En
la única mañana en que los niños se levantan solos, sin necesidad de repetirles
la consigna ni recurrir a las amenazas, yo me puedo sentar a escribir en la
habitual tranquilidad del hogar. Acabo de terminar el desayuno y de camino al
ordenador, observo en el pasillo que nuestros zapatos o deportivas descansan
donde siempre, en la alfombrita enfrentada a la puerta. Ese lugar parece
mágico, porque casi todas nuestras visitas se suelen descalzar al entrar en
casa y dejan sus zapatitos reposando junto a los nuestros. Pocas veces hemos
sugerido que se descalcen, quizás la autoridad que transmite nuestro calzado allí
mismo, frente a la puerta, intimide a nuestros conocidos.
Los
dos pares están como siempre, uno al lado del otro. No hay Reyes en esta casa,
somos dos adultos y no hemos profesado el culto a las Majestades de Oriente. La
endémica economía argentina obligó hace más de 3 décadas a confesarnos que los
Reyes son para los niños, y nos hemos hecho a la idea sin protestar. Quizás hemos
aceptado la transición luego de algunos años donde los juguetes fueran reemplazados
por calzoncillos y medias, nosotros mismos hemos dicho a nuestros padres vale
ya, somos casi adultos. Es que a casi nadie le gusta recibir ropa interior de
regalo.
Observamos
la realidad de los niños de nuestros amigos o de nuestros familiares luciendo
su inocencia previa y la euforia con el arribo de los regalos, pero nunca lo
hemos añorado, simplemente porque no se ha dado el proceso lógico. Al atarme a
la rutina de publicar en el blog los lunes y jueves, me di cuenta que la
primera entrada de esta semana tendría fecha de 6 de enero, y de inmediato me
invadió la nostalgia por una cita inconclusa en mi vida, y ahí mismo decidí
improvisar estas líneas que reemplazan a lo que ya tenía escrito.
En
Argentina se recibe a los Reyes Magos pero no es festivo como lo es en España, México,
Puerto Rico, Paraguay, Uruguay y Colombia. El fin del ciclo navideño no tiene
la importancia que gasta Papa Noel en la Noche Buena. Los niños adoran a los
camellos, escriben la carta pero la celebración no toma la magnitud que tiene
en las distintas ciudades españolas, que incluye la cabalgata del día previo y
la repartija de caramelos, y muy pocas veces la referencia del carbón a los
niños que se han mal portado durante el año.
La
más nítida referencia de Reyes en mi niñez tiene que ver con el final del
hechizo y la eterna torpeza de mi padre, quien una noche previa fue torpe con
los pies, manos y lengua. Cercano a descubrir por esos crueles amigos o
compañeros que los Reyes son quienes son, no tuve la necesidad del ridículo ante
ellos, mi padre como en otros momentos de mi vida, adelantó en mí el proceso
racional del adulto. Como nunca fui de avanzada, creo que cercano a los 8 años
me animé a pedir una bicicleta. Y por primera vez, los Reyes parecían estar en
condiciones de cumplir las consignas de mi carta. Mis padres me mandaron a
dormir antes de tiempo, y lo que lograron es que la excitación demorara la
somnolencia. A pocos minutos de alcanzar el sueño profundo, sentí ruido en la
puerta de casa. Murmullos de mi madre pidiendo silencio y la torpeza de mi
padre que se llevaba puesto todo lo que a su alrededor reposaba, me puso en
estado de guardia. Una sola frase me desveló: “Mañana mismo le decimos quienes
son los Reyes”, juramentó enojado mi padre al lastimarse las piernas luego del
choque número cien contra los muebles del comedor. Con lo fácil que hubiera
sido entrar la bici plegada en casa, pero mi viejo optó por presentarse con la
legnano ya armada y su torpeza adelantó una charla obligada, eso sí, luego de
despertarme y acudir raudo a confirmar que el instrumento que dañó las piernas
de mi viejo era el tan ansiado rodado.
No
tenía un Rey Mago favorito, idolatraba por igual a las tres majestades. Ahora
de adulto compruebo lo difícil que es para Gaspar asumir que es el monarca del
medio. No gobierna la ruta como presupone Melchor, ni encandila por lo distinto
que propone la naturaleza de Baltasar. Gaspar parece sufrir el crónico caso del
hijo del medio y para un hijo único no parece problema, hasta que lo ves de
adulto y el del Rey rubio o pelirrojo que ofrendó el incienso parece responder
a ese estereotipo. Basta con ver la fila de los niños a la hora de presentarles
la carta. Todos quieren ir con Baltasar y otros, evitando intermediarios, ya
van con el jefe Melchor. La fila del medio es escasa. Es que somos pelotas ya
desde pequeños.
Pero
la segunda referencia que guardo de esta festividad está vinculada con Gaspar.
Hace ya varios años presencié en parte el descubrimiento del milagro de la ilusión
de un niño. Andrea, el hijo de mi amiga María, no conocía la existencia de los
Reyes. En sus primeros años acompañó a sus padres en actividades humanitarias
en distintos países del mundo y solo participaba en la celebración de la Navidad.
