Las
películas de Woody Allen no las analizo ni las juzgo, sólo las veo. Así
siempre, luego de un excelente guión o un rotundo éxito de taquilla, llegarán
inexorablemente algunas películas de contenido menor, a veces muy menores. Pero
le guardo fidelidad como a un libro de Saramago, Baricco o García Márquez.
Luego de su periplo europeo, Allen retornó a Manhattan. No sé si con una buena
película, pero si con una excelente Cate Blanchett y con una radiografía exacta
de un tema que cada tanto nos escuece.
Jesús
María Silva, uno de los abogados de la Infanta Cristina de Borbón y Grecia nos
sorprendió con unas frases que se le quedaron atragantadas de antes, quizás del
siglo XV: “Cuando una persona está enamorada de otra, confía, ha confiado y
seguirá confiando contra viento y marea en esa persona” es el primer alegato,
no de un romántico sino de un letrado, y para mayor temor, de un letrado de la
Corona. “No se puede pretender que se diga: mujeres, cuando vuestros maridos os
den algo a firmar, primero llamad a un notario y tres abogados antes de firmar,
o viceversa, maridos, cuando vuestras mujeres os presenten algo, desconfiad y
esperad a firmar” prosigue el argumento. En realidad, y ésta es mi suposición,
esto que el abogado indica suele pasar exclusivamente en esos círculos de
extrema importancia, es decir que sólo allí es habitual que la mujer o el
hombre se sientan libres de consultar a su letrado o certificador antes de dar
un paso.
“Confianza
y matrimonio son absolutamente inescindibles” el final del discurso del abogado
penalista. Es de esperar que la defensa ante la imputación por los delitos de
fraude fiscal y blanqueo de capitales a la que la Infanta deberá prestar
declaración el próximo 8 de febrero, responda a otro tipo de estrategia. Las
cartas hasta ahora mostradas no emocionan salvo a los monárquicos: la
interpretación no tiene la calidad de los culebrones brasileños, venezolanos o
latinos, y el argumento inicial de tan pobre, deja tan mal parado el rol de la
mujer. En defensa del género femenino, la misma Corona fue la que organizó el
penoso pedido de disculpa del Rey ante su escapada a Botwana. “Lo siento mucho,
me he equivocado y no volverá a ocurrir” fue tan patético, tan poco natural y
tan poco creíble, que el argumento del
amor como causa de engaño, al menos mueve a princesa en apuros. Y Shrek ya
tiene princesa consolidada, habrá que buscar un nuevo héroe en el Palacio de la
Zarzuela.
“Blue
Jasmine” es el título de la nueva película de Woody Allen. Para dar forma a
esta historia, Allen regresa al territorio favorito de su imaginación: Nueva
York. Y regresa con una historia donde alterna casi sin darnos cuenta la
comedia y el drama, hay momentos donde no sabemos si reír o llorar. Y la
historia es sencilla: el derrumbe de una señora bien. Está claro que también se
derrumba su marido “bien”, y otras colaterales víctimas del manejo que se le
daba a las inversiones de otros, tiempos antes de explotar la crisis. Allen
recrimina la situación crítica económica y moral de la Gran Manzana. Los que observemos
el film, tristemente lo podremos relacionar con nuestros problemas de turno.
La
historia se centra en Jasmine, aunque en realidad su verdadero nombre fuera
Jeannette, cambio de nombre tan sombrío de ese tipo de gente que no deja
clavija suelta con su ayer. Con la finalidad de desterrar un pasado mísero y
adquirir un esplendoroso status, se casa con una especie de Madoff, adinerado y
atractivo hombre de negocios. La fluidez con que Allen nos narra la historia,
combinando el presente con el pasado de manera orgánica, nos permite observar
el deterioro económico, de standing y psíquico de Jasmine, y logra que en un punto
nos apiademos de la antes señora bien.
