La
historia de la moneda atraviesa momentos cíclicos bien diferenciados. Cansados
de escuchar noticias sobre la constante fuga de capitales, en un momento dado (generalmente
luego de explotada una gran crisis) se supera la cantidad de dinero salido por el
de moneda que ingresa. La divisa que se incorpora puede ser motivo de
operaciones financieras de los distintos sectores residentes de un país; en el
caso de España por su actividad industrial, exportaciones y por uno de sus
grandes motores económicos que no genera el hombre: el sol, y el turismo que
conlleva. No es un post económico, entonces vamos a tratar un fenómeno vigente
en España que me recuerda a mis primeros años aquí, que era la preocupación de
enviar constantemente dinero a mi país.
Y
el dinero no era para inversiones o ahorro. Era simplemente para que pudieran
vivir. El objetivo inicial de mi viaje a la tierra donde nació mi padre era
estabilizar la economía familiar, destrozada a pocos años de la jubilación del
patriarca y sin vías de solución en el país del “que se vayan todos”. El contraste con la madre patria fue brutal.
Atravesando el mejor momento del confort que hipnotiza y a la larga te duerme
quizás para no dejar despertarte, España nos mostraba que la preocupación se
combate con la frivolidad del suponer que todo estará cubierto, que el estado
de bienestar es un estatus que todos deberían gozar. Así, mientras muchos
destinábamos como base un 25% de nuestros ingresos para enviar dinero a
nuestros países, aquí se destinaba como mínimo ese porcentaje para salir a
tomar potes o para las comilonas en los txocos. No hay malicia en el recuerdo,
solo viene bien recordar nuestra eterna ingenuidad.
Al
principio no necesitas enviar. Si tuviste suerte, dejaste allí un capital
seguramente vinculado a la indemnización del trabajo que se perdía
sistemáticamente con la crisis, para que se pudieran administrar algunos meses
tus seres queridos, siempre procurando que la inflación y devaluación no se lo
comiera antes de esos famosos 6 meses generalmente previstos. Mientras tanto,
vas separando parte de tu sueldo para reponer las arcas familiares ni bien se
tenga una oportunidad y aprendes de memoria la nueva fórmula, un euro es igual
a cinco pesos, solo resta como enviarlo. En los primeros meses fuera de tu casa,
son demasiadas las cosas que debes aprender, los cambios de estilo y los
cambios en tu propia vida son tan fuertes, que se te amontonan conocimientos
nuevos. Siempre hablamos en el caso del que emigra por situaciones económicas, muchos
otros lo hicieron por diversos motivos, y no tuvieron que afrontar la necesidad
de sostener a sus familias a la distancia.
En
los primeros tiempos nadie quería acercarse a un banco. Todavía atragantados
con las medidas que nos desayunaran la banca y el eterno ministro de Economía
de nuestra Argentina y reconocidos en el mundo por Maradona, Gardel o “el corralito”, creíamos que el sistema había
fenecido y mientras se generara el nuevo, la entidad bancaria daría sus últimos
coletazos hasta alcanzar el rigor mortis. Pero en Europa la banca estaba vivita
y coleando. Ingresabas a cualquier entidad y topabas con el distinto palpitar,
en este caso más equilibrado que el de nuestro continente. Y los cambios eran
diversos, te hipnotizaba poder entrar a una sucursal y ver gente sentada en
sillones de espera hablando naturalmente por telefonía móvil, sin la presunción
de que estaban a punto de gestar un golpe del tipo Bonnie & Clyde. Y casi
no había fila, a lo sumo un par de personas aguardando. Y no veías a tu
alrededor a pensionistas consumar horas de espera para cobrar su jubilación. Y
la primera opción de ahorro que te ofrecían luego de abierta la caja de ahorro
era sin preámbulos, ingresar en las bondades de la hipoteca y la casa propia,
caballito de batalla del estado de bienestar. Y si la duda del ilusionismo te asaltaba,
salías nuevamente a la calle y comprobabas dos fenómenos increíbles: no había
moto-chorros en las afueras prestos a atracarte y en la misma calle, la gente
retiraba dinero de los cajeros allí instalados sin necesidad de ocultar al
menos la clave personal ante mi cercano paso.