Al instalarse definitivamente en Plentzia, se topó por primera vez con la
cabalgata de Reyes y acudió con su madre y con Fernanda, mi esposa. Andrea
tendría recién cumplido los siete años y al arribar la delegación desde Górliz
se presentó en la fila, con la virginal curiosidad de enfrentarse con tres
hombres y sus camellos (eran tiempos de estado de bienestar), revelarle sus
gustos al mismo tiempo que conocía sus historias. Hijo educado en la
diversidad, optó por la fila de la derecha, la que acercaba a Baltasar. Pero al
ver que la fila no avanzaba, aceptó dócil la sugerencia de Fernanda para
cambiar a la del medio. Y se produjo el milagro. Al sentarse en las piernas de
Gaspar, este se anticipó y le preguntó si se llamaba Andrea. El niño abrió aún
más los ojos y dijo que sí. ¿Tu padre es italiano, se llama Alberto y es
profesor?, otra vez el sorprendido “sí” de Andrea. ¿Tu madre es María y es
médica sin fronteras?, allí el niño no aguantó más y replicó: ¿Tu cómo sabes? Y
sin inmutarse Gaspar le tendió la respuesta lógica: “Los Reyes todo lo sabemos”.
Sin
darle tregua al niño, Gaspar le preguntó por la carta. ¿Qué carta? contestó. La
carta donde me pides los regalos, le dijo el Rey de ojos verdes. ¿Qué regalos?,
el niño no podía almacenar tanta información de golpe. Gaspar le explicó el
motivo de su visita, y Andrea ante la necesidad de aprovechar la oportunidad y
brindar una respuesta, solo dijo “no sé, tal vez una espada”. Luego de bajar de
las rodillas del Rey y despedirse con muchos caramelos en la mano, le contó
sorprendido a Fernanda que había que enviar una carta para poder recibir al día
siguiente regalos.
Allí
entró yo en la historia. Fernanda me fue a buscar al trabajo y en el coche me
contó la historia. Decidimos hacer una parada previa en el centro comercial
para completar la euforia de la jornada de Andrea. Llamamos a María por
teléfono y le consultamos sobre algún deseo confeso del niño. Nos dijo que hacía
tiempo que pedía una Nintendo DS. Nos acercamos a la parte de informática y nos
hicimos con el modelo en negro, tal el pedido de la madre. Y de nuestra parte
le agregamos una linda funda para guardarla. Como estábamos invitados a cenar
en lo de María, llegamos a la hora prevista. Mientras aguardábamos la cena,
Andrea me contó aun azorado, la experiencia vivida por la tarde. Repitió
calcadas las palabras de Fernanda y en un momento de intimidad, me confesó su preocupación
por no haber escrito la carta. Y me contó su plan B para poder acceder a algún
obsequio deseado. Me dijo que a la hora de acostarse prolongaría la llegada del
sueño para pedir mentalmente y con mucha fuerza que los Reyes Magos acudan con
su regalo, y que confiaba que tamaña jugada tuviera premio. Le pregunté qué es
lo que pediría con tanta fuerza y esmero y me contestó con su habitual síntesis
de adulto: “La Nintendo DS”. Ahora el que no podría dormir sería yo, al saber
que en mi morral aun reposaba el objeto del más tierno deseo de mi “amigo”.
La
cena se consumió entre los relatos y preparativos del niño. Improvisó una
vianda para los Reyes, sabedor que tan largo camino despertaría el apetito y la
sed de los monarcas y sus camellos. En tres platos con su correspondiente
tarjeta con cada nombre, se encargó de la ingesta de los Reyes: tres galletas
maría para Melchor y Baltasar, y cuatro para Gaspar. En tres vasos ofreció una
generosa dosis de grappa (era la única bebida decente que tenia disponible),
aunque Gaspar volvió a gozar del privilegio de la mejor pócima. A los camellos le dejó agua y algo de pasto y
luego de varias idas y venidas, optó por un calzado que no tuviera olor a pie,
tal lo testeado por el niño. Lo acompañé a la cama y presencié parte del ritual
de la concentración hasta que se quedó dormido.
A
la mañana siguiente, casi pasadas las nueve de la mañana, sonó el teléfono de
casa y era Andrea. Obviando el saludo inicial, me confesó que su plan había funcionado
casi a la perfección, ya que había recibido la Nintendo DS, aunque hubiera
preferido el modelo de color azul. Me cortó sin contemplar que yo aún le estaba
hablando y no me enojó en absoluto. Había sido la primera vez de adulto que había
presenciado el milagro de la fantasía y la ilusión de un pequeño. Al año siguiente,
Andrea ya conocía la versión de sus compañeros y no se repitió el hechizo. Pero
al menos lo había disfrutado una noche.
Con
el tiempo, Andrea se acercó a mi trabajo en el parking el último día del
contrato laboral. Me tocaba relevar a Carlos, uno de mis dos compañeros, y al
llegar a la garita, Andrea lo saludó diciendo “Hola Gaspar” y Carlos le
devolvió la sonrisa. Yo, sin comprender, le corregí: “Se llama Carlos”. Y
Andrea me dijo, otra vez con su seriedad de adulto, “Él es Gaspar” y ahí me di
cuenta que mi compañero de trabajo era el famoso Rey del medio, aquel que le había
encendido la ilusión a mi amigo. El Rey me miró con satisfacción y allí pude
entender lo de los ojos verdes, el rasgo distintivo que le quedó marcado al
niño y al comentario de mi esposa. Estuve cuatro meses con él y sólo atine a desear
que no finalizara el contrato laboral, cosa que en este caso, Carlos no pudo
evitar ni siquiera para su persona.
En
un rato se levantará mi esposa, los zapatos seguirán en la alfombrita, no habrá
rastro de pasto ni bebida esparcida en el suelo. Seguramente llamaré para
preguntarle a Luka y Lucía que regalos recibieron. Y en algún momento me
cruzaré en el pueblo con Carlos, que sin faltar a la tradición, habrá recorrido
ayer el tramo Górliz – Plentzia con la certeza que representa a una minoría,
pero selecta…
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