"Yo no soy pesimista.
Es el mundo el que es pésimo."
José Saramago falleció el 18 de julio de
2010. Al día de hoy sigue siendo una pésima noticia. Y si revisamos sus libros,
nos damos cuenta que el mundo continúa su maestría para homologar su carácter
de malísimo. Y todo esto dicho con optimismo, quizás no tan bien reflejado como
lo hacia el mago de Azinhaga.
Las veces que me toca
visitar un centro comercial, me recuerda La Caverna (publicada en el año 2000).
Y me vuelve, aunque reconozco en pequeña dosis, el dolor que sentí en ese
momento mientras me devoraba el libro, de comprobar el irreversible fin del ciclo
laboral de mi padre; aunque él no era un artesano u orfebre del barro, y no
cayó a manos de un centro comercial, ese mundo que en mi país de origen creyó
tocar fondo en 2001 (y parece una década después que fue apenas un lanzamiento),
se hizo despiadado como lo sintetizó tan bien Saramago y no le dio opción a mi
padre de verificar que la planificación de su vejez no tenía nada que ver con
la realidad que le esperaba. Y de paso, el centro comercial se convirtió,
además de la capital del consumismo basura, en el centro cívico de ese ser humano
que prefiere ser consumidor antes que ciudadano.
Cuatro años antes del
viaje hacia nuestra caverna, Saramago nos regaló quizás uno de las mejores
historias que al día de hoy podemos clasificar como ensayo filosófico, novela,
ciencia ficción, crítica o realismo sin magia; en todo caso, una narración
magnifica, que durante gran parte de su lectura te deja sin aliento, donde la
historia elimina la visión de las personas pero quien nos la relata tiene la
verdadera lucidez del que sabe observar. Seguramente no desvelo nada si les
digo el título. Ensayo sobre la ceguera, diecisiete años después parece
mantener el diagnóstico. Y la gente choca entre sí sin la necesidad aún de la
plaga blanca de aquella crónica.
Al expandirse la epidemia
de la ceguera, la historia nos mostró de forma descarnada que una sociedad sin
respeto por la ley se convierte en caótica. Casi todos ciegos deambulan sin una
cabeza clara que los organice. El caos los hace incontrolables, la falta de
orden y no respetar al prójimo, obliga a esa masa de invidentes a formar parte
de un estado primitivo. A su vez, las nuevas castas que se forman alrededor de
esta plaga, muestran que el poder u oportunismo vuelven a equivocar la táctica.
Alrededor del nuevo hábitat se instalan los perversos que dominan las raciones
de alimentos y acampan anchos amparados en sus abusos. Si este párrafo que
estoy haciendo bastante denso creen que solo se refiere a la novela, mal
estamos. Cierren el libro si lo están releyendo, marquen la X para cerrar esta
página de mi blog, y vayan a dar una vuelta para tomar aire. Cuando regresen,
quizás estén más angustiados. Creo que el desarrollo de la novela se está dando
tal cual en nuestras sociedades de anteojos de sol o de promociones de dos por
uno en gafas graduadas, impulsadas por las mejores cavernas.
-¿Cuál es el poder de la
literatura?, le consultaron alguna vez a Saramago. –Ninguno -, contestó. –No
tiene. La verdad que no tiene. Algún libro puede tener influencia en un lector,
puede incluso tener alguna influencia en varios lectores y hasta en una
generación. Pero cambiar al mundo… y mucho menos, el poder de cambiar la
sociedad. Seguiremos escribiendo poesía, epigramas, novelas para algunos
lectores, que tampoco son muchos. Aunque sean muchos, siempre son pocos - .
Ensayo sobre la ceguera,
es como refleja Pilar del Río (Presidenta de la Fundación Saramago, viuda y
traductora al castellano del Nobel): -“un ensayo sobre la humanidad”; si se
lee, uno verá a Saramago adivinando misteriosamente el desconcierto real del
mundo en que vivimos-. Según su biógrafo y amigo, el poeta Fernando Gómez
Aguilera, la novela Ensayo sobre la ceguera habría que leerla después de ver
los telediarios de la televisión; nos daremos cuenta que lo que estamos leyendo
no es surreal, la surrealidad es lo que estamos viviendo.
En la novela, Saramago
traza una metáfora a partir de una epidemia de ceguera blanca. Inmersos en esta
situación límite, va a aflorar lo mejor y lo peor del ser humano. Pero solo la
solidaridad y la generosidad podrán sacar adelante la situación. Y lo
maravilloso es como nos lo cuenta. Retomo a Pilar del Río: “José escribía en un
espacio silencioso en el que de vez en cuando sobresalía la música clásica,
especialmente la ópera, que dominaba el ambiente. El decía que escribir era
como componer música, pausa corta, pausa larga, contrapunto… Y luego el lector
lee como si fuera una partitura, le pone voz y entona. Y siempre aconsejaba al
que tenía dificultad en seguir ese ritmo, que leyera en voz alta”.
