El lunes 26 de abril de
1937 quedó instalado en la historia como uno de los hitos más controvertidos y
dolorosos de la Guerra Civil española. Según cuentan las versiones, durante
tres horas ininterrumpidas fue bombardeada por mayoría de aviones alemanes y
algunos italianos, la villa bizkaína de Gernika. Era día de mercado. Aunque el frente de la
guerra se encontraba a kilómetros de allí, los habitantes de pueblos y caseríos
cercanos se acercaban para abastecerse y comerciar. La mayoría eran mujeres y niños,
también ancianos: todos formaban parte de lo que se reconoce como población
civil. Y fueron bombardeados. Gernika está a cuarenta minutos de la que hace
doce años es mi casa.
En el año 2000, cuando
todavía no imaginaba que me iba a ir de Buenos Aires, participaba en un taller
de escritura que lideraba Amelio García, un buen amigo cubano y excelente
disparador de ideas para la creación literaria. Había formado un lindo grupo, 2
varones (uno de ellos, casi un niño que escribía con una facilidad asombrosa) y
el resto seis o siete mujeres. El taller lo hacíamos en la casa de una de ellas
y solíamos llevar algo para comer, porque el taller lo encarábamos en un
horario que invitaba a la merienda. Ya en ese momento, yo atravesaba un parate
en mi escritura. Después de algunos años escribiendo, me había secado. Pero iba
todos los jueves al taller, no faltaba nunca. Amelio daba buenas directivas y
al menos, yo lograba responder a esas indicaciones. Pensaba que era cuestión de
tiempo retomar el hábito. Y fue cuestión de tiempo, trece años se demoró mi
regreso. Pero Amelio fue muy importante en ese desierto mío de palabras y de
ideas.
Una de mis compañeras nos
propuso un día escribir un cuento sobre el Guernica, de Pablo Picasso. Era un
cuadro que le fascinaba, que tenía vinculación con un pasado familiar (por las
raíces vascas) y para justificar aún más su propuesta de escritura, era una
vieja ambición que esperaba alguna vez cumplir, la de quedarse un buen rato
contemplando la obra en el Museo Reina Sofía, de Madrid, donde la obra se
exhibe luego de un exilio forzado en los Estados Unidos. A Madrid llegó luego
de pasar por París, viajar por Escandinavia, Inglaterra y los Estados Unidos
recogiendo dinero para ayudar a las víctimas republicanas. En el Museo de Arte
Moderno de Nueva York (MoMA) reposó durante décadas por un convenio del pintor
malagueño con el Museo, a la espera del fin de la dictadura en España. El
exilio duró cuarenta años, lo que perduró la vida de Franco.
La consigna obligaba a la
persona que proponía el tema ampliar la información para que a la semana
siguiente todos intentaremos traer un escrito para corregirlo y comentarlo en
grupo. Mi compañera (de la que no recuerdo el nombre pero la llevo grabada en
mi memoria) nos habló durante media hora del cuadro. En aquel tiempo la
conexión a internet se daba solamente en oficinas, no había aún en muchos hogares.
Y no existía el buscador para sacarnos del apuro y del desconocimiento. Pero
ella guardaba una precisión escandalosa sobre la obra (el cuadro), como de la
situación vivida en el mercado. Pasada una semana, algunos presentaron unas
líneas, yo muy pocas. La única que se animó a completar tres carillas fue mi
compañera. Casi no recuerdo nada, solo aquel amor que no ocultó al ofrecer el
tema y al hablarnos de Gernika, del cuadro y de Picasso.
