Las
novelas de Bohumil Hrabal mantienen una característica esencial: la de celebrar
la vida. Para ello, siempre eligió caminar con los ojos bien abiertos.
Deambulando por la Praga de los años cincuenta o sesenta, toda la tristeza,
abandono y sumisión que observaba le permitieron adquirir una estética
literaria, basada en la magia de sus relatos en primera persona y el atractivo
que envuelven a sus personajes principales.
Las
enormes contradicciones del siglo XX encontraron en Hrabal la manera de
mostrarlas con una pluma hilarante que intentara disimular lo patético de la
existencia. Su línea argumental siempre estuvo protegida por historias cotidianas
e intimas, que le permitieron narrar con una sonrisa permanente en los labios
momentos plagados de desconcierto, tristeza y postergación. Y al finalizar cada
una de sus novelas cortas, instalar en sus lectores un poso de melancolía.
Hrabal
contaba historias cotidianas y su arte consistía en alternar lo ficticio con lo
real. Sus fuentes eran fácilmente reconocibles: Su talento y sensibilidad para
narrar, su memoria para rescatar permanentemente los recuerdos o rigor
histórico y su educación reforzada por una infinidad de lecturas. Como pocos,
él pudo manifestar las etapas estancas de la vida de una persona, rodeándolas de
actividad o vértigo de la historia de la humanidad que no se detiene y continúa
degradando el accionar humano. Convirtió las manías, fobias, excentricidades o
la misma locura que todos acuñamos en nuestros ADN en historias atractivas, es
decir que prefirió desnudar sus miserias antes que ocultarlas y no se degradó
su concepto de persona, es más, salió reforzado porque es bueno saber que una
persona de tan falible tenga la grandeza de mostrarlo para sentirse único, para
no ser otro más de los hipócritas de turno que solo cuentan historias de
supuesta grandeza.
De
Hrabal conocimos sus tripas a través de sus libros. Hablaba de sí mismo, de sus
personas conocidas, de historias que escuchaba en sus distintos trabajos en
fábricas, hoteles, estaciones de tren, o luego en su habitual parada en bares o
en el regreso a casa. “Trabajaba con tijeras en mano para armar textos con
recortes de la realidad”, quizás la mejor definición de su escritura provenga
de una notable frase suya dada en alguna entrevista. De esas tijeras y de
pacientes escuchas en barras de bar bebiendo cerveza, Hrabal regresaba a casa y
gestaba los embriones de sus historias. Los personajes principales de sus
historias no logran concretar sus deseos, ya sea por no tener fuerza o por el
caprichoso destino, y muchas veces por los dramáticos giros históricos que
irrumpen en tu vida sin que los hayas llamado. La ocupación nazi, la posterior liberación
rusa y la siguiente ocupación rusa están presentes en toda la temática de sus
obras. Es desgarrador comprobar cómo el accionar externo condiciona nuestras
vidas cuando nuestro destino personal encalla. Y es notable poder leerlo hasta
con una sonrisa cuando quizás nos esté relatando los no avatares de nuestra
propia existencia.
"No quiero tener ninguna placa conmemorativa, pero en caso de que la instalen en un edificio, que la coloquen a la altura donde orinan los perros"
"No quiero tener ninguna placa conmemorativa, pero en caso de que la instalen en un edificio, que la coloquen a la altura donde orinan los perros"
A
Hrabal lo conocí en una conversación casual minutos antes de un fin de año. El
sopor que separa la digestión de la última cena con la hora que resta para
celebrar el nuevo año, permitió una charla sobre autores, de las cuales se
fueron abriendo el resto de los comensales para dejarme a solas con el cuñado
de un amigo. Lo acababa de conocer y me estaba haciendo el primer regalo del
año, aun cuando restaran veinte minutos para su estreno. Y a Hrabal se accede
con el boca a boca, si pedimos recomendación sobre autores checos, la tribu
siempre nos conducirá hacia Jan Neruda, Rainer María Rilke, Jaroslav Hasek,
Frank Kafka, Milán Kundera, Jaroslav Seifert o Vladimir Holan. Pero por suerte,
tendremos a mano a intelectuales curiosos que nos hablaran de otro escritor
checo, que quizás tenga que ser el mejor de todos, pero esa naturalidad con que
vivió su vida, sin fotos con aura de erudito y si con vasos de cerveza en mano,
le hayan privado de posar en los grandes
altares de las casas de cultura.
Al
finalizar la lectura de La pequeña ciudad donde se detuvo el tiempo, me asaltó
de inmediato la nostalgia. No de aquella Praga del que todos nos solemos
enamorar. No, la nostalgia que me invadió fue mi propia nostalgia. La de mi
propia vida pasada, que a veces no encuentro más rastro que mi memoria, que por
suerte es poderosa y sensible. En la novela, Hrabal escoge a un niño de ocho
años como el relator de una vida que la Segunda Guerra Mundial todo lo cambia
en aquella Praga y desgraciadamente no será para mejor. Esta historia nos ancla
en un quiebro con el pasado, nos estaciona y nos lleva a vivir eternamente con
la nostalgia de lo que hemos perdido, así de un día para otro. Del humor
inicial, navegamos el resto de la historia en el mar de la tristeza de todo lo
que vamos perdiendo, de lo que dejamos atrás y ya no recuperamos. La diferencia
es que Hrabal decide recordarlo y su carta principal es la memoria y la entereza
de contar la historia sin épica, tal como él cree que suceda, aún cuando en el
acto de desnudarse, compruebe que sus partes pudientes no estén lo
suficientemente aseadas para la exposición que se avecina.