Uno de los rasgos distintivos
de la novela es la falta de nombres en los protagonistas. Pero esa
despersonalización no nos confunde, a medida que conocemos los personajes
principales, reconocemos su voz en cada pensamiento, y recordamos su rol dentro
de la historia. “El primer ciego”, “la mujer con gafas oscuras”, “la mujer del
médico”, “el viejo de la venda negra” o “el médico oculista” no tienen nombre
de pila, no hace falta. Hasta carece de denominación “el perro de las
lágrimas”. Quizás no utilizó nombres para que cada uno de nosotros podamos ser
parte de la obra, para que en las características de los personajes encontremos
nuestro rol, corroboremos nuestra actitud ante la crisis y llegados a actuar,
podemos tener el libro como manual de instrucciones.
Tampoco nos desvela el
nombre de la ciudad donde se genera la plaga. Tampoco nos ofrece datos sobre el
país o el continente. Ensayo sobre la ceguera carece de lugares o personas
reconocibles, quizás porque trata de un escenario universal donde a cualquiera
nos puede suceder esa desgracia, la de desandar sin ver, de mirar sin observar,
de transitar sin dejar mas huella que el desconcierto.
Pero en la trama hay una
persona que ve. “La mujer del médico” nunca pierde el don de la visión y opta
por callarse, para poder continuar al lado de su marido mientras aguarda que
todos recuperen la vista. Si hay alguien que no se contagia es buena señal. Si
alguien logra ver la realidad y asume ser la guía del resto, nos deja las bases
de una solidaridad todavía existente. Pero el poder ver y observar no le priva
de ser testigo y victima de las aberraciones y podredumbre que la ceguera
genera a su paso. Sufre en silencio, aferrada al brazo de su marido y asume su
rol del compromiso. En los momentos de debilidad, que abundan, se reconocerá a
la altura de cualquier ciego, ya que el don de la observación no le permite ni
remediar ni modificar el nuevo orden establecido o el viejo orden perdido. “Si
no somos capaces de vivir enteramente como personas, hagamos lo posible para no
vivir enteramente como animales” asume en el relato. “… lo fundamental es que
no perdamos el respeto a nosotros mismos”, otra buena frase.
“La mujer del médico”
asume con paciencia el destino, se ofrece a limpiar, se obliga a callar ante
las arbitrariedades que “observa” de los que se adueñaron de los alimentos
durante la cuarentena, da voces de aliento aun cuando lo que ve es peor de lo
que los ciegos ignoran que pasa y llegado el hastío ante el fracaso colectivo,
estimula la solidaridad de ese pequeño grupo que quiere permanecer unido. Ayuda
a conseguir alimentos y presentado el límite de tolerancia, opta por dirigirlos
a la ciudad y organizarlos. Ella es el faro de una humanidad que debe recuperar
la visión. Poco a poco los ciegos recuperarán la vista.
En algún reportaje le
preguntaron a Saramago si predominaba la esperanza o la desesperanza como
conclusión de la novela. “Ni la una ni la otra, porque los personajes de esta
novela se han dado cuenta de la situación y eso es lo que intento decir allí.
Nuestra razón está ciega en el sentido de que no usamos la razón en una forma
racional. Es decir, no usamos la razón para defender la vida, casi siempre la
usamos para destruirla. La experiencia que viven ellos llega a esto: han vivido
el extremo límite de la ausencia de la razón, todo ese horror y retoman la
mirada, la posibilidad de ver. Lo que se trata de saber si han aprendido con lo
que han vivido y van a cambiar. Por eso el libro no termina ni con esperanza ni
con desesperanza. La única inquietud es saber si han aprendido la lección o van
a vivir como antes”.
Suponiendo que casi todos hemos leído el libro,dejo advertencia del tipo de las cajetillas de los cigarrillos: "Ensayo sobre la ceguera es un libro para leer antes de quedar definitivamente ciegos".
Suponiendo que casi todos hemos leído el libro,dejo advertencia del tipo de las cajetillas de los cigarrillos: "Ensayo sobre la ceguera es un libro para leer antes de quedar definitivamente ciegos".