Y
el banco no contemplaba el envío de dinero a otros países en aquel 2002 que no
pasara por su típica figura de transferencia internacional. El correo era la
única forma oficial de transferir, pero cobraban comisión a unos y a otros. La
crisis era una figura lejana que se acercaba a estas tierras por la incesante
llegada de habitantes de otras culturas que se instalaban con un único mensaje
negativo, el colapso evidente de “su” capitalismo. Entonces comenzabas a
desenvolverte en el submundo, que no es otro que el universo del común de la
gente. La confianza en tus nuevas amistades hicieron posible los primeros
dineros enviados. Siempre recordaré a una azafata de Iberia que frecuentaba el
bar donde yo comencé mi derrotero laboral, a ofrecerse a llevar algún sobre a
Buenos Aires cuando le tocaba el trayecto. También me viene a la memoria otra
buena gente que ante su inminente viaje a la Argentina, estaba dispuesta a
acercarse a la casa familiar a entregar ese sobre que representaba el esfuerzo
de sacar la cabeza y la satisfacción de ayudar a tu gente. Esos primeros sobres
no ingresaban en las estadísticas, alguno lo denominaría el mercado negro o
economía sumergida.
Fue
cuestión de tiempo el comprobar cómo el sistema bancario se “preocupaba” por la
situación en los países necesitados. Comenzaron a llegar a casa junto a los
extractos bancarios, dípticos con las banderitas de los distintos países y la
opción de enviar dinero, con la denominación estrella de ayuda humanitaria. La
banca tenía abierta su línea para atraer un gran flujo de dinero, es decir que
habría estadísticas fiables sobre el movimiento de moneda. También irrumpieron
los locutorios con remesa de dinero, compitiendo con la banca sobre la
eficacia, generalmente dispondrían del monto en el mismo día, siempre teniendo
en cuenta la diferencia horaria. Y la mayoría optó por los locutorios, parecía
más seguro en montos considerados pequeños, es decir que no superaran los 500
euros.
Y
así hasta nuestros días, con pequeños matices. En mi caso personal, el problema
familiar se solucionó hace varios años, pero es el día de hoy que seguimos
llevando y trayendo sobres, cartitas o dinero de otros a lo largo de nuestras visitas. El dinero enviado
por los inmigrantes a sus países de origen fue menguando, la pérdida del
trabajo no permite ayudar al otro, a duras penas se puede uno defender de este
momento difícil. Pero a partir de 2012 se dio el fenómeno inverso: el caso de
muchos inmigrantes, que ahora reciben remesas de familiares que volvieron a su
país luego de recibir la nacionalidad española. Y el ingreso de divisas de los
españoles, que han debido emigrar en busca de mejores condiciones de vida, o
simplemente algo de trabajo.
El
español recordó que era un país de emigrantes. Colombia, Venezuela, México,
Estados Unidos, Argentina o Cuba en el caso de América. Y Alemania, Francia,
Suiza y Bélgica a la hora de trasladarse por tierras europeas. Y los nietos
tuvieron que actualizar maletas, dejaron de lado las de cuero o cartón del
viaje del abuelo por las fácilmente transportables con cuatro ruedas giratorias
y despachadas en cabina para no pagar equipaje. Y se tuvo que ir el joven
altamente capacitado pero sin experiencia, el profesional y también el
jornalero u operario. Y las remesas son el nuevo carburante, esta vez para la
economía de las familias residentes en España.
La
emigración ha crecido al mismo tiempo que el paro, que en este país ya afecta a
una cuarta parte de la población activa. La población española encogió en más
de 300.000 personas en los últimos cuatro años. El dolor se ha asentado en los
distintos aeropuertos, las familias se parten y la tarjeta de larga distancia o
el skype son las alternativas para un contacto fluido. El dolor nos aúna, las
recetas fallan constantemente y los castillos se derrumban.
En
aquellos primeros años fuera de casa, a los argentinos nos unía el acento a la
hora de reunirnos. El acento y la necesidad de ahorro nos alejaban de los bares
y nos permitían ingresar en las
distintas casas a compartir comidas y adaptaciones. La emoción de recibir en
los televisores hispanos a Juan José Campanella con su “Vientos de agua” nos
obligaba a hacer catarsis y sentir la identificación del argumento. Los Alterio
reflejaban una historia donde se completaba el círculo migratorio. Pero
Telecinco decidió rotar el programa llevándolo a horarios insólitos, hasta
hacerlo desaparecer de la grilla. Finalmente, accedí a su desenlace en la
propia Argentina. En la España de aquella época, no interesaba ni agradaba esa
temática de dolor, de sufrimiento, parecías un incomprendido. La España actual
en breve mostrará esos contenidos que para muchos habitantes nacidos en el
extranjero suena ya remanido y lo que finalmente nos aunará son los recuerdos y
las nostalgias por países que por una cosa u otra, siempre te obligan a salir.
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