"Allí donde fallo yo como hombre, fallan también mis personajes literarios. Por otro lado, ellos sienten orgullo por las mismas cosas que yo, es decir, por los pormenores cotidianos de la vida"
"Allí donde fallo yo como hombre, fallan también mis personajes literarios. Por otro lado, ellos sienten orgullo por las mismas cosas que yo, es decir, por los pormenores cotidianos de la vida"
Un
par de años antes de conocer la lectura de Hrabal, conocí a la familia y camaradas
de una muy buena amiga checa. Un fin de semana en una casa de campo en Pretov,
a las afueras de Praga, nos acercó a un bar donde convivimos con gente que de
tan desconocida inicialmente pasó a ser entrañable al tiempo que se mostraban
tal como eran. Cantos, anécdotas o relatos de sus propias vidas con tanta
naturalidad fueron un preludio de la lectura de Hrabal. Con el tiempo recordé
que me lo mencionaron aquella noche de sábado, el problema fue que tanta
cerveza me privó la retención inicial al nombre. Afortunadamente el destino
insistió en reenviarme la invitación y hoy con seis novelas en mi haber, y sin
una sola gota de alcohol en mis venas, me propongo compartir su nombre; es de
esperar que la estela del autor continué aún en esta época tan volátil como
estéril que a veces vivimos.
Las
circunstancias de la muerte de Hrabal aún son confusas tras casi diecisiete
años. La posibilidad de que se suicidara puede ser la más sincera. El relato
del accidente al darle de comer a las palomas en el balcón de la clínica donde se atendía puede
tener también consistencia. Depende de las interpretaciones, esas que el
escritor nacido en Brno tan bien nos enumerara, todo pudo haber sucedido. Lo único
evidente fue la caída desde un quinto piso, el desenlace intimo de su muerte
habrá sido lo único que no se animó a contarnos, aunque quizás si, ya que su
nostalgia nos pudo haber dado numerosas pistas, que como siempre, bloqueamos
para proteger la realidad ficticia. Y como en sus historias, el desenlace era
cantado: de tanta ironía y enternecedora añoranza, nos acerca de inmediato y
sin escalas a ese punto final lírico y amargo que nunca pudo comprender la creación
humana.
Nota:
La pequeña ciudad donde se detuvo el tiempo es deliciosa. A mí me pegó un
cachete a mi frágil melancolía párrafos como este:
(
… ) el tiempo se había detenido definitivamente en el campanario de la iglesia
de nuestra pequeña ciudad, en todas partes el tiempo se había detenido o se
detenía, se había detenido el tiempo de las ferias y de las fiestas mayores y
de los mercados de ganado, además de las ferias de Navidad, se había detenido y
perdido el tiempo de los paseos del domingo por la mañana y de cada día al
atardecer, los partidos políticos habían dejado de organizar las excursiones al
bosque y las tómbolas, había huido el tiempo del carnaval y de los bailes de
gala y de los desfiles a caballo, se había disipado el tiempo de las
procesiones con máscaras alegóricas y las de Baco, los cinco teatros habían
cerrado, de dos cines únicamente quedaba uno. Se había perdido el tiempo de
toda clase de ejercicios, y el de la orquesta sinfónica, y el de la coral,
incluso dejaron de existir los pensionistas que llenaban los jardines públicos,
no quedaban que casinos con juegos de azar ni bares con barra americana, ni
esas salchichas y morcillas tan ricas, los carpinteros dejaron de cantar
mientras trabajaban, había desaparecido todo lo que podía recordar los tiempos
antiguos, como si todo lo anterior se hubiera atragantado, como si se hubiera
quedado sin conocimiento, como la Bella Durmiente que había comido una manzana
envenenada y el príncipe no venía y ya no podía venir, y es que la antigua
sociedad ya no tenía ni las fuerzas ni el coraje de resucitar, de manera que
dejaba vía libre a la época de grandes carteles de agitación, política, al
tiempo de grandes reuniones del partido, donde se levantaba el puño contra todo
lo antiguo; y los que vivían de los tiempos anteriores se quedaban en sus casas
con sus recuerdos, haciendo mutis…
Nota
II: No recomiendo lecturas, cada uno debe descubrir lo que necesita leer. Pero
estos seis títulos leídos de Hrabal avalan el porque hay que conocerlo...
Trenes
rigurosamente vigilados
Yo
que he servido al Rey de Inglaterra
Una
soledad demasiado ruidosa
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una casa donde ya no quiero vivir
Bodas
en casa
La
pequeña ciudad donde se detuvo el tiempo
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