La
maestría de Allen es mostrarnos la cara desconocida y sofisticada de estas
actitudes miserables. Las esposas de los magnates o influyentes, acostumbradas
a una elevada posición social, suelen ser aduladas por todos y recibidas con
honores en todos los salones. Con la llegada de una crisis o estallido, no
logran comprender que han perdido sus privilegios y que ante la posibilidad de
perderlo todo, deben enfrentarse a un mundo al que no se han preparado: el de
ganarse a diario la vida. Y eso no es lo más grave, deben hacerlo mientras
observan como sus otrora aduladores les dan la espalda, las repudian. Nadie
quiere ver su posible caída en el desmoronamiento de otros. Quizás Allen
prefirió retornar a América con este contenido. No era de agradecer que luego
de la financiación de varias ciudades europeas a sus rodajes, les pagara con
esta temática, que podría desnudar a un sinfín de personajes del viejo
continente. Prefirió castigar a los neoyorkinos que suelen ser críticos con sus
últimas performances.
La
Infanta Cristina seguramente está alejada de la manera de ser de Jasmine. Lo que
los une son las consecuencias del accionar de sus maridos y la indiferencia o
ignorancia del origen del permanente bienestar que gozan. Y la Infanta no está
sola, en los últimos años hemos visto a infinidad de esposas acudiendo a los
tribunales. En todos los casos se mostraron como víctimas inocentes y
desconocedoras de las actividades de sus maridos. Suelen quedar en segundo
plano porque la sociedad se indigna con los esposos, son el centro de su ira
ante lo obsceno que se muestra el poder y sus influencias en cualquier latitud.
Pero deben comparecer, y lo triste para mí al menos, es que todas lo hacen con
peluquería recién visitada.
Las
manos de estas mujeres no quieren estar manchadas con los negocios de sus
maridos. Lavan sus conciencias con algunas ocupaciones benéficas o reuniones fastuosas
en casa donde se prestan a una causa desconocida, el dolor de muchos por la
supervivencia. Todo país las tiene, habitan las páginas de esas revistas que
muchos compran semanalmente para envidiar en silencio lo que critican en
público. Jasmine escogió ignorar los manejos económicos de su marido, aún
cuando arruine económicamente a su hermana adoptada. Pero no perdona cuando
tardíamente descubre el sinfín de infidelidades, es más fácil aceptar el
negocio turbio que encarar el descubrimiento del adulterio. Y cuando Jasmine lo
descubre, denuncia a su marido. Lo hunde y se hunde. “Confianza y matrimonio
son absolutamente inescindibles”, no se sostiene en este caso, amigo Silva.
El
rol de Blanchett es extraordinario. Luce alternadamente la soberbia con el
desconcierto y fragilidad. Es fascinante como patética; exquisita como egoísta;
idiota como pomposa; calculadora como frágil. Varios papeles en uno, como en todos
nosotros a lo largo de la vida. La última paradoja de la película es que
debería ganar sin discusión el Oscar a mejor interpretación femenina, con un
papel que deja mal parado el rol femenino. A lo largo del film, Blanchett nunca
abandonará la tendencia a seguir habitando un mundo ya inexistente. “La verdad
suele ser aterradora, particularmente cuando te has pasado la vida creyéndote
una ficción” define la actriz su personaje.
Una
semana atrás, finalizada la lectura de “El otro sexo” de Simone de Beauvoir,
intenté aplicar sobre su obra emblemática la reivindicación de un género postergado. Esta entrada no es un paso atrás ni un castigo a lo femenino, Woody
Allen escogió a la mujer de un poderoso para relatar la historia de una
miseria. Alec Baldwin podría haber sido el eje del film, pero Allen nos quiso
mostrar otro personaje existente: la frivolidad del que gasta sin conocer
límites ni preguntar lo que sospecha. “Es muy difícil para un ser humano
mirarse a uno mismo en un espejo y ver quién es realmente. Y es muy difícil
cambiar” explica Blanchett de su protagonista. Jasmine es un producto de la
fantasía y la evasión que todos practicamos. La diferencia es el argumento y
presupuesto que te entreguen para rodar tu propia vida.
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