La madre patria adelantó
los relojes sesenta minutos en 1942 y nunca más se recuperaron. En plena
Segunda Guerra Mundial tanto España, Francia, Portugal y Reino Unido optaron
por modificar su huso horario para adaptarse a los horarios de la Europa Central.
Francia fue obligada por la dominación alemana. El Reino Unido optó por
cambiarla para evitar confusiones horarias con los aliados. Supuestamente
Portugal y España lo hicieron también por cuestiones bélicas. Pero al terminar
la contienda, Reino Unido y Portugal volvieron a su huso habitual. Francia ni
España retornaron: los franceses tenían parte de su territorio situado en el
huso central, de ahí que optaron por unificar, y los españoles a través de una
decisión de Franco decidieron no volver al huso occidental, donde si se sitúan
las islas Canarias. De ahí algo tan habitual para los que escuchamos la radio
en esta parte de la península: “Las ocho, las siete en Canarias”. Hoy está en
discusión, se busca retomar la hora perdida y volver a antes de la guerra. Y
para nosotros, los inmigrantes quizás es una manera de “estar una hora más
cerca de nuestros familiares”.
A su vez, los países de
Europa cambian al año dos veces su horario, con el objetivo de ahorrar energía.
Este cambio se remonta a la Primera Guerra Mundial, aunque España lo adapta o
adopta desde 1974. Generalmente el último domingo de marzo se adelantan los
relojes una hora y el último domingo de octubre, se recupera. El cambio se toma
a partir de las 2 de la mañana en los inicios de la primavera, pasando a ser
las 3 horas. En el ajuste que se nos avecina en unas semanas, el proceso se
cuenta a partir de las 3 horas de la madrugada, devolviéndonos a las 2 horas y
obsequiándonos una hora más de sueño.
También hay polémica sobre
la efectividad de esta medida. Y también, como en casi todos los órdenes de la
estructura europea, hay estadísticas que advierten de los cambios a los que el
cuerpo y alma se exponen a la hora ganada o perdida en cada cambio. A mí no
parece afectarme en demasía. Es que hay muchas cosas que me afectan, como para
que una hora más o menos me haga mella en mi estima o economía. Pero sigue
resultando curioso ver en los telediarios las explicaciones de los principios
de sopor o las alteraciones del sueño o del humor ante el cambio de luz solar, con
esa hora de diferencia que anuncian los médicos o psicólogos como notas
obligadas cada semestre.
Sí se modifica y es
importante el saber si me separan cuatro o cinco horas con la Argentina. Mis
padres, con los que mantengo semanalmente mi contacto telefónico saben del
cambio de horario. A mis amigos o familiares tengo que recordarles cada tanto
que se ha cambiado la hora. Porque muchas veces los desencuentros que ya son
bastantes por esa diferencia horaria se amplían, porque una hora más o menos a
veces resulta muy cuesta abajo para mantener la rutina emocional de seguir
contactado con aquella parte de nuestra vida. Estoy habituado a escuchar en mis
conversaciones telefónicas o en las de mi esposa la siguiente pregunta: “¿Pero
qué hora es ahora allá?”.
Los primeros meses de mi
estancia en la península fueron complicados, entre otras cosas, a causa de la
diferencia horaria. Tu mente se dividía, estabas conociendo un nuevo terreno y
buscabas incorporarte a la sociedad, pero por otro lado, todo el tiempo tenías
claro que hora era en Buenos Aires, y que estarían haciendo tus seres queridos.
Tantas veces pensaba a primera hora de la mañana mía que mi vieja en su casa
recién habría logrado dormirse, porque ella además de tener un horario de tiempo
de sueño de por sí limitado, desde mi ausencia parecía profundizarse. Y cuántos
días yo en mi necesidad de comunicarme con ellos debía esperar a por lo menos
el mediodía nuestro para poder sentirme cerca de ellos. Eso sí, cuando nuestros
relojes marcaban las doce del mediodía, las once en canarias, yo sabía que eran
las siete en Buenos Aires. Y con la ayuda de la tarjeta de larga distancia, la
gran compañera cuando skype no contaba, marcaba los únicos dígitos telefónicos
que sé de memoria, para hablar con mi vieja y luego si se levantaba a tiempo,
con mi viejo.
Y una de las
preocupaciones más crueles que tenía en aquel momento y que hoy parece ir
decreciendo, era que sonara el teléfono pasada la medianoche en la tranquilidad
de Plentzia. Ese llamado tenía que ser de Buenos Aires y sólo podría tratarse
de malas noticias. Por suerte, solo se dieron un par de veces y en ambos, se
trataba de amigos despistados. Alguna vez, alguna amiga de Fer que atinaba a
decir con aire distraído “¿estaban durmiendo”?, cuando para mi sorpresa y
mientras intentaba averiguar mentalmente quién estaba llamando, miraba en mi
reloj que eran las dos o las tres de la madrugada. En el caso de mis amigos, la
palma siempre se la llevó el Nono, quien las pocas veces que me llamó, lo hacía
en esos horarios. Y primaba la alegría de escucharle antes que mandarlo a la
mierda o a “tomar por donde sea”, que dicen en estas tierras. A propósito, el
Nono no me ha vuelto a llamar y con muchos amigos hemos ido perdiendo la
habitualidad del contacto tanto telefónico como del correo electrónico, pero
esto no es un reproche, quizás un tema para desarrollar en otra entrada de este
blog. Como también sería de analizar como se mantiene la afinidad entre pares que convivian todo el rato y ahora nos separa un continente, un huso horario, una estacion climática antagónica y yo que me voy acostumbrando a pensar de otra manera en algunas cosas.
