Mehmed
detiene su andar y con una sonrisa, una más, le da a entender a su esposa
Maryam y sus tres hijas, que deben aguardar el cambio de semáforo para cruzar
al otro extremo de la Gran Vía. Las niñas se paran detrás del padre y lo miran.
Él acaricia el cabello de la más pequeña mientras observa el paso del tranvía.
Es la primera señal en el día de que se puede detener el tiempo.
No
comprendo su idioma, pero lo único que intuyo es la referencia a la Gran Vía, pronunciada
como en éxtasis, como si les contara un cuento.
El efecto de esa palabra en castellano magnetiza a las niñas;
embelesadas observan a los ansiosos transeúntes detenidos por el rojo del
semáforo que mueven las piernas en el lugar como si siguieran caminando. Las
niñas giran en todo momento la cabeza, se sorprenden con la cantidad de
teléfonos móviles que se pueden localizar en menos de quince metros. Maryam
también observa los contrastes. Pero lo hace con naturalidad, sigue magnetizada
con la presencia tan cercana de su esposo.
A
Maryam y a las niñas las acabo de conocer. A Mehmed ya lo había visto en un par
de oportunidades cuándo atinó a sintetizarme su historia. Todos tenemos una
historia, comprobé el mismo día que pisé por primera vez la Organización. El
problema es que a la mayoría, nadie está dispuesto a escucharles. Pero son
historias de vida, curiosas, sufridas, pintorescas, simpáticas, dramáticas.
Cada una alterna con las otras en menos de quince minutos de entrevista. Sales
con mal sabor de boca en una, una sonrisa te devuelve la posibilidad de hacer
algo bueno dentro del sistema en la siguiente. Así sigues, así transcurren los
días de labor.
Cambia
el semáforo y un gesto de Mehmed habilita a cruzar la avenida. Yo mismo camino
cautivado, como si formara parte de la familia. Simplemente les acompaño a la
casa de fotografía para que todas ellas obtengan una foto carnet, para comenzar
el trámite de solicitud de asilo. Un trámite que hago con habitualidad, pero
que esa mañana me sienta distinto. La sonrisa del padre también me alcanza. Observo
rasgos de familia que la velocidad actual de la vida, de esta cultura, ha ido
mermando, hemos ido perdiendo. Caminamos los seis en dos líneas desparejas,
pero armónicas. Con Mehmed hablamos en castellano y las niñas ladean el cuello hacia
arriba sonriendo. Maryam cierra la marcha, también presta atención mientras descubre
su nueva ciudad, su nuevo país. He aprendido en estos años que para mucha
gente, la patria es donde esté reunida su familia. Y después de cuatro años de
forzosa separación, la familia de Mehmed y Maryam retoman su vínculo patrio.
Mehmed
me repite el nombre de sus hijas. La más grande, camina cercana a su madre y
sonríe al escuchar su nombre. Setareh, que vendría a ser Estrella, tiene siete
años. Llama la atención que camine con un bolso que casi es más grande que ella,
pero lo lleva con gracia. Un vestido largo hasta los zapatos, con colores
intensos, despierta la atención de los viandantes. Ella camina como dominando
la ciudad, pero en realidad sigue la estela de los pasos del padre. El pelo
largo, cobrizo y recogido, se mueve con la misma soltura. No es linda, es
elegante. Estrella, repito, y el padre continúa con las presentaciones.
La
del medio es Sepideh, con cinco años. Sepideh significa Alba, Amanecer. Y su
cara es fresca, lozana, como justificando el nombre. Me llama la atención sus
zapatos, parecen de un par de tallas más grandes y están ajados aunque bien
lustrados, sin embargo ella camina con agilidad. No lleva bolso, su vestido es
de color crudo y tiene un lunar en el mentón. El cabello lo lleva igual de largo
que su hermana, también recogido. Sepideh, me animo en su idioma, y me hace una
reverencia.
Mahtab
es la más pequeña. Luz de luna, al castellano. Sonrío al repetirlo, ella me
mira con cara seria. Aún no he visto una sonrisa en ese astro luminoso pero reservado.
Es la menos agraciada, el pelo bien corto la confunde con un niño. También
lleva bolso al hombro y su vestido es parecido al de una muñeca. Mahtab,
repito, pero a diferencia de las otras, ella no mira. Las tres tienen nombres
asociados con la noche o el fin de la misma. Mehmed me sonríe como asintiendo
pero no agrega nada, si la noche es mágica para la pareja será un secreto que
una sonrisa no pueda develarme.