Nuestra ceguera:
Me fui de un país que nunca planifica nada, donde el presente parece efímero y el futuro una resignación. Llegué a un país que presumía de planificarlo todo, repleto de estadísticas, de grúas de construcción por todos lados y con ciudadanos habituados al confort y olvidados de una historia de sufrimiento no tan lejano. Me fui de Buenos Aires con una crisis que crecía y a pesar de verla venir, nadie la detuvo. El mejor alumno del Fondo, el que mejor hacia los deberes, se convirtió en plaga y nos esquilmaron los de dentro y los de fuera. Una década después, vivo otra crisis en otro país, donde los que supuestamente ven, nos recortan derechos mientras nos reprenden por haber vivido por encima de nuestras posibilidades y pasean nacionalismos recalcitrantes, como aquellos que administraban con chantajes los alimentos en la cuarentena de la novela. Quedaron vacíos de estadísticas, pasaron de enormes partidas para gastos sociales, políticas de desarrollo de recursos humanos, infraestructuras que siquiera se han inaugurado y hoy todo se ha esfumado, dejó paso a los ERES, prejubilaciones, reducciones de salario, quita de pagas extras, reducción de plantillas, desempleo de dos dígitos y en breve deflación. Cada tanto ven brotes verdes de izquierda o señales de recupero de derecha, pero se asemejan a espejismos. La crisis en mi país, mientras tanto, continúa en una disputa entre ciegos que solo tienen vista panorámica para ver como humillan al otro. Ya el fútbol no es el reflejo de la sociedad, la sobremesa familiar con la bronca latente entre hermanos o amigos, es el nuevo síntoma de la división. El fútbol confirma lo mal que nos tratamos en la semana, es inevitable que el fin de semana llevemos trabajo a los estadios. Ayer vi a Maxi Rodríguez tirar un córner mientras que dos gendarmes le escudaban para que no le tiraran nada o le escupieran. El jugador tomaba carrera y los gendarmes lo acompañan en el movimiento con los brazos levantados en plan gladiator. Y parecía una medida de prevención, nadie notó nada raro en esos desplazamientos. ¿Se puede estar más ciego?
Me fui de un país que nunca planifica nada, donde el presente parece efímero y el futuro una resignación. Llegué a un país que presumía de planificarlo todo, repleto de estadísticas, de grúas de construcción por todos lados y con ciudadanos habituados al confort y olvidados de una historia de sufrimiento no tan lejano. Me fui de Buenos Aires con una crisis que crecía y a pesar de verla venir, nadie la detuvo. El mejor alumno del Fondo, el que mejor hacia los deberes, se convirtió en plaga y nos esquilmaron los de dentro y los de fuera. Una década después, vivo otra crisis en otro país, donde los que supuestamente ven, nos recortan derechos mientras nos reprenden por haber vivido por encima de nuestras posibilidades y pasean nacionalismos recalcitrantes, como aquellos que administraban con chantajes los alimentos en la cuarentena de la novela. Quedaron vacíos de estadísticas, pasaron de enormes partidas para gastos sociales, políticas de desarrollo de recursos humanos, infraestructuras que siquiera se han inaugurado y hoy todo se ha esfumado, dejó paso a los ERES, prejubilaciones, reducciones de salario, quita de pagas extras, reducción de plantillas, desempleo de dos dígitos y en breve deflación. Cada tanto ven brotes verdes de izquierda o señales de recupero de derecha, pero se asemejan a espejismos. La crisis en mi país, mientras tanto, continúa en una disputa entre ciegos que solo tienen vista panorámica para ver como humillan al otro. Ya el fútbol no es el reflejo de la sociedad, la sobremesa familiar con la bronca latente entre hermanos o amigos, es el nuevo síntoma de la división. El fútbol confirma lo mal que nos tratamos en la semana, es inevitable que el fin de semana llevemos trabajo a los estadios. Ayer vi a Maxi Rodríguez tirar un córner mientras que dos gendarmes le escudaban para que no le tiraran nada o le escupieran. El jugador tomaba carrera y los gendarmes lo acompañan en el movimiento con los brazos levantados en plan gladiator. Y parecía una medida de prevención, nadie notó nada raro en esos desplazamientos. ¿Se puede estar más ciego?
Mi viejo lleva años
jubilado y ahora más tranquilo desde el teléfono me dice que observa
consternado y apabullado lo bochornosa actitud de la sociedad. En la larga fila
de Ezeiza que encaré hace doce años y ante mi inquietante pregunta de cuándo
iba a poder regresar al país, mi viejo con esa claridad saramagiana me dijo que
esta no era una crisis económica, que era moral, que de las crisis morales se
sale mucho tiempo después, que los cimientos estaban podridos, que pensara como
mínimo en veinte años. Al principio me temblaron más las piernas, estaba a
veinte minutos de abordar y mi viejo se empeñaba en hacer más incierto mis
próximos días. Pero entendí que era mejor tener un pésimo diagnóstico porque de
esta manera se pueden encarar los próximos
pasos sin engañarte. Pasó la mitad del tiempo pronosticado y yo ahora me parezco
a “la mujer del médico”, creo que no perdí la visión pero me siento paralizado ante
esta crisis, dando cada tanto pequeños pasos que me acerquen al mercado laboral
o la satisfacción personal. Pasé la supuesta mitad del tiempo de un país y por
ahí estoy transitando el comienzo de otra crisis moral en el otro. Y el pésimo
corolario de esta historia es que no lo tengo a José Saramago para continuar
abusando de su clarividencia con una novela cada año. Y mi viejo, no suele
contar buenas historias…
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