Recuerdo que durante
tercer año del colegio secundario, la profesora Colina de geografía nos
consultaba sobre una de las particularidades que podíamos observar durante el
mundial de fútbol España 1982 que se desarrollaba en el mes de junio, cerca del
verano europeo. “¿Qué particularidad notan durante los partidos”, preguntó la
Colina. “Que los partidos que se anuncian a las 9 de la noche se suelen jugar
con luz natural hasta casi su final”, fue mi tímida pero segura respuesta.
Porque yo en geografía era muy bueno, pero en lo relativo a los partidos del
mundial era buenísimo. Y sí, esa era la particularidad que la profesora quería
remarcar en ese momento del programa de geografía, que seguramente trataba de
Europa. Y ese recuerdo viene a cuento que yo siempre tuve en cuenta la
existencia de la diferencia horaria porque el deporte ha sido siempre el
regulador de horarios y fechas en mi vida, pero lo de las fechas podría ser
también motivo de una entrada en otro momento de este blog.
Y entonces es hora de un
sinceramiento de mi parte. Además del tema familiar, la otra gran preocupación
mía por el cambio de husos horarios se lo lleva el deporte. Además del sinfín
de desvelos que sufría, como el de entender lo que me hablaban en español
cerrado mis nuevos compañeros de destino, en mi cabeza desde el lunes era
intentar averiguar lo más pronto posible a qué hora jugaba River el siguiente
fin de semana. En aquel entonces los horarios del futbol eran un poco más
normales, y no estaba aún en juego el manejo kirchnerista para neutralizar el
programa televisivo de Lanata poniendo un partido a las nueve de la noche, las
dos en el País Vasco y la una de la madrugada en Canarias. Al principio no
tenia televisión por cable (en realidad los dos primeros años optamos por no
tener televisión en casa) y la manera de enterarme como salía River era la
llamada telefónica desde el teléfono público que estaba al otro lado del
puente, pegado al puesto de periódicos de Javi. Entonces, a la salida del
Biritxi, cumplía con mi llamado a casa de mis viejos y me embargaba la emoción
de saber cómo había salido el millonario. Y para que la sorpresa vaya en aumento
de los que me lean (la sorpresa inicial es que me lean) muchas veces me detenía
a llamar primero a algún amigo, porque como mi viejo es de Boca, muchas veces
atendía con ganas el teléfono y jugaba con mi desesperación, porque el viejo
zorro ya sabía cuál era mi preocupación principal y solía arrancar con “tengo
malas noticias”. Si a eso le sumamos que
la mayoría de las veces yo llamaba bajo una molesta lluvia que aquí denominan
chirimiri (llovizna o la garua de nuestros tangueros), a mi viejo lo odiaba literalmente.
Y qué en los momentos que aún jugábamos Copa Libertadores, me he llegado a
levantar a las cuatro de la mañana y cruzar el puente solo para saber el
resultado de River y para que digan que soy un enfermo, una vez cuando perdimos
en semifinales contra Boca y por
penales, esa noche no pude dormir por sintonizar una radio en internet en lo de
mi amigo Matías y no dormí al errar Maxi López el último penal millonario.
Relacionado al deporte, si
algo me gustaba de vivir en Buenos Aires era que un domingo a las nueve de la
mañana tenía cada dos semanas, carreras de Fórmula 1. Ahora tengo asumido que
el horario central europeo lo destina a las dos de la tarde, y muchas veces
choca con la necesidad de Fernanda de salir a pasear o a cumplir obligaciones
de almuerzos con amigos. He estado en la comunión de Federico peleando con
varios de los comensales por un excelente lugar en el restaurante cercano al
televisor de plasma para ver las peripecias de Alonso, Vettel o Hamilton. Y qué
decirles que cuando visité Perú para conocer Cuzco y Machu Pichu, me encontré
con que Perú tiene dos horas menos de diferencia con Argentina (seis o siete
con España). Y levantarme un domingo a las siete de la mañana en la pensión de
Jordan, en Cuzco, donde paramos tres semanas y poder ver la Fórmula 1 a esa
hora y luego terminada, el calcio italiano, me llevo a considerar seriamente
radicarme en ese país para poder disfrutar plenamente de los fines de semana.