El
padre no me había dicho la edad de la hija menor. Tres años y medio, aclara
como disculpándose del olvido. Repito la edad, miro a Mehmed y le consulto si
él no veía a su familia desde hacía cuatro años. Asiente, cuando todo sucedió,
Maryan transitaba el cuarto mes de embarazo. Quise saber cuando había visto a Mahtab
por primera vez y antes de ingresar a la casa de fotografía, me dijo: “ayer”.
La pequeña, sin soltar la mano del padre, observó con curiosidad como las
puertas corredizas nos abrían el paso al interior del local.
Mientras
una persona pagaba en caja, esbozo un par de preguntas sin importancia, como
para recuperarme de la zozobra de que padre e hija recién se estuvieran
conociendo. Nunca antes él había visto a su hija, no sabía lo que era una
webcam, apenas sostuvo un par de conversaciones por teléfono con la niña. La
segunda respuesta señala a su esposa. Maryan escogió el nombre y estuvo
acertada. Maryan es María, ella me vuelve a saludar con una inclinación de
cabeza. A diferencia de sus hijas, ella tiene hiyab, un tipo de pañuelo que
cubre completamente la cabeza y el cuello. Su bolso es grande, sus zapatos
inmensos y su vestido es de un color apagado. No es atractiva, si simpática. Sonríe
a cada rato.
Mientras,
la ciudad adquiere su ritmo habitual, casi histérico. La primera señal me la da
la encargada de la tienda. Enojada, me dice que el ordenador acaba de ser
encendido y debe calentarse antes de comenzar su funcionamiento. Le pregunto
qué debemos hacer, ella cortante, como de costumbre, dice que transcurrirán
veinte minutos hasta tener los revelados. Consulto a Mehmed que quiere hacer,
él mira a su esposa y sonriendo, confirma que podemos aguardar en la tienda. Me
parece una respuesta lógica, quizás porque dejó de ser habitual el poder y querer
esperar algo en esta parte del mundo. Segunda vez en minutos que confirmo que
vale la pena detener el tiempo.
Mientras
los cinco miran los productos del local, pienso en Mehmed. Lo veo caminar sin
poder disimular una fea renguera. La pierna cosida a balazos, fue su
explicación el día que nos presentaron. Estuvo a punto de morir desangrado,
pero lograron asistirlo e internarlo. Diferencias religiosas y políticas,
aunque él no militara. Tuvo suerte que la Organización estuviera cerca y lo
sacaran del país. No pasa los treinta y cinco años, pero su cuerpo tiene
señales de mucho sufrimiento. Si tuviera que destacar un rasgo particular de
Mehmed, diría sin duda alguna la tranquilidad que regala. Ayer recuperó a su
familia luego de tantos años, pero pareciera que fue una breve interrupción, no
un transitar por países y quirófanos. Me consulta por un artefacto curioso, un
pequeño trípode y se las arregla para explicarle a los suyos para qué sirve.
El
local, mientras tanto, se llena de urgencias y fastidios. El personal se
lamenta de las condiciones de trabajo y por lo bajo murmurando, reprochan la
existencia de clientes. Los usuarios se afligen por el tiempo que pierden, por
no ser los primeros en ser atendidos. Los resoplidos y quejas confunden a unos
y a otros. La famosa ansiedad de occidente. Yo estoy seguro, estoy cerca de
Mehmed y su familia, aguardamos con naturalidad que la máquina de revelados
termine de arrancar. En minutos les podrán sacar las fotos.
La
encargada nos acerca al fondo blanco, a los focos y al taburete para la foto.
Mehmed señala a la mayor, Setareh. Por primera vez, deja el bolso en el suelo, al
lado del padre. Maryam se acerca de manera natural a peinar la cabellera para
luego atarlo nuevamente, con tranquilidad como si estuvieran en su casa. La
encargada sigue nerviosa, su intención es sacar una foto detrás de la otra, sin
detenerse en cada niña. Setareh, satisfecha con los arreglos, se sienta en el taburete y no le cuesta ni un
gesto regalar una sonrisa a la cámara. El trámite ahora es ligero, la familia
sonríe cuando la niña recupera el bolso y vuelve al lado de la madre.
Una
mujer del este de Europa interrumpe la ceremonia. Necesita con urgencia una
foto para el renovado de su visado. Es rubia, con las mejillas encendidas y
está muy transpirada quizás por algo de sobrepeso. La encargada retoma el gesto
adusto para recordarle que debe esperar, que detrás de la familia de Mehmed hay
otras personas aguardando. Al volver la vista a Sepideh, es como si recobrara
una esencia perdida. Le sonríe y ella misma le pregunta si no ha de peinarse.
