De mi paso por el bar
guardo buenos recuerdos, han pasado casi diez años de aquella experiencia de
camarero. Fue un cambio brusco en mi vida laboral, además de alternarlo con la
integración a un nuevo país. Lo convertí en una experiencia positiva, asumí que
debía comenzar desde cero y poco más. Sí, hay algo más. Dejé de odiar los lunes
desde el domingo a la tarde. Mi día libre era el martes y entonces el lunes
tenía para mí el clima festivo de un viernes.
De aquellas jornadas
durante casi tres años recuerdo inicialmente que el domingo a la tarde no sentía
pesar, era casi siempre alivio y buen humor. La carga laboral disminuía radicalmente
a partir de las 3 de la tarde y lo que restaba del día era poco más que un
trámite. La mayoría de los paseantes retornaba a Bilbao luego del almuerzo, yo
mismo me acostumbré a denominarlos “domingueros”. La gente del pueblo y algún
rezagado se acercaban al bar para ver el partido del Athlétic y durante dos
horas todo pasaba por ver el partido junto a ellos, conversar y hasta tomarme
mi propio café con croissant a la espera de mi hora y media de descanso. Varias
noches he visto a River con los parroquianos de turno, y al despedirme de mi
jefe, cumplía con la máxima consigna del fin de semana: cruzar la acera y llamar
por teléfono a mis viejos.
Los lunes me levantaba con
normalidad, la misma que me suele acompañar en cualquier jornada. En el bar me
aguardaban los café con leche de costumbre y cuando me tocaba a mí desayunar,
me sentaba en la mesa del costado con mi café con leche en vaso y un bocadillo
de tortilla francesa con gambas exquisito, dispuesto a leerme todo el Marca y
era un planazo los días que caía el Madrid. La peor parte de ese día venía
luego de desayunar, casi siempre aprovechábamos para hacer limpieza, entonces
me encargaba de sacar el polvo a las luces en forma de candelabros y las
distintas repisas de botellas, limpiar y sacar con brillo los distintos vasos y
copas del establecimiento y una vez al mes, darle un repaso a las cámaras de
bebidas. Algo muy aburrido pero que no lograba enturbiar mi excelente ánimo.
Muchas veces recordé la mala sangre que he profesado los lunes en las agencias
de publicidad en Buenos Aires. El cambio de aires, el trabajar en fin de semana
para tener descanso martes y miércoles, y sobre todo la pérdida de presión que
conllevaba trabajar en un bar en vez de lidiar con clientes de renombre,
justificaban que por primera vez en años, disfrutara del día lunes como de otro
día de la semana, donde no estamos pendiente de cuál es.
Tuve una época en Buenos
Aires donde al terminar el almuerzo del domingo, me invadía una melancolía o
tristeza que se convertía en mufa y tenía la consistencia de una losa. Muchas
veces me salvaban los partidos de mi equipo, sobre todo los de visitante porque
al tener que desplazarme, y al hacerlo con amigos, mi juicio se entretenía o
distraía. Pero cuando me limité a los partidos de local, ya no pude disimular
el malestar que crecía en mi cabeza y bajaba raudo al cuerpo, invadiéndolo de
desgana. Ni que hablar si la campaña del equipo era anodina, se instalaba en el
cerebro una sensación de tiempo improductivo, que sabías que existía porque lo
estabas transitando, pero que parecía perdido, porque si bien no deseabas que
llegara el lunes, no hacías más que perder la posibilidad de disfrutar la tarde
libre.
Creí encontrarle la vuelta
a esa desgana cuando me concentré en escribir un par de novelas. Daba lo mismo
que fuera mañana de sábado o tarde de domingo. Se pasaban las horas tecleando
el esqueleto de una supuesta buena historia. Pero no siempre sale algo bueno
del movimiento del teclado. Hay días que mejor no escribir, y cuando me enfrentaba
a esa máxima un domingo a la tarde, regresaba la nube de tedio y desgana que no
lograba distraer con nada, ni siquiera con Futbol de primera.
Deustera significa lunes
en griego. Y la fobia hacia los lunes esta estudiada y reconocida por la
mayoría de la población mundial. Su nombre es deuterefobia, trata sobre el
repudio que la mayoría siente hacia el día lunes y dicen que se caracteriza por
síntomas como pesadillas, mal dormir, decaimiento, ansiedad y otras malas
yerbas. Reconozco el decaimiento en mi biorritmo, pero no duermo mal, sino que
puedo dar más vueltas en la cama para coger una posición óptima o conciliar el
sueño. Pero eso era en otra época de mi vida, repito. Ahora, en esta dura
experiencia de estar desocupado, la tristeza ha mutado al momento en que suena
el despertador, el lunes a las siete, para que mi esposa comience la semana
laboral. En ese preciso momento, siento una congoja en el alma que de momento
no tiene solución, y aunque le fui incorporando estrategias para plantar
batalla, el sentimiento es firme: no tengo ganas de quedarme solo y a tan
temprana hora sentirme perdido, desorientado, desaprovechado.
El lunes es el día que
cuelgo la primera entrada de este blog en la semana. Pero escribo el domingo,
en la tranquilidad de la mañana. Generalmente, escogida de antemano la
temática, es cuestión de unas horas para completar el escrito. Y suele
completarse en un clima de tranquilidad y satisfacción. Ya lo colgaré el lunes
por la tarde, y no lo reviso por temor a que se haya nublado mi buen juicio
dominguero. Generalmente, los temas del lunes suelen ser agradables, y la
mayoría de las veces reviste de temas bien personales. Hoy (por mañana,
recuerden que estoy tipiando en domingo) seguirá la temática personal pero
puede que no resulte agradable para varios, incluido el tipeador. De esta
manera, se que los lunes tengo otro objetivo añadido, que es publicar en el
blog.