Las navidades y fines de
año son un contratiempo para el tema de la diferencia horaria. En esa época del
año la distancia es de cuatro horas. Pero son insalvables esos 240 minutos. Si
me llaman mis viejos a mi hora para felicitarnos, debe ser para ellos como que
le adelanten el final de una película, nosotros estamos ya transitando un nuevo
año y ellos aún no se han arreglado para pasar la fiesta con mis suegros. Si
queremos llamar a las doce de ellos, con el correr de los años se hace casi
imposible, debemos reconocer que nos hacemos viejos y no podemos aguantar
despiertos hasta las cuatro de la matina. Es que ya no salimos toda la noche
como cuando nos negábamos a dejar de ser adolescentes y aguardar casi por
inercia las siete u ocho de la mañana para desayunar con el Clarín en la Farola
un café con leche con pizza o con tres medialunas, para luego creer que
volvíamos victoriosos a nuestros hogares.
Retomando la polémica
actual por devolver a España el huso horario occidental, que le corresponde según
el meridiano de Greenwich, los entusiastas por que eso suceda, argumentan su
posición como “un gran error histórico que explica en parte porque en este país
se come y se cena más tarde que en el resto de Europa”. Solemos almorzar sobre
las dos y hasta las tres de la tarde y cenamos a las nueve de la noche. Pero
según la posición del sol, lo estamos haciendo a la una o a las ocho como lo
hacen normalmente el resto de los mortales. El almorzar tan tarde solo genera
que la mañana se nos haga eterna, porque desayunamos a las 7 u 8 y entonces
“estamos obligados” al tentempié o “marianito” (para los de allá tomar un
Martini o vermut) para engañar el estómago y cambiar de aires en el respectivo
trabajo. Esa apreciación no es mía, me cansé de escucharla cuando aun no
comprendía como el que entraba al bar a desayunar, volvía al mediodía para
engañar al estómago y retornaba a las dos de la tarde para el vino blanco antes
de abordar el menú del día en el restaurante de al lado, para regresar (y van…)
luego del almuerzo para tomar el café, el puro y el chupito de orujo. No era
una joda?, lo sigo creyendo y mas allá de un huso horario, creo que es una
costumbre arraigada que aun supera al cambio adoptado por Franco para
congraciarse con Hitler.
Pero a veces me afecta.
Porque a las tres de la tarde de aquí o a las nueve de la noche, suena el
teléfono y del otro lado del charco nadie espera que uno esté a punto de
sentarse a la mesa, y las tarjetas de larga distancia suelen durar media hora y
muchos de mis seres queridos las destinan en exclusiva para mí o para nosotros.
Y tantas veces escuché la reprobación de mi esposa no porque nos llamaran a esa
hora, sino porque yo no soy capaz de decirles delicadamente que estábamos
comiendo, que los llamamos nosotros en un cuarto de hora.
Y para terminar con el
galimatías de la diferencia horaria, en casa tenemos nuestros propios relojes,
a los que Fernanda suele darle determinados usos, no husos. En la cocina, el
reloj adelanta 15 minutos, es un proceso que ella utiliza para no sentir tan
fehacientemente que va a llegar tarde a todos lados. El problema es que yo, más
de una vez, me he confundido con ese reloj de pared y me encontré en la
estación de metro 15 minutos antes de lo previsto. Lo bueno de esto, es que
siempre tengo mi libro a mano, y al menos podré dedicar ese cuarto de hora a un
poco mas de lectura.
En el mundo hay más de 24
zonas horarias. Entre la primera y la última, por orden cronológico superan las
24 horas de diferencia. En total son 39 zonas horarias oficiales diferentes,
más alguna no oficial, con un recorrido total de 26 horas. Es extraño el mundo
del horario oficial, la mayoría se mide en horas completas por encima o por
debajo de la hora de Grenwich. Pero hay regiones que prefieren usar múltiplos
de media hora, un ejemplo, Venezuela puede tener una diferencia de 6:30 horas
con España. Pero todavía hay quién va más allá y mide sus diferencias horarias
en cuartos de hora. Es el caso de Nepal, que separa a España en 3:45 horas,
siempre por delante. Viendo las particularidades de cada caso, nosotros los
argentos podemos sentirnos beneficiados por las cuatro o cinco horas redondas
que nos separan de casa. ¿Se imaginaron explicar en cuartos de horas la
diferencia horaria a nuestros seres entrañables? Que castigo!
Muchos de nosotros nunca
hubiéramos contemplado estas particularidades horarias de no haber vivido un
proceso migratorio. El deporte nos hubiera seguido marcando la existencia de
estas rarezas y para los que tenemos parientes españoles o argentinos viviendo
en España, cada cumpleaños recordábamos que debíamos tener cuidado a la hora de
intentar la llamada internacional. Estoy hablando de los ’70, en aquella época
muchas veces quedaba todo en una intención porque no sé si muchos de ustedes
son de aquella quinta (o generación) y recuerdan que era una verdadera tómbola
(o lotería) poder contactar al doble cero con la operadora internacional que te
gestionara ese tan temida llamada de larga distancia, que te transportaba a
otro mundo, a un túnel del tiempo, que hoy es tan frecuente en nuestra rutina
diaria.
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