La madre le acomoda la coleta y el padre le quita una mancha de la boca. La
niña se sienta y también sonríe. La foto tarda un poco más en ser aceptada.
Entre cinco opciones, la duda está entre la tercera y cuarta. Ahora la
encargada se toma su tiempo, parece que estuviera disfrutando por única vez de
su trabajo.
Una
señora con aspecto de abogada consulta por un trabajo a retirar. La encargada
la deriva con mal talante al otro empleado y este, se levanta de su silla como
enojado, sigue hablando por lo bajo. Es el turno de Mahtab y la pequeña no
parece convencida de alejarse de las piernas del padre. La peinan unos minutos,
el padre le habla con delicadeza. Ella asiente con esa seriedad que la define y
accede a dejar el bolso a Maryan. La encargada con una sonrisa divertida, le
pide que mire a la cámara y no a la madre. La niña escucha la traducción del
padre y ahora lo mira a él, nos obliga a sonreír a todos. Mehmed le pide una
sonrisa y la niña hace todo lo posible, pero solo responde con muecas toscas ante
cada disparo de la cámara. Por primera vez miro el reloj, miro a los costados y
compruebo que la armonía solo pertenece a la familia. Me contengo de mencionar
que se trata sólo de una foto para un pedido de asilo, que no es necesaria la
sonrisa, pero imagino que será la primera foto en familia de Mahtab. El padre
se acerca y le vuelve a hablar en susurro a la pequeña. La cámara le apunta y
la niña no tiene manera de regalar una sonrisa, solo se aproxima otra mueca. En
este caso, son más de diez las fotos y optan por la primera, a todos nos parece
la más espontánea.
La
mujer del este no ha podido aguardar su turno. Alguien le ha dicho que en el
casco viejo hay otra tienda donde también puede recargar el móvil y se ha
marchado con su agitación en aumento. La abogada obtiene su encargo pero no
deja de hablar por teléfono. Sin un gesto ni saludo abandona el local, el
vendedor se vuelve a sentar y le contesta mal a otra persona que pregunta si
hay mucha espera para sacarse una foto carnet. Resta Maryan por sacarse la
foto.
Se
acomoda el pelo por debajo del hiyab y se sienta en el taburete. Un estallido
de alegría brota al mismo tiempo de las tres hijas, felices de ver a su madre
ante los focos. Maryan sonríe y la encargada aprovecha para sacar la mejor foto
de todas. Mientras se apagan los focos, Maryan retoma su lugar al lado del
marido y todos se felicitan por la sesión fotográfica. Mientras le pago al
vendedor frustrado y mal aprendido, observo a esa familia. Los envidio, saben
disfrutar del mínimo placer de estar juntos, con vida.
Volvemos
a la Organización, resta complementar el formulario para solicitar el asilo de
las mujeres. Mehmed ya obtuvo la residencia hace un año. Le ayudaron con un
trabajo con minusvalía, un alquiler económico y una ayuda social para preparar
el arribo de la familia. Sabe que tienen una nueva posibilidad de ser felices
juntos y es lo único que le importa. Su pierna tullida, las diferencias
religiosas, el temor a los ricos gobernantes y al terrorismo de estado de su
país ya no le preocupa. Le consulto si está satisfecho con lo que logró. Me
mira con otra sonrisa y me dice que él solo no logró nada. Sin Maryan nada
hubiera sido posible. Ella mantuvo con vida a las hijas, ella las alimentó,
ella es la cabeza de la familia. El solo logró escapar, Maryan se quedó en el
lugar e hizo frente a la situación. Nunca podrá olvidar las agallas de su
esposa. Observé a Maryan y ella me devolvió la enésima reverencia. De inmediato
le acomodó la coleta a Sepideh y le regañó. Le está pidiendo que no pierda la
compostura, me aclara Mehmed. Tengo que atender a otra persona, me despido con
un saludo a cada uno y compruebo que han pasado más de una hora y media desde
que partiéramos hacia la tienda de fotos. Mientras me alejo de la familia
procuro que la siguiente entrevista me ayude a detener nuevamente el tiempo, o
mejor aún, a disfrutarlo mientras transcurra.
PD: Los nombres no son reales, la situación sí. La actitud en la casa de fotos de los trabajadores es similar a cualquier día que me acerqué a sacar fotos para los candidatos a asilo, te entran ganas de decirles que se vayan a casa, que dan pena tanto enojo o resoplido. Me hubiera gustado tener una foto de las nenas andando con sus bolsos, sus vestidos, sus cabelleras acabadas en coleta y su andar distendido; y otra foto del padre guiando a su familia en los primeros pasos por la ciudad.
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