaria. Nos podríamos preguntar porque se incorporó a los programas
de estudio, estas travesuras de estos futuros aristócratas o dirigentes
políticos cuando tenían entre 12 y 17 años. La prosa ligera de Cané pudo haber
modelado las mentes de los jóvenes argentinos de distintas generaciones. Cané
representa la generación del 80, hablando de 1880. Esta generación ha gozado
siempre de un prestigio tradicional donde realzaba lo europeizante. Y en ella
podemos notar algunas diferencias o contrasentidos, y ahí recupero otro de los
recuerdos que gracias al sudoku del vice me vino a la mente: Durante las
vacaciones, la expedición contra los vascos para robarles sandías en el barrio
de Colegiales. De hecho, la foto de la portada de mi edición lo graficaba.
El
texto decía: Pero debo confesar que los
"vascos" no eran lo que en el lenguaje del mundo se llama personajes
de trato agradable. Robustos los tres, ágiles, vigorosos y de una musculatura
capaz de ablandar el coraje más probado, eternamente armados con sus horquillas
de lucientes puntas, levantando una tonelada de pasto en cada movimiento de sus
brazos ciclópeos, aquellos hombres, como todos los mortales, tenían una
debilidad suprema: ¡amaban sus sandías, adoraban sus melones! Dos veces ya los
hados propicios nos habían permitido hacer con éxito una razzia en el
cercado ajeno, cuando un día...
…Cargué con ella, y cuando bajé los ojos para buscar otra pequeña
con que saciar la sed sobre el terreno... Un grito, uno solo, intenso,
terrible, como el de Telémaco, que petrificó el ejército de Adrasto, rasgó mis
oídos. Tendí la mirada al campo de batalla; ya la izquierda, representada por
el compañero de los melones, batía presurosa retirada. De pronto, detrás de una
parva, un vasco horrible, inflamado, sale en mi dirección, mientras otro pone
la proa sobre mi compañero, armados ambos del pastoril instrumento, cuyo solo
aspecto comunica la ingrata impresión de encontrarse en los aires, sentado
incómodamente sobre dos puntas aceradas que penetran...
La lectura de Juvenilia destaca una actitud de añoranza al pasado,
contado por un adulto que extraña su adolescencia. Tiende a contar anécdotas
festivas, alegres de un grupo de estudiantes, intentando semejanzas con la
novela de Dickens, David Copperfield. Es una autobiografía real de la vida en
el colegio de Cané y vendría a representar la fábula de identidad porteña de la
nación argentina. O la historia de la elite del futuro poder.
Entonces me invadió algo de congoja. Al comprobar lo vasto de la
realidad de hoy, creí recuperar una imagen que no era mía, sino de mis
estudios, donde era posible ver a un Presidente como una persona normal, proba,
cercana, un guía. Y al mismo tiempo poder comprobar que en la mayoría de las
travesuras de niños solemos discriminar o abusar de las clases inferiores. Y
repasando el texto, observar matices desfavorables sobre la clase trabajadora
extranjera, donde sus rasgos, tonos o voces pueden ser deformados hasta un
grotesco. Pero al mismo tiempo, en el mismo texto profesa una admiración sobre
una serie de personas que podrían conformar la inmigración deseada, por eso no
cuesta recordar testimonios de admiración hacia el francés Amedée Jacques, el Rector
Doctor Agüero o el vicerrector José Torres. También guarda buenos recuerdos de
compañeros como Luis Eyzagüirre (luego médico y diputado), Julio Landivar,
Patricio Sorondo (arrebatado por la fiebre amarilla cuando ya era conocido por
su inteligencia extraordinaria) o Marcelo Paz. Viviendo en el País Vasco puedo
comprobar que varios de estos apellidos son vascos, pero no creo que se
refiriera a sus compañeros como personas sin trato agradable como dijo sobre
los campesinos. Es decir que dependiendo de la cercanía o de la clase social
podemos presumir el desprecio hacia el otro. Para suavizar esa esencia, lo
mismo sucede con el hablar de los alumnos que proceden del interior del país,
donde se les ridiculiza en la novela. Es decir, era una novela para porteños.
Juvenilia ha sido leída de distintas maneras. Para todos es un
clásico de la literatura argentina. Para algunos se tratan de emociones
exquisitas, de delicados sentimientos o sensibilidad superior que deja a lo
largo de sus páginas como quien cuelga bellísimos cuadros. Amor, admiración,
melancolía y gratitud enriquecen cada capítulo, otorgándole condición de gran
obra.
Para otros, se puede cuestionar las implicaciones ideológicas del
libro, ya que relata los desmanes de una elite y se puede considerar como una
obra que simboliza la fricción entre las distintas clases sociales. En ambos
casos, esta pequeña obra de Cané tiene un valor estético bien tratado. Y en
estos tiempos que corren crea un dilema si podemos sortear la tendencia de la
riqueza del libro con las moralejas didácticas o políticas que contiene.
El juego del sudoku me recordó mi trabajo en la fábrica, a la vez
que me devolvió la imagen negativa que tenía del vicepresidente. Una figuración
idealizada en una novela, me llevó hasta Juvenilia. La tapa de mi edición del
libro con las sandías robadas a los vascos me acercó al concepto de inmigración
deseada o no que sigue existiendo en estas épocas. Y a la casualidad que 30
años después de leer el libro yo viva en el País Vasco y nadie me discrimine. Y
todas las estampas me devuelven al juego de la vida, que no se trata de ser el
mejor sino adaptarnos y transformarnos a lo que va pasando. Y razonar a medida
que tenemos una pista, y entonces volvemos al sudoku. Y así se nos pasa la existencia
procurando una solución entre la realidad y la idealización.
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