A los pocos meses de
instalarme en Plentzia, y cuando todavía no conocíamos las distancias y no
teníamos coche propio, un martes a la mañana (ese era nuestro único día libre
los primeros años), nos tomamos el metro y combinamos con el tren que nos llevó
primero a Gernika, luego a Mundaka y finalmente a Bermeo, es decir una especie
de tour turístico por ese corredor bizkaíno. Fue más lo que viajamos que lo
recorrimos los tres destinos, pero en la primera parada, nos permitió recorrer
cercano al mediodía y casi sin compañía en las calles, los lugares emblemáticos
de Gernika, para luego de atravesar la calle de San Juan hasta la intersección
con Pedro de Elejalde, toparnos con un mural de la obra de Picasso. Para
nuestra sorpresa, no había nadie. Estábamos solos frente a una reproducción del
cuadro, regalo de la Asociación de Ceramistas de Valencia a la ciudad, con un
rótulo añadido en la parte inferior que dice: “Gernika”, Gernikara, que al
castellano viene a decir Guernica a Gernika, que la obra debería estar en su
casa.
Lo primero que uno percibe
al mirar el cuadro, es que en la obra no hay rasgos ni contextos vascos, no
está el árbol de Gernika (el árbol hijo sobrevivió emblemáticamente al
bombardeo), no hay mención de una ikurriña (la bandera vasca), no hay aviones
pero si hay soldados muertos, y ni siquiera la obra respeta el nombre en
euskera del pueblo de Gernika-Luno. Trascendió al mundo con su nombre españolizado.
La obra, como casi todo acto que existe sobre nuestro planeta, tiene distintas
explicaciones, distintas interpretaciones, distintas atribuciones, un solo
padre pero millones de herederos políticos y simbólicos. Lo único claro y
preciso es que hubo un bombardeo, un pueblo arrasado y un cuadro que trascendió
fronteras, y que se llamó como el pueblo afectado.
La Guerra Civil española
fue considerada por muchos, como la última de las contiendas románticas. Se
puede precisar que el agregado de romántico no lo sugirieron los afectados,
sino los miles que participaron desde otros países, acudiendo al llamado de la
libertad del Gobierno Republicano jaqueado por las tropas nacionalistas. Era la
defensa de unos ideales, y a su vez, la observación algo azorada del avance del
fascismo y del Comunismo en Europa. Fue la antesala de la Segunda Guerra
Mundial y en la contienda hubo dos bandos, pero dentro de cada facción hubo un
sinfín de bandos más, muchos de ellos sin conexión posible en lo ideológico,
así que las distintas partes se vieron forzadas a pertenecer a uno u otro. Y si
hay algo más triste en una guerra, es que muchísimos no formaban parte de
ningún bando, con ellos no iba la guerra, pero es sabido que si no estás con
uno estás con otro, y así se vio implicada una nación en una guerra entre
hermanos, en un absurdo que llamamos romántico.
Pasada las cuatro de la
tarde de aquel lunes de 1937, apareció un primer avión, soltó unas bombas y
desapareció. Unos minutos más tarde, una oleada de aviones sometió a un ataque
masivo de bombas explosivas y ráfaga de ametralladoras a una población civil
que no atinó a nada, apenas a intentar escapar en campo abierto. La ciudad fue
devastada, al ataque le continuó el incendio que se propagó por casas, la
mayoría con maderas en su construcción. Las pérdidas humanas fueron difíciles de
precisar, además nos empecinamos en tener una estadística exacta de lo atroz,
como si lo que importara fuera la cantidad y no la bestialidad de lo
acontecido. La mayoría de las víctimas perecieron en sus hogares, en los
refugios o a campo abierto a consecuencia de los ametrallamientos. El ataque no
fue asumido por nadie, ni por el mando del ejército franquista, ni por el
comandante de la Legión Cóndor (fue el nombre dado a la fuerza de intervención
mayoritariamente aérea que el III Reich envió en ayuda de las fuerzas del general Franco para luchar en la Guerra Civil Española). Fue un episodio
más de una confrontación del resto de países europeos involucrados en el Comité
de no intervención. Pero aunque parezca mentira, en el horror de una Guerra, no
hay una gota que colme ningún vaso.