En mi actividad voluntariada,
el lunes es uno de los días escogidos para presentarme y lo hago con ganas, a
pesar de que me aguardan un sinfín de personas con necesidades económicas
esenciales, desde primera hora en la recepción del departamento. Pero desde que
el tobillo me demanda obligado reposo, volví a experimentar la desgana del
inicio de semana. Recupero esa triste sensación al ver marchar a mi esposa y
desear, pero no lograr, que el tiempo se detenga, para poder quedarme con ella
y disfrutar de la previa de una comidita elaborada, una caminata o ver una
serie en el sillón de la habitación del ordenador. Todos esos anhelos se
amontonan en mis pensamientos antes de que mi mujer logre apagar el
despertador. Escucho con atención su accionar en la cocina (me gusta mucho
escucharle tomar mate), cuando enciende la estufa antes de entrar al baño, o sus
pasos por la habitación contigua para los últimos preparativos y cuando
confirmo que esta pronta a abandonar la casa por el ruido de llaves o el andar acelerado
del calzado de turno, o por guardar el secador de pelo con su típico ruido al
chocar con el estante, considero que me debo levantar y trato que no sea una
obra pesada.
Y será un problema de
varios, imagino, porque en infinidad de canciones, películas, programas
televisivos o novelas de ficción, hacen la permanente referencia de lo difícil
que resulta comenzar la semana. En internet encuentras material de sobra con
relación a esta problemática y en facebook tienes la posibilidad de pertenecer
a un grupo que odia los lunes. Y los que frecuentan twitter me confirman que en
la tarde de los domingos la especialidad de la casa suele ser el lamento
colectivo. Por otro lado, #antidomingo es el hashtag que últimamente permite
recorrer con anécdotas, imágenes, puntos de encuentro o menciones de buenos
planes para revertir esa triste tendencia de estar tristes los domingos por la
tarde. Y parece que a muchos le da resultado.
En el mercado laboral
abundan las estadísticas y una de las tantas se utiliza para confirmar que en
un día lunes, los trabajadores pasan más tiempo hablando con sus compañeros que
cualquier otro día, que el rendimiento disminuye a un límite entre 3 y 5 horas
de trabajo productivo y existe una probabilidad superior al 50% de llegar tarde
al trabajo. También aumenta la capacidad de equivocarte y lo que es peor, el
agobio ante un error es intolerable para nuestras ansiedades en día lunes. Para
otros, el primer día de la semana es motivo de oportunidad para revertir malos
momentos, plantear nuevas metas o fijarse objetivos, el más común: comenzar la
dieta o dejar el cigarrillo. Dependiendo el cristal con que se mire, se puede
hacer del lunes el gran día que nos canta Serrat. Es cuestión de que la mente
lo permita.
En mí día a día en el País
Vasco existen algunos atenuantes para que el comienzo de la semana sea grato.
El primero de los paliativos viene desde Argentina y es, aunque se burlen o
subestimen, el resultado de River. El otro actor dominante suele ser una
quimera en estas tierras, pero la sola presencia del sol en la mañana del lunes
puede convertir el día en agradable y lo confirmas al desayunar mirando al casco
antiguo, la ría o al monte de costado. No importa lo que te aguarde, lo he
comprobado en mi época de teleoperador donde doblaba los lunes y me aguardaban
casi 140 llamadas. Si el día era luminoso y además había ganado River, las
llamadas serían un mero trámite. Si fuese al revés, que pesar. Y seguro que
desde el primer encuentro con el usuario, todo serían marrones, mal rollo y
conflictos.
Mis primeros pasos en el
día están provistos de pura rutina. La única posibilidad de variar mis
costumbres, pasará por que tengamos o no naranjas. Si las hay, mis mañanas serán
calcadas: zumo de naranja, café con tres tostadas untadas de queso crema y
mermelada y escuchar la radio. Suele ser la hora de las tertulias y
allí descargo mi malestar inicial los lunes, al escuchar a los rancios
representantes de una fracción política, que al menos me sirve para intentar
adivinar como razonaba el hombre allí por el siglo XV. Pero ese modus operandi creo que me protege en parte, no contemplo la
posibilidad de modificarlo, comenzando
por el horario para levantarme. De mi viejo aprendí varias cosas, pero la que
más me impactó, fue que al momento de quedarse sin actividad laboral, el buen
hombre se levantaba a la misma hora que los últimos 40 años, y su proceder no
variaba de cuando tenía el tiempo justo para abordar el tren. Yo hago lo mismo,
trabaje o no, repito los pasos, y al menos logro estar de pie, la sensación de
no salir de la cama me entristece aun más.
Esta entrada tomó forma
iniciado este fin de semana, pero creo que se gestó el domingo anterior, en
casa de una familia hermosa que tengo la dicha de tratar. Terminado el
almuerzo, nos sentamos todos juntos en el ancho sofá y vimos una comedia
italiana. Al finalizar el film, se mezclaron sensaciones contrastadas. Por un
lado, la tranquilidad de pasar un día como en casa con tu familia, y por otro
lado, ese amago de tristeza porque se acababa el fin de semana y salvo yo,
todos tenían ese toquecito de nostalgia de querer postergar el lunes. Pero yo
sentía que al menos ellos tenían una actividad prevista. Yo debía aferrarme a
mi rutina para disimular la congoja que me invadía al no pertenecer al mercado
laboral. Y ese gesto de bienestar que me ofreció archivar esa desgana al
sentarnos a tomar mate, con torta, seguramente generó esta entrada, que para
variar, he modificado el texto por primera vez en siete meses, recién iniciado
el lunes, eso si luego de el zumo y las tostadas de rigor.
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