Para los que hoy pierden
el tiempo en acusarse de estar desinformados o manipulados por medios
contrarios a un gobierno de turno, la historia nos dice que eso sucede todo el
tiempo. No hay antídoto posible mas allá de nuestra inteligencia, razonamiento
y el saber hilvanar los hechos contados por otros, para precisar si a nosotros
nos cierran. El problema no son los medios afines o contrarios, es nuestra
falta de inteligencia y nuestro nulo razonamiento. Al día siguiente del
bombardeo, el diario ABC de Sevilla achacaba el incendio de la ciudad a una
estratagema de los mismos republicanos, dispuestos a una jugada a dos bandas,
no dejar nada en pie ante el imparable avance nacional del Frente Norte, y por
otro lado, adjudicar al rival un hecho horrendo, que nadie podría justificar.
La información escaseaba, pero
todos rivalizaban por dar la noticia. Pero George Steer, periodista británico
nacido en Sudáfrica, esperó un día mas y
desafiando la lógica de comunicar Bilbao con Gernika (30 kilómetros los
separaban) por carretera, tardó horas en llegar porque las carreteras estaban
colapsadas por los que escapaban ante el avance de las tropas nacionales y los
que intentaban llegar a Bilbao luego de perder todo en Gernika. Se acercó al
pueblo y comprobó personalmente la ciudad demolida y recogió la información en
el mismo lugar. Su reporte fue portada del Times y del New York Times,
desenmascaró a Franco y reveló la participación secreta del nazismo. Y así
trascendió la que algunos podemos afirmar como la verdadera historia. De George
Steer algunos afirman (indudablemente no los franquistas) que fue uno de los
grandes corresponsales, de una raza casi extinguida y un verdadero apasionado
por la causa republicana.
Volvamos al cuadro de
Picasso. En enero de 1937, Max Aub, Agregado Cultural de la Embajada de España
en París, le encarga a Picasso en nombre del Gobierno Español, pintar un mural
para ser expuesto en el Pabellón de España en la Exposición Universal de París
(oficialmente Exposición General de segunda categoría de París, bajo el tema
Artes y técnicas de la vida moderna). Tuvo lugar desde el 25 de mayo al 25 de
noviembre. El mural fue trasladado en algún momento de la segunda quincena de
junio y la instalación abrió con retraso el 12 de julio. Es decir que la obra
de Picasso vio la luz al gran público 47 días después de esa jornada trágica.
Según afirman historiadores o críticos de la obra del artista malagueño,
Picasso tardó 60 días en pintar el mural que tiene dimensiones de 3.5 metros de
alto por 7,77 metros de ancho. Por lo que se podría afirmar que la obra no
representa el bombardeo pero sí una particular versión de los horrores de la
guerra, como una alegoría de todas ellas. La derecha que estudia la obra
considera que la izquierda que representaba al Gobierno Republicano practicaba
la mentira como forma de acción política. Y utilizó la Expo como propaganda.
Indudablemente la
verdadera historia interesa a las distintas facciones de esa contienda. Es de
suponer que el Gobierno español (siempre referido a la Republica, elegida
democráticamente) no contaba con recursos suficientes para difundir al exterior
parte de la historia. A pesar del Comité de no intervención, los países
europeos actuaban a espaldas de esa firma, con ese sigilo hipócrita que solemos
ver en otras contiendas más actuales. Y es verdad que la intervención alemana o
italiana fue más significativa que la francesa o inglesa. Si es verdad que los
rusos acudieron a la ayuda de los rojos españoles, pero la sola mención del
Comunismo despertaba tanto recelo como sucedía con el fascismo. Entonces la
Republica se vio aislada, recibiendo apoyos individuales pero no conjuntos de
esas naciones y poco a poco se veía ahogada por la falta de recursos tanto
económicos como en la contienda, atinando a reforzar la propaganda en el
exterior de los abusos cometidos por las tropas nacionales. Y la Expo fue un
objetivo ideal para trascender al mundo algo horrendo que se estaba haciendo
habitual en la Guerra Civil, el bombardeo a poblaciones. Primero fue en Madrid
(noviembre de 1936), luego fue en Durango (31 marzo de 1937) y Gernika
finalmente trasciende por la obra de Pablo Picasso, pero hasta entonces todas
ellas envueltas en mentiras y silencios. Esa mentira pudo haber sido el tema
central de esta obra de Picasso, algunos definían a algunos periódicos como “la
prensa que miente, la prensa que mata”.
Me alejó de la parte
histórica ante el temor de seguir anotando ideas y datos arbitrarios.
Dependiendo del lector, encontraran apuntes o interpretaciones inexactas. Las
causas pueden ser todas válidas, lo que interesa es que la ciudad fue devastada
y que la obra existe y ha trascendido, se ha hecho parte de toda la humanidad.
La sola mención del Guernica de Picasso pone a dicha población en el centro de
una pesadilla que existió. Y para todos los que estudiamos la historia y vemos
con fascinación momentos puntuales de ella, nos puede servir para saber que al
confrontar dicha historia con los que la vivieron, esa fascinación representa
dolor humano, postergación, y muchos sentimientos cercanos a ese desconsuelo
como el odio, que no se aplacan con el paso del tiempo.
Dejo el siglo pasado atrás
y retomo un pasado más reciente. Luego de aquella visita inicial, regresé
algunas veces al mural en Gernika, siempre con alguna visita recibida de
Argentina. También acudí al Museo Reina Sofía expresamente a contemplar el
cuadro original. Observé maravillado como chicos de colegios tienen la
posibilidad a diario de hacer ronda y sentarse frente al cuadro, siempre a una
distancia prudencial que marca un cordel y la atenta vigilancia de una
encargada de la obra. Estuve más de una hora mirando el cuadro. No soy
aficionado a la pintura, desconozco sus interpretaciones y sus estilos, pero
algo me obligaba a estar frente a la pintura y observarla desde diversos
ángulos, siempre rodeado de gente. En un momento dado, no pude evitar un llanto
que me supo a vergonzoso, quizás mi estado de ánimo de ese momento canalizó en
el oleo alguna vieja angustia contenida. Pero recuerdo que regresé a casa de mi
prima Adriana con una tranquilidad que no tenía hasta haber visitado el Museo,
al que ingresé gratis al mostrar mi cartilla del INEM, que mostraba que en ese
momento estaba en el paro.
La última vez que visité
Gernika lo hice acompañado en una excursión-salida que organizó la Cruz Roja de
Bilbao en diciembre del año pasado. Entre técnicos y voluntarios (donde me
incluyo) mostramos a inmigrantes africanos y asiáticos que intentan abrirse
paso en esta sociedad, las particularidades del territorio bizkaino. Y hasta el
mural nos acercamos. Como ya en esa época apoyaba en clases de castellano para
estos inmigrantes, les preparé para la clase siguiente un Word (lo comparto) donde intenté
explicarles que significaba la obra y que representaban cada uno de los
elementos allí incluidos (tres animales: caballo, toro y paloma; además,
mujeres, soldados, niños, flores, espadas rotas, luz de bombilla en el centro
de la obra y otros símbolos como la muerte o el incendio), e intenté
explicarles en esa calle la simbología de una obra en blanco y negro sin sonido
pero que grafica la muerte, el dolor, la desesperanza y la resignación. Muchos
de esos jóvenes habrían sufrido su particular Guernica en su país de origen,
pronto conocería las historias de más de uno. Escuchaban con atención, tratando
de entender cada detalle que les dábamos. Y me acordé de mi compañera, de su
pasión al contarme sobre el cuadro aquel jueves y siento que muchos años
después, entregué finalmente mi trabajo de cuatro carillas. Y espero que algún día
Amelio lo lea y me lo corrija.
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